GT1 | GT2 | GT3 | GT4 | GT5 | GT6 | GT7 Grupo de Trabalho 4Representaciones culturales y discurso de género, raza y clase en la construcción de la sociedad europea contemporánea. Mary
Nash[1] Al
proponer la mesa Representaciones culturales y prácticas
sociales en la construcción de las diferencias de género, clase y raza
hemos tenido como
objetivo explorar y discutir el valor de las representaciones culturales,
tanto en el pasado como en el presente y desde una perspectiva multidisciplinaria,
como mecanismo para enunciar identidades de clase, de etnicidad y raza
y de género en tanto mecanismo clave para la construcción sociocultural
de la diferencia y del otro. En este contexto resulta de particular interés
analizar la forma en que la representación cultural delimita identidades
colectivas a través de imágenes, ritos y múltiples dispositivos simbólicos
que no sólo enuncian diferencias sino que también las confirman en la
medida en que inducen prácticas sociales. En recientes palabras de S.
Hall, la cuestión del significado se halla en todas las instancias del
“circuito cultural”, esto es: en la construcción de la identidad y de
la diferencia, en la producción y en el consumo, así como también y, de
forma significativa, en la regulación de la conducta social. La
historiografía social reciente ha debatido la importancia del análisis
de la construcción social de la representación cultural y, de manera paralela,
la historia cultural de lo social como vías clave de aproximación a los
procesos históricos[2]. La representación cultural siempre ha sido decisiva en la construcción
de nuevas identidades en la sociedad europea contemporánea. Es uno de
los ejes de la construcción sociocultural de la diferencia, del otro,
del colectivo social diferente, así como también en la creación de identidades
incluyentes e incluso homogeneizadoras en el marco de los Estados Nación
o de las ciudades industriales y postindustriales. Desde
el análisis de las representaciones de la alteridad en clave de género,
raza y clase, este trabajo pretende analizar algunos de los procesos que
inciden en los procesos de homogeneización o reconocimiento de la diversidad
en la sociedad europea contemporánea. Se interroga en torno al impacto
de los sistemas de representación hegemónicas sobre los colectivos sociales
y su capacidad de agencia social. Asimismo, pretende detectar algunos
de los elementos que influyen en los mecanismos de inclusión/exclusión
desde las representaciones culturales y dilucidar el significado de la
construcción de procesos identitarios plurales en su configuración. Representaciones
y procesos identitarios. Stuart
Hall ha destacado el gran impacto del sistema de representaciones en la
configuración de la sociedad actual. Según su punto de vista, las representaciones
tienen que ver con lo cultural; pero, sobre todo, con el significado que
dan a la cultura, porque transmiten valores que son colectivos, compartidos,
que construyen imágenes, nociones y mentalidades, respecto a otros colectivos[3].
Cabe recordar que las representaciones culturales constituyen un proceso
dinámico de orden histórico. No se trata de elementos estáticos ni inmutables,
sino de sistemas de representaciones que cambian y se reelaboran en el
ámbito de imágenes, modelos, creencias y valores en cada contexto y tiempo.
Así, las representaciones culturales e imágenes de la alteridad representan
un elemento clave en la dinámica de configuración de la sociedad multicultural
actual de la diversidad. Atribuyen significados compartidos a las cosas,
los procesos y a las personas, e influyen de forma singular en el desarrollo
de prácticas sociales. Frente a visiones específicas de la articulación
identitaria, la cultura se puede concebir como un conjunto de creencias
y de modelos conceptuales de la sociedad que moldea las prácticas cotidianas[4];
mientras la construcción de identidades colectivas se entiende como una
dinámica procesal y relacional en constante proceso de construcción, readaptación,
negación o confrontación, sostenida, además, por bases que pueden ser
plurales y contestadas[5]. Castells
ha señalado que la identidad es la fuente de significado y experiencia
de las personas[6],
mientras que los estudios culturales han puesto de relieve que las identidades
culturales representan un proceso de construcción permanente. Según Stuart
Hall, frente a la conceptualización de la identidad cultural en términos
de una cultura e historia en común con otros con códigos de valores culturales
compartidos, existen otras formas de identificación cultural que no reflejan
una sola identidad y experiencia vivida, sino la construcción y reconstrucción
constante de identidades individuales y colectivas en función de las transformaciones
inducidas por el contexto, los cambios, el ejercicio del poder cultural
y las agencias subjetivas de las personas. Desde esta perspectiva dinámica,
cabe preguntarse por el rol que desempeñan las representaciones culturales
en algunos de los procesos constitutivos de la construcción de la sociedad
contemporánea. Las
representaciones culturales de la otredad asientan esta dinámica de construcción
identitaria a partir de la evocación de pautas de inclusión /exclusión
en la comunidad imaginaria que sirve de base de la identidad asumida.
