GT1 | GT2 | GT3 | GT4 | GT5 | GT6 | GT7 Grupo de Trabalho 4Las collas: producción y reproducción en el conurbano bonaerense Dora
Barrancos[1] “Para
mí la mujer es la que más trabaja que el hombre. Esta
comunicación constituye apenas un ingreso a la experiencia vital de las
mujeres bolivianas que en las regiones norteñas de Argentina se designan
como “collas”, aludiendo a sus nítidas raíces indígenas quechuas o aimarás[2],
mujeres estas que se desempeñan en las tareas fruti-hortícolas en el conurbano
bonaerense y dividen energías con las tareas de la casa. Se trata de una
aproximación inicial y debo anticipar que absolutamente nada autoriza,
en el actual estado de la investigación, a epílogos conclusivos. Se trata
en todo caso de un abordaje tentativo tendiente a obtener insumos referenciales
para un despliegue indagatorio posterior; su validez, pues, no supera
el carácter exploratorio, casi por tanteos, de las referencias subjetivas
de estas mujeres que expresan circunstancias paradojales del género. Otras
advertencias son necesarias. En primer lugar las dificultades para obtener
un contacto fluído con las protagonistas. La comunidad boliviana asentada
en el cinturón verde que rodea a Buenos Aires, no es precisamente de fácil
acceso; es necesario el empleo de mediaciones paisanas -referentes reconocidos,
miembros con cierta legitimidad- para vencer las prevenciones de todo
orden que suscitan los extraños. Algunos trabajos muestran que esas prevenciones
van más allá de las identidades no bolivianas[3]
ya que se suele ser muy precavido también con referencia a lo propio.
Un sistema de comunicación exponencial es muy difícil entre los miembros
de la comunidad boliviana en el área seleccionada. Los vínculos suelen
ser fragmentarios o discretamente involucrativos. La
misma circunstancia de la migración es seguramente la principal fuente
de motivos persecutorios, aún cuando se tengan resueltos los problemas
de documentación y se exhiba una larga habitación en el país. Una de las
fuentes indicó que hasta hace algunos años, algunos productores bolivianos
se encargaban del conchavo de connacionales para lo cual viajaban a Bolivia
con el deliberado propósito de traer familias a trabajar en las quintas
como peones, introduciéndolas en forma indocumentada. Formas
de discriminación no han faltado con relación a la población boliviana
residente que es identificado con el término peyorativo de “bolita”. En
época reciente se ha extendido la indiciación de bolivianos en actividades
relativas al narcotráfico y este fantasma impone una actitud más distante.
Se tiene la impresión de que la comunidad que habita la región metropolitana,
aunque desde luego mucho más entre los/las bolivianos/as habitantes del
área urbana, se siente afectada por la absurda simplificación de la regla
que suele asimilar tráfico de droga con nacionalidad boliviana. Otra
fuente de desconfianza que se agrega en el sector hortícola son las cuestiones
tributarias; no puede sorprender que algunas entrevistadas hagan referencias
a “que están al día con los papeles de la DGI”, esto es, con el organismo
estatal encargado de los tributos. Las entrevistas inquietan porque se
puede sonsacar otras cuestiones mediante preguntas absolutamente inocentes
alcanzando estas espinosas dimensiones, aunque inquerir sobre aspectos
de la producción y de la comercialización ya suman mucha reticencia. Se
percibe que hay temor a quedar comprometidas si hablan acerca de cómo
se ganan la vida. Esta
indagación se llevó a cabo entre mujeres asentadas en la región de Escobar
y más precisamente entre quinteras y ex quinteras que habitan las inmediaciones
del mercado comunitario de esa localidad, ubicado en el barrio Lambertuchi,
a alrededor de 50 Km de Buenos Aires. Los contactos iniciales para seleccionar
a las entrevistadas se habían realizado con las cabezas de la Asociación
de la colectividad boliviana, pero en el proceso de las sucesivas aproximaciones
se produjo una situación inesperada: las autoridades de la Asociación
fueron desplazadas por otras nuevas a partir de la formación de otra lista
que ganó las elecciones. Esta circunstancia también sumó reticencias ya
que el clima general de convivencialidad no estaba en las mejores condiciones. En
suma: el trabajo de campo se realizó con severas dificultades a causa
de la pérdida de los contactos puente y, para aumentar aún más las trabas,
contó el propio tiempo transcurrido. Encontramos a nuestras entrevistadas
en el clímax de las labores debido a la cercanía de las fiestas navideñas,
en momentos de máximo compromiso con sus labores productivas debido a
la cosecha de especialidades del área, como el tomate y la zanahoria.
Cada hora suspendida a su trabajo peridoméstico significaba un descuento
tangible, una pérdida irremediable. Tampoco puede sorprender que, encontradas
en la propia producción o abordadas en el mercado, intercambiaran con
el marido gestos de solicitud/autorización para dar curso al expediente
de nuestra entrevista; en oportunidades debimos circunscribirnos a tópicos
muy seleccionados, con mutilaciones lamentables de la guía
y sacrificio de cierta profundidad. Las que consiguieron sortear
la desconfianza[4]
produjeron registros de muy buena comunicación y pudieron demorarse en
narrativas esclarecedoras, permitiéndonos asomar a formas de la condición
femenina absolutamente singulares de las que intentaré dar cuenta. Pero
antes de ingresar al análisis, se imponen algunas cuestiones contextuales.
