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Grupo de Trabalho 4
La Ciudad como Escenario de Representación Cultural. Practicas Urbanísticas de Perpetuación

Rosa Tello Robira[1]

 

 El espacio es una condición intrínseca de la materia y de la vida. Siendo condición de vida y al ser diverso en sus formas, induce a la diferenciación de individuos, colectivos, clases..., de forma semejante a como influyen las condiciones sociales, culturales, económicas en las que se desarrollan.

Las formas espaciales son aparentemente constantes y por ello tienden, a menudo, a ser consideradas como variables insignificantes para la formación de cultura, de diversidad social, de diferenciación. El marco espacial concreto, al tener aparentemente ritmos de que el cambio social, cultural, tecnológico ..., suele considerarse como el entorno invariable y constante de toda sociedad, grupo social o de todo individuo. Sin embargo, es en la modificación permanente de las formas espaciales urbanas donde se producen los procesos socio-culturales.

Precisamente, el marco espacial cambiante, o espacio público, constituye el entorno concreto, el espacio visible, “el decorado”, de referencia cultural de todo individuo, porque desde que nace lo va aprehendiendo, incorporándolo en su quehacer cotidiano, lo vive día a día, se forma en él, lo percibe, se identifica en él y con él. El espacio concreto, rápida o imperceptiblemente transformado, en el que cada individuo se ha desarrollado forma parte de su vida, de su sociabilidad, de su cultura. El espacio vivido, su significado y significante socio-culturales, son elementos básicos del desarrollo de la identidad del individuo y de los grupos o colectivos sociales.

Partiendo de estas premisas, se analizará la diferenciación espacial la ciudad desde el punto de vista social y simbólico de sus partes concretas. Se analizará como las políticas urbanas locales influyen en los procesos de identidad cultural a través de sus intervenciones urbanísticas específicas y selectivas en los centros históricos de las ciudades. Se compararán distintos casos de ciudades europeas y latinoamericanas.

 

Los centros históricos como espacios simbólicos de representación cultural 

El verano de l970 visité por primera vez Brujas y me pareció una ciudad irreal, fantasmagórica, decrépita, la ciudad de mis cuentos infantiles. En 1985 regresé de nuevo a ella, encontré una ciudad que jamás hubiera reconocido. Esta experiencia se ha repetido en otras ocasiones, otros lugares, otros países, siempre en el centro histórico, símbolo de la ciudad para el turista, tanto como para sus habitantes.

Residir habitualmente en una ciudad es un inconveniente para apreciar la sutilidad de los cambios diarios que resultan del constante uso del espacio urbano. Sólo la distancia temporal mediatizada por el recuerdo y la indagación histórica permiten conceptualizar la transformación urbana. Sin embargo, en los últimos veinte años, los cambios en los centros históricos de las ciudades se han sucedido tan rápidamente que se solapan en la memoria y apenas hay tiempo de reseñarlos para la historia. A veces incluso más de un rincón olvidado de nuestra ciudad habitual consigue sorprendernos en su irreconocible transformación.

El centro histórico no ha dejado de transformarse desde que dejó de ser toda la ciudad para convertirse en un trozo de espacio de la ciudad industrial. Según el urbanista Cervellatti, “Los centros históricos son un producto específico y emblemático de la sociedad industrial: antes del advenimento de la revolución material no existían. Eran... la ciudad “[2].

La mayoría de ciudades han sido escenario de acontecimientos que los historiadores resaltan como los que han marcado la historia y cultura de la humanidad, de un país, de una colectividad, por lo menos si se considera desde el punto de vista de la cultura occidental[3]. Las ciudades cuanto más antiguas, mayor concentración de acontecimientos acumulan. Estos escenarios, perviviendo más o menos modificados pero conteniendo las edificaciones representativas de los poderes institucionales de cada época, posibilitan la credibilidad de los hechos narrados. Hoy, los espacios urbanos antiguos llegan ha ser la única concreción material del pasado, la sola referencia fácilmente visible y accesible a todo ciudadano. Sin embargo, poco queda de la ciudad “original”, sólo lo más permanente: la mayoría de calles con sus trazados alambicados y los edificios sólidos y monumentales en los que se manifestaban los poderes dominantes. Cuanto mayor protagonismo les ha atribuido la historia -Roma, Atenas, Alejandría, Londres, París, Berlín,...-, mayor protagonismo cobran en el imaginario cultural.

