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Grupo de Trabalho 4
La Omisión de la Diferencia: Representaciones Culturales Hegemónicas en los Procesos de Transformación Urbana

 Núria Benach[1] 

 Cuando en el verano de 1992 se estaban celebrando los Juegos Olímpicos en Barcelona, en la ciudad se respiraba un ambiente particular, y no sólo por la cantidad de extranjeros presentes por doquier (atletas, periodistas, turistas...) y por el estado de alerta al que era sometido todo el funcionamiento de las infraestructuras urbanas. Para los barceloneses, se trataba de unos días diferentes, de una enorme Fiesta Mayor, como los calificó entonces el propio alcalde, o de un carnaval generalizado[2], en el que la vida cotidiana y el normal funcionamiento de la ciudad se veía alterados por la magnitud del evento. La ciudadanía ocupaba masivamente la calle para celebrarlo ante el asombro general de los cronistas internacionales. Atrás quedaban meses, años, de preparación de una gran fiesta que se consumió en apenas quince días aunque el recuerdo parecía programado para perdurar bastante más en la memoria.

Barcelona había sido nominada como sede olímpica seis años antes, en 1986, y acto seguido se producía una espectacular explosión popular de gozo.  Pero entonces hacía ya varios años que quienes gobernaban Barcelona habían programado cómo tenía que ser la ciudad, cómo tenía que transformarse para salir del cul-de-sac en que la había sumido la crisis industrial de los años 70. Por descontado que no sólo en Barcelona había quien se planteaba cómo llevar a cabo el necesario reajuste económico y espacial de los espacios urbanos. En la capital catalana, se buscaba la manera de desencallar una ciudad que se tenía a si misma por más dinámica, más cosmopolita y más europea que el resto de ciudades de su entorno. Su pasado económico y cultural así lo testimoniaba, decían algunos. Existen, naturalmente, suficientes paralelismos e inercias históricas en el devenir de cualquier ciudad como para justificar una vía de interpretación continuista. Sin embargo, ante el abuso de tal interpretación en los análisis y las representaciones recientes de Barcelona, más guiadas por el ánimo de legitimar la situación presente que no por el de comprenderla, una lectura rupturista tal vez tenga la virtud de contextualizar mejor los objetivos y las razones de un proyecto de transformación urbana aún sin finalizar y en el que la celebración de los Juegos Olímpicos no fue ni anécdota ni excusa, como se ha señalado frecuentemente para mostrar aun mejor la grandeza del cambio urbano, sino parte integrante de una estrategia de gran alcance para la reestructuración de un espacio urbano que no estaba rindiendo los beneficios de los que era capaz. Era imprescindible, claro está, que existiera una buena disposición de la ciudadanía para ello. Esa buena disposición, esa aceptación o incluso ese entusiasmo percibido (representado) por los dirigentes políticos o la misma prensa ante los profundísimos y, por definición, interesados procesos de transformación de la ciudad fue programada y producida  como parte integrante de la política urbana de este período. En ella no cabían ni voces disonantes ni críticas demasiado profundas. No se produjeron y no necesariamente porque no existieran en algún grado sino porque la representación del consenso social fue tan potente que apenas dejó la posibilidad de ver nada más. En esta comunicación nos proponemos mostrar cómo se fueron construyendo y difundiendo diversas representaciones de la ciudad o de aspectos de ella en lo que podemos llamar genéricamente “la Barcelona olímpica”, como ejemplo de cómo operan las representaciones culturales hegemónicas en los procesos de transformación urbana[3], máxime cuando aún hoy, transcurridos varios años ya desde el momentum olímpico, el proceso de transformación urbana continúa siendo contemplado bajo la óptica de la misma lectura única.

 

