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Grupo de Trabalho 4
Las collas: producción y reproducción en el conurbano bonaerense

Dora Barrancos[1]

 “Para mí la mujer es la que más trabaja que el hombre. 
Que no trabajen en la tierra nunca, es lo único que deseo”

Basilia

Esta comunicación constituye apenas un ingreso a la experiencia vital de las mujeres bolivianas que en las regiones norteñas de Argentina se designan como “collas”, aludiendo a sus nítidas raíces indígenas quechuas o aimarás[2], mujeres estas que se desempeñan en las tareas fruti-hortícolas en el conurbano bonaerense y dividen energías con las tareas de la casa. Se trata de una aproximación inicial y debo anticipar que absolutamente nada autoriza, en el actual estado de la investigación, a epílogos conclusivos. Se trata en todo caso de un abordaje tentativo tendiente a obtener insumos referenciales para un despliegue indagatorio posterior; su validez, pues, no supera el carácter exploratorio, casi por tanteos, de las referencias subjetivas de estas mujeres que expresan circunstancias paradojales del género.

Otras advertencias son necesarias. En primer lugar las dificultades para obtener un contacto fluído con las protagonistas. La comunidad boliviana asentada en el cinturón verde que rodea a Buenos Aires, no es precisamente de fácil acceso; es necesario el empleo de mediaciones paisanas -referentes reconocidos, miembros con cierta legitimidad- para vencer las prevenciones de todo orden que suscitan los extraños. Algunos trabajos muestran que esas prevenciones van más allá de las identidades no bolivianas[3] ya que se suele ser muy precavido también con referencia a lo propio. Un sistema de comunicación exponencial es muy difícil entre los miembros de la comunidad boliviana en el área seleccionada. Los vínculos suelen ser fragmentarios o discretamente involucrativos.

La misma circunstancia de la migración es seguramente la principal fuente de motivos persecutorios, aún cuando se tengan resueltos los problemas de documentación y se exhiba una larga habitación en el país. Una de las fuentes indicó que hasta hace algunos años, algunos productores bolivianos se encargaban del conchavo de connacionales para lo cual viajaban a Bolivia con el deliberado propósito de traer familias a trabajar en las quintas como peones, introduciéndolas en forma indocumentada.

Formas de discriminación no han faltado con relación a la población boliviana residente que es identificado con el término peyorativo de “bolita”.

En época reciente se ha extendido la indiciación de bolivianos en actividades relativas al narcotráfico y este fantasma impone una actitud más distante. Se tiene la impresión de que la comunidad que habita la región metropolitana, aunque desde luego mucho más entre los/las bolivianos/as habitantes del área urbana, se siente afectada por la absurda simplificación de la regla que suele asimilar tráfico de droga con nacionalidad boliviana.

Otra fuente de desconfianza que se agrega en el sector hortícola son las cuestiones tributarias; no puede sorprender que algunas entrevistadas hagan referencias a “que están al día con los papeles de la DGI”, esto es, con el organismo estatal encargado de los tributos. Las entrevistas inquietan porque se puede sonsacar otras cuestiones mediante preguntas absolutamente inocentes alcanzando estas espinosas dimensiones, aunque inquerir sobre aspectos de la producción y de la comercialización ya suman mucha reticencia. Se percibe que hay temor a quedar comprometidas si hablan acerca de cómo se ganan la vida.

Esta indagación se llevó a cabo entre mujeres asentadas en la región de Escobar y más precisamente entre quinteras y ex quinteras que habitan las inmediaciones del mercado comunitario de esa localidad, ubicado en el barrio Lambertuchi, a alrededor de 50 Km de Buenos Aires. Los contactos iniciales para seleccionar a las entrevistadas se habían realizado con las cabezas de la Asociación de la colectividad boliviana, pero en el proceso de las sucesivas aproximaciones se produjo una situación inesperada: las autoridades de la Asociación fueron desplazadas por otras nuevas a partir de la formación de otra lista que ganó las elecciones. Esta circunstancia también sumó reticencias ya que el clima general de convivencialidad no estaba en las mejores condiciones.

En suma: el trabajo de campo se realizó con severas dificultades a causa de la pérdida de los contactos puente y, para aumentar aún más las trabas, contó el propio tiempo transcurrido. Encontramos a nuestras entrevistadas en el clímax de las labores debido a la cercanía de las fiestas navideñas, en momentos de máximo compromiso con sus labores productivas debido a la cosecha de especialidades del área, como el tomate y la zanahoria. Cada hora suspendida a su trabajo peridoméstico significaba un descuento tangible, una pérdida irremediable. Tampoco puede sorprender que, encontradas en la propia producción o abordadas en el mercado, intercambiaran con el marido gestos de solicitud/autorización para dar curso al expediente de nuestra entrevista; en oportunidades debimos circunscribirnos a tópicos muy seleccionados, con mutilaciones lamentables de la guía  y sacrificio de cierta profundidad. Las que consiguieron sortear la desconfianza[4] produjeron registros de muy buena comunicación y pudieron demorarse en narrativas esclarecedoras, permitiéndonos asomar a formas de la condición femenina absolutamente singulares de las que intentaré dar cuenta. Pero antes de ingresar al análisis, se imponen algunas cuestiones contextuales.

 

Las quintas de Escobar, inagotables mundos de trabajo femenino

Desde hace casi medio siglo se delineó en Escobar, como diferenciación del paisaje rural que le era característica, una modalidad de  producción intensiva dedicada a la fruti- horticultura y a ciertos rubros agrícolas[5],al punto de que hacia fines de la década de 1980 cerca del 50% de la tierra dedicada a la agricultura se especializaba en tales cultivos. Ya era bien conocida su contribución a la floricultura. Se trataba, en los años 1950, de producciones familiares en manos de portugueses que contrataban mano de obra por jornal seguramente masculina. Ninguna memoria relata, al menos, una presencia femenina continua en el trabajo de la tierra. Una colonia de italianos matizó la preponderancia portuguesa hasta que sobrevinieron los cambios étnicos y sociales de la década de 1970.

En efecto, fue a inicios de ésta que contingentes bolivianos se asentaron en la región desplazando la mano de obra local. Seguramente la dinámica de los mercados urbanos fueron decisivos para estos desplazamientos, tal como ha puesto de manifiesto la importante bibliografía disponible. Lo cierto es que nuevas organizaciones de trabajo se pusieron de manifiesto vinculando el sistema de producción familiar existente con la producción familiar boliviana, viniendo a escena un nuevo carácter contractual (aunque se refiera sólo a pactos verbales) bajo la forma de medieros -o medianeros-, expresión hegemónica en el área aún hoy ya que probablemente cerca del 40% de estos cultivos reposen en fórmulas de medianería. 

