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Grupo de Trabalho 4
Negociaciones Literarias de las Diferencias de Clase y de Etnia

 Graciela Nélida Salto[1] 

 

La ciudad de Buenos Aires fue objeto, en las dos últimas décadas del siglo diecinueve, de una de las mayores transformaciones urbanas conocidas. La inserción de la pampa húmeda en la economía transoceánica promovió la inmigración masiva de miles de pobladores de origen europeo cuya presencia modificó demográfica y simbólicamente el imaginario urbano. Sin embargo, una de las representaciones más persistentes de la crítica cultural argentina ha descripto y analizado la producción discursiva del período soslayando las diferencias étnicas y de clase intrínsecas al grupo letrado.

En los primeros estudios dedicados a la literatura de este período ¾ Literatura argentina y realidad política (1964) de David Viñas y El 80 y su mundo (1968) de Noé Jitrik[2] ¾ se configuró una imagen del grupo letrado cuyos ecos persisten, inclusive, en la “coalición cultural y literaria de 1880”, generadora del último estudio publicado por Josefina Ludmer en 1999[3]. La representación más exitosa fue, sin duda, la de los gentlemen convocados por David Viñas en torno de las imágenes del colegio (Ludmer 1993; 1999), del “cuero” (Marre 1998) y de la “ville lumière” (Sarlo 1988). Viñas  trazó con maestría las coordenadas sociales y topográficas del grupo hegemónico, pero prestó escasa atención a la variable étnico nacional de sus integrantes y, en consecuencia, ubicó entre estas imágenes a un heterogéneo grupo de letrados:

«Todos estábamos allí», dice Miguel Cané  hablando de la generación del 1880 que había estudiado en el Colegio Nacional de Buenos Aires. «Todos nos encontrábamos ahí», comenta Carlos Pellegrini refiriéndose al apogeo del roquismo en el Desierto de 1879. «Todos teníamos un gayego en la puerta y una chinita como peona de patio para cebar el mate», escribe Eugenio Cambaceres .

Y si en 1880 Moreno viaja a París para seguir cursos con Broca, Cambaceres  también aparece por ahí tratando de ser recibido por Zola , Emilio Daireaux viendo de publicar en esa ciudad La vie et les moeurs à La Plata y Pellegrini asistiendo al Derby en Chantilly. «Todos estábamos en ese lugar», insiste Cané . Esos eran los distantes y complementarios «espacios de consagración» de la república conservadora: «El Cuero» y la ville lumière.

Y si el perito Moreno reconoce, por un lado, a Juan María Gutiérrez ¾ un hombre de la generación fundadora de Alberdi y Sarmiento ¾ como su «maestro de ciencias», lo mismo le ocurre a las otras figuras de la élite roquista: García Mérou , Luis María Drago, Manuel Podestá, Ramos Mejía .” ([1982] 1983: 227-8). 

Si bien “todos estaban allí”, como dice Viñas , y todos narra­ban ¾acorde con las tendencias dominantes en la época (Pick 1989)¾ casos de enfermedades que se portaban en la sangre, síntomas de degenera­ción moral y social, la encarnadura material y simbólica de estos casos pare­ce haber gene­rado más de un conflicto sobre prácticas profesionales que implica­ban dife­rencias ideoló­gi­cas en el grupo de la elite. La figura de Manuel T. Podestá (1853-1920), por ejemplo, un miembro de la colectividad italiana cuya práctica como escritor y como médico pondría de manifiesto notorias diferencias ideológicas respecto del grupo de profesionales de origen patricio, no podría ser equiparada ¾tal como aparece en la cita anterior¾ con la de José María Ramos Mejía, uno de los más conspicuos representantes de este grupo. Por el contrario, como he analizado en otro artículo, más allá de las fluidas relaciones que Podestá mantenía con los miembros de la elite, una compleja trama de seducción y de conflictos lo alejó de las posiciones más relevantes en el campo médico y lo enfrentó, entre otros, con Emilio Coni, considerado una de las figuras tutelares del incipiente higienismo en Argentina y quien, no por casualidad, hacía un culto de sus virtudes de origen bretón[4].  

Ya Antonio Argerich (1855-1940) , miembro de una familia de médicos patricios con intensas relaciones con el poder (Ruiz Moreno 1960), había señalado el riesgo implícito en el ascenso social e intelectual de esta primera generación de inmigrantes italianos, como era el caso de Manuel T. Podestá o de Francisco A. Sicardi (1856-1927) , en la ciudad de Buenos Aires. Según Argerich, la primera generación podría incorporarse a la clase media mediante la educación y la tenacidad que los caracterizaba para el enriquecimiento material, pero en la segunda y tercera generación el proceso se estancaría y estos seres inferiores habrían de volver a la rusticidad determinada por las leyes hereditarias de sus grupos de origen. Por esta razón aconsejaba evitar “[El] salto brusco del proletariado a las altas esferas de la sociedad, [pues] trae perturbaciones graves y todo lo desequilibra.” Y alertaba: “En ninguna parte se observan estas anomalías con mayor frecuencia que entre nosotros.” (Argerich [1884] 1984: 71). Se hace evidente creo la distancia que media entre esta posición y la que habrían ocupado médicos de la colectividad italiana como los antes citados, quienes a partir de su origen étnico nacional inscribieron una trayectoria de diferenciación dentro del grupo hegemónico que redundó en debates y polémicas suscitados, la mayoría de las veces, tras la publicación de algunos de sus textos ficcionales.

Por cierto, desde los prime­ros comentarios publicados en la prensa hasta las perspec­tivas produ­cidas en los últimos años, la crítica ha señalado en el imaginario cultural argentino de esta época la convergencia de temas y de argumentos entre los ensayos científicos y las narraciones literarias de algunos miembros del grupo letrado (Ricaurte Soler 1959; Vezzetti 1989; Salessi 1995, entre otros). No se han analizado, en cambio, los debates que siguieron a la publicación de las obras entonces editadas, a pesar de que su extensión y persistencia aportan elementos de interés para el estudio de la plural conformación de los campos del saber y del poder a fines de siglo. Estos debates se habrían originado ¾según la hipótesis que he intentado demostrar en un trabajo anterior[5]¾ en la múltiple imbricación literaria de sabe­res que todavía no habían alcan­zado el grado de forma­lización necesaria para ser considerados cientí­ficos, y en las controversias científi­cas y literarias suscitadas a partir de su ficcionaliza­ción. Más allá de las tensiones inherentes a campos que, como el literario y el científi­co, estaban en proceso de formación, la ficcionaliza­ción de estos sabe­res habría sido una de las características domi­nantes de este período, en tanto operaron no sólo como materiales de la ficción, sino sobre todo como estrate­gias de interacción cultural entre los diversos grupos en conflicto.  

Es que en este espacio de debate se advierte, como ya anticipé, la inserción problemática de médicos y escritores de diversa procedencia étnica, social y política. José M. Ramos Mejía (1842-1914), Eduardo L. Holmberg (1852-1937)  o Eduar­do Wilde (1844-1914)  pueden ser consideradas figuras representativas del grupo patricio, mientras que Manuel T. Po­destá  o Francisco A. Sicardi, en cam­bio, formaron parte de un grupo de origen inmigratorio que buscó en una literatura de carác­ter cientificista un instrumento de penetra­ción y legitimación en el ámbito letrado de la elite local, a la vez que una clave expli­cativa de las vicisitudes de los grupos migratorios marginales.  Los escritos de unos y otros formaron una red discur­siva que, al poner en escena los saberes considerados científicos y también aquellos que aún no habían sido admiti­dos en un marco disciplinario, dirimía en las novelas, en los informes  médicos y en los folletines de la época, los espa­cios de posibilidad de la escritura, de la ciencia y de la fic­ción. La literatura entretejía casos clínicos curiosos, extra­ños o fantásti­cos, al mismo tiempo que las historias clínicas modelizaban personajes y tipos de ficción. Los textos exhiben deslizamientos temáticos, entrecruzamientos retóricos e intersecciones gené­ricas que configu­raban, también, estrategias de interacción cultural y social.

Analizaré aquí sólo algunos trazos de estas estrategias en una de las ficciones que he de llamar cientificistas: Libro Extraño de Francisco A. Sicardi, un médico de la colectividad italiana residente en la ciudad de Buenos Aires.