 Procesos de reestructuración y políticas urbanas

 En los análisis de las transformaciones urbanas recientes han abundado lecturas rupturistas que han puesto todo el énfasis en los cambios, en la existencia de una nueva ciudad que respondería a las exigencias de la fase actual del capitalismo. La década de los años 70 se muestra como el gran momento de inflexión en todas las ciudades occidentales. En las ciudades españolas como Barcelona al desplegamiento progresivo y muy profundo de una crisis económica desde mediados de la década que supuso grandes pérdidas de puestos de trabajo, y un notable estancamiento demográfico, cabía añadir una transición política democrática que se iniciaba con la muerte del dictador en 1975. En la metrópolis barcelonesa ya se había venido observando, sin embargo, una relocalización periférica de la industria desde la década de los 60 aprovechando los menores costes de instalación y las cuantiosas plusvalías que se obtenían con la reconversión de la vieja instalación industrial en un asentamiento terciario[4]. Así, la ciudad central, el corazón de la metrópolis barcelonesa devenía una ciudad cada vez más especializada en servicios de alto valor añadido. Por otra parte, en el plano demográfico, si la población catalana se había concentrado de manera creciente en la capital barcelonesa , y particularmente en su área metropolitana, progresivamente las variables demográficas van estancándose hasta alcanzar un momento en el que tanto el movimiento natural y el migratorio, muestran un signo negativo. Se ha destacado, sin embargo, que el factor demográfico clave de la evolución demográfica de la ciudad de Barcelona es cada vez más la emigración, la cual, al ser altamente selectiva, incide a su vez en el crecimiento vegetativo[5]; incluso en el caso de que se recuperase la natalidad, la emigración de la ciudad central no haría probablemente sino aumentar aún más a causa del elevado coste de la vivienda en la ciudad[6] que provoca un continuo flujo demográfico hacia la periferia metropolitana.

En este contexto de crisis urbana a diversos niveles (productivo, demográfico, político), las prácticas de la política y el planeamiento urbano respondieron asimismo con una profunda reorientación de sus objetivos. En todas la grandes ciudades europeas se observa cómo, desde mediados de los años 70, se producen grandes cambios en la política urbana, hasta el punto de que hacen su aparición prácticas que sólo unos años antes hubieran sido consideradas inadmisibles: en lugar de la regulación de los efectos negativos del crecimiento, el planeamiento urbano empezó a perseguir su promoción crecimientpor cualquier medio posible; las ciudades pasan así a ser concebidas sin ambages como auténticas máquinas de crecimiento[7] y la principal misión de la política urbana pasa a ser el “engrase de la maquinaria”[8]. La nueva política urbana se caracterizará así por una creciente orientación al mercado (ya se trate de los propios ciudadanos, de turistas o de inversores) lo que conducirá a situar las ciudades en un marco de creciente competitividad internacional. La planificación urbana opta ahora por comprometerse en actuaciones a corto plazo, en un contexto marcado por la flexibilidad y por la negociación continua, y por estrechar la colaboración con los agentes privados, adoptando el papel decidido de facilitar las inversiones privadas[9]. Ello debe situarse en un contexto de un aumento del protagonismo de la ciudad en cuanto a su capacidad de intervención en las últimas décadas, quizás como consecuencia de esa pinza en la que parecen encontrarse muchos estados entre la dimensión global y la local[10]. Ahí ha hecho su aparición una gran diversidad de estrategias urbanas de “revitalización” (obsérvese que el término no es en absoluto inocente). Esas estrategias se han resumido en: la búsqueda de una mayor competitividad internacional explotando las ventajas locales; el reforzamiento del grado de atracción de la ciudad elevando la calidad de vida (mejora del medio físico, cultural, de ocio) y, sobre todo, difundiéndola[11]; la atracción de funciones de control y de dirección lo que lleva a las administraciones públicas a realizar grandes inversiones en infraestructuras de transporte y en telecomunicaciones; y, finalmente, la lucha por obtener una parte substanciosa de la redistribución de los recursos de los gobiernos centrales. Lógicamente, estas estrategias son complementarias y toman formas propias según las características locales. Cabe añadir aún, por el papel que pueden desempeñar en el establecimiento de otras estrategias, la realización de grandes proyectos urbanos de prestigio, como la renovación de los frentes marítimos o la organización de grandes eventos internacionales. También las formas de planeamiento y de gestión de la ciudad han tenido que adaptarse, lógicamente, a las exigencias de la reestructuración y de la competencia urbana. Así, para llevar a cabo estrategias como las mencionadas, ha sido necesaria la emergencia de una amplia coalición social[12] en la que participen los antaño antagónicos y hoy con intereses comunes sector público (facilitando o estimulando la iniciativa privada) y el sector privado (el beneficiario directo de los procesos de reestructuración). Esta socialización de los costes de la reestructuración urbana requiere, lógicamente, de la existencia de mecanismos para mantener la armonía social y la “ideología del crecimiento” ante un proceso que comporta beneficios como mucho dudosos para amplios sectores de la población, lo que se consigue bien cooptando el soporte a la coalición a través de la idea de que el crecimiento genera puestos de trabajo[13], bien creando un fuerte sentimiento de comunidad, de orgullo cívico y de lealtad a la ciudad por parte de las coaliciones dirigentes[14].