Hay diversas formas de este tipo de pacto laboral; según determinados acuerdos, la familia mediera pone todo el trabajo y la propietaria dispone de todos los insumos e instrumentos de labranza. La familia cultivadora recibe entonces entre un 25 a 30% del producido. Pero si ésta propone correr con algún insumo o parte de los instrumentos de labranza, puede percibir hasta 40% del rendimiento bruto.  La mayoría de nuestras entrevistadas medieras percibe el 30% y la paga se realiza los días sábados de forma inexorable. El no cumplimiento puede originar el abandono casi inmediato de la quinta; una entrevistada narró ciertas viscicitudes para obtener la paga y el traslado al poco tiempo a otra quinta. Todavía es relativamente fácil hallar contrataciones de estas características en el Partido de Escobar porque las nuevas generaciones, los hijos e hijas de familias bolivianas, prefieren orientarse hacia otros trabajos aunque son bien conocidas las dificultades del mercado laboral argentino, lo que significa que no es fácil reponer la mano de obra en este tipo de explotaciones.

Otra forma de contrato es el arrendamiento. Se verá que aunque el arrendamiento prefigura una franja algo mejor posicionada -quien arrienda corre más riesgos y por lo mismo debe tener más solvencia- el esfuerzo de las mujeres de arrendatarios suele ser aún mayor porque están presentes en absolutamente todos las fases comprendidas en la producción y el mercadeo. Hay, desde luego, variación en los precios de arrendamiento, pero de acuerdo a las diversas informaciones obtenidas a través de fuentes dispares- incluídas las propias entrevistadas-, en el área de Escobar es probable que el valor del arrendamiento alcance la suma de entre $80 y $100 por ha; la duración promedio del arrendamiento no es menor de dos años y en el grupo entrevistado el número de hectáreas bajo producción resultó entre 1 a 3 por familia. Una entrevistada señaló que pagaban mensualmente, pero se encuentra muy extendida la modalidad de pago anual. Se tiene la impresión de que en los últimos años ha aumentado el número de arrendatarios en el área pero continúa el predominio de los medianeros.

En el grupo más vulnerable se encuentran las familias cuyos miembros mayores trabajan al “tanteo” o al “tanto” - de ahí la denominación de “tanteros” con que suele conocérselos-, representados por peones que se ocupan en los diversos modos de organización. El trabajo femenino al tanteo es tal vez menos expresivo pero aún así importante y suele complementarse con la actividad, casi exclusivamente femenina, del mercadeo de productos que son adquiridos en otras ferias. 

Esta transacción de compra en una plaza y venta en otra suele recaer de manera dominante en manos de mujeres: los hombres suelen limitarse a realizar el transporte, ayudar en la selección de los productos y cargar los bultos. La elección definitiva de la mercadería, el regateo y el manejo del dinero está a cargo generalmente de mujeres. Pero se advierte mayor vulnerabilidad entre las familias de tanteros. Como dice Feito,[6] “el jornalero tiene algunas ventajas: comida disponible sin desembolsar dinero(...)y sobre todo el hecho de no tener las responsabilidades del mediero(...)Algunos son permanentes (empleados fijos); otros son transitorios (contratados cada vez que hay una tarea específica); otros son ocasionales (contratados para una única labor ocasional). La mayoría -continúa Feito- no tiene contrato firmado ni están empleados en blanco”.

Casi todo el trabajo es precario en el área indagada. Es fundamental introducir aquí que ningún sector tiene amparo frente a la enfermedad -las familias bolivianas suelen asistirse en la “salita” del sector público y hacen uso de la red hospitalaria pública de la ciudad de Buenos Aires- pero ni medieros ni arrendatarios contribuyen con los aportes mensuales exigidos por el régimen de autónomos -lo que les permitirá acceder a los beneficios jubilatorios-, ya que de hacerlo sus ingresos disminuirían sensiblemente.

Aunque menos expresiva, no es desdeñable la proporción de estas familias que aprovecharon las buenas coyunturas ofrecidas entre las década 1970 y 1980 y se tornaron propietarios de quintas. Resulta innegable una cierta movilidad social ascendente en esas décadas en la comunidad boliviana. Pero aún entre las familias más acomodadas, el trabajo productivo femenino no deja de existir; las mujeres no permanecen sólo en el circuito de los quehaceres domésticos ya que suelen hacerse cargo de ciertas tareas relacionadas con la producción. A menudo son las protagonistas principales de los puestos de venta en el mercado no obstante el mejor pasar adquirido y es muy probable que gran parte de la gerencia del emprendimiento familiar repose en sus decisiones.

Escobar vivió, pues, una intensa transformación de la organización productiva incorporando al paisaje de la producción hortícola y frutícola y a algunos rubros agrícolas (maíz y otras oleaginosas y forrajes), una abigarrada presencia de mujeres que han matizado étnicamente el trabajo en la tierra de la región. El cuadro no se completaría sin la presencia de niños/as y adolescentes, sin embargo se advierte una preocupación por evitarles una temprana incorporación a las labores de la quinta.

Escobar resulta una muestra, en la región Norte, de lo que ocurrió en otras áreas del conurbano bonaerense, especialmente en La Plata y partidos aledaños[7] en el último cuarto del siglo que acabamos de dejar.

¿De qué región de Bolivia vinieron quienes se convertirían en medieros, arrendatarios y eventuales propietarios en el área de Escobar? ¿Por qué salieron de su país y sobre todo por qué se dirigieron hacia tierras que requerían trabajo intensivo en lugar de encarar actividades urbanas? Y muy especialmente, ¿qué trayectorias familiares exhibían las mujeres que aceptaron, con el contrato de conyugalidad -legal o no legal-, hacerse cargo, además de las tareas domésticas, de trabajos labriegos fatigantes pues parecen no tener solución de continuidad?   