Las quintas de Escobar, inagotables mundos de trabajo femenino Desde
hace casi medio siglo se delineó en Escobar, como diferenciación del paisaje
rural que le era característica, una modalidad de
producción intensiva dedicada a la fruti- horticultura y a ciertos
rubros agrícolas[5],al
punto de que hacia fines de la década de 1980 cerca del 50% de la tierra
dedicada a la agricultura se especializaba en tales cultivos. Ya era bien
conocida su contribución a la floricultura. Se trataba, en los años 1950,
de producciones familiares en manos de portugueses que contrataban mano
de obra por jornal seguramente masculina. Ninguna memoria relata, al menos,
una presencia femenina continua en el trabajo de la tierra. Una colonia
de italianos matizó la preponderancia portuguesa hasta que sobrevinieron
los cambios étnicos y sociales de la década de 1970. En efecto, fue a inicios de ésta que contingentes bolivianos se asentaron en la región desplazando la mano de obra local. Seguramente la dinámica de los mercados urbanos fueron decisivos para estos desplazamientos, tal como ha puesto de manifiesto la importante bibliografía disponible. Lo cierto es que nuevas organizaciones de trabajo se pusieron de manifiesto vinculando el sistema de producción familiar existente con la producción familiar boliviana, viniendo a escena un nuevo carácter contractual (aunque se refiera sólo a pactos verbales) bajo la forma de medieros -o medianeros-, expresión hegemónica en el área aún hoy ya que probablemente cerca del 40% de estos cultivos reposen en fórmulas de medianería. Hay
diversas formas de este tipo de pacto laboral; según determinados acuerdos,
la familia mediera pone todo el trabajo y la propietaria dispone de todos
los insumos e instrumentos de labranza. La familia cultivadora recibe
entonces entre un 25 a 30% del producido. Pero si ésta propone correr
con algún insumo o parte de los instrumentos de labranza, puede percibir
hasta 40% del rendimiento bruto. La mayoría de nuestras entrevistadas medieras percibe el 30%
y la paga se realiza los días sábados de forma inexorable. El no cumplimiento
puede originar el abandono casi inmediato de la quinta; una entrevistada
narró ciertas viscicitudes para obtener la paga y el traslado al poco
tiempo a otra quinta. Todavía es relativamente fácil hallar contrataciones
de estas características en el Partido de Escobar porque las nuevas generaciones,
los hijos e hijas de familias bolivianas, prefieren orientarse hacia otros
trabajos aunque son bien conocidas las dificultades del mercado laboral
argentino, lo que significa que no es fácil reponer la mano de obra en
este tipo de explotaciones. Otra
forma de contrato es el arrendamiento. Se verá que aunque el arrendamiento
prefigura una franja algo mejor posicionada -quien arrienda corre más
riesgos y por lo mismo debe tener más solvencia- el esfuerzo de las mujeres
de arrendatarios suele ser aún mayor porque están presentes en absolutamente
todos las fases comprendidas en la producción y el mercadeo. Hay, desde
luego, variación en los precios de arrendamiento, pero de acuerdo a las
diversas informaciones obtenidas a través de fuentes dispares- incluídas
las propias entrevistadas-, en el área de Escobar es probable que el valor
del arrendamiento alcance la suma de entre $80 y $100 por ha; la duración
promedio del arrendamiento no es menor de dos años y en el grupo entrevistado
el número de hectáreas bajo producción resultó entre 1 a 3 por familia.
Una entrevistada señaló que pagaban mensualmente, pero se encuentra muy
extendida la modalidad de pago anual. Se tiene la impresión de que en
los últimos años ha aumentado el número de arrendatarios en el área pero
continúa el predominio de los medianeros. En
el grupo más vulnerable se encuentran las familias cuyos miembros mayores
trabajan al “tanteo” o al “tanto” - de ahí la denominación de “tanteros”
con que suele conocérselos-, representados por peones que se ocupan en
los diversos modos de organización. El trabajo femenino al tanteo es tal
vez menos expresivo pero aún así importante y suele complementarse con
la actividad, casi exclusivamente femenina, del mercadeo de productos
que son adquiridos en otras ferias.
Esta
transacción de compra en una plaza y venta en otra suele recaer de manera
dominante en manos de mujeres: los hombres suelen limitarse a realizar
el transporte, ayudar en la selección de los productos y cargar los bultos.
La elección definitiva de la mercadería, el regateo y el manejo del dinero
está a cargo generalmente de mujeres. Pero se advierte mayor vulnerabilidad
entre las familias de tanteros. Como dice Feito,[6]
“el jornalero tiene algunas ventajas: comida disponible sin desembolsar
dinero(...)y sobre todo el hecho de no tener las responsabilidades del
mediero(...)Algunos son permanentes (empleados fijos); otros son transitorios
(contratados cada vez que hay una tarea específica); otros son ocasionales
(contratados para una única labor ocasional). La mayoría -continúa Feito-
no tiene contrato firmado ni están empleados en blanco”. Casi
todo el trabajo es precario en el área indagada. Es fundamental introducir
aquí que ningún sector tiene amparo frente a la enfermedad -las familias
bolivianas suelen asistirse en la “salita” del sector público y hacen
uso de la red hospitalaria pública de la ciudad de Buenos Aires- pero
ni medieros ni arrendatarios contribuyen con los aportes mensuales exigidos
por el régimen de autónomos -lo que les permitirá acceder a los beneficios
jubilatorios-, ya que de hacerlo sus ingresos disminuirían sensiblemente.
Aunque
menos expresiva, no es desdeñable la proporción de estas familias que
aprovecharon las buenas coyunturas ofrecidas entre las década 1970 y 1980
y se tornaron propietarios de quintas. Resulta innegable una cierta movilidad
social ascendente en esas décadas en la comunidad boliviana. Pero aún
entre las familias más acomodadas, el trabajo productivo femenino no deja
de existir; las mujeres no permanecen sólo en el circuito de los quehaceres
domésticos ya que suelen hacerse cargo de ciertas tareas relacionadas
con la producción. A menudo son las protagonistas principales de los puestos
de venta en el mercado no obstante el mejor pasar adquirido y es muy probable
que gran parte de la gerencia del emprendimiento familiar repose en sus
decisiones. Escobar
vivió, pues, una intensa transformación de la organización productiva
incorporando al paisaje de la producción hortícola y frutícola y a algunos
rubros agrícolas (maíz y otras oleaginosas y forrajes), una abigarrada
presencia de mujeres que han matizado étnicamente el trabajo en la tierra
de la región. El cuadro no se completaría sin la presencia de niños/as
y adolescentes, sin embargo se advierte una preocupación por evitarles
una temprana incorporación a las labores de la quinta. Escobar
resulta una muestra, en la región Norte, de lo que ocurrió en otras áreas
del conurbano bonaerense, especialmente en La Plata y partidos aledaños[7]
en el último cuarto del siglo que acabamos de dejar. ¿De
qué región de Bolivia vinieron quienes se convertirían en medieros, arrendatarios
y eventuales propietarios en el área de Escobar? ¿Por qué salieron de
su país y sobre todo por qué se dirigieron hacia tierras que requerían
trabajo intensivo en lugar de encarar actividades urbanas? Y muy especialmente,
¿qué trayectorias familiares exhibían las mujeres que aceptaron, con el
contrato de conyugalidad -legal o no legal-, hacerse cargo, además de
las tareas domésticas, de trabajos labriegos fatigantes pues parecen no
tener solución de continuidad?