De todo ha habido en Barcelona desde mediados de los 80, una vez el nuevo gobierno municipal democrático recuperó la iniciativa tras tantas décadas de gobierno sometido al dictado de intereses puramente especulativos. Se ha caracterizado la política urbana barcelonesa como la constituida por dos ejes: una política de macroincentivación a través de la realización de los grandes proyectos relacionados con la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 (que estimularon la inversión privada y, sobre todo, desbloquearon la inversión publica dedicando grandes cantidades a la construcción y a la modernización de infraestructuras); y una política de microincentivación constituida por todo un grupo de medidas económicas  para facilitar la inversión privada y crear nuevos puestos de trabajo con ayudas públicas[15].

Cabe añadir, además, el protagonismo que ha adquirido la planificación estratégica, un instrumento prestado de la empresa privada y que, en sucesivas ediciones –la planificación estratégica se caracteriza precisamente por la flexibilidad- ha contando con la participación de los principales agentes de la ciudad (those who count en expresión de Molotch) que han ido consensuando las principales prioridades de la ciudad para ser competitiva internacionalmente, hasta el punto de llegar a proclamar la consecución de una “nueva solidaridad social” en torno del proyecto de ciudad[16].

 

Imágenes, símbolos y mitos de Barcelona

 En estas renovadas formas de planeamiento y de gestión de la ciudad han tomado un fuerte protagonismo las políticas de promoción, de marketing y de creación de imagen de las ciudades. El esfuerzo se realiza no sólo por tener una ciudad lo suficientemente atractiva para sus habitantes, las empresas, los visitantes o los inversores sino también por producir una imagen de la ciudad que también lo sea.

En Barcelona, las representaciones de la ciudad que han pretendido mostrar una ciudad revitalizada han sido múltiples. En primer lugar, se utilizó la reconstrucción (en el sentido físico) como símbolo de revitalización; en segundo lugar, se realizó un gran esfuerzo con construir una imagen de marca de la ciudad a través del nuevo urbanismo; finalmente, la política urbana municipal se comprometió intensamente en generar un fuerte sentimiento de patriotismo de ciudad elevando la revitalización de la ciudad al rango de empresa colectiva[17].

Durante los años previos a la realización de los Juegos Olímpicos del 1992, la actividad constructiva en Barcelona fue frenética o, cuanto menos, ésta es la idea que se desprendía del análisis de la prensa o de la misma publicidad institucional. La insistencia en la reconstrucción física mediante el paciente relato de la evolución de las obras o, al contrario, de la rapidez con la que se desarrollaban, presente en la mayoría de medios, tuvo dos características comunes. Por un lado, la identificación entre actividad constructora y renacimiento urbano. Por otro, el impulso constructor de la ciudad aparecía sistemáticamente sin protagonistas visibles. La personalización de la ciudad, presentada como un bloque homogéneo, era un lugar común en los anuncios, en los discursos y en la prensa. Cuando esta imagen de compactación social no era suficiente, si embargo, se sugería cuando no se explicitaba, que se trataba de un momento histórico único que no necesitaba de ulterior justificación y del que había que participar sin dejar escapar la oportunidad[18] . No se trataba ya de hacerse disculpar las lógicas molestias ocasionadas por las obras sino de mostrar éstas como un hecho positivo, como un símbolo de revitalización, y a la vez de buscar la complicidad del ciudadano; el espectáculo de la reconstrucción de la ciudad constituyó, además de un símbolo de revitalización, un potente instrumento de legitimación y de cohesión social.

Si la actividad constructora fue utilizada como símbolo de revitalización de la ciudad, determinados espacios lo fueron como símbolo de una ciudad ya revitalizada. Por si misma, la arquitectura ya es equiparable a cualquier otro medio de comunicación desde el punto de vista semiótico y está plenamente incorporada al aparato ideológico del marketing urbano[19]. Sin embargo, cuando este medio de comunicación arquitectónico es utilizado, fotografiado o filmado por otros medios de comunicación, el espectro de connotaciones posible se reduce drásticamente. La promoción del urbanismo barcelonés se centró, además de en otros temas como el embellecimiento de la ciudad a través de la rehabilitzación de fachadas y la simbolización de los grandes espacios propiamente olímpicos, en la creación de espacios públicos.