Intentaré somerísimas respuestas. Las fuentes locales además de las propias entrevistadas indican que la mayoría de las personas vinieron de Tarija, Cochabamba y Potosí,  y en menor cuantía de La Paz y Oruro. Balan[8] y Dandler y Medeiros[9]han examinado el carácter de la inmigración desde Cochabamba con especial reconocimiento de la diferencia ecológica -sierra y valle-, de las actividades económicas y de la sexual, especialmente en lo que atañe a las motivaciones para incorporarse al nuevo país, Argentina. Balan ha señalado que entre los varones, el motivo laboral y de sobrevivencia es fundamental, no así para las mujeres aún cuando éstas se encuentren en una situación de relativa “autonomía” ya que la enorme mayoría trabaja, suele tener independencia monetaria o por lo menos ha obtenido una significativa familiaridad con lo pecuniario.

Esa “autonomía” se traduce además en el hecho de que en el área de Cochabamba por lo menos no hay arreglos matrimoniales, lo que no quiere decir ausencia de conflictos. En la sierra cochabambina las familias suelen relutar el casamiento temprano de las muchachas y entonces ocurre, al parecer a menudo, el fenómeno del rapto, especialmente porque las jóvenes no tienen dificultades para alejarse, hasta por días, de sus hogares facilitándose así la huída con el compañero. Esas huídas pueden terminar pasando la frontera.

Lo cierto es que el acceso a la tierra en la sociedad receptora, por precaria que sea su tenencia, parece fortalecer la respetabilidad individual, una imagen de autonomía y de no subordinación forjada sobre la base de antecedentes también campesinos. Una entrevistada narra que han sido muchas las veces en que ha insistido ante el marido -ella y los hijos- para instarlo a buscar otro trabajo, pero el hombre no quiere saber nada de dejar la quinta porque “le gusta la tierra”. 

En el pequeño grupo de entrevistadas, la de menor tiempo de instalación en el país, databa de diez años. Casi todas contaron historias familiares campesinas y reconocieron que su madre hacía las mismas tareas o muy semejantes. Algunas llegaron muy pequeñas pero la enorme mayoría era muy joven, si no adolescente y recién emparejada. No se registró ningún caso de sucesivos regresos a Bolivia y muy pocas son las que han vuelto a visitar la familia, y por lo menos cuatro mujeres testimoniaron sobre estaciones en otros puntos del país antes del arribo definitivo al área (Salta, Jujuy, Mendoza y Mar del Plata).

Es difícil imaginar la falta de experiencia en este tipo de faenas, aún cuando al menos en un caso había llegado a estudiar enfermería en Bolivia pero todo cambió cuando su padre enfermó gravemente. Hubo entonces que regresar a labrar la tierra. Probablemente, tal como dice Balan, las nacidas en Cochabamba, pudieron ser más libres al decidir acompañar a una  pareja libremente escogida (en el estricto sentido de no haber sido forzadas), pero resta saber qué grado de libertad revela la imposibilidad de abandonar la familia neolocal, el culto -muy a la boliviana- de que una vez que se constituye un orden familiar, el mandato de la reproducción es inescindible de la producción bajo régimen pecuniario. Como se verá, no hay una sola entrevistada que no sienta las tareas productivas como un sacrificio, tal vez como un último sacrificio, porque no será ella quien se revele. Los hijos, hombres y mujeres, deben huir del círculo. La educación hará el milagro, y este dato -de alta constatación- parece contrastar radicalmente con la actitud que prevalece entre las comunidades rurales de Bolivia.

 

Trabajar de sol a sol

El detalle de las actividades que conforman la cotidianeidad de las bolivianas entrevistadas no deja dudas sobre la perpetuidad de su trabajo. Si bien hay algunas diferencias entre las categorías encontradas,  el cronograma de tareas diario de las productoras medieras bolivianas del área de Escobar se aproxima al siguiente:

5 - 5.30. Levantarse y preparar el desayuno para toda la familia. Suelen ser ayudadas por el marido y los hijos varones, aunque se trata de algo frugal (generalmente a base de mate). Se realizan pequeños quehaceres domésticos. En época de clases se preparan a niños y niñas para ir a la escuela.

 6 - 11. Trabajo en la quinta; las tareas varían según estaciones y cultivos pero las acciones generales son:

Preparar la tierra

Sembrar

Carpir

Mochilear (acción de pasar insecticida con una mochila)

Regar

11- 12.  Preparar almuerzo. Suelen ser ayudadas por el resto de la familia.

13 - 14.  Arreglar la casa y a veces hacer una pequeña siesta. Una buena proporción ve TV 

15 -16. Al menos tres veces por semana, se lava la ropa; en algunos casos, dependiendo del número de familiares, se lava todos los días. También es la hora de planchar (pero ha sido poco mencionado)

16 - 19. Continúan los trabajos en la quinta

20. Preparar la cena

20.30 - 21-30. Cena y TV

22 -23. Trabajos vinculados a la quinta (ayudar a cargar lo embalado, asistir en la recolección)

23-24.  Ir a dormir

 

A una arrendataria se le agrega el trabajo de mercadeo -que se realiza entre las 2 y 10 de cada día en el mercado de la comunidad. Su día comienza a las 2 y termina a las 23 horas. Puede descansar al regresar del mercado (se baña y se acuesta hasta alrededor de las 12; luego prepara la comida y descansa entre 13 y 14). Hacia las 15, lava la ropa y después va a trabajar a la quinta hasta las 19 horas. Luego de la cena, entre las 22 y 23, se realiza la tarea de embalaje).

Las horas diarias dedicadas al sueño -interrumpido- apenas llegan a seis. Si hay que atender  enfermos o enfrentar temporales o heladas, el sueño apenas alcanza a 3 horas diarias.

Entre las entrevistadas sólo cierto número tiene máquina de lavar.  Ningún otro aparato de ayuda doméstica fue mencionado y algunas no poseían heladera. Es cierto que sus casas son muy sencillas, de material y la enorme mayoría posee letrina afuera de la casa. El número de ambientes de que disponen no indica hacinamiento pero ninguna vivienda tiene más de tres cuartos. Algunas construcciones son muy bajas, lo que origina quejas por el intenso calor que impide “hacer la siestita”, como nos dijo una de las medieras.

A esta rutina hay que agregar tareas ocasionales tales como hacer una mesa o algún otro mueble, arreglar electricidad, buscar leña en el invierno, llevar los chicos a la salita. Cabe mencionar que a veces se encuentra la cría de animales de granja para consumo propio, así como almácigos de exclusivo uso para las familias y el tiempo para esos cuidados también debe computarse.  El domingo es el único día de descanso y aún así hay que regar o podar o arreglar algo en la casa.

