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Grupo de Trabalho 2
Mujeres urbanas: impacto de la clase en las relaciones de poder en la sexualidad y la pareja.

Teresa Valdés[1]

Presentaré en esta oportunidad parte de los resultados de una investigación realizada en Santiago de Chile[2] con mujeres que tienen pareja estable e hijos, de estrato medio alto y popular, de distintas edades y con diferente inserción laboral. Esta investigación tuvo por objetivo identificar, describir y analizar cómo se dan las relaciones de poder –de género- en torno a la sexualidad y la reproducción, comparando la visión que sobre estas relaciones tienen mujeres de distintos sectores sociales. El trabajo se circunscribió a mujeres que viven en Santiago.[3]

Abordaré algunos aspectos de la relación de poder en la pareja y presentaré una propuesta analítica consistente en la construcción de tipos ideales de relaciones de poder en la pareja y la forma en que las mujeres entrevistadas se distribuyen en ellas.

 

Un escenario de cambios

La manera en que las mujeres viven hoy su sexualidad se inscribe en un contexto de cambios sociales y culturales complejos que se han ido operando en el último siglo, y en especial, en las últimas décadas. Los procesos de modernización, siempre complejos, y a veces contradictorios, han transformado la vida íntima de las personas. Uno de los más significativos es el cambio en la posición que detenta la mujer en la sociedad, que se expresa en su reconocimiento como ciudadana, en su incorporación a la vida pública y al mercado laboral, en el aumento de sus niveles de escolaridad, y en el descenso de las tasas de fecundidad. Se puede sintetizar en “la salida” de la mujer al mundo público y la capacidad de controlar su fecundidad, separando sexualidad y reproducción, lo que ha puesto en cuestión el ordenamiento tradicional de la sociedad. Se sostiene que las sociedades contemporáneas viven una crisis de las posiciones masculinas y femeninas, dadas por la incompatibilidad entre la vida familiar tradicional (marido proveedor y mujer dueña de casa a tiempo completo) y la creciente profesionalización femenina (Quartin de Moraes 1994).

La existencia de un ideario democrático, cuya vigencia se ha reforzado en estas últimas décadas, supone entender la sociedad como un conjunto de individuos libres e iguales; y en este marco, reconocer derechos igualitarios a la mujeres y otorgarle mayor autonomía. Este principio igualitario, característico del discurso democrático moderno, goza de alta legitimidad, y permea todos los niveles de la sociedad. En el ámbito privado esto implica la puesta en cuestión de la tradicional jerarquía entre los géneros y la transformación de los principios del matrimonio. El matrimonio tradicional, pensado como una alianza de sangre con un objetivo reproductivo, social y patrimonial, se transforma en una alianza opcional y provisoria basada en el afecto. En este mismo contexto, la sexualidad, separada de la reproducción adquiere un valor en sí misma.

Ambas dimensiones, el nuevo principio del matrimonio y la reorganización de la vida cotidiana producida por la nueva posición de la mujer en la sociedad, han llevado a una flexibilización de los roles al interior de la pareja. No obstante, no necesariamente se han traducido en cambios significativos de las relaciones de poder en la pareja.

Estos cambios han llevado a un proceso de redefinición (no terminado) de la identidad femenina y masculina en la sociedad. En el modelo tradicional hombres y mujeres disponen de patrones claros de identificación, sus propias identidades están dadas, no existiendo dudas respecto a quiénes son y a dónde van. La individualización y subjetivación implicadas en la modernidad, exige a los individuos construir una identidad propia en un mundo complejo que les ofrece múltiples opciones, lo que genera mayor libertad y por lo tanto, diversidad de cursos de acción, pero también produce incertidumbre (Giddens 1991). El lugar del individuo y su propia identidad se han vuelto problemáticos, tanto la vida privada como la pública se han hecho más reflexivas y abiertas a la negociación.

Las transformaciones producidas por la modernidad adquieren una particular complejidad en las sociedades latinoamericanas, por cuanto en estas sociedades éste no es un proceso acabado, ni homogéneamente distribuido, tanto en términos materiales como discursivos. Por una parte, existen sectores ajenos a este influjo modernizador, y por otra, en el universo simbólico de la sociedad conviven discursos heterogéneos, fragmentarios y contradictorios.

Se ha señalado que en las sociedades latinoamericanas, son las clases medias urbanas las más permeadas por el orden modernizante. Si bien la misma clase media se caracteriza por su heterogeneidad, se encuentran en ésta los sectores que adhieren más estrictamente al modelo de relaciones sexuales, de pareja, y de familia inaugurados por la modernidad[4]. La propuesta de este sector moderno de clase media, relativa a las relaciones de pareja, se sintetiza en lo que se ha denominado como “matrimonio igualitario” (Salem 1989).

Las personas, entonces, se mueven en un mundo complejo y diverso, que ofrece variados proyectos con los cuales identificarse, enfrentando el desafío de construir la propia identidad sin patrones claros ni únicos respecto a los cursos a seguir. Este desafío resulta particularmente significativo para las mujeres, ya que ha perdido vigencia el modelo tradicional que centraba la identidad femenina en el matrimonio y la maternidad, dando paso a una nueva identidad que no logra aún cristalizar, pero se caracteriza por la búsqueda de la realización personal, donde el trabajo remunerado adquiere un lugar fundamental. En este nuevo orden se redefine el concepto de maternidad, ésta no pierde su centralidad, pero se libera del carácter sufriente y de sacrificio, y se entiende como un dominio placentero de realización. Además, el ejercicio de la maternidad ha cambiado: la mujer tiene menos hijos y vive más tiempo. También se redefine el concepto de pareja: se cuestiona la jerarquía entre hombres y mujeres, se reconoce la sexualidad como un ámbito importante de la vida de pareja y se cuestiona la pasividad sexual de la mujer, rompiéndose la polaridad masculino/activo – femenino/pasivo.

Para los hombres, los cambios ocurridos no han tenido el mismo impacto, ya que su posición en la sociedad no ha variado sustancialmente, salvo el impacto de las crisis y reformas económicas que han precarizado el empleo y lanzado a la cesantía e informalidad laboral a importantes sectores de ellos. Sin embargo, se ven impelidos a redefinir su masculinidad en relación a las transformaciones de la identidad femenina. En este proceso de transformación de la identidad de los hombres, basada principalmente en su condición de proveedores, de autoridad familiar, desde una afirmación de la racionalidad, se visualizan dos ejes: uno, en su relación con la mujer, referido a compartir ámbitos y obligaciones domésticas; y otro ligado a la demanda por desarrollar y expresar su sensibilidad y sus afectos (Fuller 1993).

Dada la heterogeneidad cultural de la sociedad actual y la falta de modelos claros a seguir, la construcción de la identidad femenina se ha complejizado. Además, la relación de poder en la pareja resulta de la interacción de dos personas, o sea es el resultado de la relación de una mujer con un hombre que también se encuentran en un proceso complejo de identificación. En consecuencia, es de esperar una gran diversidad de respuestas entre las mujeres y de formas de convivencia al interior de una relación de pareja, con aspectos organizados en forma tradicional y otros más igualitarios. Esta “mezcla” es el producto de los desfaces entre los distintos discursos disponibles, las dificultades para concretar los discursos en las prácticas, las diferencias en las representaciones y prácticas de mujeres y hombres y la forma distinta en que mujeres y hombres asumen y son interpelados por las transformaciones de la modernidad.

