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Grupo de Trabalho 2
“Fuera de control: Sobre categorías y desigualdades de género, raza y clase”

Matthew C. Gutmann[1]

Una manera de “salir” del problema del “enigma de raza-clase-género”, según dice la antropóloga Micaela di Leonardo (1998), no es inventar neologísmos teóricos aún más abstractos.  Tampoco nos sirve solamente hacer referencia a las culturas populares como fuentes de prácticas exóticas.  Al contrario, señala di Leonardo, lo que nos urge es desarrollar una teoría empíricamente detallada e históricamente fundada, concentrándonos en uno o dos de estos fenómenos mientras siempre dejando “hablar” los demás.  En la presente intervención quisiera enfocarme en el fenómeno de la salúd reproductiva masculina, mientras trato de dar espacio también a las encrucijadas de clase y raza/etnicidad como las encuentren y las vivan los hombres y mujeres hoy en día en la ciudad de México, donde por casi una década he trabajado en una colonia popular sobre el tema de las relaciones de género cambiantes.

Otra manera de salir del enigma - que puede parecer una lista monótona de: clase, raza, etnicidad, género, sexualidad, generación, etc., etc. - es mirar cuáles son los aspectos semejantes y cuáles son los aspectos distintos en cuanto a clase, raza y género.  Un factor sumamente pertinente trata de las particularidades de cada uno con respecto al espacio, y más precisamente las diferencias entre relaciones cuyos ámbitos incluyen muchos momentos de interacción cara-a-cara - hasta los momentos más íntimos del hogar, la casa y obviamente la cama - y las relaciones experimentadas en espacios frecuentemente menos personales - calles, fábricas, escuelas.

Acerca de la salúd reproductiva masculina, desde luego, a pesar de diferencias de clase y raza, hay muchos huecos en nuestro entendimiento y, pues, mucho más que hacer con respecto al estudio de los hombres varones y su participación o no en el sexo, los métodos anticonceptivos, la procreación, el embarazo y la crianza de los hijos.  En espacios distintos de poder, conflicto y transformación; ámbitos sociales de la calle, clínica y del hogar como de la cocina y la cama - no hablo aquí de lo público y lo privado - podemos aprender de las esperanzas, dudas y sueños que comparten y debaten las mujeres y los hombres de nuestro planeta.  Ha existido mucha insatisfacción entre los antropólogos y demógrafos con conceptos y categorías sobre la reproducción humana (sobre todo en cuanto a los varones).  Como Juan Guillermo Figueroa (1998) enfatiza, tenemos una necesidad de reinterpretar la fertilidad, el concepto de la práctica, en términos de coyuges y no solamente o hombres o mujeres. 

 

Definiciones

En vez de recontar toda la historia de los usos y significados de varias palabras como sexo, sexualidad, género, fertilidad, y las diferencias entre el uso del término raza en una sociedad o de grupo étnico en otra, me parece más interesante tratar de centrar la reflección y discusión sobre el hecho de que no estamos usando las mismas palabras para significar los mismos sentidos.  Por ejemplo, en la antropología feminista hace tres décadas hablamos de género como algo sociocultural y la sexualidad como la parte más biológica, como si pudieramos tomar por sentado “lo biológico”, es decir, como si pudieramos esperar cambios solo en cuanto a “género” y no tanto en la sexualidad.  Al mismo tiempo, en los últimos años uno de los debates más significativos en el discurso feminista ha tenido que ver con las diferencias por clase, raza y etnicidad entre las mujeres. 

Sólo hace muy poco tiempo hemos empezado a incluir a los hombres en las discusiones e investigaciones sobre género.  Y con los hombres se ve igualito el problema de incorporar conceptualmente la categoría de hombre/masculinidad con otras como clase y raza.  Refiriendome a un ejemplo de los Estados Unidos, aunque con un tema que no trata de la salúd reproductiva ni de los hombres ni de las mujeres, nosotros los científicos sociales seguimos hablando en gringolandia de un aspecto particular de las cifras de los presos: el hecho de que, en los años 90s, mientras el país en su conjunto estaba disfrutando de un “boom” económico (¡un boom construido en gran parte de la dominación de clase y raza al nivel internacional!) - pues, durante este boom económico en Estados Unidos, alrededor de una tercera parte de los hombres negros de las edades entre veinte y veinte-nueve años estaban o encarcelados o recientemente encarcelados o bajo la supervisión de agencias judiciales. 

Siempre se enfatiza el hecho de que son negros estas personas, y debe de estar enfatizado.  El racismo tiene mucho que ver.  Pero también es notable la falta de discusión sobre al menos dos factores adicionales: estos presos también son hombres (hay muchos más hombres que mujeres en las cárceles) y estos presos son invariablemente gentes pobres.  Cómo enlazar clase y género con raza, en este caso, nos ha sido bastante difícil.