Las entrevistas muestran las siguientes evidencias:

a) Estas mujeres no conducen automotores (ninguna mediera lo poseía por otra parte) ni realizan tareas con tractores (en general, todas señalaron que “suelen subirse, pero trabajan los hombres”). Se tiene la impresión de que si se hubiera entrevistado a arrendatarias de mejor posición y a mujeres del sector de propietarios, no hubiera sido difícil encontrar las que conducen camionetas. Tampoco realizan tareas con caballo.

b) Casi todas las entrevistadas justipreciaron su trabajo como mayor que el de los hombres y más extenuante (en realidad, una de nuestras mujeres dijo “que era más o menos igual” su trabajo que el del marido y otra que el marido trabajaba más).

c) Ninguna dejó de considerar como trabajo las tareas que realizaba dentro de la casa.

El cálculo del sinfin de la tarea y la consiguiente fatiga no tiene errores pues todas, absolutamente, manifestaron malestar por sus respectivas cargas. Ni una sola de las entrevistadas omitió palabras para dar cuenta del desagrado que le producía una labor que juzgaban inagotable y casi todas evidenciaban en sus rostros y en sus cuerpos un precoz envejecimiento. Las madres entrevistadas, sin excepción, expresaron el deseo de que  sus hijos e hijas pudieran liberarse de esa extenuadora fajina:

“Ay, lo que yo más quiero...es que mis hijos no trabajen más en esto” -  (Sofía-37 años)

“Lo que yo quiero es que mis hijos estudien para no tener que trabajar la tierra”- (Marina -32 años)

“Bueno,...yo quiero que trabajen livianito, no como este” (Basilia  -32 años)

“Yo deseo que no les toque más trabajar la tierra, todo el día con la espalda al sol”- (Faustina- 31 años)

“Haga frío o haga calor, lluvia o lo que sea...siempre hay que trabajar, no se puede descansar...siempre trabajar”- (Sofía - 45 años)

Pero se caería en un engaño si se piensa que estas mujeres cambiarían de vida para dejar de trabajar en tareas productivas. Tengo la impresión de que las que ascienden socialmente y llegan propietarias, a diferencias de las argentinas de igual posición, continúan ligadas a la esfera económica. Entre las entrevistadas figura la hija de un quintero propietario, de 24 años que permanece soltera -ya un síntoma del cambio porque como se verá, el emparejamiento de este grupo de bolivianas transcurre entre los 18 y 20 años. Ella no trabaja la tierra aunque su madre todavía contribuye en ciertas tareas en la quinta (no se ahorró críticas al tradicionalismo de los padres), pero su tarea consiste en la venta en el mercado. Ha estudiado y piensa que en algún momento dejará el mercado, desde que pueda manejar el dinero como ahora lo hace.

El trabajo productivo constituye una dimensión central de la subjetividad femenina de este grupo, especialmente su consecuencia retributiva pecuniaria aunque se revele en montos pocos significativos, lo que exhibe  una alteración -sobre la que más tarde volveré- de las condiciones de género en las sociedades de tradición eurocéntrica.

 

Emparejamientos, reproducción y costumbres

La edad del emparejamiento es temprana en este grupo. La mayoría de las entrevistadas se habían casado o unido “sin papeles” (por lo menos cuatro de las once entrevistadas en profundidad se hallan en esta situación)  entre los 16 y 20 años y con excepción de las que llegaron al país siendo niñas, una proporción alta del resto ingresó ya casada. Las únicas solteras resultaron la hija del quintero a la que ya he aludido y la joven hija de una de las arrendatarias que la acompañaba en el mercado.

El número de hijos variaba en una escala de 7 a 3. Las dos únicas mujeres de 6 y 7 hijos resultaron las mayores del grupo  (45 y 39 años respectivamente). No fue difícil abordar la cuestión de los cuidados contraconcepcionales ya que la mayoría se dispuso a hablar fluídamente de la cuestión. Las más jóvenes están preocupadas pues no quieren tener más hijos y si no han recurrido todavía a métodos farmacológicos ni mecánicos es por temor a los mismos pero no por el deseo de tener más hijos. En dos casos respondieron que a sus maridos no les gustaban que hicieran tratamiento, “porque voy a engordar” - adujo María, de 28 años y cuatro niños. Pero deseaban concurrir a la “salita” para ver qué podían hacer.

En efecto, la “salita” fue reiteradamente mencionada en materia de cuidados frente a embarazos. Por lo menos tres relataron que se ponían “inyecciones mensuales”, “y anda muy bien”-fue el comentario de una de ellas; otras tantas usan “espirales”. Algunas dijeron que se cuidaban sin que pudiera obtenerse más información. En esta pequeña muestra de algo más de  quince mujeres con las que se pudo dialogar sobre medidas anticoncepcionales, más de la mitad usaba algún método farmacológico o mecánico para evitar embarazos y el resto pensaba que debía empezar a cuidarse.

Las incursiones en torno del aborto arrojaron resultados negativos. Si bien las preguntas para llegar a la cuestión efectuaron el consabido rodeo de  “cuántos embarazos tuvo? y “perdió algún embarazo?”, para ir a “qué opina sobre el aborto? (o la mejor fórmula parecida según cada entrevistadora), lo más probable es que mediara una decisión críptica -guardar el secreto- si existiera alguna experiencia propia o muy cercana. Pero también es altamente probable que entre estas mujeres no se encuentre extendida la práctica del aborto. No obstante, no se recogieron impresiones negativas o condenatorios por parte de las entrevistadas. Tal vez la locución resumen de esta posición sea  “de eso no hay entre nosotras”.

Los embarazos adolescentes fueron especialmente indagados. Si bien hubo dos tipos de apreciaciones, una negativa, “son un problema...una preocupación”, como dijo Sofía (45 años),  y una positiva, “no, no son un problema” (la mayoría de las respondentes se ubicaron en esta línea), lo cierto es que a propósito de esto pudieron registrarse los siguientes aspectos argumentales:

a) El embarazo “se arregla”, esto quiere decir que la familia de la joven  busca a la familia del varón para concertar las condiciones a fin de que vayan a vivir juntos. Si no se arregla, la joven queda en casa de sus padres; puede haber enojos iniciales, pero es absolutamente raro la expulsión de la casa.

b)La institución del “arreglo” es posible porque mayoritariamente la comunidad boliviana procura enlaces con connacionales. Todas las entrevistadas consultadas sobre este particular señalaron que “los casamientos hay que hacerlos entre bolivianos”.  Un argumento de gran significado nos lo proveyó Sofía, la mediera de 45 años, la de más alta escolaridad pues concluyó el secundario en Bolivia (se trata de la que pudo estudiar Enfermería):

“...Es que entre las familias bolivianas hay más respeto, es eso, se saluda...no se habla...mal, de ciertas cosas...hay más respeto! Los argentinos son buenos, pero en las familias bolivianas hay mucho más respeto! Por eso es que queremos que se casen con los hijos de bolivianos...