Intentaré
somerísimas respuestas. Las fuentes locales además de las propias entrevistadas
indican que la mayoría de las personas vinieron de Tarija, Cochabamba
y Potosí, y en menor cuantía de La Paz y Oruro. Balan[8]
y Dandler y Medeiros[9]han
examinado el carácter de la inmigración desde Cochabamba con especial
reconocimiento de la diferencia ecológica -sierra y valle-, de las actividades
económicas y de la sexual, especialmente en lo que atañe a las motivaciones
para incorporarse al nuevo país, Argentina. Balan ha señalado que entre
los varones, el motivo laboral y de sobrevivencia es fundamental, no así
para las mujeres aún cuando éstas se encuentren en una situación de relativa
“autonomía” ya que la enorme mayoría trabaja, suele tener independencia
monetaria o por lo menos ha obtenido una significativa familiaridad con
lo pecuniario. Esa
“autonomía” se traduce además en el hecho de que en el área de Cochabamba
por lo menos no hay arreglos matrimoniales, lo que no quiere decir ausencia
de conflictos. En la sierra cochabambina las familias suelen relutar el
casamiento temprano de las muchachas y entonces ocurre, al parecer a menudo,
el fenómeno del rapto, especialmente porque las jóvenes no tienen dificultades
para alejarse, hasta por días, de sus hogares facilitándose así la huída
con el compañero. Esas huídas pueden terminar pasando la frontera. Lo
cierto es que el acceso a la tierra en la sociedad receptora, por precaria
que sea su tenencia, parece fortalecer la respetabilidad individual, una
imagen de autonomía y de no subordinación forjada sobre la base de antecedentes
también campesinos. Una entrevistada narra que han sido muchas las veces
en que ha insistido ante el marido -ella y los hijos- para instarlo a
buscar otro trabajo, pero el hombre no quiere saber nada de dejar la quinta
porque “le gusta la tierra”. En
el pequeño grupo de entrevistadas, la de menor tiempo de instalación en
el país, databa de diez años. Casi todas contaron historias familiares
campesinas y reconocieron que su madre hacía las mismas tareas o muy semejantes.
Algunas llegaron muy pequeñas pero la enorme mayoría era muy joven, si
no adolescente y recién emparejada. No se registró ningún caso de sucesivos
regresos a Bolivia y muy pocas son las que han vuelto a visitar la familia,
y por lo menos cuatro mujeres testimoniaron sobre estaciones en otros
puntos del país antes del arribo definitivo al área (Salta, Jujuy, Mendoza
y Mar del Plata). Es
difícil imaginar la falta de experiencia en este tipo de faenas, aún cuando
al menos en un caso había llegado a estudiar enfermería en Bolivia pero
todo cambió cuando su padre enfermó gravemente. Hubo entonces que regresar
a labrar la tierra. Probablemente, tal como dice Balan, las nacidas en
Cochabamba, pudieron ser más libres al decidir acompañar a una
pareja libremente escogida (en el estricto sentido de no haber
sido forzadas), pero resta saber qué grado de libertad revela la imposibilidad
de abandonar la familia neolocal, el culto -muy a la boliviana- de que
una vez que se constituye un orden familiar, el mandato de la reproducción
es inescindible de la producción bajo régimen pecuniario. Como se verá,
no hay una sola entrevistada que no sienta las tareas productivas como
un sacrificio, tal vez como un último sacrificio, porque no será ella
quien se revele. Los hijos, hombres y mujeres, deben huir del círculo.
La educación hará el milagro, y este dato -de alta constatación- parece
contrastar radicalmente con la actitud que prevalece entre las comunidades
rurales de Bolivia.
Trabajar
de sol a sol El
detalle de las actividades que conforman la cotidianeidad de las bolivianas
entrevistadas no deja dudas sobre la perpetuidad de su trabajo. Si bien
hay algunas diferencias entre las categorías encontradas,
el cronograma de tareas diario de las productoras medieras bolivianas
del área de Escobar se aproxima al siguiente: 5
- 5.30. Levantarse y preparar el desayuno para toda la familia. Suelen
ser ayudadas por el marido y los hijos varones, aunque se trata de algo
frugal (generalmente a base de mate). Se realizan pequeños quehaceres
domésticos. En época de clases se preparan a niños y niñas para ir a la
escuela. 6
- 11. Trabajo en la quinta; las tareas varían según estaciones y cultivos
pero las acciones generales son: Preparar
la tierra Sembrar Carpir Mochilear
(acción de pasar insecticida con una mochila) Regar 11-
12. Preparar almuerzo. Suelen
ser ayudadas por el resto de la familia. 13
- 14. Arreglar la casa y
a veces hacer una pequeña siesta. Una buena proporción ve TV
15
-16. Al menos tres veces por semana, se lava la ropa; en algunos casos,
dependiendo del número de familiares, se lava todos los días. También
es la hora de planchar (pero ha sido poco mencionado) 16
- 19. Continúan los trabajos en la quinta 20.
Preparar la cena 20.30
- 21-30. Cena y TV 22
-23. Trabajos vinculados a la quinta (ayudar a cargar lo embalado, asistir
en la recolección) 23-24.
Ir a dormir A
una arrendataria se le agrega el trabajo de mercadeo -que se realiza entre
las 2 y 10 de cada día en el mercado de la comunidad. Su día comienza
a las 2 y termina a las 23 horas. Puede descansar al regresar del mercado
(se baña y se acuesta hasta alrededor de las 12; luego prepara la comida
y descansa entre 13 y 14). Hacia las 15, lava la ropa y después va a trabajar
a la quinta hasta las 19 horas. Luego de la cena, entre las 22 y 23, se
realiza la tarea de embalaje). Las
horas diarias dedicadas al sueño -interrumpido- apenas llegan a seis.
Si hay que atender enfermos
o enfrentar temporales o heladas, el sueño apenas alcanza a 3 horas diarias.
Entre
las entrevistadas sólo cierto número tiene máquina de lavar.