Este estudio parte del supuesto que las prácticas reproductivas y sexuales son procesos complejos, delimitados en un sentido inmediato por las relaciones de poder hombre/mujer al interior de la pareja, y en un sentido mediato, por la posición de la mujer en la sociedad y por la manera compleja en que en nuestra cultura se construye el ser mujer y la maternidad.

 

Sobre las relaciones de poder

Un primer supuesto en este estudio es que existe un poder con minúscula, un poder que está inscrito en las relaciones sociales cotidianas entre las personas. Seguimos, en esto, los planteamientos de M. Foucault quien señala: “El poder no es una institución y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” (Foucault 1978).

Desde esta perspectiva el poder no es algo que se adquiera, el poder es la resultante del juego de relaciones sociales dinámicas y no igualitarias. Tomando el concepto de Foucault, entendemos el poder como el conjunto de relaciones de fuerza presentes en un dominio dado. Esto implica entender el poder en términos relacionales: una situación de poder determinada es la resultante del equilibrio (o desequilibrio) alcanzado en la relación de dos o más personas, agentes, instituciones, con fuerzas desiguales.

Las relaciones de poder no son sólo relaciones negativas de represión, no se trata de una fuerza que sólo dice no. El poder “produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos” (Foucault 1978). Por una parte, el poder es el conjunto de reglas de derecho que lo delimitan formalmente, por otra, el poder se moviliza a través de un discurso de verdad que permite determinar lo normal de lo anormal. De este modo, el poder no es sólo unas ciertas reglas, sino que se realiza en instituciones, adopta la forma de técnicas y proporciona instrumentos de intervención material, incluida la violencia misma.

El poder, según Foucault, hay que analizarlo en su circulación. Todos los individuos pueden sufrir o ejercer poder. De hecho, el poder nunca es total, siempre frente al poder hay resistencia. No obstante, no es que el poder esté igualmente distribuido en la sociedad. Lo que Foucault señala, es que el poder no se encuentra en un centro del cual emana una forma de dominación que se reproduce hacia abajo en todos los ordenamientos sociales. Por el contrario, el poder se construye hacia arriba, desde los dominios más cotidianos. El punto es que los mecanismos de poder en estos dominios, con su propia historicidad y particularidad, van siendo desplazados por unos procedimientos de dominación general. Esta forma de dominación más general se reproduce a través de la producción de un discurso de verdad que se impone a través del derecho, la educación, la familia, disciplinando los comportamientos individuales en torno a una cierta forma de vivir, considerada normal.

Las relaciones de poder se expresan en ciertos dominios, y son los efectos de las desigualdades y desequilibrios existentes en estos dominios. En esta investigación, entendemos la sexualidad y la reproducción como un dominio de las relaciones de pareja, y las desigualdades existentes en este dominio, como la expresión de identidades de género culturalmente definidas.

El poder es una fuerza que se expresa, entre otros, en el dominio de la sexualidad, como una verdad que pretende controlar el cuerpo. Considerando la desigualdad entre los géneros, se podría decir que lo que se pretende controlar es el cuerpo de la mujer. Desde la mujer puede haber resistencia, incluso puede haber poder sobre ciertas áreas. Por otra parte, el poder no sólo se impone, sino que produce verdad, en otros términos, produce una cierta manera de ver el mundo, una determinada mentalidad, que hace que se produzca y se reproduzca una determinada relación de poder.

Complementando la conceptualización de poder de Foucault, hay dos nociones de A. Giddens respecto del poder que resultan relevantes. Se trata de la noción de “significados como recurso de poder”, y de la noción de “dependencia/ autonomía” (Giddens 1983).

Dentro del marco de la teoría de la estructuración de Giddens, el ejercicio del poder no es un tipo de acto, más bien el poder se realiza en la acción como un fenómeno regular y rutinario. El poder no es un recurso, los recursos son los medios a través de los cuales se ejerce el poder y se reproducen las estructuras de dominación. Según Giddens, el poder se juega en la utilización de determinados recursos, tanto si se entiende el poder como una capacidad transformadora (es decir, como la capacidad de los actores para determinar los cursos de acción), como si se le entiende como una forma de dominación (es decir, como una cualidad estructural) (Giddens 1983:91).

Los recursos incluyen los significados a través de los cuales el contenido normativo y significativo de la interacción se actualiza. Es decir, los mismos significados subjetivos pueden entenderse como un recurso de poder.

El poder en el sentido relacional, implica la capacidad de los actores para conseguir ciertos resultados cuando la realización de tales resultados depende de la acción de otros. El poder en la interacción puede ser entendido, entonces, como la facilidad que dan los participantes para que se movilicen los elementos de producción de tal interacción, influenciando así su curso.

Esta relación entre los actores con capacidad desigual, porque movilizan recursos (simbólicos) que los sitúan en posiciones desiguales, puede ser entendida como una relación de autonomía/dependencia. Las relaciones de poder, señala Giddens, siempre son de doble sentido, incluso el agente más autónomo es en algún grado dependiente, y el más dependiente es en algún grado autónomo.

Esta noción de autonomía/dependencia parece relevante, especialmente desde una perspectiva de género. Podría sugerirse en este terreno, que la equidad entre los géneros pretende alcanzar un equilibrio en una relación de autonomía/dependencia, donde un actor (el hombre) es más autónomo que dependiente, y el otro actor (la mujer) ha sido más dependiente que autónomo.

Esta transformación de la relación autonomía/dependencia está al centro de los aportes feministas al tema del poder entre los géneros. La noción clave aquí es la de “empoderamiento”.

El concepto de empoderamiento, tiene distintas lecturas, incluso se ha planteado que en la literatura feminista existe una tensión entre la noción de empoderamiento como una asertividad individual o elecciones individuales, y una noción más colectiva de empoderamiento que constituiría un desafío a la masculinidad[5]. Ambas nociones conviven en el discurso feminista y pensamos que en distintos niveles ambas son válidas. En nuestro trabajo y considerando nuestro objeto de estudio, utilizaremos la noción de empoderamiento enfatizando la perspectiva de los agentes. Esto no quiere decir, como veremos más adelante, que pensemos que este empoderamiento individual no esté determinado socialmente, o que su realización no sea eminentemente relacional.

Remarcando la visión desde los agentes, conviene recordar que la palabra poder deriva de la raíz latina posse, ser capaz. En la perspectiva de género este “ser capaz”, sin embargo no tiene las mismas connotaciones para hombres y mujeres. Cuando, desde una perspectiva de género, se habla del poder de los hombres, se está haciendo mención a su capacidad para controlar a las mujeres, en cambio cuando se habla de poder de las mujeres, se hace referencia a su capacidad para autodeterminarse y tomar decisiones. No se espera que ellas dominen a los hombres.

En el ámbito de la sexualidad y la reproducción, el empoderamiento es un proceso en el cual la mujer adquiere la capacidad de controlar su vida sexual y reproductiva. En términos muy concretos significa no entrar en relaciones sexuales fuera de su voluntad; ser capaz de negociar prácticas sexuales que sean placenteras tanto para las mujeres como para los hombres; y conseguir que los hombres practiquen el sexo seguro[6].