Los nuevos espacios públicos estaban destinados, en principio, a cubrir déficits históricos de la ciudad, excesivamente densificada por la actividad urbanística descontrolada y especulativa del período pre-democrático. Sin embargo, inmediatamente se pretendió que actuaran como focos de “regeneración” sobre su entorno. Es fácilmente comprobable que una parte muy sustancial de la inversión en espacios públicos se realizó en los barrios periféricos, los de composición social más humilde, los de peor calidad constructiva y los más deficitarios en equipamientos. Lo que es, sin embargo, menos claro es que los principales beneficiarios sean los que allí viven; se ha podido demostrar, sin ir más lejos, que la presumible mejora de estos barrios como consecuencia de estas inversiones, ha sido sucedida por un aumento del precio de la vivienda superior a la media de la ciudad[20]. En el caso del centro histórico de la ciudad, pese a tratarse de un contento con características diferenciadas, los argumentos utilizados son similares. Su muy elevada densidad ha conducido a un urbanismo que busca pequeños retazos de suelo para abrir nuevos espacios libres.La tensión social que podía generar una intervención masiva en un área conflictiva socialmente (el centro histórico debe soportar, además, el peso fortísimo de haber sido tradicionalmente estereotipado como centro de criminalidad, drogadicción y prostitución) conllevó a adoptar ciertas dosis de cautela en las realizaciones. Por ello, su reciclaje de barrio degradado a centro cultural y con un fuerte atractivo para potenciales nuevos residentes de rentas medio-elevadas, se ha presentado como un proceso irreversible, una condición necesaria para que llegase a ser realizado[21]. El uso de eslogans por parte del Ayuntamiento como “En el Raval sale el sol” constituía precisamente un intento de cambiar la imagen de los propios habitantes actuales pero, sobre todo, de los hipotéticos futuros, para los cuales se añadía “Ven a Ciutat Vella”.

El resultado del diseño urbanístico de nuevos espacios fue el equipamiento de muchos barrios deficitarios pero, también la creación de nuevos espacios de prestigio gracias su diseño arquitectónico y a la instalación en muchos de ellos de obras de artistas de fama internacional, precisamente porque los nuevos espacios barceloneses perseguían tanto el reconocimiento internacional como el ciudadano. El primero se consiguió cuando los espacios públicos barceloneses construidos entre 1981 y 1987 fueron galardonados en 1990 con el premio Príncipe de Gales en Diseño Urbano otorgado por la Universidad de Harvard[22] o cuando publicaciones o autores extranjeros destacaban sus virtudes[23]. El segundo, el proceso mediante el cual estos nuevos espacios, destinados tanto a simbolizar el renacimiento de la ciudad como a “regenerar” barrios degradados, fueron progresivamente aceptados por la ciudadanía hasta el extremo de desplazarse para visitarlos[24] debe ser explicado por el papel de la publicidad y de los medios de comunicación. La institución municipal dedicó un gran esfuerzo a dar a conocer las nuevas obras a los barceloneses: ediciones de la revista municipal de difusión gratuita, organización de numerosas exposiciones, la edición de numerosísimos libros... Sin embargo, no es lo mismo conocer que aceptar. Una de las claves en la formación de opinión residió en la identificación de los nuevos espacios con el reconocimiento internacional de la ciudad; los medios de comunicación jugaron un papel muy notable en este sentido difundiendo las buenas opiniones que de la ciudad se tenía “en el extranjero”. Hay numerosos ejemplos del crédito que se concede a la opinión del extranjero; quizá el más desmedido sea el contenido en un vídeo promocional[25] dirigido por un conocido publicista, Leopoldo Pomés, por encargo municipal en el que una chica barcelonesa –encarnación de la misma ciudad[26]- tiene un novio “extranjero” que al tiempo que la quiere apasionadamente, se deshace en elogios hacia la ciudad: “It’s wonderful”, “How interesting!”, “Do you realize how lucky you are to live in Barcelona?”

Se ha señalado más de una vez que una imagen de ciudad revitalizada se consigue con espacios urbanos pero también con campañas publicitarias o eventos culturales y deportivos[27]. La creación de un consenso social en torno al proyecto de “revitalización” de la ciudad es, sin embargo, tanto o más importante que la imagen que se pueda proyectar al exterior. Para ello, en Barcelona se han realizado acciones diversas. Los mismos Juegos Olímpicos mostraron una gran capacidad de ilusionar amplios sectores de población, pero es significativo que durante los años previos a su celebración la publicidad no cesase de bombardear con el eslogan “Objetivo de todos”.  Ya un año antes de la nominación olímpica, sin embargo, se había emprendido la primera campaña específicamente destinada a reforzar la cohesión social con el lanzamiento de la “B” como logotipo de la ciudad acompañada del intraducible “Barcelona, més que mai”, pensado como un símbolo de identidad más allá del terreno de confrontación política[28]. Otras campañas posteriores continuaron con la voluntad explícita de contribuir a reforzar la cohesión social presentando una Barcelona personificada y secuenciada (“Barcelona, ponte guapa”, “Barcelona se pone guapa”; “Barcelona ganará”, “Barcelona ha ganado”) así como una Barcelona socialmente compacta (“Barcelona somos todos”, “Lo estamos consiguiendo”, “Objetivo de todos”).