La imagen del otro se consolida a partir de una representación mental,
de un imaginario colectivo, mediante imágenes, ritos y múltiples dispositivos
simbólicos, de manera que estos registros culturales no solo enuncien,
sino que, a la vez, reafirmen las diferencias[7].
Se ha puesto de relieve a menudo que las identidades étnicas y de colectivos
de inmigrantes o de mujeres son fruto de una construcción cultural. En
este sentido, el imaginario colectivo que se construye desde la subjetividad
política y desde la mirada del otro implica a toda la sociedad en la construcción
diaria de la imagen de ese otro/a y en la creación de la diferencia respecto
de él/ella. Género,
diversidad y homogeneización interpretativa. Este
simposio que reúne núcleos de reflexión tanto desde la interdisciplinariedad
como desde órbitas territoriales distintas, constituye, sin duda, una
plataforma óptima de debate para plantear temas comparativos en el marco
de Latinoamérica y Europa. Desde la perspectiva europea, a mi modo de
ver, estamos aún lejos de desarrollar una visión incluyente de la historia
de las mujeres en la Europa contemporánea. En el marco denominado europeo
siguen operando divisiones norte/Sur, centro/periferia, oeste/este que
inciden en la percepción e interpretación de los parámetros de la dinámica
histórica de las mujeres. Existen, por ejemplo, macro narrativas que se
identifican como representativas de una historia de las mujeres europeas
pero que, de hecho, se sostienen en una lectura seleccionada basada en
estudios considerado paradigmáticos porque, en principio, marcan una norma
europea pero resultan excluyentes en muchos aspectos. Desde esta perspectiva,
la difusión de obras británicas o francesas sigue planteándose como representativa
de Europa, con la marginalización o exclusión consiguiente de otras pautas
interpretativas que emanan, por ejemplo, de la Europa del mediterráneo,
de una sociedad postcolonial como Irlanda, o de los países del Centro
y Este de Europa de la antigua órbita soviética, que aún tienen dificultad
en la consolidación de su representación como europeas[8].
Se puede argumentar, entonces, que la apropiación o asignación de una
identidad europea a los países periféricos en un sentido histórico (países
de Europa Central, España o Irlanda, entre otros), debe analizarse en
términos de un proceso de adjudicación desde otras potencias europeas
desde la clave de intereses internacionales europeos o de la voluntad
de los propios países implicados y, en las últimas décadas, de su inclusión
en lo que se define como proyecto europeo en el marco de la Unión Europea
Queda
claro, además, que la definición de una representación europea en un sentido
homogeneizador depende también de la disposición de recursos. Así,
la lengua de publicación o traducción, la potencia de las casas
editoriales o la selección de un número determinado de obras, inciden
en una lectura homogeneizante en clave europea que niega la diversidad
de las experiencias vividas o la validez de dinámicas históricas que no
se adecuen a un modelo hegemónico de construcción nacional, de dinámicas
feministas o de prácticas socioculturales. El impacto del pasado en cuanto
al juego de poder de antiguas potencias y, en la actualidad, de los suministradores
de artefactos culturales y de ámbitos de influencia en la era de la información,
sigue, incluso, en el marco de Europa, anulando diferencias y el reconocimiento
de dinámicas alternativas en clave de equidad de reconocimiento incluso
en el seno de los estudios de las mujeres[9].