En una situación de poder las mujeres tienen control sobre la situación y son capaces de autodeterminarse; esto significa que tienen el conocimiento, manejan los recursos y son capaces de negociar con su pareja para que los eventos sigan el curso que ellas desean. Esta capacidad supone que la mujer tiene deseos e intereses, los encuentra legítimos, los expresa y los puede negociar.

Sin embargo, en la práctica, la habilidad de la mujer para negociar y autodeterminarse dependen de una serie de presiones a las que está sujeta (Holland y otras 1992). Las principales presiones vienen del hombre con quien se encuentran, y de los significados y la importancia que ellas mismas le atribuyan a las necesidades y comportamientos sexuales de los hombres. Las presiones subjetivas que la mujer se autoimpone tienen su base en la forma en que ella ha aprendido a ser mujer y a valorar y experimentar su sexualidad. Las presiones de los hombres, en tanto, están apoyadas en la legitimidad general que tiene la dominación masculina en la sociedad y en el predominio de sus necesidades sexuales (Valdés y Olavarría 1998), y varían desde suaves insistencias para dar curso a sus requerimientos hasta la violencia física y la violación, pasando por una serie de formas intermedias. En este marco se puede distinguir entre presiones personales, sociales y de los hombres (la pareja).

El empoderamiento de las mujeres desde esta perspectiva debe entenderse como proceso, ya que nunca es un hecho logrado, sino que se juega en cada encuentro sexual, en los cuales se ponen en juego las presiones antes expuestas y la vulnerabilidad de la mujer. Se distinguen, entonces, tres tipos de empoderamiento: uno intelectual, que se expresa en los conocimientos, las expectativas y intenciones; uno experiencial, que se expresa en las prácticas sexuales; y uno en transición, que se refiere al hecho que la mujer puede controlar algunos encuentros sexuales en algunas situaciones o con algunas parejas sexuales, pero no en otras situaciones o con sucesivas parejas.

En definitiva, la relación de poder en la sexualidad y la reproducción la entendemos como la resultante de las diversas relaciones de fuerza que se dan en el dominio de la vida sexual y reproductiva de una pareja. Estas relaciones pueden ser más jerárquicas o más igualitarias. Serán más jerárquicas cuando el principio dominante sea la imposición de uno de los miembros de la pareja sobre los cursos de acción a seguir; es dable esperar que este sea mayormente el hombre. Será más igualitaria cuando los cursos de acción se definan en conjunto, negociando y participando como pares equivalentes.

La forma específica de relación que adopte una pareja en particular dependerá de la interacción entre dos personas, una mujer y un hombre, cada uno con una particular biografía y un determinado proyecto de vida construido en el marco de una cultura que les ofrece distintos modelos para identificarse.

 

Algunos resultados de la investigación

En esta ocasión nos detendremos en aquellos resultados que apuntan específicamente a las relaciones de poder en la pareja, en la sexualidad y la reproducción, atendiendo a las diferencias entre sectores socio-económicos y generaciones, respondiendo las preguntas sobre cómo la pertenencia a un sector social, a una clase social[7], marca las relaciones de poder en la pareja y qué cambios se aprecian entre las mujeres jóvenes de los distintos sectores.

En primer lugar presentaré algunos aspectos donde se aprecian diferencias, y en segundo, una visión más global de cada mujer a partir de la propuesta de “tipos ideales de relaciones de poder en la pareja”.

La sexualidad

Los relatos revelan que, en el ámbito de la sexualidad, las mujeres de sectores populares son más vulnerables a la violencia que las mujeres de sector alto. Esto se aprecia con especial nitidez en el grupo de mujeres que tiene a una edad más temprana su primera relación sexual. Las tres mujeres que se inician entre los 15 y 16 años en el sector medio alto lo hacen por propia voluntad, con bastante conciencia de lo que hacían; en tanto, en el caso de las cuatro mujeres de sector bajo que tienen su primera relación sexual antes de los 16 años, se registran dos violaciones por parientes cercanos, y dos casos de presión por parte del novio. Esta vulnerabilidad de las mujeres populares no se expresa sólo en el grupo que inicia más tempranamente su actividad sexual, sino también en el conjunto de las mujeres.

Las mujeres de sector medio alto se embarcan más libremente en la primera experiencia sexual. De las 24 entrevistadas de sector medio alto, 17 actúan por propia voluntad, deseando tener relaciones sexuales; en cinco casos las mujeres no son presionadas directamente por el hombre, pero se sienten incómodas con sus propias culpas y temores; en otros dos casos hay presiones por parte de las parejas, y ellas aceptan tener relaciones sexuales por mantener la relación de pareja. Por el contrario de las 24 mujeres de sector bajo, sólo diez actúan por propia voluntad, deseando tener relaciones sexuales; cuatro se sienten incómodas por sus propios temores; ocho son presionadas por sus parejas, quienes ponen como condición para seguir adelante el tener relaciones sexuales; y dos son directamente violadas.

La mayor vulnerabilidad de la mujer de sector bajo tiene múltiples causas, eventualmente todas ellas vinculadas a la precariedad que rodea sus vidas: baja autoestima, poca claridad respecto a lo que esperan de sus vidas, un contexto de relaciones sociales marcado por la desconfianza[8], unos hombres también marcados por la falta de afectividad y que se permiten ser muy agresivos, la búsqueda de afecto y de seguridad, incluso, inconscientemente, el deseo de tener un hijo para tener algo propio, la sumisión aprendida; son todas dimensiones que influyen en la posición desfavorecida de la mujer de sector popular. Es decir, la falta de poder propia de los sectores populares se expresa en forma particular en las relaciones que establecen mujeres y hombres.

Es sintomático cómo el valor de la virginidad varía entre los sectores  sociales. A pesar que las mujeres no se casan vírgenes, y parece estar en extinción la manera tradicional de entender la virginidad, ésta no ha perdido valor, más bien se ha resignificado, especialmente en el sector bajo. Ahora no se trata de esperar hasta el matrimonio, pero sí se le asigna mucho valor a no tener sexo con cualquiera, y/o haber tenido relaciones sexuales sólo con una pareja hombre. Esta valoración, expresada por las mujeres, pasa necesariamente por el significado y el valor que tiene para los hombres.

Aunque es más frecuente la preocupación por la virginidad en el sector popular, también se encuentra en el sector medio alto, dándose aquí la situación de aquellas mujeres que tienen relaciones sexuales “con el anillo puesto”, es decir cuando ha sido formalizado el compromiso de matrimonio.

La vida en pareja

Un aspecto muy significativo de la vida en pareja es el relativo a los ingresos y a su administración. La disposición y uso del dinero en la pareja están cargados de simbolismo de poder y autoridad, y reflejan el tipo de relación establecido en su interior. En general, las mujeres, o no cuentan con ingresos propios –las dueñas de casa-, o perciben ingresos menores a los de la pareja. Las razones de esta desigualdad en la remuneraciones radica en varios factores asociados tanto a la segmentación laboral por sexo, a la discriminación de que son objeto las mujeres en el mercado laboral, como al costo de la maternidad en la carreras laborales.