La creación de un sentimiento de comunidad o un “patriotismo” de ciudad que permitiera que el ciudadano se identificara con su ciudad era un requisito necesario para legitimar y garantizar el éxito del proyecto emprendido por el gobierno de la ciudad y en el que participaban en gran medida los agentes privados.

 La legitimación de unos objetivos que se pretendían de todos se buscó, curiosamente, no tanto en el futuro como en el pasado, en una insistente repetición en todos los medios y en todas las ocasiones de la secuencia “Exposición Universal de 1888, Exposición Internacional de 1929, Juegos Olímpicos del 92”, los tres grandes eventos de carácter internacional que ha organizado la ciudad en estos más de cien años. Esta fue, seguramente, la principal imagen responsable de la legitimación del proyecto: la de una ciudad creciendo al ritmo de grandes empresas colectivas. La metáfora  de una Barcelona creciendo “a saltos” con ocasión de la organización de estos eventos, ha sido tan abundantemente utilizada en los discursos políticos y en la publicidad institucional como en la prensa y en los análisis académicos. Por ello utilizamos, siguiendo la terminología de Roland Barthes[29], la expresión de “el mito de la Barcelona del 92” para aludir a esta representación que naturaliza el proceso de cambio urbano hasta convertirlo en algo inevitable y casi necesario. Se trata de una interpretación de la ciudad que, lógicamente, tiene por misión la legitimación del proyecto hegemónico de ciudad, ante el cual existieron, antes y después de 1992, más bien pocas muestras visibles de resistencia. Francamente inocua fue la procedente de la habitual desavenencia política con la oposición municipal que daba, por otra parte, el máximo soporte al proyecto. Algo más tenaz, pero tanto o más inocua, fue la resistencia que presentaron los autoproclamados nacionalistas que simplemente optaron por utilizar el altavoz olímpico para lanzar sus proclamas independentistas. Escasas críticas procedieron, asimismo (paradójicamente, han dicho algunos), del ámbito intelectual; tan sólo el periodista y escritor barcelonés Manuel Vázquez Montalbán, gracias a la difusión diaria de sus escritos, llegó a convertirse en una especie de “crítico oficial”. Una de las pocas excepciones en el mundo propiamente académico, por otra parte, han sido los trabajos de Pere López[30], uno de los pocos que ha construido un discurso crítico y ha combatido la invisibilidad de la resistencia generada en sectores políticamente muy radicalizados que denunciaron, sin soporte institucional ni partidista de ninguna clase y con una difusión muy limitada[31], el consenso social obtenido a golpe de propaganda. La belicosidad de las ideas de estos sectores y su marcada agresividad formal no permitió, lógicamente, demasiado diálogo con el poder. Al atacar frontalmente la esencia del discurso hegemónico, no pudo ni quiso buscar vías de diálogo, prefiriendo el ostracismo a la integración. Desde el poder, se les dejó escaso margen, ya no sólo mediático, también conceptual. Así, las oposiciones a la Barcelona del 92 fueron presentadas, en primer lugar, como escasas; en segundo lugar, como ideológicas. De modo que las críticas totales fueron consideradas ideológicas y las parciales no llegaron siquiera a obtener el rango de críticas[32]. El consenso social que probablemente había sido conseguido, fue sobre todo perfectamente representado, en una demostracióm clara de imposible distinción entre representación y realidad.

 