El espacio histórico, como fragmento de ciudad y espacio de representación cultural, confiere valor simbólico al conjunto del espacio urbano, de forma que aquél se convierte en el único espacio representativo y de identificación de la ciudad. Es decir, se identifica la ciudad por las manifestaciones materiales constructivas del poder dominante. Por tanto, el sutil proceso de construcción de identidad, en el que el imaginario cultural del lugar y el espacio vivido juegan un papel básico, queda impregnado por las representaciones de los poderes dominantes de tiempos pasados. De este modo las prácticas culturales urbanas se fraguan, homogeniezándose, sobre la cultura dominante del pasado, como si ésta hubiera sido la cultura de todos, como si la cultura actual fuera también la de todos.

Los centros históricos simbolizan la continuidad del proceso histórico urbano, la continuidad de los poderes sucesivamente establecidos. Catedrales, iglesias, conventos, palacios, sedes de administración pública y de gobierno, lonjas... fueron construidos para su pervivencia. Sus características arquitectónicas les confieren no sólo valor artístico, sino perdurabilidad, tanto de la forma, como de la función para lo que fueron construidos. Su propia monumentalidad los incapacita para funciones distintas de las que se expresaron y expresan los poderes político, económico o religioso, de tal manera que, si son utilizados como viviendas, por ejemplo, se “desencajan”, degradan, se banalizan..., pierden su poder simbólico y, con ello, el conjunto del espacio histórico pierde poder de representación.

  

Prácticas urbanísticas de división social 

La ciudad tradicional fue abandonada por las clases emergentes de la sociedad industrial a medida que la ciudad se extendía más allá de sus límites históricos. Con ello, como precisa Cervellatti, se constituía el centro histórico, pero también se iniciaba su degradación. Las inversiones públicas se dirigieron hacia la construcción de los nuevos espacios urbanos, pensados, planificados, y organizados para satisfacer más adecuadamente las actividades productivas industriales y necesidades de vivienda de las nuevas clases sociales. “Al desarrollarse la presencia de las actividades industriales, la ciudad existente se muestra inidónea, pequeña, constrita, higiénicamente poco recomendable y socialmente poco segura. Un ambiente pues a transformar a imagen y semejanza de la ciudad emergente, de la ciudad industrial que por comodidad de espacio y facilidad de continuidad, salía al otro lado del recinto histórico”[4]

Las ciudades siempre se han desarrollado al otro lado de la ciudad existente, en el lado de la periferia, en el lado que no tiene todavía límites, que no es ciudad, en el lado del conflicto, de la tensión; allí donde la vida cotidiana no es ni urbana ni rural; allí, en los márgenes insignificantes y extensos, donde unos pueden instalarse para protegerse de la tensión de la ciudad, aislados por sus vallas y jardines, y otros porque no tienen otra posibilidad, porque la propia ciudad los expulsa. Y así, indefinidamete, va configurándose la ciudad fragmentada socialmente.

En ese proceso de extensión de las ciudades, existen y han existido, procedimientos distintos de configurar y ocupar del espacio: uno regulado a través de la planificación urbanística y la intervención de los poderes públicos, otro espontáneo, incontrolado, irregular, marginal.

Los espacios producidos a través de la planificación urbana llevan la impronta de la ideología urbanística que los ha inspirado, específica de cada época, de cada momento histórico-técnico[5]. Forman parte de la ciudad regulada y están normalizados por la imprescindible combinatoria de espacios públicos, de propiedad y uso público o colectivo, (calles, plazas, escuelas...) y espacios edificados, generalmente de propiedad y usos privados o específicos (vivienda, comercios, industrias...).