 

1.  El lugar de los médicos en el movimiento intelectual argentino 

Es conocido el lugar dominante que ocupó el conocimiento científico entre los saberes vigentes a fines del siglo diecinueve. Tanto las ciencias naturales como las ciencias biomédi­cas y un conjunto de disciplinas hoy considera­das pseudocientíficas, expandie­ron en la época sus instrumentos con­ceptuales, sus instan­cias metodoló­gicas e inclusive sus estrategias retóricas al campo cultural. En la ciudad de Buenos Aires específicamente, ya en 1875, la fantasía científica de Eduardo Ladislao Holmberg ¾Dos partidos en lucha¾  describía el creciente interés por la ciencia en el precario espacio cultural rioplatense:

Es indudable que en Buenos Aires se va despertando el senti­miento científico con una rapidez extraordinaria. (...) podemos decir, sin temor de ser exagerados, que el gusto científico se desarrolla aquí inmoderadamente. ¿A qué librería podremos ir hoy sin que hallemos que la mitad de las obras se relacionan más o menos directamente con las ciencias...? (Holmberg 1875: 69) 

Numerosos trabajos han abordado esta cuestión (Barrancos 1996; Kohn Loncarica y Agüero 1985; Terán 1979, 1986; Salessi 1995; Vezzetti 1985, entre otros). Aunque desde perspectivas variadas y diversas, la mayoría opina que la medicina aportó, entre 1860 y los primeros años del siglo siguiente, los instrumentos conceptua­les más usados por la elite hegemónica en su intento de concreción del proyecto estatal. La nación vislumbrada desde el poder como realidad posi­ble, era una nación por construirse: la inserción en el mercado internacio­nal comenzaba a gestarse, las masas inmigratorias que aportarían la mano de obra indispensable para la incorporación al circuito econó­mico transoceánico estaban arribando al país y la ocupación produc­tiva de los territo­rios enajena­dos al nativo no se había concretado aún. En este marco de expectativa histó­rica, la realidad era percibida como una situación problemática que el grupo ilustrado no sólo debía transformar delineando estrategias para consoli­dar un estado nacional, sino también dando soluciones a problemas cotidianos para los cuales las ciencias, y la medicina en especial, ofrecían valiosos ins­tru­mentos conceptuales.

La ciudad de Buenos Aires recibió, entre 1869 y 1914, el mayor número de población europea migrante. La incorporación de los nuevos habitantes al ejido urbano y a la trama social, vigente sin cambios profundos desde la época colonial, produjo importan­tes alteraciones en el orden establecido (Gorelik 1998; Liernur y Silvestri 1993). Aguas contaminadas, servicios de cloacas inexis­ten­tes, sólo dos hospitales reducidos para la atención de doscientos mil habi­tantes, acumu­lación de basura en las calles y las consecuentes epide­mias, fueron algunos de los pro­blemas que ubicaron al médico y al hombre de ciencia en el centro de conver­gencia de las expectativas sociales. El problema de la nacionalidad, cuestión que en Argentina fue insepara­ble del proble­ma de la inmigra­ción, comenzó a pensarse, en consecuencia, desde el horizon­te epistemológico de las ciencias médicas ¾entre muchas otras cosas, una nación impli­caba ciudadanos argentinos sanos, es decir, aptos para la producción y el trabajo¾ y los médicos ampliaron notablemente su campo profesional. Para unos, resultaba necesario subsanar los problemas derivados de las enfer­medades hereditarias y los males congé­nitos incorporados al país a través de “los rezagos fisiológicos de la vieja Europa” (Argerich [1884] 1984: 14). Para otros, era necesario procurar condiciones de higiene para el desarrollo adecuado de los hijos de inmigran­tes, “depositarios del sentimiento futu­ro de la nacionalidad” (Ramos Mejía   1899: 310). Una u otra alternati­va presupo­nía el rol activo de los médi­cos clínicos, higienistas y naturalis­tas en el espa­cio políti­co finisecu­lar, no sólo como planificadores de una propuesta de saneamiento urbano, evidentemente necesaria, sino también como copartíci­pes del proyecto político de construcción de la nacionali­dad. Por otra parte, y debi­do a la temprana organiza­ción universita­ria de los estudios médicos, la Facultad de Medicina  atrajo a este campo del saber no sólo a los interesa­dos directos, sino también a un nutrido grupo de naturalistas y geólogos que encontraron en esta institución un ámbito propi­cio para iniciar sus inves­tigaciones.

Este avance de los médicos y científicos en general sobre otras esferas de la actividad cultural y social implicó también una ampliación del espectro de inserción institucional de los médicos y naturalistas: enti­dades como el Centro Científico Litera­rio, el Círculo Científico y Litera­rio, el Instituto Frenopático  o la Academia Argentina de Ciencias y Letras eran formaciones culturales que aglutinaban el interés por las ciencias y la intensa actividad literaria de la mayor parte de sus miembros (Castagnino 1969). También  un catálogo de las revistas publicadas en la época da cuenta del mismo enfoque unificador de la ciencia y de la literatura que puede rastrearse ya en las primeras revistas conocidas. La precursora publicación de Miguel Navarro Viola , Revista de los Estados del Plata sobre Legislación, Jurisprudencia, Economía Políti­ca, Ciencias Naturales y Literatura, publica­da entre 1854 y 1855, ya presentaba este enfoque abarca­dor de los distintos campos del saber que prevaleció más tarde en diversas publicaciones periódi­cas que, por la apro­piación de modelos europeos prestigiosos, la todavía precaria organi­zación de cada disciplina e ineludi­bles razones de mercado edito­rial, incluían en sus páginas la vida de los insectos junto con el último poema romántico y una clase de clínica quirúrgica.

Por último, la atracción que suscitaban las narraciones naturalistas, en los lectores de la ciudad de Buenos Aires (Cymerman 1992), permitía a los médicos afianzar también su nexo con los sectores populares a la vez que convertía las ficciones en una herra­mienta útil para la educación de los argenti­nos re­cien­tes: “¡Afuera la logo­rrea insul­sa, el verso hueco y la litera­tura belle­za! Los li­bros son bue­nos, cuando son útiles. La belleza es un es­plendor efímero. Lo que educa y perfec­ciona sirve.” (Sicardi  [1898], II: 100). Los enunciados de lo bueno y de lo útil, de lo que educa y perfeccio­na, repetidos una y otra vez en los textos de la época, evocan la inten­ción pedagógica asignada a la cien­cia y sobre todo a la divulgación científi­ca. Como ha señalado Jorge Salessi:

Como funcionarios estatales estos científicos literatos [antes ha citado a los médicos Eduardo Wilde, Emilio Coni, J. M. Ramos Mejía  y J. Ingenieros ] fue­ron grandes publicistas (utilizando un término que usaban ellos mismos)[6] y supieron desarrollar y aprovechar una compleja tecnología de producción y difusión de discursos mediante la escritura, traducción y publicación de reseñas, artículos, libros y revistas, muchas veces financiadas por el Estado a través de las agencias oficiales que ellos administra­ban. (1995: 128) 

Revistas, libros y sobre todo los periódicos contaban entre sus páginas a los más re­nombrados médicos de la época. La prensa ocupa­ba un lugar promi­nente, no sólo en la divulgación de los temas cientí­ficos, sino que también tomaba parte de los intensos debates que ocupaban el espacio intelectual del momen­to, pues esta inmensa tarea de producción publicitaria de las nociones de medicina e higiene necesarias para la conformación de un Estado nacional, no parece haber sido una práctica unificada y homogénea de un grupo de funcionarios estatales ¾tal como la han presentado sobre todo Salessi (1995) y Ludmer (1999)¾, ya que quedan huellas de las numerosas polémicas y debates generados en torno de la pertinencia de los temas, la metodología o el estilo utilizado en la divulgación de los principios médicos, así como también de las variadas matrices ideológicas imbricadas en las funciones sociales y culturales del conocimiento científico (Barrancos 1991, 1996; Sarlo 1992).

En el marco de estos rasgos del movimiento intelectual argentino de fines del siglo diecinueve[7], me centraré entonces en algunos comentarios suscitados por la aparición de los cinco volúmenes de Libro Extraño, publicados entre 1894 y 1902 por Sicardi, un médico que ¾como muchos de sus colegas en este período¾ escribía ficciones.

 

2.      La diferencia étnica: extraño y raro es el libro que acabo de leer 

La publicación en 1894 del primer volumen del Libro Extraño  generó diversos comentarios críticos que pusieron en duda, ante todo, la ubicación de la novela en el horizonte literario conocido. “Extraño y raro es, en efecto, el libro que acabo de leer”, confiesa Lucio V. Mansilla  ¾el más ilustre de los gentlemen¾en el primer comentario registrado (1894: 1). Se habrían vendido, según los memoriosos, muy pocos ejemplares[8]. Sin embargo, varias cartas publicadas en los periódicos dan cuenta de una amplia recepción, por lo menos dentro del grupo considerado como la elite intelectual de la ciudad. Tan sólo en La Nación, aparecieron, entre fines de mayo y principios de octubre del mismo año, las notas críticas de tres figuras notables: el citado comentario de Mansilla; uno de Paul Groussac  ¾firmado con el seudónimo Puck¾; y otro, de Christian Roeber , un asiduo concurrente al Ateneo de Buenos Aires y a las tertulias de la época. Era en estas reuniones, en las que coincidían bohemios, abogados, médicos y gobernantes, donde ¾según Luis Berisso ¾ el Libro Extraño “se discute con calor y hasta con vehemencia” (1898:2).