La omisión de la diferencia

 Como se ha visto, la política urbana emprendida para lograr una mejor adaptación del espacio urbano a un contexto mundializado debe contar necesariamente con un discurso urbano tendente a perseguir y a la vez representar un elevado grado de consenso social, fundamentalmente a través de la representación de una población diversa como un bloque homogéneo sin conflicto de intereses. A la vez, el proyecto de transformación urbana debe afrontar la aparente paradoja de tener que combatir las situaciones de conflictividad social potencial que puedan poner en peligro el proyecto, pese a una notable insistencia institucional en que en Barcelona no existe realmente una polarización social comparable a la de otras grandes ciudades[33]. Ello no es contradictorio, sin embargo, con la necesidad de combatir las situaciones de exclusión social. Una muestra de ello es la puesta en marcha de un Plan de Servicios Sociales para la ciudad de Barcelona[34], en el que se plantea el mejor modo de hacer frente, con los recursos disponibles, a las situaciones potenciales de desigualdad social más extrema protagonizadas por: sectores de población por debajo del umbral de pobreza; los indigentes y los sintecho; los inmigrantes extrangeros de países no comunitarios, muchos de ellos en situación ilegal; mujeres con cargas familiares y dificultades laborales; las personas viejas que, al deterioro físico y psíquico, añaden problemas económicos y de soledad; niños con problemas de marginación social a menudo como resultado de hogares desestructurados; las personas con disminuciones de algún tipo; las personas con problemas de drogadicción, y, finalmente, los jóvenes con dificultades de acceso al mercado laboral y al de la vivienda. El objetivo es, explícitamente, el de “hacer una ciudad más integrada e integradora, con la solidaridad activa entre los ciudadanos y ciudadanas”; para ello, el plan establece medidas para potenciar las tendencias de cambio que mejoren la cohesión y la igualdad sociales, y el fomento de la actuación del sector público y el sector privado, incluyendo la “actuación responsable de los ciudadanos”. El ejemplo del Plan de Servicios Sociales muestra, creemos, que la exitencia de una política social en la ciudad contra la exclusión no es ni contradictoria ni complementaria de una política urbana diseñada para facilitar las expectativas de crecimiento económico de los agentes privados, sino que constituye simple y llanamente un requisito para su éxito.

Otro ejemplo puede ilustrar la compatibilidad de actuaciones aparentemente relacionados con la sensibilidad hacia la diferencia y el multiculturalismo con los objectivos de una política de fomento del crecimiento económico: el Forum de las Culturas del 2004, concebido como un nuevo macro-evento bajo el lema del multiculturalismo, la paz y la sostenibilidad pero que no es sino un señuelo de la reconversión urbanística del sector oriental del litoral barcelonés, un amplio sector infraequipado e infrautilizado que se convertirá en una área de nuevas viviendas para clases media-altas y de toda clase de equipamientos sociales, lúdicos y comerciales. Un nuevo macro-evento, un “nuevo reto colectivo después de los Juegos Olímpicos del 92” tal como aluden a él sus responsables[35], pensado para completar el escenario de transformación urbana que se dibujó ya con toda claridad y detalle en los años anteriores, esta vez, eso sí, con un protagonismo económico casi total del capital privado.

En todas las ocasiones, las diferencias sociales y culturales existentes, y la diversidad de intereses aparecen ocultos bajo esa imagen de una ciudadanía-bloque, gracias a la unidad y tenacidad de la cual, “la ciudad” supuestamente avanzaría en la historia. Se trata, obviamente, de una representación cultural hegemónica que, omitiendo la diferencia, omite la posibilidad de alternativas y refuerza la lectura única del cambio urbano.

 

 Deconstrucción de Barcelona[36]

 Desde la dimisión del carismático alcalde Pasqual Maragall, hoy dedicado al trabajo político en esferas más altas, y su sustitución por un nuevo alcalde igualmente socialista pero de perfil más tecnocrático, se percibe una disminución del bombardeo mediático y se esquivan más algunas cuestiones, como los proyectos de renovación del sector litoral oriental antes aludido. Los grandes proyectos urbanísticos en marcha buscan con menor afán la complicidad general de la ciudadanía y se mantienen de momento en un plano más discreto. El énfasis se pone de modo creciente más en la gestión que en la política, en la eficacia más que en la justicia; los agentes privados, ataño enemigos, pasaron luego a aliados para convertirse ahora en los auténticos motores y únicos protagonistas del desarrollo urbano[37].

Parece, por un momento, que la ciudad-bloque que se logró representar con tanto esfuerzo publicitario y mediático no sea ya necesaria. Tal vez porque la realidad social de la ciudad esté ya cambiando como respuesta al despliegue de un modelo socialmente excluyente. Tal vez porque el grueso de las transformaciones urbanísticas son ya una realidad y el mito de la inevitabilidad/necesidad de lo que resta por hacer funciona por si sólo. Tal vez porque el consenso social no necesite ser alimentado cuando continúan sin oirse voces discrepantes, ni siquiera diferentes. Tal vez porque el discurso hegemónico haya penetrado ya de tal forma que otras lecturas y otras expectativas parezcan del todo impensables. Tal vez porque la diferencia sólo es visible cuando es utilizable, cuando constituye un recurso económico más, y por tanto, útil para los objetivos de la reestructuración urbana. Sin embargo, las diferentes maneras de vivir y de actuar en la ciudad no tienen por qué participar necesariamente de un modelo concebido para el beneficio de algunos, salvo que éste se presente a si mismo como el único posible. Sólo deconstruyendo (resistiendo) el discurso hegemónico, a lo que pretende esta comunicación, será posible leer de otra manera la política urbana de los últimos decenios y, lo que es más importante, poder imaginar otras maneras de mirar y de pensar en la ciudad.  