Desde
esta perspectiva se puede alegar que repensar las narrativas históricas,
sea en clave de historias nacionales, urbanas o de colectivos sociales,
mediante la clave de género implica cuestionar falsas universalidades
tanto en términos latinoamericanos como europeos. Cabe abrir, entonces,
el debate en torno a la construcción misma de los conceptos de “Europeo”
o de Latino América cuando se aplica a la historia de las mujeres. A mi
modo de ver, el reconocimiento de la especificidad de los contextos históricos,
culturales y sociales, es crucial para avanzar en el debate. También hay
que estar atentos a los peligros de excesivas generalizaciones o de la
utilización de categorías homogeneizadoras. En este sentido, existe otro
interrogante alrededor del significado de la atribución de sistemas de
representación de signo homogeneizador o de confrontación, en el sentido
del uso de Europa/Latinoamérica, Occidente/Tercer Mundo o terceros países,
que ignoran parámetros de signo semejante tal como se observa también
en algunos papers presentados a esta sesión. Al negar la diversidad y
marcar pautas determinadas como la norma, las otras miradas y procesos
se perciben como adaptación o resistencia al modelo dominante, al canon
establecido. El
desafío de las diferencias El desarrollo de los estudios culturales, de las mujeres y de las corrientes
del postmodernismo, obligó a un replanteamiento de una categoría universal
de hombre o mujer común a todos. La
descolonización y los procesos culturales que emergieron en su seno retaron
hace décadas la primacía del modelo hegemónico occidental del hombre blanco
europeo como el sujeto único del pensamiento político universal[10].
Al cuestionar la autoridad del pensamiento masculino occidental, los movimientos
sociales de derechos civiles, de poder negro, del feminismo, de los movimientos
de descolonización y de otras fuerzas sociales más recientes desarrolladas
desde el multiculturalismo, pusieron de relieve la complejidad de las
relaciones jerárquicas de poder que pueden sostenerse en supuestos plurales
de las diferencias, de signo social, étnico, de raza, de género, o de
religión. La representación del “Hombre Europeo” como marco de la norma
y sujeto universal en el pensamiento político y social occidental se construyó
en gran medida como referente definitorio con relación a los “Otros”.
El discurso de la alteridad elaborado por el Conde de Gobineau en su obra
Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853) identificó
a las “razas” no blancas y a las mujeres como los “otros” inferiores,
estableciendo ya uno de los elementos claves en la configuración de las
pautas culturales de la nueva Europa moderna industrial: la premisa de
la desigualdad y correspondiente jerarquización entre los seres humanos.
Además, el hecho de centrarse en la figura del “Hombre Europeo” construyó
también a los demás “otros” en una relación jerarquizada con respecto
de cada grupo. Como ha señalado Mama, este posicionamiento diferencial
jerarquizado dejó como consecuencia la tendencia de privilegiar el hecho
diferencial en torno a un único eje[11].
La concentración binaria de la construcción de la alteridad oculta, sin
duda, la complejidad de las relaciones de poder y el reconocimiento del
entramado complejo de diversidad que entran en el juego de las relaciones
de la diferencia. El
pensamiento postcolonial y los estudios culturales han dejado claro que
las nociones universales tienen que repensarse. La
noción de una identidad fija tiene que revisarse en el mundo actual y
queda, por tanto, pendiente del establecimiento de los múltiples significados
que la categoría de persona puede alcanzar en contextos distintos y en
diversas relaciones. De hecho, se ha ido debatiendo la construcción sociocultural
de las nociones de hombre/mujer, de las identidades de género, de identidades
culturales o sociales como categorías que traspasan el tiempo, los lugares,
y los contextos. La categoría de hombre/mujer no es lo mismo en el contexto,
espacio y estrategias urbanas industriales o postindustriales. En el mundo
urbano, por ejemplo, coexisten relaciones de poder y de subalternidad,
de adecuación o de conflicto en los espacios de contacto de la diversidad.