Desde mediados del siglo XIX la mayoría de ciudades europeas derribaron sus murallas, construyeron sus ensanches, y no dejaron de expandirse durante mas de cien años, hasta mediados de los años setenta del XX. Son emblemáticos los planes de ensanche de Barcelona, Berlín, Viena... por su dimensión, trazado y amplitud de calles, y por la disposición, regularidad y calidad de sus edificaciones. El de Barcelona, por ejemplo, tiene una dimensión siete veces superior a la de la ciudad histórica; el trazado ortogonal de sus calles, de 20 metros de amplitud, conforma manzanas regulares de una hectárea en las que se estableció un parcelario bastante regular -entre 300 y 600 metros de cada parcela- destinado básicamente a viviendas, también de tamaños relativamente regulares -la mayoría entre 150 y 600 metros cuadrados- y distribuidas en cinco plantas, cuando no eran ocupadas por una sola vivienda, señorial por supuesto. En este ensanche se concentra prácticamente todo el patrimonio arquitectónico modernista de la ciudad a través del cual se expresó y se expresa la burguesía urbana[6].

Se planificaron y construyeron ciudades prácticamente nuevas en las que no podían tener cabida la miseria, la insalubridad, las bajas rentas... Todo esto quedaba atrás, abandonado y permanente en el centro histórico junto a palacios, iglesias, catedrales, edificios de gobierno; o se desarrollaba al margen, en los márgenes de esta ciudad emergente, como si fuera algo ajeno y no inherente a la propia ciudad. En esos espacios no regulados, no planificados, construidos sin la intervención de los poderes públicos, donde la vida se desarrolla al margen de las condiciones normalizadas.

En la ciudad industrial, mientras se ha expansionado, se ha hecho dejadez de los centros históricos, tratando de normalizar sus periferias, sin llegar a alcanzarlas. Sólo recientemente, en los últimos veinticinco años, cuando las grandes concentraciones urbanas han dejado de ser el único espacio apropiado para la producción industrial, cuando la ciudad se terciariza, ya no se expande más y decrece su población, entonces se intenta recuperar de nuevo el centro histórico.

  

Practicas urbanísticas de perpetuación 

La antigüedad de los centros históricos urbanos, su grado de conservación, la monumentalidad de sus edificios, constituyen, hoy, elementos de indudable atractivo cultural. Piénsese por ejemplo en las ciudades italianas de Venecia, Pisa, Florencia, Bolonia, u otras europeas como Praga, Munich, Brujas, Lieja, Oxford, York, Lyon, Barcelona, Salamanca, Porto... Actualmente, en la medida que la cultura se difunde, banaliza, consume y constituye un elemento de distinción social, los espacios históricos, como espacios de la materialidad de la historia, adquieren la categoría de objetos de consumo. En la medida que se difunden como espacios atractivos por su valor cultural, se convierten en espacios-espectáculo y en esa medida, se les confiere un valor económico añadido, derivado de su simbología histórico-cultural.

En no pocas ciudades se establecen políticas públicas de revalorización del centro histórico: “Inner city”, “ristauro del centro storico”, “rehabilitation urbaine”, “rehabilitación de los centros históricos”, “rescate de los centros históricos”. En Europa el fenómeno es paralelo al freno del crecimiento urbano de las grandes ciudades. En América Latina se instaura a pesar y en contra del crecimiento urbano, como recurso turístico de la ciudad y como forma de competir contra la “invasión de los sin techo” (Lima, México, Sao Paulo, Buenos Aires...)

En los procesos de modificación de los centros históricos se han manifestado tres procesos de sustitución que han transformado profundamente su naturaleza originaria: la sustitución morfológica, la funcional y la social. Según el urbanista Campos Venuti, si se llevan a cabo planes de intervención urbanística en los centros históricos, para ser realmente tales y preservar la cultura, “tienen que referirse tanto a la teoría como a la práctica y basarse en la triple salvaguarda, no sólo morfológica, sino también social y funcional”[7]. No obstante a pesar del voluntarismo bien intencionado de los técnicos-urbanistas, la práctica de los poderes públicos, responsables directos de la transformación de los centros históricos, no siempre concuerda con la idea de rehabilitación integrada.