Sicardi era, ya entonces, un médico con cierto renombre clínico e intensas relaciones con el gobernante Partido Nacional. Había nacido en el barrio de Once, el 21 de abril de 1856, en una familia humilde, formada por un genovés ¾capitán de un pequeño barco mercante¾ y una mujer uruguaya, Catalina Urta. A los doce años había sido enviado a Génova en el barco de un tío. Allí estudió en el Liceo Cristóforo Colombo y llegó a inscribirse y cursar el primer año en la Facoltá de Medicina y Chirurgía de Génova. En julio de 1876, de regreso en Buenos Aires, solicitó su inscripción en el segundo curso de la Facultad de Medicina, pero sus estudios en Génova no fueron reconocidos y debió recomenzar la carrera. La experiencia italiana habría de dejarle un caudal de conocimientos y vivencias nada desdeñables para un joven pobre, hijo de inmigrantes confinados en el suburbio del Once:

Hablaba con autoridad del Renacimiento Italiano y tenía devoción por el Dante. Recitaba, con frecuencia, los tercetos perfectos de la Divina Comedia y los ha repetido en La Inquietud Humana. Templó, también, en la Italia de Vittorio Emmanuele II su amor por la democracia. Garibaldi fue para él un genio tutelar. (Bullrich  1943: 16) 

La estrechez económica habría forzado, en Buenos Aires, su opción por la carrera preliminar de farmacia. En 1879 se recibiría de farmacéutico y, recién en 1883, reanudaría los estudios truncos de medicina. En ocho meses aprobó ¾según el legajo archivado en la Facultad de Medicina¾ los tres años de estudios que le restaban para obtener el título de doctor en medicina, y en el mismo año, presentó su tesis sobre Las ptomainas.   Graduado, trabajó durante tres años como médico rural en la zona de Bragado, hasta que se instaló definitivamente en San José de Flores, entonces un suburbio. Durante la epidemia de cólera de 1886, fue nombrado director del lazareto improvisado en Flores y sus servicios, premiados con diploma y medalla de honor por las autoridades del lugar, acrecentaron su fama de médico del suburbio. Conoce entonces a Carmen Lezica , de ascendencia patricia y se casa con ella. El casamiento lo emparienta con una de las familias principales de la elite local y lo pone en contacto con los usos y costumbres de la alta sociedad porteña, aunque su origen étnico y social habría de pesar siempre en su precaria integración al grupo patricio. Manuel Gálvez , uno de sus nuevos familiares, recordaría, décadas más tarde, las consecuencias de esta diferencia inicial cristalizada en el apodo de loco:

[Sicardi] Era de origen modesto ... pero estaba casado con una dama de la más distinguida sociedad y del más ilustre abolengo. Ciertas personas de su parentela política, y que acaso no olvidaban aquel origen, creyeron de buena fe, o simularon creer, en la chifladura de aquel hombre que escribía cosas tan raras. (1961, I: 111)

 El comentario pone en evidencia que la perdurable imagen del loco Sicardi[9] no se habría configurado sólo en torno de un estilo de escritura, tal como Sicardi mismo propondría, casi con orgullo, en una entrevista concedida, en 1926, a Ernesto Mario Barreda. Locura y rareza dependerían, además, de una posición por lo menos atípica dentro del espacio social de la elite, de un origen étnico que evocaba sospechas degeneracionista s, y de una trayectoria médica que se distinguía, notoriamente también, de las principales corrientes profesionales de la época. 

Por una parte, su ascenso en la jerarquía social y profesional no habría permitido olvidar su ascendencia inferior, ya que, de acuerdo con las especulaciones hereditarias en boga, esta debilidad de origen era un factor determinante en la configuración de la locura. Herencia , degeneración  y etnia  se habrían unido, entonces, en la evaluación de la excentricidad del loco Sicardi, quien, por otra parte, a pesar de haber instalado su consultorio médico en un suburbio, aspiraba tenazmente no sólo a formar parte del claustro docente de la Facultad de Medicina, sino que privilegiaba además una práctica intuitiva de la clínica, en un momento en que las novedosas experiencias de laboratorio deslumbraban a sus colegas del Hospital de Clínicas, el centro médico más importante de la ciudad de Buenos Aires . Una anécdota jocosa, relatada por su discípulo más directo, ejemplifica la peculiar posición de Sicardi en sus primeros intentos por ingresar a la corporación médica:

Sus frases eran célebres y se repetían por todas partes. Quién no recuerda aquel concurso a la suplencia de la Cátedra de Clínica Médica en el que lo venció [Julio] Méndez y en cuya circunstancia Sicardi se le acercó, la mano tendida: «Dr. Méndez, usted me ha vencido pero el triunfador soy yo. Usted ayer era Méndez y llegaba de Berlín; yo no era nadie y venía de Flores. Yo he salido del anónimo!» (Bullrich  1943: 34). 

Una vez que, en 1891, a pesar de venir de Flores, logra ser designado profesor suplente de Clínica Médica, tiene vedado sin embargo el acceso al prestigioso Hospital de Clínicas  y debe conformarse con su designación, a partir de 1898, como profesor titular de la cuarta cátedra de Clínica Médica con sede en el Hospital San Roque, la única cátedra dictada ¾en un gesto no exento de densidad simbólica¾ fuera del Hospital de Clínicas.  Desde allí enfrenta la práctica clínica de sus colegas que “enseñaban desde el «Olimpo», que así lo designaba Sicardi al Hospital de Clínicas, no sin cierta intención satírica, por cierto” (Idem 35). No obstante estas diferencias, sus clases se harán famosas y los discípulos se multiplicarán.

Su renombre clínico no tuvo correlato, sin embargo, con el éxito editorial de su libro extraño y raro. “No obstante lo sugestivo del título, el alto concepto social de que goza el autor y el renombre científico del clínico ¾decía Luis Berisso ¾, el primer volumen del Libro Extraño cayó en el más profundo e injustificable olvido.” También Gálvez , comenta el contraste entre su celebridad en el seno de la elite intelectual y su escasa repercusión pública (1961, I: 197). En una época en la que los límites entre genialidad  y locura  dividían las opiniones médicas y literarias (Huertas García-Alejo 1987; Peset 1983), la condición de genialidad de Sicardi  apareció ligada, desde el inicio, a las rarezas decadentes  propiciadas por Rubén Darío  y sus seguidores, pero también a la degeneración hereditaria expuesta, entre otros, por Max Nordau , Valentín Magnan  y Cesare Lombroso y traducidas a un mismo tiempo en los periódicos de la ciudad[10] . Decadente, degenerado y raro, en consecuencia, fueron los epítetos que más se le atribuyeron a Sicardi  en los comentarios recogidos en la prensa, pues, como es sabido, degeneración, neurastenia, pesimismo, improductividad y locura confluían en los escritores llamados raros.  Y “Sicardi ...  era «un raro», y hubiera podido figurar en el libro de Rubén Darío .” (Gálvez 1961, I: 108)[11]. Otra opinión, en cambio, sostiene que los enfermos del Libro Extraño no eran los psicópatas inventados por el decadentismo, sino que eran enfermos reales, casos clínicos observados y analizados minuciosamente por el médico, y transportados luego a la novela. “El Libro Extraño de Francisco A. Sicardi , [está] llamado ¾dice Roeber ¾ a más larga vida que los hijos anémicos y atacados de incurable tuberculosis de ese retoricismo de última hora, a que se ha dado el nombre de escuela decadente” (1894: 6). En la medida en que la noción literaria de la decadencia  unía en un mismo significado nociones procedentes de diversas fuentes, varias posiciones convergen entonces en la recepción primera del libro de Sicardi . Una, relaciona los personajes, temas y ambientes de este Libro Extraño con el imaginario decadentista. Otra, en cambio, advierte en la práctica clínica e higienista del autor la matriz que sostiene cierto verosímil realista del libro. Otra, materializada en el comentario de Luis Berisso, lee en la rareza una “creación genuinamente original” destinada a formar una nueva escuela literaria. Todas las opiniones coinciden, sin embargo, en el carácter fundador del paradigma médico en la configuración de la ficción , así como en el supuesto trasvasamiento de genialidad, desde la figura del clínico exitoso hacia la imagen del médico escritor.