Ningún otro aparato de ayuda doméstica fue mencionado y algunas
no poseían heladera. Es cierto que sus casas son muy sencillas, de material
y la enorme mayoría posee letrina afuera de la casa. El número de ambientes
de que disponen no indica hacinamiento pero ninguna vivienda tiene más
de tres cuartos. Algunas construcciones son muy bajas, lo que origina
quejas por el intenso calor que impide “hacer la siestita”, como nos dijo
una de las medieras. A
esta rutina hay que agregar tareas ocasionales tales como hacer una mesa
o algún otro mueble, arreglar electricidad, buscar leña en el invierno,
llevar los chicos a la salita. Cabe mencionar que a veces se encuentra
la cría de animales de granja para consumo propio, así como almácigos
de exclusivo uso para las familias y el tiempo para esos cuidados también
debe computarse. El domingo
es el único día de descanso y aún así hay que regar o podar o arreglar
algo en la casa. Las
entrevistas muestran las siguientes evidencias: a)
Estas mujeres no conducen automotores (ninguna mediera lo poseía por otra
parte) ni realizan tareas con tractores (en general, todas señalaron que
“suelen subirse, pero trabajan los hombres”). Se tiene la impresión de
que si se hubiera entrevistado a arrendatarias de mejor posición y a mujeres
del sector de propietarios, no hubiera sido difícil encontrar las que
conducen camionetas. Tampoco realizan tareas con caballo. b)
Casi todas las entrevistadas justipreciaron su trabajo como mayor que
el de los hombres y más extenuante (en realidad, una de nuestras mujeres
dijo “que era más o menos igual” su trabajo que el del marido y otra que
el marido trabajaba más). c)
Ninguna dejó de considerar como trabajo las tareas que realizaba dentro
de la casa. El
cálculo del sinfin de la tarea y la consiguiente fatiga no tiene errores
pues todas, absolutamente, manifestaron malestar por sus respectivas cargas.
Ni una sola de las entrevistadas omitió palabras para dar cuenta del desagrado
que le producía una labor que juzgaban inagotable y casi todas evidenciaban
en sus rostros y en sus cuerpos un precoz envejecimiento. Las madres entrevistadas,
sin excepción, expresaron el deseo de que
sus hijos e hijas pudieran liberarse de esa extenuadora fajina: “Ay,
lo que yo más quiero...es que mis hijos no trabajen más en esto” -
(Sofía-37 años) “Lo
que yo quiero es que mis hijos estudien para no tener que trabajar la
tierra”- (Marina
-32 años) “Bueno,...yo
quiero que trabajen livianito, no como este”
(Basilia -32 años) “Yo
deseo que no les toque más trabajar la tierra, todo el día con la espalda
al sol”- (Faustina-
31 años) “Haga
frío o haga calor, lluvia o lo que sea...siempre hay que trabajar, no
se puede descansar...siempre trabajar”- (Sofía - 45 años) Pero
se caería en un engaño si se piensa que estas mujeres cambiarían de vida
para dejar de trabajar en tareas productivas. Tengo la impresión de que
las que ascienden socialmente y llegan propietarias, a diferencias de
las argentinas de igual posición, continúan ligadas a la esfera económica.
Entre las entrevistadas figura la hija de un quintero propietario, de
24 años que permanece soltera -ya un síntoma del cambio porque como se
verá, el emparejamiento de este grupo de bolivianas transcurre entre los
18 y 20 años. Ella no trabaja la tierra aunque su madre todavía contribuye
en ciertas tareas en la quinta (no se ahorró críticas al tradicionalismo
de los padres), pero su tarea consiste en la venta en el mercado. Ha estudiado
y piensa que en algún momento dejará el mercado, desde que pueda manejar
el dinero como ahora lo hace. El
trabajo productivo constituye una dimensión central de la subjetividad
femenina de este grupo, especialmente su consecuencia retributiva pecuniaria
aunque se revele en montos pocos significativos, lo que exhibe
una alteración -sobre la que más tarde volveré- de las condiciones
de género en las sociedades de tradición eurocéntrica.
Emparejamientos,
reproducción y costumbres La
edad del emparejamiento es temprana en este grupo. La mayoría de las entrevistadas
se habían casado o unido “sin papeles” (por lo menos cuatro de las once
entrevistadas en profundidad se hallan en esta situación)
entre los 16 y 20 años y con excepción de las que llegaron al país
siendo niñas, una proporción alta del resto ingresó ya casada. Las únicas
solteras resultaron la hija del quintero a la que ya he aludido y la joven
hija de una de las arrendatarias que la acompañaba en el mercado. El
número de hijos variaba en una escala de 7 a 3. Las dos únicas mujeres
de 6 y 7 hijos resultaron las mayores del grupo
(45 y 39 años respectivamente). No fue difícil abordar la cuestión
de los cuidados contraconcepcionales ya que la mayoría se dispuso a hablar
fluídamente de la cuestión. Las más jóvenes están preocupadas pues no
quieren tener más hijos y si no han recurrido todavía a métodos farmacológicos
ni mecánicos es por temor a los mismos pero no por el deseo de tener más
hijos. En dos casos respondieron que a sus maridos no les gustaban que
hicieran tratamiento, “porque voy a engordar” - adujo María, de 28 años
y cuatro niños. Pero deseaban concurrir a la “salita” para ver qué podían
hacer. En
efecto, la “salita” fue reiteradamente mencionada en materia de cuidados
frente a embarazos. Por lo menos tres relataron que se ponían “inyecciones
mensuales”, “y anda muy bien”-fue el comentario de una de ellas; otras
tantas usan “espirales”. Algunas dijeron que se cuidaban sin que pudiera
obtenerse más información. En esta pequeña muestra de algo más de
quince mujeres con las que se pudo dialogar sobre medidas anticoncepcionales,
más de la mitad usaba algún método farmacológico o mecánico para evitar
embarazos y el resto pensaba que debía empezar a cuidarse. Las
incursiones en torno del aborto arrojaron resultados negativos. Si bien
las preguntas para llegar a la cuestión efectuaron el consabido rodeo
de “cuántos embarazos tuvo?
y “perdió algún embarazo?”, para ir a “qué opina sobre el aborto? (o la
mejor fórmula parecida según cada entrevistadora), lo más probable es
que mediara una decisión críptica -guardar el secreto- si existiera alguna
experiencia propia o muy cercana. Pero también es altamente probable que
entre estas mujeres no se encuentre extendida la práctica del aborto.