Los procesos de transformación de los centros históricos orientados por actuaciones urbanísticas son diversos en cada país e incluso en cada ciudad presentan complejidades distintas, dependiendo de la orientación política de los poderes públicos y de la capacidad de control de dichos que desarrollen los habitantes implicados.

En unos casos, la recuperación de los centros tiene como fin conseguir la dinamización económica del conjunto de la ciudad. Ahí los poderes públicos orientan las intervenciones urbanísticas, por tanto su inversión, hacia la reconstrucción del espacio urbano para lograr nuevo valor económico, social y funcional: Londres-Docklands, Baltimore-Puerto, Boston-Centro, Brujas-Centro, York-Centro; Barcelona-Villa Olimpica-Port Vell, Lyon-Vieux Lyon y Croix Rousse... El objetivo que persiguen dichas intervenciones es dinamizar las actividades económicas mediante la instalación y oferta de servicios centrales de consumo básicamente (centros comerciales, museos, teatros, auditorios, salas de exposiciones, cines, dancings...). Suelen llevarse a cabo procesos de sustitución funcional y social a través de la modificación de las formas urbanas, controlando y cuidando esmeradamente sus valores y características estéticas. En muchos casos, “con la intención de exaltar el valor de los centros históricos, se sostiene la primacía ideológica de éstos sobre los demás componentes de la ciudad y del territorio; y haciendo esto se olvida del peligro de resaltar tan sólo los caracteres morfológicos de entre los esenciales del centro histórico”[8]

En otros casos se pretende la “rehabilitación integrada”, que significa restituir a la población residente las condiciones de habitabilidad de sus viviendas y de su entorno, manteniendo actividades económicas, comerciales y de servicios complementarias a la función residencial[9]. Rehabilitar integralmente un centro histórico significa mantener los rasgos sociales y culturales de sus habitantes, sean diversos u homogéneos. Supone llevar a cabo intervenciones urbanísticas que afecten tanto al espacio público y como privado e incidan concretamente en aspectos de la morfología urbana. Estas intervenciones deben estar orientadas a evitar la sustitución social, garantizar la mejora de la calidad de la vivienda, de la calidad ambiental del espacio público y deben conseguir la a recuperación funcional del barrio, de tal forma que no implique la expulsión de la población afectada por operaciones de remodelación o rehabilitación de las viviendas. Este tipo de opción supone la gestión controlada de las operaciones urbanística por parte del conjunto de vecinos y en particular de los afectados. A la vez, requiere una fuerte inversión de capital público, además de formas de subvención a la rehabilitación privada de vivienda. Es necesaria, pues, una férrea voluntad política de los poderes públicos, situada más allá de los intereses económicos y de clase, que garantice a los vecinos la realización y el control de complejos programas de gestión urbanística a corto y medio plazo. Es también necesaria una fuerte cohesión y autonomía de criterios de la población residente para mantener vivo el proceso de “rehabilitación integrada”, pues en caso contrario, rápidamente lo controlarían las fuerzas económicas.

La “rehabilitación integrada” implica una concepción del planeamiento urbano que considere la ciudad a partir de su valor de uso, más que de su valor de cambio. Es decir, requiere una concepción del planeamiento impulsada por el conflicto social urbano[10]. En cambio, la revalorización económica de los centros históricos presupone una concepción del planeamiento que conciba la ciudad a partir de su valor de cambio. Los planes de intervención urbanística estarán subordinados a la aportación de valor y la rentabilización del suelo. Su aplicación persigue la profunda modificación de la composición social y de las actividades productivas, a pesar del conflicto localizado que puedan provocar este tipo de intervenciones.

Pocas han sido las prácticas urbanísticas que han buscado la rehabilitación integrada, aunque si han abundado los discursos y buenos propósitos.

En España, los primeros planes integrales de reforma de los centros históricos se iniciaron a comienzos del posfranquismo como resultado de las movilizaciones de los vecinos organizados para impedir operaciones de cirugía, de destrucción del tejido urbano, previstos en los planes de ordenación urbana anteriores para hacer frente a la degradación global a que estaban sometidos[11].