En efecto, la medicina habría aportado un conjunto de temas, tópicos y estrategias de escritura que inscribían el libro de Sicardi  en cierta tradición de ficciones médicas, en la cual los textos de Holmberg , Podestá  o Wilde  eran las expresiones más visibles, aunque no las únicas[12]. En el marco de esta tradición, la ficción  le habría ofrecido a Sicardi  además una matriz para la representación de las luchas y tensiones derivadas de su posición excéntrica en el campo médico y en el restrictivo espacio de la alta sociedad porteña. Pues, así como la pobreza y su origen inmigratorio habían contribuido a construir y sostener el consenso alcanzado por la imagen del “loco Sicardi “, la ficcionalización  de las tensiones en el campo médico habría avalado la catalogación decadente y rara del Libro extraño.

 

2.1.  Cuatro familias de psicópatas 

Entre 1894 y 1902, Sicardi  publicó cinco volúmenes de la obra que, finalmente, los editores F. Granada  y Cía. de Barcelona reunieron, en fecha incierta, con el título general de Libro Extraño[13]. En el prólogo al último volumen escrito a modo de conclusión ¾Hacia la justicia¾, Sicardi  abunda en indicadores sobre el modo en que compuso los volúmenes anteriores y en alusiones más o menos explícitas sobre sus intereses temáticos. Además de la exaltación de la libertad, de la locura  y de las licencias de su escritura, enfatiza en este prólogo una ligazón temática, entre libro y libro, a partir de las familias psicopáticas  que, salvo algunas menciones tangenciales a la obra de Émile Zola,  era hasta entonces un aspecto no abordado en las lecturas de la obra que habían realizado sus contemporáneos. Es la afirmación de Sicardi  mismo la que pone en evidencia entonces la doble filiación del Libro Extraño. Por una parte, la apelación a la genealogía familiar lo relaciona con las sagas narrativas del realismo y del naturalismo  francés mientras que, por otra, las psicopatías hereditarias ¾que evocan también narraciones del mismo origen¾ lo relacionan con el ya vasto conjunto de saberes científicos y pseudocientíficos en torno de las enfermedades hereditarias, y con cierta memoria de ficciones médicas argentinas. Esta última comparación realza el intento abarcador de Sicardi  quien, a diferencia de sus antecesores ¾apenas aludidos en este trabajo¾, no intenta ficcionalizar un tipo mórbido determinado sino representar la mayor variedad de patologías que permitan evaluar, en un rango apropiado, los límites y alcances de la teoría de la herencia  en la configuración de lo social.

Esta teoría había provocado, en la ciudad de Buenos Aires en particular, intensos debates entre médicos y legistas y no todos avalaban su determinismo fatal. En consecuencia, cuando los dos miembros fundadores de la estirpe extraña que articula la trama de los cinco volúmenes ¾Carlos Méndez y Dolores del Río¾ perciben en su hijo Ricardo los primeros síntomas de la misma enfermedad que había abatido a su familia ¾desaliento, hastío , suicidio¾, plantean sus dudas sobre los alcances de la teoría de la herencia . En el fatalismo hereditario, dicen, hay excepciones y el culto del hogar matriarcal, la educación cristiana, las lecturas apropiadas y el trabajo honesto propician estas excepciones. Los hijos de esta pareja fundadora, Angélica y Ricardo Méndez, son las figuras literarias que representarán la excepción. Él, proclive desde muy joven al hastío suicida que había acosado a su abuelo y a su padre, encuentra en el cristianismo  militante el medio para evitar su caída degenerativa. Ella, educada en “el pudor de los hogares inmaculados” por el virtuosismo ejemplar de su abuela Catalina Méndez y de su madre, Dolores del Río, es la muestra de que las duras leyes hereditarias permiten que el medio favorezca las excepciones. Para completar la descendencia ejemplar, sobre el final del último libro se anuncia el casamiento de Angélica con Elbio Errécar, un médico, hijo de inmigrantes vascos, también honesto, ecuánime y virtuoso. Entre ambos hacen un compendio prospectivo de los caracteres que Sicardi  atribuye a la “nueva raza” superadora del determinismo hereditario: trabajo, ahorro, vida hogareña, productividad biológica, económica y también intelectual, pues las nuevas familias necesitan nuevos libros. Valores todos que se encarnarán en los hijos y nietos de Angélica y Elbio: los únicos personajes ¾entre los múltiples que pueblan el Libro Extraño¾, que no son enfermos. Aunque tampoco lo son las dos madres de la familia tradicional: Catalina Méndez y Dolores del Río, y los dos hombres de la estirpe inmigratoria: Martín y Elbio Errécar. El resto de los personajes son psicópatas hereditarios. Todos arrastran el estigma de la locura . Desfilan así por los cinco volúmenes, dos y hasta tres generaciones de familias portadoras de signos degenerativos, de las cuales cada volumen ¾con las excepciones del primer libro, Libro Extraño, y del último, Hacia la justicia¾ ficcionaliza aspectos mórbidos particulares.

Hasta aquí, tan sólo un compendio de los saberes y valores dominantes en muchos textos finiseculares según la ideología dominante (Barrancos 1996; Guy 1998; Terán 1979, 1986). Sin embargo, las historias de cada uno de los protagonistas ¾los principales personajes masculinos son médicos o estudiantes de medicina, además de psicópatas¾ no se ciñen sólo a la representación de los valores dominantes sino que abordan también un tipo de las variantes profesionales de fin de siglo en el área de las ciencias médicas, y un tipo de los distintos modos cognitivos de aprehender y representar literariamente la realidad argentina, pues, con la excepción del “honesto” Elbio Errécar ¾el hijo de inmigrantes vascos, héroe y apóstol de la “nueva raza” y de la “nueva sociedad”¾, todos los demás personajes son lectores insomnes y prolíficos escritores. Practican ¾legal o ilegalmente¾ la clínica, escriben obras que creen literarias y ostentan, al mismo tiempo, varios y contradictorios proyectos de transformación política de la sociedad. Así como cada uno representa un tipo médico finisecular, cada uno representa también alguna de las tendencias que disputaban, en el fin de siglo, un espacio en el dominio de la literatura y de la política y, finalmente, cada uno proyecta rasgos de la propia trayectoria médica, literaria y social de Sicardi  en la época.

Carlos Méndez escribe un Libro Extraño, romántico y decadente a la vez, alejado del tumulto popular. Don Manuel de Paloche ¾curandero, homeópata y alquimista¾ escribe un poema sobre la panacea universal que, en versos neoclásicos y con la “lengua del suburbio”, apoya la transformación social, étnica y política que vive la ciudad. Enrique Valverde ¾la contracara del apostolado médico de Méndez¾ escribe las memorias naturalistas de su vida de médico, destinadas a propiciar la furia anarquista de su hijo Germán. Sicardi , finalmente, escribe un libro a partir de la interacción de los diferentes discursos vigentes en su época: la argumentación política, el poema en prosa, la oración fúnebre, la polémica, el cuento romántico, la payada, la epístola, etc. Géneros, tipos y modalidades de la enunciación conviven en un texto construido por la intercalación de otros, por la cita, por la referencia. Esta característica que, desde el punto de vista de la teoría de la enunciación podría ser aplicada a todo texto, en el Libro Extraño es una estrategia explícita y exacerbada, muy sugerente además desde el punto de vista de una literatura que comienza. La historia del narrador en tercera persona está quebrada por la permanente irrupción directa de lo dicho, leído o recordado por diferentes personajes, pues casi todas las figuras de la novela, desde los protagonistas hasta los personajes menos delineados, tienen un espacio para la escritura, la lectura o la evocación de otras obras, hecho que genera innumerables escenas de oratoria, de lectura y de escritura. A través de estas escenas, se leen en la novela las voces y los textos representativos de gran parte de los integrantes de la ciudad de Buenos Aires, ciudad en la que ¾según la referencia irónica de Juan Antonio Argerich , uno de los más eminentes abogados de la ciudad¾ “Todos somos hombres de letras” (Argerich 1906: 282). Desde las arengas callejeras de socialistas y anarquistas hasta las piadosas oraciones nocturnas de las madres, toda acción de un personaje da pie a la reproducción de un texto, diferente cada vez en tipo y modalidad discursiva. De allí que el paralelo entre enfermedad, escritura, ciudad y sociedad no parezca ser aquí sólo un elemento temático sino una matriz que articula cierta idea de lo que es o debe ser la “novela” al mismo tiempo que estructura también su trama ideológica, ya que lo escrito y lo leído influyen ¾según la tesis sostenida en el texto¾ en la evolución positiva o negativa de las psicopatologías hereditariamente adquiridas. En consecuencia, la catalogación del potencial nocivo o benefactor de las lecturas y de la escritura para la regeneración de las familias psicopáticas  es uno de los núcleos de mayor desarrollo narrativo y, contradictoriamente, su relato genera una acción social, la novela no es sólo espejo sino factor de cambio, elemento coadyuvante a la idea de progreso.