Creo que hay aquí una clave de los repertorios relacionales entre los géneros que revela costumbres muy diferenciadas. “Respeto” alude, indudablemente, a un cierto recato que permea la comunicación, no solo entre varones y mujeres, sino entre las propias mujeres. Es notable el contraste entre una sociabilidad forjada en buena medida en la esfera “pública” - el mercado y el tejido de acciones transaccionales constituyen lo más emblemático de lo público- y el “privatismo” de las reglas comunicacionales que parecen suspender las destrezas que dicha esfera demandan.

Esta mujer -una de las más locuaces en este aspecto-, intentaba demostrar que la idea de respeto estaba reservada también a la mayor fidelidad que atribuía a los “paisanos”, a una cierta docilidad familiar, en contraste con las formas de ser de los argentinos. Formaba parte de su concepción del respeto una mediana locuacidad, el cuidado con las conductas y sobre todo de las palabras, lo que suponía un uso del lenguaje que no conociera algunos tópicos, como la sexualidad.  Para nuestra entrevistada, sólo los bolivianos o sus hijos preservaban esas características  y ella evitaba que los chicos suyos vieron en la televisión “esos programas”.

Casi todas respondieron que no tenían problemas con sus maridos y que no había de qué quejarse. Una de ellas reía contando “que todo el día discute”, pero “al rato pasa, ya está todo bien”. Lo cierto es que son raras las mujeres que se separan, y más raro aún que siendo aún jóvenes no armen otra pareja. En el grupo sólo se encontró una separada,  y aunque la mayoría respondió que la comunidad no rechazaba a las separadas o divorciadas, creo que hay que sostener la hipótesis de que si no se censura la ruptura, es poco aceptable que una mujer se quede sola. Fuera la situación de la separada que vivía sola con sus hijos, por lo menos tres entrevistadas confesaron que habían estado casadas con otros y que después formaron la actual pareja. No debería pensarse, creo, que ello obedece al seguro económico que aporta el varón, acostumbradas como están al autovalimiento, a la negociación permanente, a afrontar desafíos y a realizar esfuerzos enormes.

Se trata de una imposición cultural que si por un lado admite manifestaciones de la autonomía femenina -más acentuadas que el promedio de las mujeres de sectores equiparables de la sociedad argentina-, por el otro retrae los completos procesos de individuación: ser mujer adulta implica triangular con la figura de una pareja, mediar cotidianamente con la estructura de una familia. Se “es” a través de los otros de la familia.

 

Dinero y consumo

Resulta conocido el preponderante protagonismo de las mujeres bolivianas, sobre todo del altiplano, en materia de manejo pecuniario. Sin duda remite a una larga tradición que remonta a orígenes seculares, aspecto que debe ser indagado aún. Lo cierto es que desde la niñez se han acostumbrado, al lado de sus madres, a transaccionar por dinero.

Poseen por lo tanto notables habilidades para lidiar con los consabidos intercambios de mercado, conocen sus reglas, dominan con mucha perspicacia los valores puestos en juego, son actrices afiladas del regateo, la puja, manejan la persistencia y la desistencia si no están convencidas de que habrá beneficios. Desde luego, puede haber rotundos equívocos.

La destreza para los cálculos matemáticos recorre un trayecto independiente de los aprendizajes formales escolares. Muy pocas de nuestras entrevistadas habían terminado la escuela primaria (algo cercano al 70% del conjunto indagado),  pero todas eran capaces de realizar cálculos. “Ah, pero yo sé...yo sé! -nos ha dicho una de nuestras entrevistadas- ...aunque no tengo mucha escuela. En efecto, reconoció haber asistido sólo hasta tercer grado.

No puede sorprender que en los abordajes en profundidad, el conocimiento sobre las reglas de sus contratos familiares no se les escapara ya que todas sabían muy bien qué significaba “mediar” o “arrendar” y los respectivos valores envueltos en esas modalidades, aunque algunas fueran esquivas para precisar magnitudes (por ejemplo, en ciertos casos se omitió brindar exactitud sobre el número de hectáreas de las que eran medieras).

La situación de las arrendatarias es singular ya que deben realizar diariamente el mercadeo de los productos y aunque la “mano invisible” se impone sobre las voluntades individuales, hay que saber jugar entre las márgenes y para eso nada mejor que la astucia de las mujeres. El mercado boliviano de Lambertuchi es mayorista y compite con otros regionales. Es necesario atraer a los compradores, garantizar calidad y ofrecer precios competitivos.  A menudo -como es bien sabido- se destruyen productos obedeciendo a diversas razones en las que las propias del mercado cuentan decisivamente, y entre ellas muestran su potencia las aventuras y desventuras del clima, de la biología y de la propia acción humana. Pero puede haber fenómenos fortuitos. Nadie puede explicar muy bien por qué en un determinado día hay una afluencia mayor de demandantes y en otros, con precios y calidades interesantes, éstos ralean.

Es necesario por lo tanto agudeza, fina percepción de las cosas y de los acontecimientos; a menudo la selección de las puesteras debe obedecer a fenómenos que huyen de las reglas del mercado en sentido estricto, expresiones de un orden no racional de los actores y actrices, aunque paciencia, persistencia y buen trato (algo que no falta a estas mujeres) constituyen aspectos fundamentales para ganar y mantener clientes. No hay que sobreactuar, ni sobreofertar. Los procesos neurovegetativos desnudan su “lógica” y aparecen como motivaciones profundas de las transacciones. Es probable que sean estos aspectos los que dominen de manera sabia, aunque no verbalizable, las mujeres bolivianas.

No son pocas las emprendedoras sólo de mercados. Recorren las diversas alternativas regionales y escogen en una plaza para revender en otra, tal como ya fue dicho. Se trata de evaluar bien la diferencia que “se hace”: hay que calcular de acuerdo con tendencias, sobre precios absolutamente micro -la diferencia puede ser sólo de centavos sobre productos medidos en pequeñas magnitudes. El manejo de la situación de mercados mayoristas sin duda es un salto, y al parecer muchas mujeres ya transaccionan “a lo grande” -pero piénsese que el monetario que está en juego en una jornada puede equivaler, en el mejor de los casos, a no más de treinta dólares.