Los planes emprendidos durante la primera mitad de los años ochenta tendían a la rehabilitación integrada, como una expresión de la ciudad considerada desde su valor de uso. “La rehabilitación de los centros históricos sólo puede realizarse a través de una participación ciudadana, un control social y una creación colectiva, de modo que cada individuo y cada generación sea capaz de crear ese espacio heredado, en función de sus propias pautas culturales. Entonces no tendrían cabida actitudes paternalistas de protección, comisiones asesoras o planes especiales que imponen normativa pseudoculturalista, porque hay que dar paso a la participación creativa, sosteniendo como única normativa la gestión de esa creación colectiva”[12]. Así se planificaron las reformas de los centros históricos de Madrid, Barcelona, Vitoria, Oviedo, Málaga, Salamanca, Gerona, Tarragona... y otras muchas ciudades.

En el plan Especial de Reforma Interior de la Zona Monumental de Oviedo de 1979, se propone conseguir la revitalización general y la mejora del nivel de habitabilidad. Para la primera se considera necesario potenciar las actividades tradicionales con el fin de asegurar el mantenimiento la población residente; en cuanto al tejido urbano, se propone reforzar el equipamiento infraestructural y la conservación del parque inmobiliario; se pretende resolver la congestión del tránsito, con medidas peatonalizadoras y la construcción de grandes aparcamientos[13]. Sin embargo, en el plan no se precisa cuales han de ser los sistemas de intervención urbanística ni los mecanismos de gestión municipal para conseguir la rehabilitación integrada y su control por parte de la población residente.

El Plan Especial de protección y conservación de edificios y conjuntos histórico‑artísticos de la Villa de Madrid, aprobado definitivamente en octubre de l980, “define tres ámbitos de protección: integral, estructural y ambiental. En el se incluye una lista detallada de 2.500 edificios a los que se atribuye el estatuto de protección integral... El Plan... rechaza un enfoque culturalista tradicional (la conservación del patrimonio artístico stricto sensu) para apoyarse en principios de orden económico (evitar el despilfarro que representa la destrucción del patrimonio existente), cultural en el sentido amplio (preservación del espacio urbano como reflejo de una historia colectiva), social (impedir la expulsión de las capas populares residentes en el centro de la ciudad) y urbanístico (articular de forma coherente cada trama urbana con la tipología edificatoria que sustente. Este Plan, que es la expresión más directa de la nueva concepción de la ciudad propuesta por el movimiento ciudadano de los años 1970, plantea la proyección y la conservación del medioambiente construida no como medida complementaria sino como eje de una nueva política urbana”[14]. Tampoco en este plan se especifican las formas de intervención y de control social. En esta época existía una confianza tan generalizada en los poderes democráticos recientemente constituidos, que hacía impensable que el discuso político-urbanístico era tan sólo un discurso.

Pero las concreciones de los planes de refoma de los centros históricos, cada vez más dilatadas para un futuro, se fueron modificando de acuerdo con la concepción de un planeamiento flexible a las necesidades socio-políticas de cada momento y cada espacio. Las operaciones urbanísticas hicieron más hincapié en la recuperación morfológica, que en la rehabilitación integrada. En la medida que se fueron realizando se convirtieron en operaciones de prestigio, de revalorización económica y simbólica del centro histórico de la ciudad. Estas operaciones progresivamente han sustituido la población “autóctona” por “inmigrantes” de otros barrios de la ciudad provistos de rentas bastante más elevadas. Actualmente es común ver cómo planes de rehabilitación integral, surgidos del conflicto y de la necesidad de hallar soluciones urgentes en los años ochenta, han visto aplazada su puesta en práctica y en sucesivas ocasiones se han modificado sus realizaciones concretas (Plan del Raval de Barcelona, del Centro de Málaga, del Centro de Madrid, del de Palma de Mallorca, el de Gerona, de Oviedo...)[15].