 

2.2.  Los materiales de la escritura y de la lectura 

La narración de las vidas de cada uno de los personajes se articula a través de la ficcionalización  de estos actos de escritura y de lectura que, en el nivel de la trama, anticipan o confirman sus acciones y las de los demás personajes. En el volumen Hacia la justicia, por ejemplo, la trama de familias de degenerados hereditarios, narradas en los cuatro primeros libros, proyecta a través de las lecturas el alcance simbólico de las historias ejemplares. Muertos ya Enrique Valverde, Genaro, don Manuel de Paloche y Carlos Méndez, son las vidas de los hijos de Valverde, de Méndez y de Errécar las que encarnan las tres trayectorias posibles en el itinerario ejemplarizador. Las dos primeras historias ¾la del anarquista Valverde y la del católico Méndez¾ son, respectivamente, historias de degeneración y regeneración. Mientras el conventillo y las lecturas anarquistas potencian en Germán Valverde la fatalidad de la herencia , Ricardo Méndez logra regenerarse por la influencia de un medio familiar que lo favorece y lo guía en la lectura de los clásicos y del Evangelio. La última historia, en cambio, es la de un “espíritu libre”, Elbio Errécar. Él disfruta de las bondades de la “nueva raza”, exenta del estigma hereditario y de las lecturas perniciosas, pues los Errécar no son ni han sido lectores o escritores de literatura. La degeneración de los Méndez, en cambio, y la de los Valverde aparece intrínsecamente unida a la lectura, sobre todo de textos literarios. En consecuencia, quien intenta que sus hijos sean excluidos de la fatal determinación de la herencia , como Carlos Méndez, advierte el peligro implícito en los libros y prefiere, en su lugar, la observación de la realidad.

Esta ligazón temática y argumental entre degeneración hereditaria y literatura ofrece un panorama de las luchas estéticas, médicas e ideológicas que atravesaban los campos de lectura de la época a partir de la historia escrita por Carlos Méndez, cuya figura de médico escritor está ligada no a la moderna escritura y lectura de textos científicos, sino al antiguo placer por la literatura. Escribía un Libro Extraño: la historia de Bohemio y Eros Paradisíaca, que conforma el último apartado del capítulo segundo del primer volumen. Según comenta el narrador del Libro Extraño de Sicardi , Méndez encarnaba en las figuras de Bohemio y de Eros su “prepotente necesidad de escribir” también un Libro Extraño (Sicardi I: 287). Esta duplicación de la profesión médica, del interés literario y del título de la obra, propulsó la búsqueda de correspondencias entre las figuras médica y literaria de Sicardi  con las de su personaje ¾Méndez¾ y también de las de ambos con la de Bohemio ¾el personaje del libro de Méndez. Por cierto, el entramado alegórico del relato enmarcado habría potenciado la búsqueda de estas correspondencias. Tanto Eros como Bohemio, los protagonistas de la historia, eran figuras con polémicas connotaciones en el espacio literario de la época, en general, y en el de la ciudad de Buenos Aires, en particular. Eros había sido uno de los poemas más conocidos de uno de sus miembros hispanistas ¾Calixto Oyuela ¾ y Bohemia, el nombre de uno de los centros de reunión de los jóvenes considerados liberales y revolucionarios[14]. La diferencia simbólica entre Eros y Bohemio puede leerse entonces, más allá de sus alcances convencionales, como la inscripción de las nacientes pugnas estéticas entre las prácticas literarias más conservadoras y ciertas propuestas poéticas todavía emergentes que Sicardi  considera “saludables”. Pues, entre las múltiples enfermedades poéticas representadas en el Libro Extraño, el libro mismo aparece como la única obra que sigue los principios estéticos e intelectuales propugnados por Bohemio y que el personaje sintetiza con la consigna: “libertad intelectual”.

Estos principios ¾ausencia de modelo, de imitación y de escuela, representación de la naturaleza del país mediante la observación y la experimentación, despojo del exotismo, etcétera¾ serían los que Leopoldo Lugones  habría de teñir, a su vez, con un matiz de “virilidad caudillesca” que Sicardi , lejos de desmentir, ponderó positivamente como un valor atinente a la literatura patriótica y nacional. Si como grita Bohemio “¡el siglo está enfermo!” (Sicardi I: 338), la escritura y la lectura de textos saludables, fuertes y viriles puede trocar ¾en la tesis de Sicardi ¾ la enfermedad en salud. En este sentido, tanto los principios estéticos de Méndez como los de don Manuel de Paloche, y los de Sicardi  mismo exhortan a la liberación del rigor de las escuelas poéticas enfermizas que se oponen a la salud viril de los escritores del futuro, de los cuales Bohemio es símbolo por antonomasia[15]. Los personajes que escriben, Méndez y Paloche sobre todo, se quejan de la degeneración literaria de su época y denuestan por igual el romanticismo, el naturalismo  y el decadentismo en boga. Proponen, en cambio, una escritura de lo “natural” cuyos postulados asegurarían la perdurabilidad del Libro Extraño:

Fíjese usted don Carlos [Paloche habla con Méndez]; aquí mismo alrededor nuestro se está haciendo la transformación literaria. En estos suburbios y en cada casa pobre se están operando una completa metamorfosis del idioma y llenándose de ricos y exuberantes y pintorescos modismos, que han de ensanchar su órbita, como los círculos concéntricos, hasta invadirlo todo. ¿Es esta afirmación también una paradoja? ¿Ya no está nuestro idioma elaborándose entre los pobres? ¿No le parece a usted que habrá que tener mucho en cuenta esta tenebrosa y lenta y paulatina incubación para más tarde cuando ya se haya hecho sangre y conciencia universal en nosotros? (Sicardi I: 244)

Varias décadas después, cuando la obra de Sicardi  había pasado ya a formar parte del patrimonio literario del olvido, Manuel Gálvez  rescataría el Libro Extraño precisamente por esta valoración fundante entre transformación literaria y lengua del suburbio. En su visión alquímica de lo literario, Paloche creía que la novela nacional  no se configuraría a partir de la tan en boga imitación de las tendencias europeas, sino en la transformación de los elementos naturales del país a partir de los nuevos usos sociales de la lengua, potenciados por las transformaciones urbanas que había generado el contacto lingüístico y cultural con la masa inmigratoria. En la transmutación estética de la naturaleza, pero no en el naturalismo , se produciría la literatura nacional del futuro, pues en el presente sólo nota una ausencia de originalidad y un exacerbado interés por el naturalismo zoliano. Este distanciamiento de la tendencia naturalista dominante, paralelo y equivalente al distanciamiento entre pensamiento clínico y alquímico[16], ubica al homeópata ¾y a su amigo, Herzen, un “enamorado del arte enfermo, de la bruma de medias tintas y de la miniatura de marfil” [17]¾ en la posición de raros en la trama genealógica de escritores y lectores enfermos.

En estas historias de escritores y lectores, de médicos y pseudo-médicos, se detectan entonces prácticas literarias enfermizas y otras, saludables. Entre las primeras, encajan por igual el romanticismo de Méndez, el naturalismo de Valverde, el decadentismo de Herzen y el transformismo de Paloche. Todos psicópatas hereditarios. Pero, mientras las prácticas de los dos primeros están condenadas al ineluctable fatalismo hereditario, las de Herzen como las de Paloche transitan el extenso dominio de la experimentación con materiales innovadores y, por esta razón, aunque también sucumbirán a las leyes psicopáticas, gozarán al menos del beneficio de ser catalogados como raros y de proyectar sus hallazgos hacia el futuro.

Entre las prácticas saludables, en cambio, se ubican los postulados de Bohemio ¾que junto con los de Sicardi mismo serán considerados además viriles: libertad de escuela y libertad en el uso de la lengua para la configuración de la buscada novela nacional   . La postura de Sicardi es  reiterada, una y otra vez, tanto en los cinco volúmenes ficcionales como en sus discursos académicos: “Conviene no asustarse porque entre un chorro de polen americano en la vestusta y majestuosa lengua. De todos modos con susto o sin él, ya está el polen adentro. (Sicardi 1898 : 290-291).