La participación del varón en las tareas domésticas cotidianas constituye un ámbito que da cuenta de arreglos domésticos y de cambios de la división tradicional de roles, en la cual los maridos hacen poco o casi nada en la casa, a lo sumo, “colaboran” ocasionalmente[9]. En catorce casos del sector medio alto los varones realizan menos del 20% de las tareas consideradas, en siete, entre el 21 y el 30%, en dos, entre el 31 y el 40% y en uno, entre el 41 y el 60%.

Entre las mujeres populares se aprecia mayor participación de los maridos. Si bien en quince casos la contribución es de menos del 30% de las tareas (aun cuando ocho de las mujeres trabajan fuera del hogar, tres con jornada completa), en cinco oscila entre el 31 y el 40% (dos trabajan), en tres, entre 41 y 60% (dos trabajan), más un caso en que él realiza más del 60% de la tareas y ella trabaja.

En el sector medio-alto la contribución realizada por las empleadas domésticas es muy significativa. En efecto, la totalidad de las mujeres cuenta con ayuda profesional externa, en forma permanente u ocasional. Por el contrario, en el sector popular, sólo tres mujeres señalan que cuentan con ayuda pagada para alguna actividad.

Entre los varones que apoyan en las tareas domésticas, lo habitual es que cumplan tareas que han sido definidas culturalmente como “masculinas”: el arreglo de artefactos del hogar, maestrear[10], en general, y el cuidado del auto. Tanto en el sector medio-alto como en el sector popular, hay un buen número de maridos que sólo realiza este tipo de tareas (diez en el sector medio-alto y diez en el popular). Se distribuyen en todos los grupos etáreos y corresponden a mujeres que trabajan fuera del hogar y también a dueñas de casa.

En un nivel intermedio se encuentra un buen número de maridos. Se trata de varones que se han incorporado a las tareas de cuidado de los niños, situación que revela signos de modernidad y que adquiere aprobación y legitimidad social crecientes. En efecto, aparece como el mínimo esperable de un hombre moderno en el hogar. La mayoría de los varones, según el relato de las mujeres, contribuye al menos en una actividad de cuidado de los hijos: trece en el sector medio-alto y ocho en el sector popular, concentrados entre el tramo de edad intermedio.

Un piso más alto lo constituye la realización de actividades de limpieza de la casa, y más aún, la preparación de alimentos (como algo habitual, cotidiano, no sólo los fines de semanas o para los amigos solamente). Sólo tres mujeres del sector medio alto declaran que su marido hace aseo, mientras en el sector popular esta cifra sube a diez casos. Sólo en dos casos en cada sector se señala que el marido realiza tareas de aseo y comida en el hogar.

En relación a la realización de compras, cuidado de mascotas, cuidado de plantas, idas al zapatero, a la lavandería, etc. sólo tres mujeres del sector medio-alto declaran recibir apoyo de su marido y siete del sector popular.

Conflictos

En el curso de la vida de pareja, todas las mujeres han vivido situaciones problemáticas de distintos tipos. Independientemente de la gravedad con que estos conflictos aparecen a la mirada externa, lo que interesa es la manera en que las mujeres entrevistadas los vivieron, el protagonismo con que lo enfrentaron, y qué rol tuvo la pareja de las entrevistadas en estos episodios. Y estas maneras de reaccionar ante problemas de pareja son diversos de una mujer entrevistada a otra, de una pareja a otra.

Muchas de las mujeres entrevistadas (21) dan a entender, a través de sus relatos, que ante la presencia de conflictos en la pareja, ellas no logran hacer nada. Entre ellas, unas pocas, que, al momento de la entrevista, estaban viviendo una crisis de pareja importante, se hallaban en una situación de inmovilidad. Los relatos de estas mujeres hablan de una posición similar durante toda su vida de pareja.

Otras entrevistadas, dan cuenta de conflictos más cotidianos; no están viviendo una crisis, pero comparten con las entrevistadas mencionadas antes, la poca incidencia de sus actos en la resolución de los problemas que les surgen. En general se trata de diferencias con la pareja, las que no se resuelven, o se resuelven siempre de acuerdo al criterio del hombre.

Una de las maneras en que algunas entrevistadas evitan los problemas, es, reconociendo que hay un conflicto, no insistir en su propia postura, y adaptarse a la manera de pensar o actuar de sus esposos, aunque no les guste y finalmente les provoque enojo o pena.

Entre las mujeres entrevistadas que logran resolver sus conflictos, algunas señalan que lo han hecho solas, otras que lo han hecho apoyadas por sus parejas, o que han detectado y solucionado los problemas juntos. Entre estas mujeres, 17 son de estrato medio alto, y 10 de estrato bajo. Entre las mujeres de estrato alto, los conflictos se relacionan con las estabilidad de la pareja y también con un ámbito ligado al desarrollo personal. Entre las mujeres de estrato bajo, hay más relatos de infidelidades y alcoholismo de parte de los hombres como fuente de los conflictos.

Si se revisa la distribución de las distintas maneras de enfrentar conflictos entre las mujeres entrevistadas, salta a la vista la diferencia sobre todo entre las mujeres mayores de estrato medio alto y de estrato bajo. Mientras que las primeras se concentran mayoritariamente entre aquellas que reconocen y resuelven los conflictos, las segundas muestran menos capacidad de acción. Las entrevistadas de estrato medio alto de este tramo de edad se encuentran en general satisfechas con su vida de pareja, y la ven como algo construido por ellas mismas. Las mujeres de estrato popular, no pueden tener esa visión. Los problemas las sobrepasan y no expresan esperanzas en poder intervenir para un cambio.

Conservar la pareja

Una vez que la pareja está constituida, cumplidas o no las distintas normas que la sociedad impone, se supone que esta alianza debe perdurar en el tiempo. Ello está sancionado legalmente, ya que el matrimonio es un contrato indisoluble y no existe el divorcio con disolución de vínculo, es decir, que permita contraer matrimonio nuevamente. Lo habitual es que las personas se casen pensando que esta será su pareja de por vida, aunque no sea ese el resultado.

Entre las mujeres entrevistadas la edad marca las mayores diferencias en la actitud hacia la continuidad o no de la pareja. Las diferencias socioeconómicas también se expresan fuertemente en este ámbito, sobre todo en relación a lo que se considera como posible de realizar por cada mujer en función de sus metas.

Las mujeres más jóvenes de estrato medio alto no se han planteado la separación seriamente; han sufrido menos crisis que las mayores. Las razones por las que adoptarían una decisión de ese tipo son principalmente la infidelidad o el enamorarse de otra persona; pero estas razones son en todos los casos hipotéticas, ninguna ha vivido esa situación. Actualmente, ninguna piensa en terminar su relación, e idealmente se ven hacia adelante con la misma pareja. El seguir adelante y luchar por la relación es un tema presente, y la estabilidad de la pareja es, mirando al futuro, central.

La posición de las mujeres del tramo intermedio, es decir de entre 31 y 41 años, es muy similar al de las más jóvenes. La diferencia está dada por las experiencias propias de un mayor tiempo de convivencia, lo que implica más crisis y problemas. Pese a esto, el discurso apunta a la estabilidad, a la continuidad del matrimonio. En este discurso está muy presente la situación de los hijos, que consideran serían los principales afectados en una situación de ruptura.