No obstante, no se recogieron impresiones negativas o condenatorios por
parte de las entrevistadas. Tal vez la locución resumen de esta posición
sea “de eso no hay entre
nosotras”. Los
embarazos adolescentes fueron especialmente indagados. Si bien hubo dos
tipos de apreciaciones, una negativa, “son un problema...una preocupación”,
como dijo Sofía (45 años), y
una positiva, “no, no son un problema” (la mayoría de las respondentes
se ubicaron en esta línea), lo cierto es que a propósito de esto pudieron
registrarse los siguientes aspectos argumentales: a)
El embarazo “se arregla”, esto quiere decir que la familia de la joven
busca a la familia del varón para concertar las condiciones a fin
de que vayan a vivir juntos. Si no se arregla, la joven queda en casa
de sus padres; puede haber enojos iniciales, pero es absolutamente raro
la expulsión de la casa. b)La
institución del “arreglo” es posible porque mayoritariamente la comunidad
boliviana procura enlaces con connacionales. Todas las entrevistadas consultadas
sobre este particular señalaron que “los casamientos hay que hacerlos
entre bolivianos”. Un argumento
de gran significado nos lo proveyó Sofía, la mediera de 45 años, la de
más alta escolaridad pues concluyó el secundario en Bolivia (se trata
de la que pudo estudiar Enfermería): “...Es
que entre las familias bolivianas hay más respeto, es eso, se saluda...no
se habla...mal, de ciertas cosas...hay más respeto! Los argentinos son
buenos, pero en las familias bolivianas hay mucho más respeto! Por eso
es que queremos que se casen con los hijos de bolivianos... Creo
que hay aquí una clave de los repertorios relacionales entre los géneros
que revela costumbres muy diferenciadas. “Respeto” alude, indudablemente,
a un cierto recato que permea la comunicación, no solo entre varones y
mujeres, sino entre las propias mujeres. Es notable el contraste entre
una sociabilidad forjada en buena medida en la esfera “pública” - el mercado
y el tejido de acciones transaccionales constituyen lo más emblemático
de lo público- y el “privatismo” de las reglas comunicacionales que parecen
suspender las destrezas que dicha esfera demandan. Esta
mujer -una de las más locuaces en este aspecto-, intentaba demostrar que
la idea de respeto estaba reservada también a la mayor fidelidad que atribuía
a los “paisanos”, a una cierta docilidad familiar, en contraste con las
formas de ser de los argentinos. Formaba parte de su concepción del respeto
una mediana locuacidad, el cuidado con las conductas y sobre todo de las
palabras, lo que suponía un uso del lenguaje que no conociera algunos
tópicos, como la sexualidad. Para nuestra entrevistada, sólo los bolivianos o sus hijos
preservaban esas características
y ella evitaba que los chicos suyos vieron en la televisión “esos
programas”. Casi
todas respondieron que no tenían problemas con sus maridos y que no había
de qué quejarse. Una de ellas reía contando “que todo el día discute”,
pero “al rato pasa, ya está todo bien”. Lo cierto es que son raras las
mujeres que se separan, y más raro aún que siendo aún jóvenes no armen
otra pareja. En el grupo sólo se encontró una separada,
y aunque la mayoría respondió que la comunidad no rechazaba a las
separadas o divorciadas, creo que hay que sostener la hipótesis de que
si no se censura la ruptura, es poco aceptable que una mujer se quede
sola. Fuera la situación de la separada que vivía sola con sus hijos,
por lo menos tres entrevistadas confesaron que habían estado casadas con
otros y que después formaron la actual pareja. No debería pensarse, creo,
que ello obedece al seguro económico que aporta el varón, acostumbradas
como están al autovalimiento, a la negociación permanente, a afrontar
desafíos y a realizar esfuerzos enormes. Se
trata de una imposición cultural que si por un lado admite manifestaciones
de la autonomía femenina -más acentuadas que el promedio de las mujeres
de sectores equiparables de la sociedad argentina-, por el otro retrae
los completos procesos de individuación: ser mujer adulta implica triangular
con la figura de una pareja, mediar cotidianamente con la estructura de
una familia. Se “es” a través de los otros de la familia.
Dinero
y consumo Resulta
conocido el preponderante protagonismo de las mujeres bolivianas, sobre
todo del altiplano, en materia de manejo pecuniario. Sin duda remite a
una larga tradición que remonta a orígenes seculares, aspecto que debe
ser indagado aún. Lo cierto es que desde la niñez se han acostumbrado,
al lado de sus madres, a transaccionar por dinero. Poseen
por lo tanto notables habilidades para lidiar con los consabidos intercambios
de mercado, conocen sus reglas, dominan con mucha perspicacia los valores
puestos en juego, son actrices afiladas del regateo, la puja, manejan
la persistencia y la desistencia si no están convencidas de que habrá
beneficios. Desde luego, puede haber rotundos equívocos. La
destreza para los cálculos matemáticos recorre un trayecto independiente
de los aprendizajes formales escolares. Muy pocas de nuestras entrevistadas
habían terminado la escuela primaria (algo cercano al 70% del conjunto
indagado), pero todas eran
capaces de realizar cálculos. “Ah, pero yo sé...yo sé! -nos ha dicho una de nuestras entrevistadas-
...aunque no tengo mucha escuela.
En efecto, reconoció haber asistido sólo hasta tercer grado. No
puede sorprender que en los abordajes en profundidad, el conocimiento
sobre las reglas de sus contratos familiares no se les escapara ya que
todas sabían muy bien qué significaba “mediar” o “arrendar” y los respectivos
valores envueltos en esas modalidades, aunque algunas fueran esquivas
para precisar magnitudes (por ejemplo, en ciertos casos se omitió brindar
exactitud sobre el número de hectáreas de las que eran medieras). La
situación de las arrendatarias es singular ya que deben realizar diariamente
el mercadeo de los productos y aunque la “mano invisible” se impone sobre
las voluntades individuales, hay que saber jugar entre las márgenes y
para eso nada mejor que la astucia de las mujeres. El mercado boliviano
de Lambertuchi es mayorista y compite con otros regionales. Es necesario
atraer a los compradores, garantizar calidad y ofrecer precios competitivos.