No hay necesariamente una visión única de la experiencia de ser habitante
urbano ya que confluyen muchos elementos en su constitución y del mismo
modo en la configuración de identidades que surgen de esta experiencia[12]. Los planteamientos que cuestionen la validez de interpretaciones
universalistas de la categoría de hombre /mujer en el contexto urbano
han abierto, además, otra cuestión crucial: ¿el reconocimiento de las
diferencias entre las personas y colectivos sociales significa la imposibilidad
de establecer una identidad colectiva como grupo con objetivos claramente
definidos en común, capaces de elaborar estrategias colectivas? A mi modo
de ver, el hablar en plural de las personas y de los grupos sociales y
constatar sus diferencias, de clase, de raza, de religión, de edad, de
ubicación territorial, de procedencia cultural, de formación educativa
y profesional o de situación laboral, evitan presupuestos universalistas
en torno a la globalidad de la experiencia de las personas. Al mismo tiempo
permite detectar las diferencias y agendas variadas que construyen distintos
grupos sociales, desde la subalternidad o el poder, desde los procesos
de inclusión/exclusión o desde la expresión de sus necesidades locales
o identidades configuradas a partir de espacios diversos. Además, el concepto
de identidades múltiples facilita la identificación en cada momento y
contexto concreto de las iniciativas en común y la subjetividad colectiva
de las experiencias generadas. Género
y raza en la construcción de los Estados y de las identidades nacionales. Reescribir
la historia de las mujeres sea en la modalidad de género o otras categorías
analíticas, sigue siendo crucial para repensar paradigmas estándares y
marcos analíticos de historias nacionales. En este sentido, cabe plantear
la problemática de reconciliar la noción de historias transnacionales
homogeneizadores con el reconocimiento de la diversidad. Parece claro
que la historia de las mujeres tiene que confrontar el problema de escribir
narrativas nacionales que incluyen diversidades nacionales o regionales
en el seno de los países. En el caso de Europa hay que destacar que no
siempre se produce una coincidencia entre nación y Estado nación. El establecimiento
de las fronteras europeas en los últimos dos siglos no reunió necesariamente
en un territorio nacional, una sola nación. De este modo, existen naciones
europeas sin estado, y, por tanto, estados que abarcan más de una nación.
A
modo de ejemplo, se puede argumentar la necesidad de reconocer la heterogeneidad
de las expresiones de la trayectoria histórica de las mujeres en el caso
europeo de Escocia o Cataluña. Así, por ejemplo, el movimiento de las
mujeres en estas sociedades no debe plantearse desde la perspectiva de
una modalidad subalterna a lo que se ha establecido como lo canónico y
norma ni en el marco de una historia nacional, ni en el de una historia
homogeneizadora de las mujeres[13].
Identificar las semejanzas y diferencias en su experiencia histórica,
puede iluminar nuestra comprensión de la interacción compleja entre agencia
femenina, subjetividad colectiva y diversidad. Además, reconocer la diversidad,
políticas de locación y trayectorias históricas complejas, no implica
perder de vista las pautas comunes que pueden darse en la experiencia
histórica colectiva de las mujeres. A veces, no son necesariamente las
fronteras territoriales las que marcan las diferencias. Como ha señalado
Diana Marre, la colonización interior jugó un papel clave de diferencia
en el caso de La Pampa y sus habitantes en la construcción de una identidad
nacional en Argentina[14].
Uno
de los retos de la historia de las mujeres hoy es dar una visión interpretativa
de la construcción de las naciones y de historias nacionales desde la
óptica de género. En un trabajo reciente, Lynn Abrams ha puesto de relieve la continuidad de la noción que la política
y la construcción de naciones siguen representadas en las historias nacionales
como carentes de un impacto de género[15].
En la medida en que las narrativas de construcción nacional y del nacionalismo
en Europa avanzan en el camino de inclusión de las políticas de identidades
como un elemento clave en la articulación de la nación, la relación entre
identidades nacionales e identidades de género abren una problemática
significativa en la comprensión de políticas nacionales y de construcción
de ciudadanía[16].