¿Puede sorprender que estas singulares habilidades femeninas, que para el resto de la sociedad argentina son consideradas, de manera inexcusable, como propias de los varones, no se reflejen en la asociación étnica que conduce el mercado y cuyos directivos son varones? Volveremos sobre esta dualidad de la esfera pública reservada a la experiencia de nuestras mujeres.

En materia de decisiones sobre el consumo doméstico y la adquisición de insumos para la producción, entre las mujeres indagadas sobresale su papel o al menos se revela paridad con los maridos. Fue común recoger la siguiente fórmula de  respuesta, proveniente de Basilia:

 “No hay nada que no se haga sin la decisión de los dos. El no toca nada, si algo que aparece una buena compra, me espera que yo vaya”

Sólo dos mujeres reconocieron una situación opuesta y atribuyeron a sus maridos dominar, tanto el manejo del dinero familiar como la toma de decisiones sobre gastos. Se tiene la impresión de que estas experiencias son las más raras. Abundan las informaciones, más allá de los testimonios recogidos, sobre la capacidad de las mujeres para hacer prevalecer sus puntos de vistas sobre los usos del dinero y las estrategias de consumo. Isla[10]nos descubre la fuerza de la línea decisoria reposando sobre las voluntades femeninas. En el mismo sentido se expresa  Plá[11], en uno de los trabajos pioneros sobre la condición femenina entre los migrantes bolivianos.

El escaso numerario de que disponen, al menos la enorme mayoría de las mujeres entrevistadas, incrementado merced a ahorros forzosos, a la frugalidad del consumo y a la inexistencia de nada parecido a lo conspicuo, merece un severo cálculo, casi filigranático, y esa notable habilidad gerencial proviene de ellas. La administración de la quinta se compadece estrictamente con la administración del hogar y nadie más confiable que una mujer para esa tarea. Pero, ya se sabe, en tren de jerarquizar los gastos, ella misma resulta la primera relegada.

Las mujeres entrevistadas poseían vestimentas sencillísimas y de muy humilde confección, aún las que atendían en el mercado. Las ropas típicas de sus ancestros han dado lugar a faldas y blusas de diseños neutros, estrictamente convencionales para los roles sexuales de máximo estereotipo: es rarísimo encontrarlas de pantalones tanto como verlas con polleras ajustadas por encima de las rodillas. Un único caso fue registrado: se trataba de una de las mujeres más encumbradas de la comunidad, esposa de uno de los productores mejor abstados y solventes, quien vestía jean y una remera “fashion”. Un balance adecuado podría determinar que es mínimo el consumo de ropa de estas mujeres y que casi no conocen los productos de tocador y maquillaje. Pero son capaces de “grandes inversiones” para mantener a los hijos en la escuela.

 

Sociabilidades endógenas

Un aspecto sorprendente de este primer abordaje lo constituyen los sistemas de sociabilidad de las mujeres indagadas que al parecer las repliegan sobre referencias endógenas no obstante su enorme habilitación para actuar en la arena pública. Si por un lado la mayoría de estas mujeres se ha movido o se mueve en interacciones de singular alteridad, comportándose “como un varón” según los patrones genéricos contextuales, ya que, tal como he sostenido, son protagonistas fundamentales en las acciones del mercado y de la esfera de la sustentabilidad económica, por otro lado parecen afectadas de un marcado “privatismo”, pero de un privatismo que queda alienado del derecho a lo íntimo, desprovisto de la típica interioridad de las mujeres de clase media.

Algunos datos parecen favorables a esta hipótesis. En primer lugar, no hay costumbre de visitar a otras familias de connacionales si no se es pariente. Indagadas sobre el uso del escaso tiempo libre, casi sin excepción entre las directamente vinculadas a la vida de las quintas, se manifestaron de esta manera:

“No, no salimos...Yo no salgo, me quedo en casa. ..Viene mi cuñada, mis sobrinos”

(Sofía - 45 años)

“Y me quedo acá nomás...Nunca salimos...No, casi nadie viene” (Lucrecia- 28 años)

 He seleccionado estos dos testimonios porque extreman las comparaciones: una mujer de más edad  vs. una de las más jóvenes entrevistadas; una larga experiencia de habitación en el país vs. una de las más recientemente llegadas; una oriunda de Tarija, la otra de Potosí. Un nexo común es la situación de medieras pero entre las arrendatarias se recoge el mismo resultado.

Ello quiere decir que no sólo no hay intercambios “desinteresados” , esto es, fuera del circuito económico, con respecto a argentinas, sino con relación a las propias connacionales. En otras palabras: la amistad femenina parece reducida sólo a experiencias con parientas. Algunas admitieron desconfianza con las “paisanas”, tan simétrica cuanto ocurre con respecto a las argentinas -a pesar de los reconocimientos laudatorios que éstas merecieron por parte de casi todas y que debemos, como es obvio, poner entre paréntesis(...Las argentinas son muy buenas/ Ah, siempre vienen las señoras, vienen a hablar/ Son buenitas/ Y nunca tengo problemas con las señoras de acá/ fueron emisiones comunes y una llegó a decir:”Son superiores a nosotras, tienen la casa limpita”). Lo que intento decir es que no hay ampliación de la sociabilidad, que es remarcable esa carencia con relación al propio género en el interior de la etnia, y  que las interacciones se consuman esencialmente en el seno de la propia familia y habitat.

Una oportunidad diferente parecen constituir las fiestas colectivas, notablemente escasas a diferencia de la experiencia en el país de origen. Fue señalado el festejo del 6 de agosto -fiesta nacional- y alguna otra ocasión durante el año. Es el momento de intercambios con los miembros de la comunidad de Escobar, sobre todo con las “paisanas”. Los motivos de habla al parecer tienen mucho que ver con la esfera del trabajo, con los problemas de la producción, con la falta de dinero...pero no hay lugar para lo íntimo.

Otro dato lo constituyen los motivos habituales de intercambios verbales entre las mujeres que mercadean: se insiste en la misma referencia, el orden productivo, “lo externo” desplaza por entero lo subjetivo profundo.