A menudo -como es bien sabido- se destruyen productos obedeciendo
a diversas razones en las que las propias del mercado cuentan decisivamente,
y entre ellas muestran su potencia las aventuras y desventuras del clima,
de la biología y de la propia acción humana. Pero puede haber fenómenos
fortuitos. Nadie puede explicar muy bien por qué en un determinado día
hay una afluencia mayor de demandantes y en otros, con precios y calidades
interesantes, éstos ralean. Es
necesario por lo tanto agudeza, fina percepción de las cosas y de los
acontecimientos; a menudo la selección de las puesteras debe obedecer
a fenómenos que huyen de las reglas del mercado en sentido estricto, expresiones
de un orden no racional de los actores y actrices, aunque paciencia, persistencia
y buen trato (algo que no falta a estas mujeres) constituyen aspectos
fundamentales para ganar y mantener clientes. No hay que sobreactuar,
ni sobreofertar. Los procesos neurovegetativos desnudan su “lógica” y
aparecen como motivaciones profundas de las transacciones. Es probable
que sean estos aspectos los que dominen de manera sabia, aunque no verbalizable,
las mujeres bolivianas. No
son pocas las emprendedoras sólo de mercados. Recorren las diversas alternativas
regionales y escogen en una plaza para revender en otra, tal como ya fue
dicho. Se trata de evaluar bien la diferencia que “se hace”: hay que calcular
de acuerdo con tendencias, sobre precios absolutamente micro -la diferencia
puede ser sólo de centavos sobre productos medidos en pequeñas magnitudes.
El manejo de la situación de mercados mayoristas sin duda es un salto,
y al parecer muchas mujeres ya transaccionan “a lo grande” -pero piénsese
que el monetario que está en juego en una jornada puede equivaler, en
el mejor de los casos, a no más de treinta dólares. ¿Puede
sorprender que estas singulares habilidades femeninas, que para el resto
de la sociedad argentina son consideradas, de manera inexcusable, como
propias de los varones, no se reflejen en la asociación étnica que conduce
el mercado y cuyos directivos son varones? Volveremos sobre esta dualidad
de la esfera pública reservada a la experiencia de nuestras mujeres. En
materia de decisiones sobre el consumo doméstico y la adquisición de insumos
para la producción, entre las mujeres indagadas sobresale su papel o al
menos se revela paridad con los maridos. Fue común recoger la siguiente
fórmula de respuesta, proveniente
de Basilia: “No
hay nada que no se haga sin la decisión de los dos. El no toca nada, si
algo que aparece una buena compra, me espera que yo vaya” Sólo
dos mujeres reconocieron una situación opuesta y atribuyeron a sus maridos
dominar, tanto el manejo del dinero familiar como la toma de decisiones
sobre gastos. Se tiene la impresión de que estas experiencias son las
más raras. Abundan las informaciones, más allá de los testimonios recogidos,
sobre la capacidad de las mujeres para hacer prevalecer sus puntos de
vistas sobre los usos del dinero y las estrategias de consumo. Isla[10]nos
descubre la fuerza de la línea decisoria reposando sobre las voluntades
femeninas. En el mismo sentido se expresa
Plá[11],
en uno de los trabajos pioneros sobre la condición femenina entre los
migrantes bolivianos. El
escaso numerario de que disponen, al menos la enorme mayoría de las mujeres
entrevistadas, incrementado merced a ahorros forzosos, a la frugalidad
del consumo y a la inexistencia de nada parecido a lo conspicuo, merece
un severo cálculo, casi filigranático, y esa notable habilidad gerencial
proviene de ellas. La administración de la quinta se compadece estrictamente
con la administración del hogar y nadie más confiable que una mujer para
esa tarea. Pero, ya se sabe, en tren de jerarquizar los gastos, ella misma
resulta la primera relegada. Las
mujeres entrevistadas poseían vestimentas sencillísimas y de muy humilde
confección, aún las que atendían en el mercado. Las ropas típicas de sus
ancestros han dado lugar a faldas y blusas de diseños neutros, estrictamente
convencionales para los roles sexuales de máximo estereotipo: es rarísimo
encontrarlas de pantalones tanto como verlas con polleras ajustadas por
encima de las rodillas. Un único caso fue registrado: se trataba de una
de las mujeres más encumbradas de la comunidad, esposa de uno de los productores
mejor abstados y solventes, quien vestía jean y una remera “fashion”.
Un balance adecuado podría determinar que es mínimo el consumo de ropa
de estas mujeres y que casi no conocen los productos de tocador y maquillaje.
Pero son capaces de “grandes inversiones” para mantener a los hijos en
la escuela.
Sociabilidades
endógenas Un
aspecto sorprendente de este primer abordaje lo constituyen los sistemas
de sociabilidad de las mujeres indagadas que al parecer las repliegan
sobre referencias endógenas no obstante su enorme habilitación para actuar
en la arena pública. Si por un lado la mayoría de estas mujeres se ha
movido o se mueve en interacciones de singular alteridad, comportándose
“como un varón” según los patrones genéricos contextuales, ya que, tal
como he sostenido, son protagonistas fundamentales en las acciones del
mercado y de la esfera de la sustentabilidad económica, por otro lado
parecen afectadas de un marcado “privatismo”, pero de un privatismo que
queda alienado del derecho a lo íntimo, desprovisto de la típica interioridad
de las mujeres de clase media. Algunos
datos parecen favorables a esta hipótesis. En primer lugar, no hay costumbre
de visitar a otras familias de connacionales
si no se es pariente. Indagadas sobre el uso del escaso tiempo libre,
casi sin excepción entre las directamente vinculadas a la vida de las
quintas, se manifestaron de esta manera: “No,
no salimos...Yo no salgo, me quedo en casa. ..Viene mi cuñada, mis sobrinos”
(Sofía
- 45 años) “Y
me quedo acá nomás...Nunca salimos...No, casi nadie viene” (Lucrecia-
28 años) He
seleccionado estos dos testimonios porque extreman las comparaciones:
una mujer de más edad vs.