A medida que se fue normalizando el sistema político e imponiéndose una progresiva regulación social, los planes urbanísticos, en particular los de reforma de los centros históricos perdieron el carácter social participativo. La concepción de la ciudad desde su valor de uso fue siendo sustituida por la de su valor de cambio. De forma paralela se fue reemplazando la rehabilitación integrada por la revalorización económica de los centros históricos, como forma normalizada de rentabilizar estos espacios urbanos, a la manera como viene sucediendo en la mayoría de los países de Europa desde mitades de los años setenta. La estética de la forma urbana se presenta ahora como el urbanismo prestigioso que emprenden los poderes públicos locales. La imposición de una determinada imagen estética, la propia de la llamada era post-industrial, no sólo da carácter formal a los centros históricos, sino que supone una especifica y única representación cultural del espacio simbólico de la ciudad. Una vez más los centros históricos se erigen como emblemas simbólicos de los poderes públicos locales, del poder instituido. Los planes urbanísticos se muestran como un instrumento eficaz de reconstrucción del espacio simbólico de la ciudad.

El curso de la historia reciente de España enseña que a las propuestas de rehabilitación de los centros históricos, como parte especializada y simbólica de la ciudad, le sigue la revalorización económica del espacio “central degradado” y la regulación social.

  

Apropiaciones del espacio de representación 

La recuperación del centro histórico de la ciudad tiene una doble lectura, o desde una mirada crítica, un doble objetivo político: la de rescatar esta parte de la ciudad de los implacables efectos del paso del tiempo y la de restituir al ciudadano, al votante, su espacio simbólico, ocupado, controlado, hasta entonces por población excluida de los circuitos normalizados de trabajo, de formación de vivienda... Recuperar el centro implica la creación de un espacio regulado económica y socialmente; es por tanto una intervención urbanística con alta rentabilidad política para el poder público local. Por esta razón, actualmente muchas ciudades tanto europeas como latinoamericanas están llevando a cabo la revalorización de sus centros históricos, sin embargo con resultados muy distintos.

Los ciudadanos de gran parte de ciudades donde se ha producido la doble recuperación del centro histórico, simultáneamente a la revalorización, no sólo económica, sino también estética, pueden de nuevo apropiarse simbólicamente de la ciudad. Con la complicidad de los poderes públicos locales el centro histórico se convierte de nuevo en el espacio de representación y de identidad ciudadana.

Es significativo el hecho de que en la mayoría de ciudades europeas se celebren las fiestas populares -fiestas de identidad cultural- o los actos masivos de protesta -actos de identidad social- en el escenario histórico, de forma que simbólicamente se produce una apropiación colectiva temporal de la totalidad del espacio de la ciudad.

Sin embargo, es también es significaivo el que en los centros históricos de las ciudades latinoamericanas, a pesar de cuantiosas inversiones públicas para su recuperación, sólo se consiga rescatar los edificios de su envejecimiento y en cambio sigan siendo espacios socialmente marginales; espacios dominados por la conflictividad social, espacios donde sólo quedan algunos edificios emblemáticos de “un pasado mejor”. Estos espacios nunca totalmente recuperados, en el doble sentido de la palabra, representan también la dualidad y polaridad social urbanas: un centro económico que excluye la actividad social, durante el día, y, durante la noche un espacio estigmatizado por el conflicto que excluye la actividad económica.

Innumerables casos pueden ilustrar esta tensión espacial del centro hsitórico entre lo económico y lo social, entre el valor de cambio y el valor de usos de la ciudad, entre la historia materializada y lo simbólico cultural. Así por ejemplo, el teatro de la opera de Sao Paulo está perdiendo su valor de representación social, pues el miedo a ser asaltados impide a menudo a muchos individuos de las clases sociales alta y media paulista asistir a los espectáculos; El centro histórico de San Salvador (El Salvador) ha perdido su valor espacio simbólico del poder instituido, porque, a pesar de que las sedes de gobierno siguen situadas allí, el alto índice de criminalidad[16] imposibilita el funcionamiento normal de las tareas de gobierno; El centro histórico de México es prácticamente un desierto de las ocho de la tarde a las ocho de la mañana, ni los taxistas recogen pasajeros por miedo a ser asaltados; en el centro histórico de Lima hay vigilancia especial día y noche para proteger a los ciudadanos de pro y a los turistas.