[1] Doctora en Geografía y Profesora Asociada en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona.

[2] Utilizamos la idea de “carnaval” a partir de su definición como evento en el que participan todos los sectores sociales y en el que se producen ciertas alteraciones del orden social habitual (JACKSON, P. (1989): Maps of Meaning: an introduction to cultural geography. London, Unwin Hyman, pp. 79-80)

[3] Barcelona se presenta y se concibe en esta comunicación como un caso de estudio en absoluto único. Recientemente pudimos constatar, por ejemplo, los extraordinarios paralelismos con el caso aparentemente lejano de Curitiba (BENACH, N., SANCHEZ, F. (1999): “Políticas urbanas y producción de imágenes de la ciudad contemporánea: un análisis comparativo entre Barcelona y Curitiba”,  F. CARRION, D. WOLLRAD (Eds.), La ciudad, escenario de comunicación (pp. 23-51). Quito: FLACSO Ecuador).

[4] SANCHEZ, J.-E. (1991): “Transformacions en l'espai productiu a Barcelona 1975-90”, Revista Catalana de Geografia,  no. 15, pp. 32-50.

[5] CABRE, A. (1991): “Algunes reflexions sobre el futur de la població de Barcelona”, Papers,  no. 5, pp. 11-21.

[6] TELLO, R., MARTINEZ RIGOL, S. (1995): “Terciarización y encarecimiento de la vivienda en Barcelona”, Revista de Geografía, II, no. 29.

[7] MOLOTCH, H. (1976): “The city as a Growth Machine: Towards a Political Economy of Place”, American Journal of Sociology, 82, no. 2, pp. 309-332.

[8] HALL, P. (1988): “The City of Enterprise,” Cities of Tomorrow, Oxford, Basil Blackwell, pp. 342-361.

[9] HARVEY, D. (1989): “From managerialism to entrepreneuralism: The tranformation in urban governance in late capitalism”, Geografiska Annaler, 71B, no. 1 pp. 3-17.

[10] CASTELLS, M. (1998):La era de la información. Economía, sociedad y cultura. vol. 3: Fin de Milenio. Madrid, Alianza Editorial.

[11] ...above all,  the city has to appear as an innovating, exciting, creative and safe place to live or visit, to play and to consume in (HARVEY, D. 1989. op. cit.)

[12] MOLOTCH, H. 1976, op. cit.; COX, K.R., MAIR, A. (1988): “Locality and community in the politics of local economic development”, Annals of the Association of American Geographers,  no. 78, pp. 307-25.

[13] MOLOTCH, H. 1976, op. cit., p. 320

[14] HARVEY, D.: op. cit., p. 14; HOLCOMB, H.B.BEAUREGARD, R.A. (1981): Revitalizing Cities, Washington, Ass. Am. Geographers.

[15] TRULLEN, J. (1995): “Barcelona: ciutat flexible. Alguns canvis en el model de desenvolupament durant el període 1986-1991”, Barcelona economia,  no. 25, pp. 19-28.

[16] ASSOCIACIÓ PLA ESTRATÈGIC BARCELONA 2000 (1994):II Pla Estratègic Econòmic i Social Barcelona 2000. Barcelona.

[17] Estos tres aspectos han sido analizados con mayor detalle en BENACH, N. (1993): “Producción de imagen en la Barcelona del 92”, Estudios Geográficos, LIV, no. 212, pp. 483-505.

[18] En palabras más bien ampulosas del entonces alcalde: Hace un año todo esto era diferente. Ahora es un momento único. Cuando miramos estos libros magníficos que ahora están apareciendo (...) ¿no quisieramos todos estar en el momento de cambio que aquellas imágenes describen? Pues bien, ¡ahora estamos en uno de estos momento! ¡Vivámoslo! ¡Llénemonos las retinas de imágenes! (MARAGALL, P. (1991):L'estat de la ciutat 1983-1990. Discursos de balanç d'any de Pasqual Maragall i Mira, Alcalde de Barcelona. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, p.164)

[19] CRILLEY, D. (1993): “Architecture as Advertising: Constructing the Image of Redevelopment,” dins  KEARNS, G. PHILO, C., ed.  Selling Places. The City as Cultural Capital, Past and Present, Oxford, Pergamon Press, pp. 231-252.