La proyección de tamaño postulado lingüístico y cultural sólo se hará patente varias décadas más tarde. Mientras tanto, sólo se percibirá la diferencia étnica palpable en este peculiar uso literario de la lengua que  no pasó desapercibido, por cierto, entre sus contemporáneos, quienes enfatizaron este aspecto en la mayoría de sus comentarios. En algunos, primó el desconcierto ante una producción que desafiaba los estilos conocidos: “porque el libro es raro ¾decía Roeber ¾, es genial, y porque Sicardi  no es romántico, ni idealista, ni naturalista, ni decadente, y lo es todo al mismo tiempo, sobresale por encima del nivel común”. Otros señalaron, en cambio, la falta de unidad narrativa: “el defecto capital estriba, a mi ver ¾escribe Groussac ¾, en la absoluta carencia de unidad y de plan”, “sin unidad en el conjunto”. Casi todos coincidieron, sin embargo, en la sorpresa ante la incorporación de una lengua diferente: “Donde han variado las opiniones ¾decía ya el primer comentario de Mansilla ¾ es respecto de la forma, llena de giros nuevos, inesperados, desconocidos”, “¡Qué estilo ! tan difuso; ¡qué giros! tan arcaicos; ¡qué proporciones en la frase! tan desmesurada”. Por último, la tan esperada voz de Rubén Darío , insistió en el poema recogido en El canto errante sobre el uso “inaudito” de la lengua: “Libros extraños que halagáis la mente/ en un lenguaje inaudito y tan raro...”.

Ya en 1896, cuando sólo se conocía el primer volumen de Libro Extraño, Darío  había enviado una carta a Menéndez y Pelayo  en la que planteaba el problema que habría de generar la mayor parte de las críticas posteriores. Sicardi  no “respeta” la lengua y en esto reside el mayor defecto de su libro[18]. En torno de esta incorrección en el uso del idioma que, en el comentario de Darío , aparece sólo como falta para alcanzar cierta futura gloria del pensamiento hispanoamericano, Lugones  planteará, en 1899, un problema de índole nacional: “El Dr. Sicardi  viola la sintaxis con un desenfado incomparable. Si la ley no se ajusta a su ritmo, le quebranta él las vértebras para plegarla. Después... que se arregle el lector como pueda. He aquí un vicio nacional.”[19]. Lugones  desarrolla esta cuestión en los dos extensos comentarios que dedica al tercero y el cuarto tomo de Libro Extraño y, paradójicamente quizá, el ensañamiento con que lee el libro de Sicardi  contribuye, más que a denigrar una obra que no había merecido hasta el momento más que algunos comentarios tangenciales, a reubicar al médico italiano en el espacio letrado de la ciudad. Quien hasta entonces había sido catalogado poco más que como un degenerado superior, a partir del ataque de Lugones  ocupa la posición central de antagonista, en el debate respecto de la lengua y de los temas que deberían corresponder a una literatura que respetara lo nacional. Ningún comentarista había reparado, antes de Lugones , en el peculiar énfasis de Sicardi  en la configuración de su Libro Extraño como una genealogía de la nación que, ante la declinación “de la vieja alma nacional”, debía escribirse en la lengua del suburbio para así desenmascarar las patologías implícitas en el resto de las poéticas vigentes.  Es él, entonces, quien, ya en 1899, otorga a Sicardi  un lugar en el núcleo intelectual de la época y a su obra, el de la novela representativa de la “idiosincrasia nacional”. Los dos valores que permitirían que, muy poco décadas después, Manuel Gálvez  reconociera a Sicardi  como un precursor fuerte:

... cuando lo conocí y lo traté con frecuencia, yo, como casi todos los muchachos escritores, simpatizaba con la doctrina del arte por el arte. (...) También estábamos en desacuerdo con él los muchachos ¾me estoy refiriendo a los años de 1903 y 1904, antes de nuestra evolución hacia el nacionalismo literario ¾, con respecto al valor de los temas novelísticos que podían ofrecer al escritor las cosas y los seres de nuestro país. Influido entonces por la literatura francesa, yo opinaba, como todos mis compañeros, si no me equivoco, que aquí no había temas para hacer grandes libros. Esta era también la creencia de toda la gente culta, a pesar del Facundo y del Martín Fierro. Sicardi    opinaba lo contrario, y no hay para qué decir que la razón estaba de su parte. (Gálvez I: 113. El subrayado es mío)

 

Sicardi  había explorado un cúmulo de temas, de personajes, de escenarios y de variedades lingüísticas que los escritores de las décadas siguientes utilizarían en la narración de la llamada novela argentina. Como es sabido, los personajes marginales, el suburbio, el conventillo, las transformaciones urbanas y, sobre todo, el registros de los nuevos usos de la lengua fueron los materiales que nutrieron la configuración de la novela nacional . Desde las ficciones de Gálvez a las de Roberto Arlt, puede decirse que la mayor parte de los materiales del realismo ya habían sido explorados en el Libro Extraño de Sicardi  y que, por esta misma razón, habría sido considerado un libro extraño. 

 

 

3.      Las ficciones cientificistas:  

A partir de la figura del genialoide Sicardi , pueden leerse entonces en el movimiento intelectual argentino de fines del siglo diecinueve una serie de extraños textos de escritores no menos extraños, que ponen en evidencia las zonas de contacto entre un conjunto de discursos tan dispares como los de la alquimia, la homeopatía, el anarquismo o el decadentismo y los vertiginosos cambios sociales y políticos producidos en la última década del siglo. A partir de esta lectura puede conjeturarse también la función simbólica y práctica que las estrategias de representación cientificistas debieron de haber cumplido en la negociación de tensiones y conflictos en el espacio de la cultura y también en el espacio social. Pues se hace evidente en la recepción de estos, y de otros textos del período, la debilidad de la hipótesis que tradicionalmente otorgó cierta homogeneidad a los discursos y a las prácticas del grupo dirigente.  Surgen, en cambio, signos de una conflictiva heterogeneidad étnica, social e ideológica de la elite letrada.

Más allá de la ficción, las teorías de la degeneración , de la herencia , de la sugestión , de la variabilidad de las especies , entre tantas otras, habrían provisto una trama discursiva que permitía debatir sobre conflictos profesionales que no podían ocultar sus orígenes étnicos, sociales y políticos. En estos debates, como ya había advertido tempranamente Holmberg , las ficciones aparecían como el medio más idóneo para “presentar la verdad en nuestro tiempo”[20].  Lejos de ser un “elemento hostil”, la ficción habría tenido  en la época un poder de intervención en la dimensión social mucho más importante que el asignado a otro tipo de discursos y, al mismo tiempo, habría encontrado en el discurso científico una pródiga fuente de legitimidad. Un perspicaz observador del “movimiento intelectual” en las últimas décadas del siglo, provisto incluso de una de las primeras estadísticas culturales conocidas, comenta la posición de privilegio asignada a la ficción novelesca por el escaso público lector:

En cuanto a las obras que más se leen (...) ¡Un 87% de novelas! ¡mientras que los libros de ciencias y de artes han tenido sólo un movimiento circulante representado por 3126 volúmenes ¾apenas el 2%¾y los de historia, geografía y viajes, 5482, o un 4%!

Esta predilección de nuestro público por la literatura y por la novela, dejando de lado las lecturas serias en las ciencias, en las artes, en la historia, o en la geografía, género, este último, que cada día adquiere mayor desarrollo, a medida que los continentes se exploran y que nuevas tierras se agregan al dominio civilizado del hombre; esta predilección de nuestro público por la novela, de que hace poco se quejaba, con mucha razón, un lector de La Nación, ha sido también señalada por el Sr. General Sarmiento, en un erudito estudio que consagró a la biblioteca Bernardino Rivadavia, demostrando con las cifras comparativas que somos el pueblo de la tierra que se alimenta con mayor número de novelas” (Martínez 1887: 33-34) 

Estas ficciones, como ya dije, habrían dotado de una trama novelesca a los numerosos debates que atravesaban el discurso social. Pero, al mismo tiempo, la ciencia habría provisto a la ficción no sólo sus temas y sus tópicos, sino además sus mecanismos retóricos y sus estrategias de autorización y legitimación profesional. A las ficciones que surgen de este proceso de interacción discursiva, las he considerado cientificistas, pues si bien comparten rasgos argumentales, retóricos y estilísticos con otras ficciones del período, se caracterizan por su peculiar ponderación científica de normas epistémicas, literarias e ideológicas en conflicto.