una de las más jóvenes entrevistadas; una larga experiencia de habitación
en el país vs. una de las más recientemente llegadas; una oriunda de Tarija,
la otra de Potosí. Un nexo común es la situación de medieras pero entre
las arrendatarias se recoge el mismo resultado. Ello
quiere decir que no sólo no hay intercambios “desinteresados” , esto es,
fuera del circuito económico, con respecto a argentinas, sino con relación
a las propias connacionales. En otras palabras: la amistad femenina parece
reducida sólo a experiencias con parientas. Algunas admitieron desconfianza
con las “paisanas”, tan simétrica cuanto ocurre con respecto a las argentinas
-a pesar de los reconocimientos laudatorios que éstas merecieron por parte
de casi todas y que debemos, como es obvio, poner entre paréntesis(...Las
argentinas son muy buenas/ Ah, siempre vienen las señoras, vienen a hablar/
Son buenitas/ Y nunca tengo problemas con las señoras de acá/ fueron
emisiones comunes y una llegó a decir:”Son
superiores a nosotras, tienen la casa limpita”). Lo que intento decir
es que no hay ampliación de la sociabilidad, que es remarcable esa carencia
con relación al propio género en el interior de la etnia, y
que las interacciones se consuman esencialmente en el seno de la
propia familia y habitat. Una
oportunidad diferente parecen constituir las fiestas colectivas, notablemente
escasas a diferencia de la experiencia en el país de origen. Fue señalado
el festejo del 6 de agosto -fiesta nacional- y alguna otra ocasión durante
el año. Es el momento de intercambios con los miembros de la comunidad
de Escobar, sobre todo con las “paisanas”. Los motivos de habla al parecer
tienen mucho que ver con la esfera del trabajo, con los problemas de la
producción, con la falta de dinero...pero no hay lugar para lo íntimo. Otro
dato lo constituyen los motivos habituales de intercambios verbales entre
las mujeres que mercadean: se insiste en la misma referencia, el orden
productivo, “lo externo” desplaza por entero lo subjetivo profundo. Por
lo dicho es curioso que la sociabilidad franqueada que promete la condición
femenina en este particular grupo, sociabilidad que empuja los límites
cartoriales de los atributos de género propios de la realidad social argentina,
se repliegue a repertorios endógenas. El tránsito por cierto mas “autónomo”
hacia lo público, se desafía con la dualidad de ese mismo público que
paradojalmente admite cierta soberanía femenina en cuestiones económicas,
pero que le pone freno cuando asoma lo institucional (por ejemplo, la
asociación). Los instrumentos más complejos también se asimilan en algo
a lo “institucional” cristalizado, de ahí, probablemente que no trabajen
con los tractores. Por
otra parte, el “privatismo” que exhiben las mujeres indagadas es un privatismo
-digámoslo- de tipo exógeno, volcado hacia fuera de sí, tan formalizado
como lo público, ya que parece haber poco margen para lo estrictamente
íntimo que requieren las formas de la individuación. En suma, lo que intento
decir es que la enorme publicización que caracteriza el desempeño económico
de estas mujeres no se compadece con la necesaria compatibilización del
estatuto del “individuo”, propio de las sociedades políticas occidentales
en las que se arquitecta esta figura de la que no puede retirarse la noción
de intimidad.
Deseos
y sueños Lo
dicho antes se corrobora a la hora de inquerir en materia de proyecciones
y de deseos. Las respuestas revelan contención, cálculo severo de lo que
efectivamente se podría y disciplina del “sí”: primero están los hijos,
mencionados sin distinción de sexo, “una
vida mejor”/”un futuro mejor”/”que no tengan que trabajar todo el día
la espalda al sol”. Pero ello está casi invariablemente vinculado
a la educación (“Yo quiero que estudien”/”Quiero
que estudien, que se perfeccionen”/”Quiero que vayan a la escuela”/”Quiero
que tengan una profesión,...cualquiera) Sueños
ajenos, no para sí. Sueños para los otros, que son ella. El sacrificio
del trabajo por cierto apenas compensatorio -salvo golpes de suerte que
no deben descartarse- se mitiga con proyecciones sobre los hijos descarnadamente
simples. Las “profesiones” nada tienen que ver con los estudios superiores,
por ejemplo, una profesión buena sería para las hijas la peluquería, con
tal de salir del círculo de la tierra. Y debe admitirse que muchas familias
multiplican el esfuerzo sustituyendo a los niños y niñas a quienes han
liberado del yugo para mandarlos a la escuela[12]. Es
significativo que a nadie se le ocurriera decir “quiero que mi hija se
case y que se dedique a los hijos” y tengo la impresión de que serían
muy raro encontrarse con esa aspiración. Es por aquí, además, que las
atribuciones de género son distintas en esta comunidad, no obstante la
“mediación familiar” para poder ser “una” en su interior. Si bien los
sueños y proyecciones disparan hacia otros sujetos a través de los cuales
se “es”, el contributo productivo, la realización económica, el despliegue
de habilidades extra reproductivas, marcan sugestivamente al género. Estas
identidades femeninas revocan los estereotipos pero encuentran el límite
en una sustanciación privatista, sin derecho a la intimidad, que inflexiona
la curva. Entiéndase
bien, no sostengo la inexistencia de experiencias de intimidad, ya que
ningún ser humano, bajo ninguna condición, se priva de ello, sino que
este orden queda subsumido entre la externidad de la vida pública y la
vida doméstica que, por otra parte, no alcanzan la resonancia de esferas
distintas, típicas de las construcciones de subjetividades genéricas que
conocemos. Me
eximo aquí de volver sobre el debate entre lo público y lo privado, porque
no es mi propósito revisitar estas dimensiones angulares en la sustanciación
de las teorías de género que nos han acompañado por lo menos desde hace
un cuarto de siglo. Apenas agrego a él que puede haber una enorme experiencia
de lo público basado en sociabilidades endógenas limitativas de la experiencia
de lo íntimo como parte sustantiva
del proyecto vital. Deberíamos
tal vez pensar, que tanto como el ejercicio de lo público, las diferencias
con los varones se instalan de manera decisiva en la valoración de lo
íntimo, en la proyección del deseo y la potencia, como un punto decisivo
en las construcciones del sexo y del género. En
el sentido indicado por Norbert Elías[13],
la experiencia que otorga una sociabilidad múltiple, que en todo caso
abre la perspectiva de una
auténtica interacción social, es decisiva para la gestación de las competencias
sociales y psíquicas, hacia los otros y hacia sí, y las modulaciones del
sentido de lo íntimo nos confrontan con las diferencias del sistema sexo-género.