Aunque los estudios que, en la ultima década, han girado alrededor del
nacionalismo en Europa occidental han estudiado la construcción cultural
del nacionalismo y la construcción histórica de las “comunidades imaginadas”
en términos de Anderson, las señas de identidad a menudo se contemplan
como carentes de a influencia del género[17].
Hace más de una década George Mosse subrayó el significado de la construcción
cultural de la sexualidad y de la identidad sexual en el desarrollo de
las identidades naciones en Europea occidental[18].
No obstante, a pesar de esta obra pionera, muchos historiadores aún no
plantean la necesidad de proceder a una lectura de género de la construcción
cultural y política del nacionalismo, de las identidades nacionales y
de la construcción del estado. Se puede argumentar que esta perspectiva
es decisiva para comprender la historia contemporánea. Tal
como lo ha mostrado Partha Chatterjee en el caso de la India, la recreación
de un orden patriarcal y de un nuevo modelo de género para las mujeres
asentado sobre la modernidad pero, a la vez, incluyendo señas de la tradición
nacional de la India, ha sido decisivo para la construcción de un imaginario
nacionalista y de una identidad en su desarrollo y del estado nacional
en la India colonial y postcolonial[19].
Releer la genealogía política del feminismo histórico en España y Cataluña
también acentúa la reinvención de nuevos modelos de identidad de género
y el desarrollo de una agenda de género y política que ponía de relieve
componentes del nacionalismo español o de la identidad nacionalista catalana.
En este sentido he argumentado que “la política y el Estado constituyen
un eje clave en la formulación de la identidad de género y del movimiento
de las mujeres en España[20].
La
clara postura nacionalista española asumida por la organización feminista,
la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), una de las organizaciones
más combativas en España en los años veinte, se expresó de forma patente
en el primero punto de su programa: “Oponerse, por cuantos medios estén
al alcance de la Asociación, a todo propósito, acto o manifestación que
atente contra la integridad del territorio nacional”[21]. El discurso nacionalista de la ANME quedó reforzado en su programa
al proclamar como objetivo específico de la asociación “Procurar que toda
madre española, en perfecto paralelismo con la maestra, inculque en el
niño desde la más tierna infancia, el amor a la madre patria única e indivisible”[22]. La oposición a los nacionalismos periféricos procedentes de un feminismo
catalán o vasco y la defensa del Estado central fueron los ejes de esta
definición de los objetivos del feminismo español. Así, aunque muchas
organizaciones de mujeres no desarrollaron un feminismo político en el
sentido de centrar su programa en la demanda de derechos políticos individuales,
sí, en cambio, las diferentes corrientes del feminismo quedaron claramente
marcadas por la política nacional de su época. En el caso de las mujeres catalanas, la expresión especifica de su movimiento
quedó formulado por su integración en el movimiento nacionalista catalán. La movilización femenina se desarrolló a partir de
un discurso patriótico. Este
posicionamiento estructuró sus expectativas colectivas, y influyó en su
lectura del feminismo y de la agenda del movimiento de mujeres. Además,
aportó una lectura de género del nacionalismo catalán. El discurso del nacionalismo está claro en los planteamientos de muchas
manifestaciones del feminismo de principios del siglo XX. Así, parece
que la diversidad política, la construcción de estados nacionales centrales,
y la identidad cultural nacionalista puede considerarse como crucial para
sugerir una lectura en clave de género de las políticas estatales y la
articulación de las diversas corrientes del feminismo y de movimientos
sociales de las mujeres en diversos países. En
este sentido, los papers presentados a esta sesión del Coloquio, permiten
una visión comparativa internacional en el sentido de establecer una agenda
de discusión en torno a la necesidad de repensar identidades nacionales
y la construcción de naciones en clave de género. Los trabajos presentados
han sugerido que las políticas de identidad y las representaciones culturales
son un elemento clave en la interpretación de los procesos identitarios
de construcción nacional. La construcción cultural de la diferencia humana en clave de la diferencia
de género se convirtió en uno de los elementos definitorios claves de
la configuración socio-cultural de la sociedad contemporánea. La noción de género parte de la diferencia sexual derivada de una biología
diferenciada pero la historia de las mujeres se ha interesado por la construcción
social de esta diferencia sexual y sus implicaciones políticas y sociales.