El apostar por la no ruptura en una etapa en la que se ha vivido crisis importantes o se está enfrentando problemas serios, pasa también por el temor que provoca el cambio en ellas mismas y no solamente en los hijos. Hay miedo al cambio, y lo económico también pesa, en una etapa en la cual es difícil, para las mujeres que han dependido y dependen económicamente del marido, pensar en lograr independencia en ese plano.

El caso de las entrevistadas mayores, es algo distinto. Todas ellas al referirse a la posibilidad de una separación miran hacia atrás. A esta edad las crisis han sido superadas, se toleró lo que podría haber afectado la continuidad, se optó por la estabilidad de la pareja en su momento y aunque algunas de ellas pudieron haberse separado, “pelearon por la pareja”. En esta etapa de la vida de pareja se tiende a mirar hacia atrás los momentos difíciles. Todas han pasado por crisis y algunas estuvieron en algún momento separadas de sus parejas, pero finalmente todas han retomado la vida en pareja y se proyectan así a futuro. Aunque no sea fácil.

La mayoría de las mujeres entrevistadas de sector medio alto dice avenirse con sus parejas, y en general pasarlo bien. Tal vez eso influye en esta tendencia a pelear por la continuidad. Probablemente hay además un aspecto relacionado con los años que llevan juntos, y con la dificultad de imaginarse la vida sin la pareja de toda una vida.

Las mujeres de sector bajo también tienen un discurso de mucha valoración de la vida en pareja, del casarse y tener marido. Sin embargo, aquí se presenta una diferencia relacionada con las condiciones en que viven, que se refleja con fuerza en la manera de iniciar la convivencia y en el tipo de eventos que gatillan las separaciones. Como veíamos antes, muchas de las mujeres de este grupo inician la convivencia más porque “les pasa” que por una determinación más planeada. Así también, las separaciones registradas, están más relacionadas a hechos que llevan a esta situación (abandono, otros deciden que el hombre debe irse, etc.), que a decisiones de las mujeres de terminar una relación que no las satisface.

Las razones por las que las mujeres entrevistadas de este estrato se separarían son, por otra parte, similares a las causa expuestas por las del sector medio alto. Entre las mujeres más jóvenes, la infidelidad es la razón principal por las que ellas dejarían a sus parejas, seguida de la violencia física. Algunas se han visto enfrentadas a situaciones de crisis, y de infidelidad, sin separarse. A diferencia de las entrevistadas del sector medio alto del mismo grupo de edad, muchas de estas mujeres han enfrentado crisis de pareja importantes, sus parejas han tenido relaciones paralelas, algunas se han separado y vuelto, otras se han separado y establecido nuevas uniones.

En el grupo intermedio, hablar de una eventual separación, o de las causas que la provocarían, deja expuestas las crisis actuales, las que ya han pasado, con separaciones temporales incluidas, y las pendientes. La infidelidad siempre es mencionada, la violencia física, y también aparece el alcoholismo. Llama la atención que en relación a la violencia física, al igual que entre las mujeres más jóvenes, se menciona también el que queden evidencias del maltrato. En la práctica, sin embargo, todas hacen esfuerzos por continuar adelante en pareja, y muchas soportan lo que mencionan como causa de separación.

El caso de las mujeres entrevistadas de más de 40 años, de sector bajo es bastante drástico. Si para las mujeres de esta misma edad en el sector medio alto, la separación no era un tema muy presente porque sentían que ya habían superado muchas crisis y tal vez las más importantes, y que ya no valía la pena terminar con la relación, para las entrevistadas de sector bajo, la mayoría con relaciones de pareja muy deterioradas, la separación es una posibilidad remota. La situación actual de la mayoría podría justificar una ruptura, pero la resignación y las dificultades concretas de la subsistencia son más fuertes.

Finalmente, algo que llama profundamente la atención y que tiene que ver con el ánimo general de las mujeres de mantener la pareja es la uniformidad del discurso en el sentido de que las mujeres no se separarían por razones internas, propias de ellas, o sus sentimientos, sino por motivos externos o relacionados con el marido (infidelidad, alcoholismo, intervención de terceros). Es decir, si dependiera de las mujeres, sus uniones no se terminarían nunca, lo que está indicando que ellas se siguen casando pensando que será para siempre.

Las relaciones de poder en la pareja

Al analizar el conjunto de la vida de cada mujer y comparar esta visión de conjunto con la experiencia de otras mujeres, en una lectura vertical de cada relato, pareció adecuado identificar modos característicos, más o menos constantes de las mujeres, de significar su vida y de definir cursos de acción. Construimos entonces “tipos ideales de relaciones de poder en la pareja”, entendiéndolos como el resultado de un conjunto de relaciones de fuerza en los distintos dominios que conforman la relación. Estas relaciones de fuerza pueden ser desiguales reproduciendo relaciones de subordinación y de jerarquía, o pueden ser más equiparadas produciendo un modo de relación más igualitario.

Organizamos la diversidad de experiencias en la noción de continuo, donde un polo lo constituye el modelo jerárquico de relación entre los géneros, y el otro polo, el modelo igualitario. Ambos modelos están cruzados por la temporalidad: el modelo jerárquico es el modelo tradicional, presente hasta hoy, pero es lo que está en transformación; el modelo igualitario es inaugurado por la modernidad, es lo nuevo, lo que está en construcción.

El modelo tradicional ideal de relación entre los géneros, en su forma extrema, refiere a una rígida división del trabajo: hombre proveedor y mujer reproductora. En él se subordina la sexualidad a la reproducción, ésta no es un ámbito legítimo de desarrollo, y por lo tanto, el placer es irrelevante. Se espera que la mujer sea pasiva en este dominio. La reproducción no es controlada.

El modelo igualitario ideal, por su parte, intenta disolver la división sexual del trabajo: es decir, tanto hombre como mujer son proveedores y reproductores, ambos trabajan, ambos se ocupan de las tareas domésticas, ambos se responsabilizan de la reproducción y crianza. La sexualidad es, en este caso, un dominio legítimo de desarrollo, cuyo centro es el placer. La mujer se define a si misma como activa en este ámbito y reivindica su derecho al placer. La reproducción se limita de acuerdo con la imagen o tamaño de familia deseado.

Ambos modos de relación corresponden a tipos ideales, que no tienen una expresión real. Se trata de dos modelos polares que dan origen a una serie de situaciones intermedias entre la tradición y el modelo igualitario.

En efecto, lo que encontramos en las entrevistas es una diversidad de situaciones, algunas se acercan más al tipo “jerárquico”, y otras se asemejan más al tipo “igualitario”. Algunas parejas resuelven algunos dominios o dimensiones de su relación en un sentido igualitario y otros en un sentido jerárquico.

Para ubicar a las mujeres analizamos sus historias caso a caso, caracterizando la situación de cada una de ellas respecto de un conjunto de dimensiones que estimamos relevantes para describir su relación de pareja, tanto en el dominio de la sexualidad, como en términos de su relación de pareja en general. Luego comparamos las distintas situaciones identificando cuatro grandes tipos de relaciones de poder, que conjugan las relaciones de poder en la sexualidad y en la pareja en general[11]. Ello se relaciona con el hecho que las relaciones de poder se juegan con cierta independencia en esos dos dominios, no coinciden necesariamente, el tipo de relación que se da en uno y otro ámbito.