Los procesos de transformación y apropiación del centro histórico, del espacio de representación, están vinculados al tipo de sociedad urbana, al tipo de ciudad.

Donde la diferenciación de clases no es muy intensa, la posibilidad de apropiación del espacio público del centro histórico esta normalizado, regularizado; donde es extraordinariamente aguda la transformación y apropiación entran en permanente conflicto todo lo regularizado y todo lo excluido. Donde está normalizado, el valor económico del centro histórico va en alza y es ocupado por grupos sociales de rentas altas (gentrification); donde es conflictivo, lo pierde y progresivamente lo ocupan los grupos de bajas rentas y grupos marginales, ahí sigue la batalla entre lo normalizado y lo excluido.


[1] Doctora en Geografia, Profesora de Geografia Humana de la Universidad de Barcelona, Profesora invitada por la Universidad Veracruzana de Mexico 1994, Universidade Estadual de Rio de Janeiro 1997, Universidade de Sao Paulo 1997, Ecole Nationale de Travaux Publiques d'Etat de Lyon -Francia 1998.

[2]Cervellatti, P. L.: La città post‑industriale, Il Mulino, Bologna, 1984, p. 47.

[3] “El nacimiento de las ciudades marca el comienzo de una nueva era en la historia interna de Europa occidental” Les villes au Moyen Age, PUF, París, 1971. La obra de Henri Pirenne refleja profundamente esta idea. Es uno de los que más ha influido en difundirla.

[4]Cervellatti, P. L.: La città post‑industriale, Il Mulino, Bologna, 1984, p. 48.

[5]Tello, R: Las tendencias del urbanismo en la España de los ochenta, Tesis Doctoral, Publicacions Universitat de Barcelona, edición microficha, 1990.

[6]Carreras, C.: Geografia urbana de Barcelona. Oikos-Tau, Barcelona, 1995

[7] Campos Venuti, G.: “Teoría y práctica de la recuperación urbana”, ponencia presentada en Recuperación y rehabilitación de los núcleos urbanos, Jornadas de Estudio y debate, Jerez de la Frontera, 25, 26, 27 de marzo de 1982.

[8]Campos Venuti, G.: “Teoría y práctica de la recuperación urbana”, ponencia presentada en Recuperación y rehabilitación de los núcleos urbanos, Jornadas de Estudio y debate, Jerez de la Frontera, 25, 26, 27 de marzo de 1982.

[9]Recuperación y rehabilitación de núcleos urbanos, Jornadas de Estudio y Debate, Jerez de la Frontera, 1982.

[10]López, P.: El centro histórico, un lugar para el conflicto, Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona, 1986.

[11]Castells, M.: La ciudad y las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1986

[12]López Jaén, J. y Bisquert, A.: “Reflexiones sobre planes especiales”, ponencia presentada en Recuperación y Rehabilitación de núcleos urbanos, Jornadas de Estudio y Debate, Jerez de la Frontera, 25, 26, 27 de marzo de 1982.

[13]Tomé, S.: “Oviedo, un centro histórico en transformación”, Ciudad y Territorio, n. 78, 1988, pp. 23‑36, p. 30.

[14]Castells, M.: “Planeamiento urbano y gestión municipal: Madrid 1979-1982”, Ciudad y Territorio, nº. 59-60, 1984, pp. 13-40, pág, 35.

[15]López Jaen, J.: “Diez años, o más, de patrimonio arquitectónico y urbano”, Alfoz, n. 50, pp. 56‑57. Seguí, J.: “Plan General de Málaga”, en 10 años de Planeamiento Urbanístico en España, MOPU y IUAV, Madrid‑Venecia, 1989. Tomé, S.: “Op. Cit.”

[16] En 1996 el mayor índice de criminalidad del país se encuentraba en el centro histórico, donde se registraba una media de treinta víctimas mortales diarias, sobre unos tres millones de habitantes del conjunto del área metropolitana de San Salvador.