Por lo dicho es curioso que la sociabilidad franqueada que promete la condición femenina en este particular grupo, sociabilidad que empuja los límites cartoriales de los atributos de género propios de la realidad social argentina, se repliegue a repertorios endógenas. El tránsito por cierto mas “autónomo” hacia lo público, se desafía con la dualidad de ese mismo público que paradojalmente admite cierta soberanía femenina en cuestiones económicas, pero que le pone freno cuando asoma lo institucional (por ejemplo, la asociación). Los instrumentos más complejos también se asimilan en algo a lo “institucional” cristalizado, de ahí, probablemente que no trabajen con los tractores.

Por otra parte, el “privatismo” que exhiben las mujeres indagadas es un privatismo -digámoslo- de tipo exógeno, volcado hacia fuera de sí, tan formalizado como lo público, ya que parece haber poco margen para lo estrictamente íntimo que requieren las formas de la individuación. En suma, lo que intento decir es que la enorme publicización que caracteriza el desempeño económico de estas mujeres no se compadece con la necesaria compatibilización del estatuto del “individuo”, propio de las sociedades políticas occidentales en las que se arquitecta esta figura de la que no puede retirarse la noción de intimidad.

 

Deseos y sueños

Lo dicho antes se corrobora a la hora de inquerir en materia de proyecciones y de deseos. Las respuestas revelan contención, cálculo severo de lo que efectivamente se podría y disciplina del “sí”: primero están los hijos, mencionados sin distinción de sexo, “una vida mejor”/”un futuro mejor”/”que no tengan que trabajar todo el día la espalda al sol”. Pero ello está casi invariablemente vinculado a la educación (“Yo quiero que estudien”/”Quiero que estudien, que se perfeccionen”/”Quiero que vayan a la escuela”/”Quiero que tengan una profesión,...cualquiera)

Sueños ajenos, no para sí. Sueños para los otros, que son ella. El sacrificio del trabajo por cierto apenas compensatorio -salvo golpes de suerte que no deben descartarse- se mitiga con proyecciones sobre los hijos descarnadamente simples. Las “profesiones” nada tienen que ver con los estudios superiores, por ejemplo, una profesión buena sería para las hijas la peluquería, con tal de salir del círculo de la tierra. Y debe admitirse que muchas familias multiplican el esfuerzo sustituyendo a los niños y niñas a quienes han liberado del yugo para mandarlos a la escuela[12].

Es significativo que a nadie se le ocurriera decir “quiero que mi hija se case y que se dedique a los hijos” y tengo la impresión de que serían muy raro encontrarse con esa aspiración. Es por aquí, además, que las atribuciones de género son distintas en esta comunidad, no obstante la “mediación familiar” para poder ser “una” en su interior. Si bien los sueños y proyecciones disparan hacia otros sujetos a través de los cuales se “es”, el contributo productivo, la realización económica, el despliegue de habilidades extra reproductivas, marcan sugestivamente al género. Estas identidades femeninas revocan los estereotipos pero encuentran el límite en una sustanciación privatista, sin derecho a la intimidad, que inflexiona la curva.

Entiéndase bien, no sostengo la inexistencia de experiencias de intimidad, ya que ningún ser humano, bajo ninguna condición, se priva de ello, sino que este orden queda subsumido entre la externidad de la vida pública y la vida doméstica que, por otra parte, no alcanzan la resonancia de esferas distintas, típicas de las construcciones de subjetividades genéricas que conocemos. 

Me eximo aquí de volver sobre el debate entre lo público y lo privado, porque no es mi propósito revisitar estas dimensiones angulares en la sustanciación de las teorías de género que nos han acompañado por lo menos desde hace un cuarto de siglo. Apenas agrego a él que puede haber una enorme experiencia de lo público basado en sociabilidades endógenas limitativas de la experiencia de lo íntimo como parte sustantiva del proyecto vital.  Deberíamos tal vez pensar, que tanto como el ejercicio de lo público, las diferencias con los varones se instalan de manera decisiva en la valoración de lo íntimo, en la proyección del deseo y la potencia, como un punto decisivo en las construcciones del sexo y del género.

En el sentido indicado por Norbert Elías[13], la experiencia que otorga una sociabilidad múltiple, que en todo caso abre la perspectiva de  una auténtica interacción social, es decisiva para la gestación de las competencias sociales y psíquicas, hacia los otros y hacia sí, y las modulaciones del sentido de lo íntimo nos confrontan con las diferencias del sistema sexo-género.

Sin embargo, una alteración de este sistema público-doméstico que obtura lo íntimo en las mujeres entrevistadas parece provenir de las más jóvenes y mejor situadas socialmente. Tanto el testimonio de la muchacha cuya familia ostenta un mejor pasar cuanto lo que narran las madres medieras y arrendatarias sobre la mayor participación  de sus hijas tanto en la educación formal como en diversiones y paseos con otras muchachas y varones,  indican una apertura en tal sentido. Pero desde mi perspectiva el problema de la cadena endoétnicas, la persistencia en la no diversidad cultural en materia de emparejamientos y consabidas vidas familiares,  aparece como una amenaza a la irrupción de los resortes íntimos. Los problemas culturales se tornan, una vez más, una cuestión central para la construcción autónoma o heterónoma de los proyectos vitales : el disfrute potente de la intimidad está en juego.

 

A modo de cierre provisorio

Ya he señalado (y prevenido) sobre el carácter por entero exploratorio de este abordaje. Lo más significativo es el conjunto de ideas e hipótesis que se abren después de este primer paso. No tengo dudas de que este conjunto de mujeres, su experiencia vital y sus percepciones, desafían algunas cuestiones del régimen interpretativo corriente sobre la construcción de los sistemas de sexo-género.

Su corriente participación de la arena pública, con un despliegue de habilidades que la sociedad argentina concibe todavía casi exclusivamente para los varones, aunque las cosas están cambiando, contrasta con aspectos recoletos y de escasa sociabilidad que trasuntan sus narrativas.

He puesto el acento en la supresión de la esfera íntima como contraparte del tributo a esa publicización, y tal vez esto suscite la apertura de un fragoroso debate. Los feminismos, en cualquiera de sus vertientes, insisten sobre el empoderamiento y la maximización del protagonismo público y no podríamos disentir con este desideratum. Pero tal vez por ausencia de una continuada interpretación histórica sobre las construcciones atinentes a la masculinidad - felizmente ha aumentado el número de investigadores/as  dedicados a su análisis- se nos escapan las condiciones ex ante de lo público y lo privado. La propia constitución de lo público - como bien se sabe - implica individualización, y un parte sustancial de éste comporta el sentimiento resonante de lo íntimo.