Se consideró las siguientes dimensiones como indicadores para el tipo de relación de poder en el ámbito de la sexualidad y la reproducción: la experiencia de relaciones sexuales prematrimoniales, la satisfacción en las relaciones sexuales, la motivación para las relaciones sexuales, la iniciativa en la vida sexual, las presiones en ese ámbito, la planificación de los hijos y la anticoncepción.

Para caracterizar el tipo de relación de poder en la pareja en general, se consideró las siguientes dimensiones: la administración de los ingresos, la decisión relativa al lugar de residencia, ñas decisiones sobre inversiones menores, la participación del hombres en las tareas domésticas, las áreas de participación del hombres en la rutina doméstica, el clima emocional de la pareja, la comunicación, la resolución de conflictos, y el rol del trabajo femenino en la relación.

En cada una de estas dimensiones se analizó la situación de las mujeres entrevistadas y fueron categorizadas a partir de sus propios relatos, ordenándolas de acuerdo a la que parecía más tradicional, en la que la mujer tenía menos voz o repetía la división hombre proveedor-mujer reproductora, a la situación más igualitaria, en la que ella aparecía compartiendo decisiones o autodeterminándose. Se asignó valores de 1 a 5 a las categorías y se sumó los valores obtenidos por las mujeres en cada una de las dimensiones. De acuerdo al puntaje obtenido, se ordenó a las mujeres en un continuo jerárquico aigualitario en cada dominio (sexualidad y pareja en general).

De este proceso resultaron cuatro tipos de relaciones de poder en la pareja enlos que se concentran los relatos de las mujeres entrevistadas. Ellos combinan ambos dominios:

Tipo I: Las madres-dueñas de casa. Encarnan relaciones de poder jerárquicas en el dominio de la sexualidad y en la organización de la pareja en general.

Tipo II: Las mujeres que no han transformado la intimidad. Con una organización de pareja en general igualitaria, pero jerárquica en el dominio de la sexualidad.

Tipo III: Las “dueñas de casa modernas”. Mantienen una relación de pareja jerárquica en general e igualitaria en la sexualidad.

Tipo IV: Las “mujeres modernas”. Viven una relación de pareja igualitaria, en general, y también en el ámbito de la sexualidad.

 

Caracterización de los Tipos de Relaciones de Poder

Tipo I: Las madres-dueñas de casa.

Las madres reunidas en este tipo encarnan relaciones de poder jerárquicas-tradicionales tanto en el dominio de la sexualidad como en la organización de la pareja en general.

Ellas tienen en común que consideran la vida sexual como secundaria en su relación de pareja y es frecuente que no disfruten su vida sexual, o lo hagan sólo en parte. Se casaron vírgenes o iniciaron su vida sexual cuando ya tenían un compromiso matrimonial. También por presión de la pareja. Tienen una vida sexual activa porque entienden que forma parte de la relación de pareja, es decir, es importante para que él esté bien, o abiertamente porque el marido las presiona. Más que la pasividad sexual, representan la negación del derecho al placer y el goce de la sexualidad.

En términos de la reproducción, la maternidad es un dado, un destino para la mujer, y por lo tanto, no controlan su fecundidad, Los embarazos se producen porque no han anticoncepción efectiva. El marido no participa de la anticoncepción, puesto que considera que es un asunto de la mujer.

En lo doméstico, también tienen una organización tradicional, donde el hombres es el principal proveedor y la mujer está a cargo del ordenamiento doméstico, independientemente de si trabaja o no. El no hace prácticamente nada en la casa, puesto que se trata de un ámbito eminentemente “femenino”. En el sector medio alto, el marido administra sus ingresos y asigna a la mujer un monto para los gastos domésticos. Ella incluso desconoce cuanto gana el marido. Si la mujer tiene ingresos, los suma al fondo que maneja para cubrir las necesidades familiares.

Es común que haya un clima emocional hostil en la pareja, o abiertamente agresivo, atravesada por desaveniencias importantes, aunque también puede haber afectividad presente. Todas ellas han optado por seguir adelante con sus matrimonios. En algunos casos, porque no ven caminos alternativos, en otros porque creen que, a pesar de los problemas, recuperarían la relación, pero sobre todo, porque consideran que es su obligación y que se casaron para toda la vida. A algunas las invade el pesimismo y piensan que separadas no les irá mejor. Algunas se culpan a si mismas de la mala calidad de su vida sexual y revelan que no se entienden con su pareja o que no se comunican lo necesario.

Ante los conflictos que surgen en la pareja, la mujer no hace nada o no sabe qué hacer y éstos se eternizan, quedando la mujer en un círculo vicioso en el cual no está contenta, pero no hace nada por salid. Eventualmente busca alguna salida, pero generalmente es para adaptarse mejor, no para alterar la relación de pareja.

Los varones no apoyan a las mujeres cuando trabajan remuneradamente y están dispuestos a aceptar que lo haga sólo si no se altera la rutina doméstica y ellas tienen tiempo para seguir realizando o administrando las tareas del hogar. En algunos casos ellas trabajan a pesar de la opinión negativa del marido, a veces desisten o buscan organizar su trabajo de modo que no altere la rutina doméstica. En otros casos, ellas simplemente no desean trabajar. En el sector medio alto, la empleada doméstica juega un rol fundamental para ello.

Tipo IV: Las “mujeres modernas”.

Estas mujeres viven una relación de pareja igualitaria, en general, y también en el ámbito de la sexualidad. Tienen en común que consideran la sexualidad como una parte natural de la vida de pareja y por ello, generalmente inician su vida sexual antes del matrimonio, disfrutan las relaciones sexuales y las buscan activamente por placer. Ambos toman la iniciativa por igual en este ámbito y no existen presiones del hombre hacia la mujer, ni la mujer se autoimpone satisfacerlo.

Ellas tienen un plan reproductivo claro, compartido o negociado con su pareja, y actúan en consecuencia teniendo los hijos que desean cuando ellas lo han considerado oportuno. Comparten las decisiones con sus maridos o los hacen partícipes de ellas. Para regular su fecundidad utilizan principalmente, métodos anticonceptivos eficaces que les dan seguridad. Los hombres participan en este ámbito y utilizan preservativos si así lo deciden en conjunto. Si consideran que han completado el número de hijos deseado o si es necesario por otras razones, ella se esteriliza. La maternidad es un opción asumida conscientemente, pero se articula a otros proyectos que pueda tener la mujer, a nivel personal y de pareja.

La relación de pareja se caracteriza por la coordinación y comunicación. La mujer se siente con libertad de expresarse y se siente acogida por su marido. Siente que hay cariño mutuo. Cuando se presentan conflicto, las mujeres los enfrentan, conversan con la pareja y buscan el modo de resolverlo juntos.

Este tipo ideal de mujeres comparten con sus parejas la administración de los recursos familiares, toman en conjunto las decisiones importantes y el hombre participa bastante activamente en las tareas del hogar. En este contexto, la mujer se desarrolla profesionalmente y vive el trabajo como un ámbito de realización personal legítio, y no sólo como un aporte a la mantención de la familia.

Ellas representan una posibilidad de cambio en el modelo tradicional de relaciones de género.

Tipo II: Las mujeres que no han transformado la intimidad.