La naturaleza de género en la formación de la sociedad contemporánea representa
uno de los presupuestos analíticos de la historia de las mujeres. En este
sentido, se ha argumentado que la percepción y la realidad de género son
claves en la organización política del mundo contemporáneo[23]. Reescribir
la historia desde la categoría analítica de raza o de racialización es
otra dimensión crucial para repensar paradigmas estándares y marcos analíticos
de historias nacionales y europeas. La construcción cultural de la diferencia humana ha sido crucial en la
elaboración de la representación cultural de la diferencia de raza y de
género, aspectos significativos de la configuración de la Europa moderna.
En la actualidad los estudios en torno a las ideologías racistas y los
discursos de género han puesto de relieve la construcción sociocultural
de las categorías raciales y la historicidad de las definiciones de las
identidades de género que conllevan a la desigualdad de las mujeres y
de grupos étnicos[24]. En este marco, se debe situar la discusión en torno a un tema clave:
la problemática del impacto de un pensamiento biosocial y de la construcción socio-cultural
de la diferencia humana en términos raciales. La continua utilización
del pensamiento biosocial y el recurso a la naturalización de las categorías
sociales representa un mecanismo clave en el funcionamiento del racismo
y del sexismo en la sociedad. En el siglo XIX, época de desarrollo de los nacionalismos y de expansión
colonial e imperialista, el desenvolvimiento del estudio científico en
torno a la diferencia humana y la diferenciación hereditaria fomentó un
amplio debate europeo en torno a la desigualdad racial. Entonces, la idea
de raza fue gradualmente desarrollada tanto en los debates políticos como
en los estudios académicos. Las ciencias médicas y la antropología ofrecieron
una amplia fundamentación científica a las argumentaciones ideológicas
en torno a una noción de raza que enmascaraba un racismo claro. De hecho,
tanto en el siglo XIX como en el siglo XX la cobertura científica del
discurso de raza fue significativa y, con ella, la autoridad legitimizadora
que el mundo científico concedió a posturas fundamentalmente ideológicas
que justificaban la desigualdad[25]. De igual modo médicos y científicos se afanaban en establecer definiciones
científicas de la femininidad y de la identidad de género que legitimizaban
la desigualdad entre hombres y mujeres. El discurso en torno a la raza como principio explicativo de un orden
socio-político jerarquizado se convirtió en un imaginario colectivo popular
de amplia resonancia y en un valor clave de la cultura occidental a partir
del siglo XIX y, como tal, en medio de control social en muchos países
europeos y también de legitimización de un orden político internacional.
La representación cultural de la diferencia en términos de categorías
raciales queda claro en el discurso colonial e imperial que caracterizaba
al otro - los pueblos colonizados - en grupos étnicos de una naturaleza
supuestamente inferior. Frente a ellos, el hombre blanco categorizado
como de raza superior, debía, en palabras del poeta Kipling, asumir la
carga del hombre blanco, (“the white man's burden”) de “civilizar” a los
pueblos colonizados. El discurso de raza asentaba la mentalidad colonial
y justificaba la expansión imperial de los países occidentales a nivel
mundial[26]. El desarrollo del racismo y del sexismo se basa en la representación
cultural de la diferencia, en la cristalización del otro a partir del
establecimiento de una diferencia absoluta de supuesta base biológica,
convertida en rasgo natural. La naturalización de la diferencia y el esencialismo
biológico implícito en su representación cultural son factores decisivos
en la construcción social imaginaria de la noción de raza y del discurso
de género. La “biologización del pensamiento social”, en términos de Wieviorka[27] convierte el racismo en mito justificativo de valores culturales discriminatorios.