Podemos ver en el desarrollo de la teoría feminista algunas indicaciones de cómo ha sido posible enlazar categorías conceptuales de manera matizada y no mecánica.  Hoy en día es mucho más común hablar de género y sexualidad como un conjunto, una totalidad íntimamente relacionada con cambios políticos, económicos y culturales en general, y no, como antes, como categorías separadas conceptual y empíricamente.  Obviamente, tiene eso todo que ver con la manera de pensar en la relación cultura-biología y los antiguos antagonismos de René Descartes entre cuerpo y mente - estamos todos todavía pagando la cuenta por los dualismos del filósofo francés, ¿verdad?[2]

Por ejemplo, hablando de género/sexualidad como un conjunto, varios autores hablan de una ilimitada capacidad reproductiva de los machos frente a la limitada capacidad de las hembras.  Pero me parece equivocada esta manera de pensarlo.  Este modelo (y los esfuerzos de perpetuarlo) está basado en una noción erronea de poder distinguir claramente entre biología y cultura en cuanto a la sexualidad.  En cambio si aceptamos algo que podemos nombrar la conciencia (o pensamiento), y si podemos distinguir entre instintos mecánicos y voluntad, pues, no me parece tan facil decir que “los hombres pueden seguir teniendo bebés para siempre”.  Porque la realidad es que la gran mayoría no pueden.  No es simplemente que no “quieren”.  No pueden.  Entonces, hablar de “capacidades reproductivas” en términos demasiado estáticos (biología por esta caja, cultura por otra) nos lleva a conclusiones también erróneas.

Al mismo tiempo, hablar de la paternidad, es hablar de muchas cosas y no solamente de procrear.  Ser padre implica para muchos, si no para todos, el cuidado de los niños, el ser padre biológico o no.  Mario Humberto Ruz (1998) también habla en un ensayo sobre “La semilla del hombre” del fenómeno entre los mayas de México de ser padre de un “niño de participación” (“hijo” de una mujer y el semen de varios hombres).  Nota además las expresiones “hijo del pene” e “hijo de la vulva” para referirse a la noción de los papeles compartidos de ambos hombres y mujeres en la fecundación.

Mientras explique Ruz detalladamente que entre los más de cuatro millones de mayas hay una diversidad impresionante de creencias y prácticas, nos indica claramente la importancia para el estudio de los hombres y su salud reproductiva de tomar en cuenta cuestiones relacionadas con la etnicidad.  Por ejemplo, en cuanto a las relaciones genéricas y el poder, Ruz escribe que entre muchos mayas “no se consideraba adulterio la cópula del casado con una soltera, per sí la de soltero o casado con mujer casada - castigago con la muerte - lo que muestra que no se buscaba tanto, en este sentido, defender la integridad del hogar sino el derecho del marido sobre la vida sexual de su mujer” (Ruz 1998:201).

En la ciudad de México los domingos, su día de descanso, muchas jóvenes que trabajan como muchachas en las casas de los ricos acuden a la Alameda Central, en donde esperan que algunos jóvenes les compren refrescos o paletas.  La Alameda Central - que se ubica junto a Bellas Artes, otro sitio turístico - es también el punto de convergencia de los prostitutos en busca de trabajo.  Muchos de los clientes de estos prostitutos son extranjeros y casi todos son hombres de la clase media y alta: el tipo de gente que frecuenta esta sección del Centro Histórico de la ciudad de México.  Según Patricio Villalba, quién ha entrevistado a más de trescientos prostitutos que trabajan en la capital, la gran mayoría de éstos son adolescentes e inmigrantes indígenas de piel oscura que provienen del campo y se les paga por tener relaciones sexuales con otros hombres quienes, con frecuencia, son de piel más clara.

No son únicamente los profesores universitarios varones quienes piensan en múltiples significados y prácticas con respecto a raza, clase y género.  Lynn Stephen (1991) en su estudio sobre mujeres zapotecas en Oaxaca, México, enfatiza de la misma manera tanto la diversidad dentro de grupos étnicos como la importancia de la etnicidad para entender las relaciones de género en cualquier contexto social.  Por eso, escribe Stephen que entre los zapotecas el género, por ejemplo, “no funciona como categoría analitica distinta” precisamente por “las dinámicas cambiantes de etniciad y clase”.  Stephen demuestra en su etnografía una solidaridad comunitaria relacionada con parentesco e identidad zapoteca por un lado coexistiendo al mismo tiempo, por el otro lado, con relaciones emergentes de producción - de hecho una bifurcación de clases - entre zapotecas que fabrican tapetes y las que los venden en el mercado internacional.