El conocimiento, manejo y cuidado de lo íntimo implica acceder a la morada de la subjetividad, al  verdadero asiento de la “máquina deseante” [14].  Estoy convencida de que para la teoría del sexo-género, y desde luego para la orientación del análisis de la condición femenina bajo diversas realidades culturales, sociales y étnicas, resulta cada vez más fundamental que, además de la crítica de las esferas pública y privada y el reconocimiento de los límites que impone su diferencia, escudriñemos el edificio complejo de la intimidad que no puede distanciarse de las instancias deseantes del cuerpo.

Es muy probable que las lecciones resonantes de una perspectiva como la de Judith Butler[15] resulten fundamentales para continuar esta investigación sobre las mujeres bolivianas en el determinado marco productivo, social y cultural que he seleccionado. La intimidad indicia sustantivamente la performatividad del sexo y partir de aquí podremos conducir el análisis. Baste por ahora este manojo sugestivo que expresa una experiencia de mujeres cuya singularidad es incontestable.

 

Anexo metodológico

Guía central de cuestiones

I-

Nombre
Edad
Lugar de nacimiento
Año en que llegó a la Argentina. Itinerario
Número de hijos nacidos vivos
Número de hijos
Número de embarazos
Estado conyugal                       Tiempo del vínculo

II

Relato pormenorizado de cada tarea, en las diferentes horas día, desde el momento que despierta
Relato minucioso de las tareas productivas y transaccionales.
Conocer qué máquinas o herramientas maneja, si conduce tractores y automotores; cuándo, cómo, dónde.
Cómo siente su trabajo. Cómo percibe su tarea en relación a su pareja y a los varones de la familia.
El dinero: detalle minucioso de su manejo, quien y cómo se decide, qué es lo que se compra.

III

Vivienda
Detallar el equipamiento doméstico
Vida familiar. Narrar lo motivos más comunes de discusión con su pareja
Qué desearía para las hijas mujeres
Que desearía para los hijos varones
Cómo se vincula y que actividades realiza con otras mujeres
Cómo se siente con la vida que lleva, qué cosas le gustan mucho y que cosas la disgustan.
Cómo se ve comparándose con su madre.
Cómo ve a las bolivianas que viven en su país.
Cómo ve a las bolivianas que viven en la Argentina.
Cómo ve a las argentinas.
Cómo se cuida para no tener más hijos
Explorar si cree que hay violencia en el hogar
Qué piensa de la escuela para las mujeres  y los varones
Consultas médicas en el último año

IV

Forma del contrato: medieros - arrendatarios - peones - otras (aclarar qué significa cada uno de estos conceptos). Propietarios
Magnitud de la quinta (has)
Procentajes de la mediación.  Valor del arrendamiento por ha.
Explorar sobre ingresos en el hogar
Qué cultivos se venden para el mercado
Qué se consume en la casa

V

Visitas - Diversiones - Entretenimientos - Fiestas
Cómo vive la comunidad boliviana los embarazos de las adolescentes
Qué piensa ella sobre los embarazos adolescentes
Hay separaciones? Qué piensa la comunidad? Qué piensa ella?
Las mujeres separadas pueden o no vivir solas?
Con quienes desea que se casen sus hijas? Por qué?

 

[1]Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Diputada por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Profesora Titular de Historia Social Latinoamericana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. La autora agadece la valiosa colaboración de Roberto Benencia y María Carolina Feito. A quienes contribuyeron en el trabajo de campo,  Silvia Fernández Rabadán, Ana María García, Sofía Solá  y Humberto Mourin.  Sin ellos, estos análisis no habrían visto la luz.

[2]Agradezco a  Alejandro Isla los datos fundamentales sobre el origen de la palabra “collas” que deriva de una referencia geográfica tanto como su uso actual. Tomando a Cuzco como centro, se llamaba “colla suyu” al cuadrante SE,  en gran medida correspondiente al área que hoy ocupa Bolivia , país que por otra parte ha incrementado su población aborigen a lo largo del siglo XX.  El término colla no identifica particularmente a ninguna etnia, se trata de una referencia genérica a la población boliviana especialmente a los habitantes del altiplano. 

[3] Benencia, Roberto (Coordinador), “Area Hortícola Bonaerense. Cambios en la producción y su incidencia en los sectores sociales”, Buenos Aires, La Colmena, 1997

[4] Se realizaron 11 (once) entrevistas en profundidad  de más de 45 ´ de duración y 12 (doce) entrevistas de no más de 20´, con guía acotada.  Ver Anexo Metodológico

[5]Benencia, Roberto,  “La mediería” en  Benencia, Roberto, op. cit .

[6]María Carolina Feito, “Formas de organización del trabajo en las quintas”, en Benencia Roberto, op.cit. p. 208

[7]Me refiero a los Partidos de Florencio Varela, Berazategui y San Vicente.  La producción hortícola y agrícola de La Plata y los partidos mencionados en primer lugar, ofrecen una fisonomía étnica y organizacional semejante a la de Escobar.

[8]Balán, Jorge, “La economóa doméstica y las diferencias entre los sexos en las migraciones internacionales: un estudio sobre el caso de los bolivianos en la Argentina”, en  Estudios Migratorios Latinoamericanos, Año 5, n* 16-16, 1990

[9] Dandler, Jorge y Medeiros, Carmen, “Temporary Migration from Cochabamba, Bolivia to Argentina: Patterns and Impact in Sending Areas, in  Patricia R. Pessar (Edit.) “When Borders don´t Divide: Labor Migration and Refugee Movements in the Americas”, N.York, Centro de Estudios Migratorios  

[10] Isla, Alejandro, “Las caras de la identidad: Estado, comunidad y reproducción en los Valles Calchaquíes” (en prensa), Buenos Aires, Editorial La Colmena.

[11]Plá, Cecilia, “Migraciones en Latinoamérica. Algunos datos sobre mujeres bolivianas en la Argentina”, Revista Revindi, n* 4, Budapest.

[12] Ver especialmente Benencia, Roberto, op.cit

[13] Elías, Norbert, “El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas”, México, FCE, 1988

[14]  Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, “Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia”, Valencia, Pre-textos, 1988

[15] Remito especialmente  a su texto, “Bodies that matter. On the discursive limits of  “sex”, N.York -London, Routledge, 1993