Las mujeres de este tipo tienen una relación de pareja igualitaria, pero jerárquica en el dominio de la sexualidad. Es decir, han avanzado en compartir las decisiones, el marido participa en las tareas de crianza y domésticas, en general, hay una buena comunicación para resolver en conjunto los conflictos que se presentan y ellas cuentan con el respaldo del marido para desarrollar un proyecto profesional o de trabajo.

Sin embargo, el dominio de la sexualidad aparece subordinado a la relación de pareja, no resulta satisfactorio, la mujer no se siente cómoda tomando la iniciativa y muchas veces acepta la sexualidad autimponiéndose satisfacer las necesidades del marido antes que el propio deseo. El control de la fecundidad resulta complejo y no siempre exitoso, debiendo abordarlo la mujer en forma solitaria.

Tipo III: Las “dueñas de casa modernas”.

Las mujeres de este tipo ideal mantienen una relación de pareja jerárquica, pero su relación es igualitaria en el dominio de la sexualidad y la reproducción.

Se trata de mujeres que han logrado incorporar la sexualidad y el disfrute de ésta como un derecho, estableciendo relaciones placenteras, respetuosas de las necesidades de cada uno, con iniciativa propia, donde no caben las presiones. Planifican los hijos que quieren tener y cuentan apoyo de la pareja para ello.

Sin embargo, en cuanto a la relación de pareja en general, mantienen el modelo tradicional de división de las tareas por sexo, el marido coopera poro en los quehaceres del hogar y por eso él prefiere que ella no trabaje o que solo lo haga si no se altera la organización familiar y el cuidado de los niños.

 

Distribución de las mujeres entrevistadas en los distintos Tipos de Relaciones de Poder

Para una mejor comprensión de cómo se agrupan las mujeres en los cuatro “tipos de relaciones de poder” se presenta una imagen gráfica de esta distribución.

Distribución en los Tipos de Relaciones de Poder de las mujeres de sector medio-alto.

 

  Tipos de Relaciones de Poder en la sexualidad  
Jerárquico Igualitario
Tipo de relación de poder en la pareja en general  
(sector medio alto)  
Igualitario Tipo I  
Francisca (Mj2), Elisa (Mj6), Mercedes (Mi4), Alicia (Mi5)[12]
Tipo III  
Catalina (Mj1), Verónica (Mi1), Ruth (Mi2), Ursula (Mm1), Mabel (Mm2)  
Jerárquico Tipo II  
Fernanda (Mj4), Nadia (Mm8)  
Tipo I
Ana María (Mj3), Antonia (Mj5), Isabel (Mj7), Consuelo (Mj8), Marta (Mi3), Carla (Mi6), Silvia (Mi7), Tatiana (Mi8), Julia (Mm3), Luz (Mm4), Esperanza (Mm5), Luisa (Mm6), Marisol (Mm7)  
Tipo de relación de poder en la pareja en general  
(sector bajo)  
Jerárquico Tipo I  
Beatriz (Pj6), Carmen (Pj8), Hilda (Pi3), Sara (Pm1), Patricia (Pm2), Margarita (Pm3), Manuela (Pm4), Josefina (Pm5), Hortensia (Pm6), Fresia (Pm7), Tita (Pm8)  
Tipo III  
Marcela (Pi4)  
Igualitario Tipo II
Palmenia (Pj1), Marina (Pi5)
Tipo IV
Doris (Pj2), Nuria (Pj3), Mirta (Pj4), Vilma (Pj5), Ema (Pj7), Mariana (Pi1), Ana (Pi2), Leonor (Pi6), Vania (Pi7), Magdalena (Pi8)  

 

Al analizar la distribución de las mujeres en estos cuatro tipos se constata que las mujeres de sector medio alto se concentran en el Tipo IV (13), mientras las del sector bajo se reparten en los Tipos I y IV (diez en cada tipo). Se trata de aquellos tipos “homogéneos”, que presentan la misma relación en la pareja en general y en la sexualidad, sea esta jerárquica (Tipo I) o igualitaria (Tipo IV). Son menos las mujeres que presentan relaciones de poder “mezcladas”, es decir jerárquico en un dominio e igualitario en el otro, siendo más frecuente el Tipo III (igualitario en la sexualidad pero jerárquico en la relación de pareja, en general) en el sector medio alto (cinco). La combinación entre relación igualitaria en la pareja, en general, y jerárquica en la sexualidad es muy poco frecuente (sólo dos casos en ambos sectores socio-económicos).

Es decir, tiende a corresponder el tipo de relación que se construye en la sexualidad con el tipo de relación de pareja en general. Aquellas mujeres que viven su sexualidad de una forma más autónoma, que logran expresar lo que sienten y definir el curso de los acontecimientos en forma compartida o negociada con sus maridos en este ámbito, también logran hacerlo en otros dominios de su relación de pareja, relativos al manejo de los recursos económicos, la distribución de tareas domésticas o el manejo de los conflictos. A la inversa las mujeres que no tienen un control explícito de su vida sexual y reproductiva, y responden a las presiones directas o indirectas de sus maridos, también tienden a tener una relación de subordinación en la relación de pareja en general, reproduciendo un modelo en el cual el hombre toma las decisiones y la mujer tiene la responsabilidad de las tareas cotidianas, domésticas y de crianza.

Esto no significa que en el caso de cada mujer, en todos los dominios considerados en el análisis se establezca una relación igualitaria, no obstante hay un sello, o un tono general de la relación que apunta en un sentido igualitario, o a la inversa en un sentido jerárquico.

En el caso del sector bajo esta correspondencia entre dominios es mayor que en el sector medio-alto. Puede decirse que en este sector social hay menos espacio para la mezcla, o se está en un modelo de relación o se está en otro.

Si se considera el número de mujeres en cada tipo y se compara por sector, se constata que hay once mujeres de sector bajo en el Tipo I jerárquico-jerárquico versus cuatro del sector medio alto. Por otra parte, hay cinco mujeres mayores del sector medio alto en el Tipo IV igualitario-igualitario y ninguna del sector popular de esa generación. Ello confirma la idea que el discurso igualitario de la modernidad ha permeado mayormente al sector medio-alto. Esto en algún sentido es efectivo, pero es interesante constatar dos elementos. Uno, que las mujeres de sector medio alto han transitado también hacia tipos híbridos (II y III) y no hay tantas diferencias en número si se considera sólo el Tipo IV.

Por otra parte, si se excluyen las mujeres del grupo mayor, es decir, mayores de 41 años, los números prácticamente se equiparan, incluso se observa menor cantidad de mujeres de sector bajo en relaciones jerárquicas que mujeres de sector medio alto, y a la inversa mayor número de mujeres de sector bajo en el Tipo IV, que mujeres de sector medio alto. Es decir que en los grupos menores hay igual presencia del modelo igualitario en ambos sectores y que la adscripción de mujeres del sector popular a este tipo se relaciona principalmente con el factor edad.