En uno de los últimos y más interesantes trabajos publicados sobre estos textos, Gabriela Nouzeilles  describió algunos de ellos como romances patológicos, en obvia alusión a la categorización de la novela sentimental como romances fundacionales propuesta por Doris Sommer  en 1991. En los romances analizados por Sommer ¾Amalia de José Mármol y María de Jorge Isaacs, entre otros¾ una historia de amor entre protagonistas pertenecientes a razas, etnias o grupos sociales diferentes une alegóricamente los elementos cívicos que prefiguran la nación en ciernes. En este sentido, los romances fundacionales habrían promovido estrategias de negociación del consenso necesario para alcanzar la unidad nacional. Los romances patológicos, en cambio, denunciarían y atacarían ¾según Nouzeilles ¾ todo intento de alianza entre grupos disímiles. Si bien estas ficciones también narran historias de amor entre personajes que representan regiones, partidos o razas diferentes, estas relaciones patológicas ¾en contraposición con los intenciones y los propósitos de los romances fundacionales¾ ponen de manifiesto la incompatibilidad e imposibilidad matrimonial por causas biológicas internas que impiden y destruyen todo tipo de unión. En esta categoría de romances patológicos, Nouzeilles  distingue un primer tipo en el cual incluye las novelas ¾como Libro Extraño de Sicardi ¾ cuyo argumento se centra en la unión problemática de miembros de la clase alta y descendientes de inmigrantes; y un segundo tipo, en el que incluye novelas como Irresponsable de Podestá que ficcionalizan la unión de miembros de la alta burguesía con integrantes de las clases bajas. Ambos tipos configurarían el revés del argumento de la familia como metáfora de la nación, pues ninguno de estos amores se consuma en el matrimonio, sino que, como ha señalado Donna Guy , condensan en las figuras del adulterio y de la prostitución las consecuencias de una sexualidad considerada peligrosa. Tanto el análisis de Nouzeilles  ¾como el no menos valiosos de Sommer¾ enfatizan la peculiar función de lo literario en la configuración de una idea de nación y de un proyecto nacional y, en relación con este presupuesto, analizan e interpretan, prioritariamente, la adecuación o inadecuación de las tramas argumentales de las novelas románticas, en el caso de Sommer, realistas y naturalistas, en el de Nouzeilles , al proyecto de nación vigente. Respecto de esta cuestión, Nouzeilles  concluye que estas novelas “revelan gráficamente las consecuencias horríficas de la distopía nacional”[21] a la vez que permiten observar las dos fuerzas que, aunque opuestas, contribuyen ambas a la formación de su imaginario. Una fuerza centrípeta que incorpora a todos los individuos y mantiene la horizontalidad de la comunidad nacional ¾cuya expresión simbólica más acabada serían los romances fundacionales¾ y una fuerza centrífuga que expele a todos aquellos considerados diferentes, representada literariamente en los romances patológicos.

A pesar de la seducción intrínseca a este tipo de discurso totalizador que propone hipótesis que, desde la biología y la literatura avanzan hasta los mecanismos de control del estado y de la nación, creo haber registrado, en la recepción de estos mismos romances, huellas suficientes del proceso de diferenciación étnica y social que comenzaba a producirse en el grupo letrado de la ciudad y sobre la función de los saberes científicos y pseudocientíficos en este proceso, que sitúan mis hipótesis en una perspectiva más cercana a lo que Athena Vrettos  llamó, en su análisis de la cultura victoriana, ficciones somáticas. Es decir, ficciones que ¾como las que llamamos cientificistas, en virtud del extraordinario desarrollo del cientificismo en el pensamiento argentino de la época¾ apelan a la ciencia y también a las pseudociencias para representar estrategias, no sólo de inclusión o exclusión como señala Nouzeilles , sino, sobre todo, de interacción entre saberes, discursos y prácticas étnicas, sociales y políticas en conflicto. No creo que estas ficciones propongan discursos homogeneizadores de la diversidad social como los llamados romances fundacionales; creo que, más bien, tienden a escenificar las tensiones y negociaciones entre la multiplicidad de saberes y de discursos que pugnan por imponer su criterio de razón en el campo del poder y, en consecuencia, en el imaginario nacional[22]. Esta tendencia a ficcionalizar la tensión y el conflicto entre saberes y poderes habría sido una de las causas que contribuyó a que estos textos fueran leídos, no como romances patológicos, sino como textos extraños, curiosos, raros, difíciles de clasificar[23].

Es evidente, por cierto, que ni los textos ni las figuras de los autores aquí citados formaron parte en general del canon de la literatura argentina y, como se ha podido observar desde el comentario mismo de sus contemporáneos, más de una vez se dudó inclusive sobre su pertenencia al dominio de lo literario. Las razones de esta recepción marginal de textos y de autores, aparecen tan complejas como diversas: habría que considerar, en primer lugar, los avatares de campos que, como el literario y el científico, comenzaban a configurarse y carecían, en consecuencia, de los mecanismos de autorización y legitimación propios de ámbitos consolidados en su especificidad; luego, habría que agregar también las vertiginosas modificaciones demográficas que afectaron la ciudad de Buenos Aires y que incidieron en la configuración del grupo letrado. Avanzado el siglo veinte, Manuel Gálvez  describiría, con cierta nostalgia, los cambios producidos en el origen social, económico y étnico de este grupo:

Hasta hace treinta años, el escritor argentino llevaba su apellido español y pertenecía a las altas clases sociales. Así, Avellaneda, Sarmiento, Mármol, Mansilla, Cané, Lucio López, José Manuel Estrada. Por entonces comenzaron a aparecer en las letras los apellidos italianos y judíos. (...)

En general, como puede sospecharse por lo anterior, el actual hombre de letras pertenece a las clases medias de la sociedad; y algunos al bajo pueblo. La gran mayoría de los que llevan apellidos extranjeros han nacido en cuna humilde o modesta. Y lo mismo, en general, salvo una minoría, los que descienden de españoles o de argentinos. (Reproducido en Carilla  1979: 79)

 Los autores de estas ficciones habían surgido, como señala Gálvez , de los nuevos sectores medios, que no pertenecían al grupo patricio vinculado a la economía agro-exportadora ni tampoco al sector inmigratorio que, en condiciones paupérrimas, había poblado los conventillos, sino a un sector inmigratorio que, habiendo llegado al país en condiciones culturales y económicas ventajosas respecto del resto de la población migrante, comenzaba a configurar un espacio cultural intermedio, destinado a desarrollarse y avanzar progresivamente sobre los otros dos. Este grupo habría encontrado en las ficciones cientificistas, que también cultivaron escritores de un origen social diferente como es el caso de E. L. Homberg, un instrumento de penetración y de legitimación en el espacio de la cultura de la elite local a la vez que un instrumento de explicación de las vicisitudes de los grupos migratorios marginales.

Así como una comparación estadística de la mayor parte de los escritores naturalistas franceses permitió a Jacques Dubois  afirmar que: “le profil de l'écrivain naturaliste est dessiné para un statut familial et professionnel médiocre, une faible dotation culturelle et une origine provinciale” (1978: 85), puede decirse que los autores de ficciones cientificistas más citados en las historias de la literatura argentina ¾Antonio Argerich , Manuel T. Podestá  y Francisco A. Sicardi ¾ tienen un estatus familiar, profesional y cultural que los diferencia de los miembros más conspicuos de la elite patricia. Antonio Argerich , aunque miembro de una de las familias de mayor prestigio científico en la ciudad, llevó sin embargo una vida distanciada de sus familiares ilustres: no cursó estudios universitarios, se alejó de la ciudad de Buenos Aires ¾vivió en la patagonia primero, en el noroeste del país después¾ y obtuvo sus ingresos de algunos cargos públicos subalternos en la policía territorial y, finalmente, del periodismo. Tanto Manuel Podestá  como Francisco Sicardi , por otra parte, fueron, como ya dije también, representantes de la primeros argentinos hijos de la inmigración. Hijos de genoveses los dos, médicos por primera generación, desarrollaron la mayor parte de su trabajo en la comunidad italiana y en los suburbios de la ciudad de Buenos Aires. Testigos del hambre, la pobreza y las enfermedades de sus propias comunidades de origen, “víctimas de las malas condiciones higiénicas, de la ignorancia, de la superstición, de la miseria” (Podestá  1888: VI), se ufanaban de su trabajo diario entre conventillos, hambre y epidemias y desdeñaban, en cambio, las especulaciones teóricas del “Olimpo”, nucleado en el Hospital de Clínicas , a pesar de sus reiterados intentos por ingresar a él. Sin embargo, es desde su práctica en hospitales, dispensarios y lazaretos de los barrios de población mayoritariamente inmigratoria, desde donde estos médicos escritores emprenden una tarea de divulgación de nociones de higiene pública necesarias para consolidar un proyecto de nación que no les pertenecía por origen ni por condición social, pero con el cual se sentían identificados, a pesar de que se suelen ubicar sus figuras en los márgenes de la profesión médica y de la institución literaria. Surgen así numerosos prólogos, dedicatorias y prefacios que, tal como sugiere también Dubois, no son más que intentos de legitimación de un género espurio respecto de la poética dominante. Intentos de validar textos escritos por autores que no pertenecían a lo que David Viñas  llamó el grupo de los gentlemen ni tampoco al incipiente grupo de escritores que intentarán hacer de la literatura una profesión. Las ficciones cientificistas fueron escritas, en su mayor parte, por médicos que no provenían del grupo de familias tradicionales, sino de sectores inmigratorios que buscaron su inserción en la elite local mediante un recurso innovador: la apelación a la ciencia y a su ficcionalización como estrategia de interacción y legitimación social y cultural.