Sin
embargo, una alteración de este sistema público-doméstico que obtura lo
íntimo en las mujeres entrevistadas parece provenir de las más jóvenes
y mejor situadas socialmente. Tanto el testimonio de la muchacha cuya
familia ostenta un mejor pasar cuanto lo que narran las madres medieras
y arrendatarias sobre la mayor participación
de sus hijas tanto en la educación formal como en diversiones y
paseos con otras muchachas y varones,
indican una apertura en tal sentido. Pero desde mi perspectiva
el problema de la cadena endoétnicas, la persistencia en la no diversidad
cultural en materia de emparejamientos y consabidas vidas familiares,
aparece como una amenaza a la irrupción de los resortes íntimos.
Los problemas culturales se tornan, una vez más, una cuestión central
para la construcción autónoma o heterónoma de los proyectos vitales :
el disfrute potente de la intimidad está en juego.
A
modo de cierre provisorio Ya
he señalado (y prevenido) sobre el carácter por entero exploratorio de
este abordaje. Lo más significativo es el conjunto de ideas e hipótesis
que se abren después de este primer paso. No tengo dudas de que este conjunto
de mujeres, su experiencia vital y sus percepciones, desafían algunas
cuestiones del régimen interpretativo corriente sobre la construcción
de los sistemas de sexo-género. Su
corriente participación de la arena pública, con un despliegue de habilidades
que la sociedad argentina concibe todavía casi exclusivamente para los
varones, aunque las cosas están cambiando, contrasta con aspectos recoletos
y de escasa sociabilidad que trasuntan sus narrativas. He
puesto el acento en la supresión de la esfera íntima como contraparte
del tributo a esa publicización, y tal vez esto suscite la apertura de
un fragoroso debate. Los feminismos, en cualquiera de sus vertientes,
insisten sobre el empoderamiento y la maximización del protagonismo público
y no podríamos disentir con este desideratum. Pero tal vez por ausencia
de una continuada interpretación histórica sobre las construcciones atinentes
a la masculinidad - felizmente ha aumentado el número de investigadores/as
dedicados a su análisis- se nos escapan las condiciones ex ante
de lo público y lo privado. La propia constitución de lo público - como
bien se sabe - implica individualización, y un parte sustancial de éste
comporta el sentimiento resonante de lo íntimo. El
conocimiento, manejo y cuidado de lo íntimo implica acceder a la morada
de la subjetividad, al verdadero asiento de la “máquina deseante”
[14].
Estoy convencida de que para la teoría del sexo-género, y desde
luego para la orientación del análisis de la condición femenina bajo diversas
realidades culturales, sociales y étnicas, resulta cada vez más fundamental
que, además de la crítica de las esferas pública y privada y el reconocimiento
de los límites que impone su diferencia, escudriñemos el edificio complejo
de la intimidad que no puede distanciarse de las instancias deseantes
del cuerpo. Es
muy probable que las lecciones resonantes de una perspectiva como la de
Judith Butler[15]
resulten fundamentales para continuar esta investigación sobre las mujeres
bolivianas en el determinado marco productivo, social y cultural que he
seleccionado. La intimidad indicia sustantivamente la performatividad
del sexo y partir de aquí podremos conducir el análisis. Baste por ahora
este manojo sugestivo que expresa una experiencia de mujeres cuya singularidad
es incontestable.
Anexo
metodológico Guía
central de cuestiones
I- Nombre
II Relato
pormenorizado de cada tarea, en las diferentes horas día, desde el momento
que despierta III Vivienda IV Forma
del contrato: medieros - arrendatarios - peones - otras (aclarar qué significa
cada uno de estos conceptos). Propietarios V Visitas
- Diversiones - Entretenimientos - Fiestas
[1]Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Diputada por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Profesora Titular de Historia Social Latinoamericana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. La autora agadece la valiosa colaboración de Roberto Benencia y María Carolina Feito. A quienes contribuyeron en el trabajo de campo, Silvia Fernández Rabadán, Ana María García, Sofía Solá y Humberto Mourin. Sin ellos, estos análisis no habrían visto la luz. [2]Agradezco a Alejandro Isla los datos fundamentales sobre el origen de la palabra “collas” que deriva de una referencia geográfica tanto como su uso actual. Tomando a Cuzco como centro, se llamaba “colla suyu” al cuadrante SE, en gran medida correspondiente al área que hoy ocupa Bolivia , país que por otra parte ha incrementado su población aborigen a lo largo del siglo XX. El término colla no identifica particularmente a ninguna etnia, se trata de una referencia genérica a la población boliviana especialmente a los habitantes del altiplano. [3] Benencia, Roberto (Coordinador), “Area Hortícola Bonaerense. Cambios en la producción y su incidencia en los sectores sociales”, Buenos Aires, La Colmena, 1997 [4] Se realizaron 11 (once) entrevistas en profundidad de más de 45 ´ de duración y 12 (doce) entrevistas de no más de 20´, con guía acotada. Ver Anexo Metodológico [5]Benencia, Roberto, “La mediería” en Benencia, Roberto, op. cit . [6]María Carolina Feito, “Formas de organización del trabajo en las quintas”, en Benencia Roberto, op.cit. p. 208 [7]Me refiero a los Partidos de Florencio Varela, Berazategui y San Vicente. La producción hortícola y agrícola de La Plata y los partidos mencionados en primer lugar, ofrecen una fisonomía étnica y organizacional semejante a la de Escobar. [8]Balán, Jorge, “La economóa doméstica y las diferencias entre los sexos en las migraciones internacionales: un estudio sobre el caso de los bolivianos en la Argentina”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Año 5, n* 16-16, 1990 [9] Dandler, Jorge y Medeiros, Carmen, “Temporary Migration from Cochabamba, Bolivia to Argentina: Patterns and Impact in Sending Areas, in Patricia R. Pessar (Edit.) “When Borders don´t Divide: Labor Migration and Refugee Movements in the Americas”, N.York, Centro de Estudios Migratorios [10] Isla, Alejandro, “Las caras de la identidad: Estado, comunidad y reproducción en los Valles Calchaquíes” (en prensa), Buenos Aires, Editorial La Colmena. [11]Plá, Cecilia, “Migraciones en Latinoamérica. Algunos datos sobre mujeres bolivianas en la Argentina”, Revista Revindi, n* 4, Budapest. [12] Ver especialmente Benencia, Roberto, op.cit [13] Elías, Norbert, “El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas”, México, FCE, 1988 [14] Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, “Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia”, Valencia, Pre-textos, 1988 [15] Remito especialmente a su texto, “Bodies that matter. On the discursive limits of “sex”, N.York -London, Routledge, 1993 |