Al comparar por dominios (sexualidad / relación de pareja en general) se observa que las mujeres de sector medio alto tienen más relaciones de poder igualitarias en el ámbito de la sexualidad (18) que en la relación de pareja en general (15). En el caso de las mujeres de sector bajo se distribuyen en forma casi equitativa entre los tipos jerárquicos e igualitarios en ambos dominios, siendo más jerárquico el dominio de la sexualidad. En ambos dominios resultan más igualitarias las mujeres de sector medio alto. Sin embargo, nuevamente aquí el grupo que marca la diferencia es el grupo de mujeres mayores de 41 años. Al no considerar este grupo se observa que la distribución en el dominio de la sexualidad es exactamente igual en ambos sector, con mayor número de tipos igualitarios en los dos. Y en el caso de la relación de pareja en general se observa que las mujeres de sector bajo presentan relaciones más igualitarias que las sector medio alto. Es decir, la distribución de los roles domésticos en las generaciones más jóvenes es más moderna en el sector bajo que en el medio alto.

Al considerar la variable trabajo hay dos observaciones interesantes que mencionar. En primer lugar, que en todos los Tipos de relaciones de Poder hay mujeres que trabajan y dueñas de casa. En segundo lugar, en el caso del sector bajo el trabajo no marca una diferencia en el tipo de relación de poder, lo que sí ocurre en el sector medio alto. En este caso si se observa una tendencia a que las mujeres dueñas de casa se encuentren en relaciones jerárquicas, en tanto las que trabajan construyen relaciones de poder más igualitarias. Esto lo vinculamos con la mayor correspondencia entre los proyectos de las mujeres y la inserción laboral en las mujeres de sector medio alto, que el bajo. En el sector bajo se trabaja más por necesidad que por un proyecto, y a veces también por necesidad la mujer que quiere trabajar no puede hacerlo. La situación laboral, entonces, no corresponde tan claramente aquí a un proyecto de vida, a una forma de definir el ser mujer. En tanto esta correspondencia es mayor en el sector medio alto, sobretodo esto se refleja en que las mujeres dueñas de casa tienen en general un discurso más conservador, y hay un grupo de mujeres que trabaja que es consistente en su discurso modernizador.

Al final de este recorrido la pregunta que cabe es si la forma en que las mujeres constituyen su pareja y su obstinada acción para mantenerlas, se vincula con las relaciones de poder entre los géneros. Y por cierto, en un sentido general es así; es obvio que el matrimonio ha sido el espacio prioritario de la mujer y le es difícil verse enfrentando la vida sin un hombre a su lado. El asunto es si también hay una relación más específica, que en definitiva pudiera señalar que una determinada forma de casarse conduce a un determinado tipo de relación de poder.

Un primer elemento que habría que considerar para responder esta pregunta es que la forma en que las mujeres llegan a casarse es un resultado de su historia personal y también de la relación de la pareja. Es decir que si uno quiere explorar los orígenes temporales de un determinado tipo de relación de poder, debe ir antes del matrimonio y buscar desde que la pareja inició su relación y estableció un determinado tipo de “colusión” (Willi, 1978), y los motivos inscritos en las biografías personales que explican que cada uno de los involucrados haya aceptado “engancharse” en tal colusión. Por cierto, este análisis psicológico escapa a los límites de este estudio.

Nos preguntamos entonces, más simplemente, si los datos recolectados expresan alguna tendencia entre tipos de relaciones de poder y motivos del matrimonio, viendo al matrimonio más como resultado de un proceso que como gatillador. Al vincular estos dos elementos -tipos de relaciones de poder y motivos de matrimonio- lo que se observa es que ninguna de las cuatro motivaciones señaladas conduce a un único tipo de relación de poder. Es decir, una mujer se puede casar embarazada y tener una relación de poder igualitaria o jerárquica. El punto de diferencia está en la base afectiva. La tendencia es que las mujeres con tipos de relaciones de poder igualitarias se han casado enamoradas, en tanto las mujeres con relaciones jerárquicas no se han casado enamoradas. Las mujeres que priviliegian una visión contractual del matrimonio, reproducen divisiones de roles más tradicionales.

 

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[1] Socióloga, Coordinadora del Area de Estudios de Género, FLACSO-Chile. Coordinadora general del Proyecto Mujeres Latinoamericanas en cifras (1990-1997).Coeditora y Co-autora de Masculinidades y equidad de género en América Latina. Flacso Chile, UNFPA, Santiago de Chile, 1998;  Masculinidad/es, Poder y crisis, Isis Internacional, Flacso-Chile, Santiago, 1997; Chile. Salud sexual y reproductiva de los adolescentes, Informe nacional, Flacso, Santiago, 1997; Género y política de población en Chile, SERNAM, Santiago, 1995.

[2] Esta investigación fue realizada conjuntamente con Jacqueline Gysling y M. Cristina Benavente. Fue publicada recientemente en el libro de las mismas autoras, El poder en la pareja, lasexualidad y la reproducción. Mujeres de Santiago (1999) FLACSO. Santiago de Chile.

[3] Esta investigación se llevó a cabo mediante relatos de vida y entrevistas en profundidad a una muestra intencionada de 48 mujeres. Fue seleccionada con tres criterios diferenciadores: edad, condiciones de vida y ocupación. Las mujeres entrevistadas tienen pareja estable e hijos. Se entrevistó a 24 mujeres de estrato medio alto y 24 de estrato popular, de tres tramos de edad entre los 25 y 55 años y con distinta inserción laboral: dueñas de casa y mujeres con trabajo remunerado

[4]  Por ejemplo en Perú: Fuller, N. 1993; en Brasil: Salem, T., 1985; Goldani, A.M., 1994.

[5]  Sobre el concepto de poder y empoderamiento en la perspectiva feminista se consideró distintos artículos en Sen y otros, 1994.

[6] Tomamos estos conceptos de Holland y otras, 1991.

[7] Respecto a la clase social de las entrevistadas se definió un criterio operacional, en el que se consideró criterios económicos y de lugar de residencia.

[8]  La desconfianza es un sentimiento que atraviesa los relatos de estas mujeres y que permea todo tipo de relaciones sociales. Sólo lo mencionamos, una interpretación acabada requeriría de investigaciones específicas.

[9] Para describir la participación de los hombres en las tareas domésticas se aplicó una pauta adaptada de la “Encuesta sobre trabajo doméstico” de Ana María Daskal[9], relativa a las actividades de aseo, alimentación, cuidado de los niños y mantención y reparación de los enseres domésticos (PDTD). Se ajustó esta pauta para cada sector socio-económico generando un listado de 81 actividades propias del sector medio-alto y algo menos en el sector popular.

[10] Maestrear: Hacer arreglos de diversa índole: muebles, electricidad, gasfitería.

[11] La metodología seguida se detalla en el libro El poder en la pareja, lasexualidad y la reproducción. Mujeres de Santiago. (Valdés, T. y otras (1999). FLACSO. Santiago de Chile).

[12] Para facilitar la identificación de cada mujer, utilizamos una nomenclatura que significa lo siguiente: la primera letra se refiere al sector socioeconómico al que pertenece la entrevistada, “P” (popular) o “M”, (Medio alto); luego, la segunda letra informa acerca del tramo de edad. “j” (joven), “i” (tramo intermedio) y “m” (tramo mayor). Por último, los números del 1 al 4 corresponden siempre a mujeres dueñas de casa, y del 5 al 8 a mujeres que trabajan remuneradamente. Así, por ejemplo, “Pm1”, es una entrevistada de sector popular, del tramo mayor de 41 años, y es dueña de casa. Los nombres son ficticios, naturalmente.