En el caso de México, o al menos en lugares específicos dentro de la República mexicana, también hemos encontrado una diversidad impresionante en cuanto a qué quiere decir “ser un buen padre”, una diversidad basada en diferencias de clase, étnia, edad, escolaridad y diversas factores - mientras todos viven en “sociedades católicas”.[3]

La intención de mi argumento no es negar la posibilidad de generalizar (ni mucho menos en contra de ver las relaciones sociales en su totalidad), sino ubicar el contexto particular como uno de los factores principales en cualquier analisis que pretende describir y explicar fenómenos tan complejos como raza, clase y género en cuanto a la reproducción humana.

 

La casa como contexto de conflicto de género

Motivados en parte por las conceptualizaciones feministas de las familias, en décadas recientes algunos investigadores sociales en México y en los Estados Unidos han hecho hincapié en que las casas son espacios importantes donde las identidades de género y las relaciones de desigualdad se enfrentan, se retan y, ocasionalmente, se transforman en la vida diaria de hombres y mujeres.  En este sentido, en cuanto a clase y raza - mientras de cierta manera se puede “evitar” conflictos abiertos, explícitos, transparentes u obvios dentro del mismo espacio - , para la mayoría de los hombres (y por definición de las mujeres también), los conflictos de género/sexualidad son fenomenos cotidianos.  O sea, al fondo nunca se puede escapar la existencia ni las consecuencias de clase y raza, pero frecuentemente se experimentan dichas consecuencias de otra manera.  Hay espacios residenciales (barrios y pueblos), por ejemplo, donde el nivel de homogeneidad de clase y raza es bastante alta.  En cambio, en los mismos espacios se encuentra a ambos mujeres y hombres.  No quiero hacer la distincción demasiada tajante.  Sólo me preocupa matizar un poco las diferencias, y el desafío de distinguirlas, entre raza, clase y género.

En México, algunos estudios recientes han sacado a la luz algunos de estos procesos de conflicto sobre género/sexualidad, particularmente desde la perspectiva de las mujeres que viven estas situaciones.[4]  Sin embargo, sólo ahora empezamos a entender las consecuencias, para hombres y padres, de estas investigaciones enfocadas principalmente en la mujer. Aún existiendo excelentes trabajos recientes donde los hombres y la paternidad son los temas centrales,[5] junto con el material que se encuentra en etnografías sobre México, incluídos ciertos trabajos clásicos,[6] todavía falta mucho por hacer con respecto al trabajo sobre los hombres, la paternidad y su relación con la casa y con la familia en México.

Una contribución del trabajo novedoso de las feministas es la crítica a la visión pasada de las familias y las casas como simples representaciones del último bastión del patriarcado, el non plus ultra de la paternidad institucionalizada. El trabajo teórico de Teresita de Barbieri (1992) y de Steve Stern (1995, 1998), por ejemplo, cuestiona la categoría de patriarcado como un rango que está sobregeneralizado y en necesidad constante de contextualización histórica.

A su vez, aunque recientes investigaciones han documentado lo que Stern (1998:61) llama la “transición de un régimen patriarcal de complementariedad jerárquica, a un régimen de competencia discriminante y estigmatizada entre géneros” en México no hay necesidad de inclinar la balanza hacia el otro extremo y sobrestimar las cualidades “femeninas” de la familia y de la casa.  Las cuestiones domésticas no deben asumirse solo dentro del mundo “privado” de la mujer, así como las cuestiones “públicas” de la política y de la vida callejera no deben entenderse exclusivamente como ámbitos masculinos (Alatorre y Luna, 1999).  Ni tampoco tiene “paternidad” el mismo sentido en todos lados.  Mara Viveros (1998a:40-41) habla de que,

Uno de los rasgos a los que se hace continua referencia cuando se habla de la familia chocoana [en Colombia] es el del ‘ausentismo paterno’.  Sin embargo vale la pena destacar que en los relatos de los entrevistados el padre es una figura presente afectivamente, descrita de manera detallada y precisa denotando una huella profunda en sus recuerdos.  Esto no quiere decir que éste haya participado directa y activamente en su crianza … sino que es una figura relevante al interior del hogar….”