De la misma manera el esencialismo biológico funciona en el discurso de
género como dispositivo simbólico que asienta una jerarquización de la
diferencia humana. Ambas representaciones culturales presentan la diferencia
de raza y de sexo en términos de una diferencia natural irreductible que
establece, a su vez, una oposición de inferior a superior de supuesta
base natural. Del mismo modo que el discurso de raza propone trasladar
diferencias étnicas a categorías culturales jerarquizadas de inferioridad
/superioridad, el discurso de género de diferencia sexual se articula
también a partir de la traslación de la diferencia de sexo al plano cultural
ideológico y de la justificación de un orden jerárquico de género basado
en la subordinación de la mujer. De hecho, la comprensión del proceso
según el cual las diferencias biológicas y anatómicas se trasladan a categorías
sociales y culturales de diferenciación racial o sexual representa uno
de los ejes claves de comprensión de las representaciones culturales de
la diferencia. Es desde esta perspectiva que quisiera argumentar la necesidad
de reflexionar en torno a la construcción cultural del discurso de raza
y de género como categoría cultural que traslada a un rango cultural y
a una función social el hecho de la diferencia humana. De este modo, entiendo
que es clave la problemática de la formulación de la conceptualización
de la diferencia en parámetros culturales de raza o de género a partir
de la naturalización de categorías sociales. El pensamiento biosocial
que define a las mujeres en función de su biología y de la reproducción,
actúa como mecanismo de control social que convierte en natural el cometido
social de las mujeres del mismo modo que las diferencias culturales se
racializan para determinar relaciones de subalternidad. Diversidad
cultural y el fin de la homogeneización identitaria Las
meta-narrativas tradicionales de la modernidad y del progreso operaban
a partir de procesos identitarios urbanos formulados sobre todo en términos
de obrerismo. La sociedad industrial se sostenía en una cultura de trabajo
que generaba, desde este marco identitario, redes de cohesión, sociabilidad
y solidaridad. Un marco con señas de identidad que servía de elemento
aglutinador y daba una identidad colectiva a una población a menudo procedentes
de un proceso inmigratorio que había desplazado la gente de su lugar de
origen, del campo a la ciudad, de un país a otro. La identidad colectiva
de clase facilitó procesos de integración, pertenencia y acción colectiva.
En la actualidad, en las sociedades postindustriales y postmodernas, estos
procesos identitarios urbanos han sido sustituidos por otros menos definidos,
y sobre todo menos homogéneos, que se producen o se desarrollan en espacios
socioculturales en constante proceso de redefinición, entrecruzados a
su vez por factores generacionales, aficiones y procedencia. Las visiones
postmodernas de las dinámicas culturales y sociales cuestionan las categorías
universales homogeneizantes . Los procesos de globalización han abierto
un campo de reflexión y de debate político que tiene como punto de referencia
obligado el significado del multiculturalismo y de las políticas de identidad
en la sociedad global actual de la diversidad. En este sentido, se puede
argumentar que la idea de homogeneización cultural pertenece al pasado,
a tiempos de una sociedad industrial de hegemonía cultural y religiosa
de Occidente. En este contexto de cuestionamiento de la homogeneización
cultural como solución al conflicto, sigue, sin embargo, una tendencia
a vincular la diferencia con el conflicto. Frente a esta visión conflictiva,
a mi modo de ver, habría que proponer precisamente la diversidad cultural
como la clave para la superación del conflicto. Desde esta perspectiva
el reto de la diferencia en su complejo entramado de género, raza y clase
abre horizontes para la construcción de una sociedad construida sobre
el pilar de las diferencias y de la pluralidad identitaria como manifestación
de la creatividad y subjetividad colectiva. [1] Catedrática de Historia Contemporánea , Facultad de Geografía e Historia da Universidad de Barcelona. [2]. Véase los dossiers:” Formación de la clase obrera” e “Historia, lenguaje, percepción” en Historia Social, Núm. 12, invierno 1992 y Núm.17, otoño 1993 respectivamente. [3]
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