[20] TELLO, R. 1995.

[21] En 1987, cuando la intervención en el Raval (el sector de Ciutat Vella en el que se está interviviendo con mayor amplitud) aún estava más sobre el papel que sobre el territorio, el alcalde Pasqual Maragall ya lo expresaba de manera muy clara: Es un proyecto de zurcidora, muy lento, que tndrá que hacerce con mucho cuidado, que requerirá de un gran esfuerzo, pero que está, está dibujado y que es posible de hacer, y que se hará. De modo que el Raval, que ahora es un nido de nostalgias, si quieren, y de  problemas, se irá convirtiendo poco a poco en un centro de cultura y de actividad cultural (MARAGALL, P. (1987): Per Barcelona. Barcelona: Edicions 62, pp. 90-91).

[22] COBB, H. N., ROWE, P. G., WALKER, P. E., & WRIGHT, G. (1990):Prince of Wales Prize in Urban Design 1990. The Urban Public Spaces of Barcelona 1981-1987. Cambridge, Mass.: Harvard University Graduate School of Design.

[23] Por ejemplo, HUGHES, R. (1992): Barcelona. Barcelona, Anagrama.

[24] Con el nuevo clima que hay en Barcelona se ve una predisposición mayor de la gente para lanzarse a la calle, para disfrutar de la ciudad... inmediatamente después que en Barcelona se inaugura un espacio ya está lleno de gente (MARAGALL, P., op. cit.:79).

[25] POMÉS, L. (1992): Barcelona, una passió, Barcelona, IMPUSA.

[26] Existen, por otra parte, numerosísimos ejemplos en la publicidad institucional en los que la ciudad de Barcelona, promocionada como una localización atractiva para los inversores y como un destino deseable para los turistas, se ha representado como un cuerpo femenino.

[27] HOLCOMB, H. B.,  BEAUREGARD, R. A. (1981): op. cit.

[28] CASAS, E. (1990): ““Barcelona més que mai” ou la mise en scène de la ville. Un entretien avec Enric Casas”, Amiras/Repères. Barcelone, catalogne: arrêts sur images, pp. 95-103.

[29] BARTHES, R. (1990): La aventura semiológica, Barcelona, Paidós.

[30] LOPEZ, P. (1991): “1992, Objectiu de tots? Ciutat-empresa i dualitat social a la Barcelona olímpica”, Revista Catalana de Geografia,  no. 15, pp. 90-99.

LOPEZ, P. (1993): “Barcelona 1992. La requisa de una metrópoli”, Villes et Territoires,  pp. 217-236.

LOPEZ, P. (1992): “¿La ciudad competitiva, objetivo de todos?”, Alfoz,  no. 86, pp. 105-120.

[31] Aun no se había empezado a utilizar con la amplitud actual el potencial de Internet por parte de aquellos que no disponen de los medios para difundir sus ideas por otros canales.

[32] SUBIRÓS, P. et al. (1994): El vol de la fletxa, Barcelona, Electa, pp. 77-78.

[33] PASCUAL, J. M. (1990): “Diagnóstico estratégico de Barcelona”,  J. BORJA & M. FORN (Eds.), Barcelona y el sistema urbano europeo (pp. 123-178). Barcelona: Ajuntament de Barcelona-Programa CITES-CIUDADES. Debe notarse, sin embargo, que las afirmaciones relativas al grado poco destacable de desigualdad social se refieren habitualmente al municipio de Barcelona, y no a su área metropolitana, donde la polarización es, naturalmente, mucho mayor.

[34] Pla Integral de Desenvolupament dels Serveis Socials, Ajuntament de Barcelona, 1995.

[35] AJUNTAMENT DE BARCELONA (1999):Barcelona 1979 i 2004: Del desarrollo a la ciudad de calidad. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, p. 83.

[36] El principal artífice del urbanismo barcelonés durante toda década crucial de los 80 fue el arquitecto Oriol Bohigas que en 1985 publicó las bases de toda la política urbanística municipal bajo el título de Reconstrucción de Barcelona (Barcelona, Edicions 62).

[37] Un ejemplo de ello es el proyecto “Barça 2000”, un magno proyecto de parque temático urbano promovido por el Futbol Club Barcelona que requiere una gran complicidad municipal para su realización y que de momento ha despertado numerosas muestras de oposición entre algunos sectores de población.