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[1] Profesora Adjunta en la Universidad Nacional de La Pampa, Argentina.  Investigadora Asistente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.  Master of Arts, University of Maryland, USA.  Presentó su tesis de doctorado sobre Estrategias cientificistas en la literatura argentina de fines del siglo XIX en la Universidad de Buenos Aires.

[2] Sobre los aportes a la configuración de la crítica cultural en Argentina por parte del grupo llamado Contorno, pueden consultarse los artículos compilados por Susana Cella en el volumen 10 de la Historia crítica de la literatura argentina dirigida por Noé Jitrik (Buenos Aires, Emecé, 1999).

[3] En este sentido, cuando Josefina Ludmer  habla de la “coalición cultural y literaria de 1880” y establece también que esta coalición es “homogénea en los lugares comunes del liberalis­mo, el positivismo, el Club del Progreso, el teatro Colón, la Recoleta y algunos carnava­les”, se refiere a “las diversas versiones de los patricios (Cané , López, Wilde, Mansi­lla, los hijos de los exiliados de Rosas y los nietos de la independencia)” (Lu­dme r 1993: 9-40). Deja abierta, en cambio, la consideración de otros escritores ¾hijos de la primera genera­ción inmi­gra­to­ria¾ que, en el mismo período, compar­tían su práctica pública con el grupo de los patricios.

[4] Analicé la relación entre E. Coni y M. Podestá en el artículo “Diferencias étnicas en los orígenes del higienismo argentino”, Saber y Tiempo 7 (1999): 73-91.  En un artículo anterior, describí también su enfrentamiento con Norberto Piñero: “El debate científico y literario en torno de Irresponsable de Manuel T. Podestá”, Anclajes II.2 (diciembre 1998): 77-103.

[5] He expuestos estas hipótesis en la tesis de doctorado Estrategias cientificistas en la literatura argentina de fines del siglo diecinueve dirigida por María Teresa Gramuglio (Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1999). Inédita.

[6] Salessi remite a Ernesto Quesada , “La vocación de Ingenieros “, Nosotros 199 (1925): 437.

[7] Opté por el subtítulo “el movimiento intelectual” ya que, tal como apare­ce registrado en tres textos de la época, su enunciado evoca el itinerario de un campo intelec­tual en vías de formación. En las Dos Palabras escritas en 1877 como introducción de sus Ensayos, Miguel Cané  opone la falta de literatu­ra nacional a la atracción del “movimiento intelectual” europeo: “La República Argentina no tiene en la actualidad literatura nacional ... encontrándome en París ... envueltos, en una palabra, en el movimiento intelectual    que no cesa un instante en aquel centro sin igual ... soñábamos en los tiempos en que pudiéra­mos mirar en las calles de Buenos Aires a algunos de nuestros compatriotas con el respeto con que mirába­mos a aquellos dos hombres [Víctor Hugo y Dumas]” ([1877] 1940: 6-7). En la década siguiente, Ernesto Quesada  y Alberto Martínez  titularían “El movimiento intelectual argenti­no” sendos estudios sobre las prácticas culturales en la ciudad de Buenos Aires. Es evidente que, en poco tiempo, se había producido un desplazamiento notorio en la percepción de la actividad intelectual en la ciudad. La falta y la carencia denuncia­das por Cané  son reempla­zadas en los trabajos de Quesada y de Martínez por los registros de bienes culturales. Un análisis comparativo de los informes de Quesada y de Martí­nez puede verse en Prieto  1988: 34-52. En este aparado me centraré, sin pretensiones de exhaustividad, en los aspectos concernientes a mis hipótesis.

[8] Idéntico comentario podría hacerse respecto de muchas otras novelas del período. Cfr. Carilla 1979: 57-106.

[9] “En esos tiempos [1886] ya lo llamaban «el loco Sicardi» y «el loco Sicardi» sostenía, a su vez, que todos los habitantes de Buenos Aires, de Callao para adentro, estaban locos”. (Mariano de Vedia , Conversando, Caras y Caretas, Archivo particular de Eduardo Salterain y Herrera. Citado en Napolitano  1942: 384).

[10] Sobre la difusión de estos autores, puede consultarse Mogillansky, Gabriela, “Max Nordau o las patologías de la ficción”, en Noé Jitrik (comp). Atípicos en la literatura latinoamericana. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1996: 19-25.

[11] Gálvez alude aquí a una de los libros más célebres de la época: Los raros, una antología de retratos de escritores contemporáneos publicada por Rubén Darío en Buenos Aires en 1896.

[12] La bibliografía médica argentina ha registrado, en varias oportunidades, médicos que se dedicaron también a la actividad literaria. Véase, entre otros, Osvaldo Fustinoni,  Médicos en las letras argentinas, Buenos Aires, Prensa Médica Argentina, 1981, o Carlos Ponte , “Médicos en la literatura”, Buenos Aires, Jornada médica, vol. 7, número 427, año 1­77, p. 26.

[13] Las citas siguientes corresponden a esta edición. La datación de los cinco volúmenes ha sido uno de los puntos de menor coincidencia crítica. Un estado de la cuestión, puede consultarse en mi artículo “En los límites del realismo, un libro extraño”, Noé Jitrik (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, Buenos Aires, Emecé, volumen 6 [en prensa].

[14] En 1882, el poema Eros de Calixto Oyuela  había sido premiado, “con rosa y banda”, en los Juegos Florales iniciados por el Centro Gallego. En cuanto al nombre Bohemio, además de evocar la “causa bohemia, que todos ¾según Leopoldo Lugones ¾ creíamos irremisiblemente enterrada bajo los mármoles armoniosos de Flaubert” (La Tribuna, 18 de octubre de 1899), recuerda también las reuniones realizadas, desde el primero de enero de 1880, en la casa de Belisario Arana y que habrían dado lugar a una asociación llamada “la Bohemia”. El ideario de esta formación era muy similar ¾según los recuerdos de Martín García Mérou ¾ al legado poético del personaje del Libro Extraño de Méndez: “Sólo en una cosa coinciden [los bohemios]: todos son ultraliberales y eminentemente revolucionarios; quieren un cambio completo político y social.” (Martín García Mérou, Recuerdos Literarios, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 117).

[15] Desarollé este cruce de virilidad, maternidad y salud en la cosmovisión literaria de Sicardi en la tesis antes mencionada.

[16] Lawrence Rothfield (1992) ha demostrado la relación ideológica y estructural entre el pensamiento clínico y el naturalismo francés e inglés de la época.

[17] La mayor parte de los críticos ha señalado la extraordinaria semejanza entre los datos de la vida y de la producción artística de Rubén Darío  y los atributos otorgados a la figura de Herzen.  Una síntesis póstuma de su figura aparece en el capítulo que lleva su nombre. (LE II: 225-247).

[18] Rubén Darío , La Nación, 8 de marzo de 1896. Citado en Emilio Carilla, Una etapa decisiva de Darío (Rubén Darío    en la Argentina), Madrid, Gredos, 1967, p. 171, nota 14.

[19] Leopoldo Lugones , “Francisco Sicardi “, Revista Buenos Aires, 9 de abril de 1899.

[20] Cfr. “Las fantasías, en sí, no son un elemento hostil, en manera alguna, antes bien son un medio eficacísimo de presen­tar la verdad en nuestro tiempo”. (Eduardo L. Holmberg, La Ondina del Plata, 18 de junio de 1876, p. 300)

[21] Cfr. “As we have seen, the Argentine pathological romance reversed the narrative matrix that shaped Latin American foundational romantic fictions in two fashions. First, there was a shift from the homogenizing and apparently open program of liberal nationalism towards the politics of exclusion according to biological identity, that is, from a political equality based on a legal contract to a classificatory system based on natural law. Secondly, naturalist plots always involved a drastic turn from an emphasis on utopian union to a graphic revelation of the horrifying consequences of national dystopia.” (Nouzeilles  1996: 32).

[22] En la perspectiva de Vrettos: “Somatic fictions are not the unified products of a coherent cultural logic; rather, they are emblematic of the promiscuous interaction and semiotic drift of cultural forms.” (Vrettos 1995: 179. El énfasis es mío).

[23] Nouzeilles  misma establece una distinción entre dos tipos de romances patológicos: en el primer tipo, considera la llamada “novela de inmigrante” ¾La gran aldea de Lucio V. López, En la sangre, ¿Inocentes o culpables? y Libro Extraño¾; en el segundo tipo, ubica ¾paradójicamente¾ “a body of novels which resist classification” ¾Sin rumbo, Irresponsable, La maldonada de Francisco Grandmontagne¾. (1996: 26-7). Cabría considerar, quizá, que los problemas que encuentra Nouzeilles  para clasificar estas novelas se deben, entre otras razones, a la no consideración de las diferencias intrínsecas al origen, la posición y la trayectoria de sus autores en el espacio cultural de la ciudad.