La paternidad sufre una auténtica necesidad de redefinición y de estudios novedosos en México y en otras partes del mundo.  En un estudio etnográfico anterior sobre los cambios en las relaciones de género en la colonia Santo Domingo, se argumenta que  - como resultado de las transformaciones socioeconómicas y demográficas, el impacto de los movimientos sociales populares durante los años ochenta  y noventa, donde las mujeres tuvieron una gran participación, así como por la influencia general de ideas feministas durante este mismo período - las definiciones y las prácticas asociadas a los padres y a la paternidad a lo largo de los años noventa también se han modificado rápidamente.  Este cambio se ha manifestado particularmente en el contexto de las mujeres que trabajan fuera de casa con salarios más altos que antes, a su vez las tasas de natalidad han disminuido a la mitad en las últimas dos ó tres décadas y el nivel de educación de las niñas es casi igual al de los niños. Los hombres han sido desafiados, de manera directa e indirecta a asumir más responsabilidades asociadas con los hijos y con el trabajo doméstico.

De todas maneras, algunas diferencias importantes persisten todavía entre las clases sociales, de tal manera que en los hogares de más recursos, la educación que reciben hombres y mujeres se centra más en la administración del personal de servicio que se ocupa de los niños, que en una actividad práctica.  En los sectores más pobres, como en la comunidad de Santo Domingo, hay mucho menos homogeneidad en la paternidad.  Mientras algunos hombres tienen poco que ver con sus hijos, especialmente con los más pequeños, para muchos otros hombres (y mujeres) de la colonia en los años noventa, la paternidad activa es una parte central de lo que significa ser hombre, y las cosas que hacen los hombres.  En un caso que también señala la importancia de clase en cuanto a los hombres, Vera Paiva (1999) en su estudio sobre educación sexual entre adoloscentes brasileños descubre las diferencias importantes de clase en cuanto a decisiones igualitarias sobre métodos anticonceptivos utilizados por los chavos.  En pocas palabras, los adoloscentes con más recursos tienen mejor talento fazendo arte com camisinha.

Los hogares no son sólo lugares de conflicto de género por medio de las discusiones, peleas y confrontaciones; los hogares también proporcionan el ámbito para desafiar identidades preexistentes y  patrones de paternidad y maternidad.  De manera más específica, en la vida de muchos trabajadores en la ciudad de México, cuando se han producido transformaciones en las actividades asociadas con “ser padre” (desde darle de comer al niño hasta proporcionarle una enseñanza moral y ayudarle con su tarea) los hombres al igual que las mujeres han atribuido estos cambios especialmente a dos factores:

  • Primero, necesidad, cuando por ejemplo las madres empiezan a trabajar fuera de la casa por un salario y los hombres comienzan a “ayudar” más en las tareas domésticas, incluido el cuidado de los niños. 

  • Segundo, las mujeres están directamente involucradas en las historias de cambio, ya que ellas engatusan, miman y amenazan a los hombres para que participen en una u otra actividad para la que están mal preparados y al principio, sin ganas de hacerlo. 

En fin, las mujeres en los hogares han tenido un amplio papel en la redefinición y en redirigir los significados de la paternidad para muchos hombres en décadas recientes en la capital mexicana.

El complicado nexus de los límites de género y los económicos por un lado, y la acción individual y colectiva por el otro, es evidente en la historia que mi vecina Susana me contó cuando su padre abandonó a su familia.

 

Diversidad

Todos hablan de la importancia de tomar en cuenta la diversidad de hombres, masculinidades y maneras de ser hombre de verdad.  Sin embargo, es una cosa hablar de la existencia en términos abstractos de la diversidad y otra cosa encontrarla, documentarla y explicarla.  Nuestros pioneros en el estudio de la reproducción masculina han encontrado diferencias culturales (tanto diferencias ideológicas como de práctica) entre “culturas” distintas.  Ha sido más difícil referirse a una diversidad dentro de las mismas culturas descritas, como si las culturas fueran entidades homogéneas y como si “la cultura” fuera sinónimo para “nación-estado” (“la cultura española”, “la cubana”, “la gringa”, etc.). 

El mismo problema ha surgido frecuentemente con respecto a raza y género también cuando se ha asociado “la nación” con una raza en particular, o en México, una dizque raza con “tres culturas”: la “raza” mestiza con las tres “culturas” española, indígena y mestiza.  Y en varios países ha sido muy común asociar a los hombres con toda la imagen de la patria (y, por supuesto, con el patriarcado).

El dilema más notable, desde mi punto de vista, es cómo hablar de una diversidad de varones, identidades y prácticas masculinas sin perder el marco teórico de la desigualdad genérica en cuanto a las relaciones de poder, lo que a su vez frecuentemente está relacionado con clase y raza y sexualidad.  Otra parte del dilema: cómo entendamos la relación (con respecto a las relaciones de género) entre normas y prácticas, palabras y hechos, o sea, de las contradicciones evidentes en la vida diaria que involucra a ambos, hombres y mujeres. 

En relación con la fertilidad, hemos leido estudios sobre las mujeres muy sofisticados en los cuales aprendemos de las respuestas de varias mujeres frente a nuevas posibilidades de controlar, más que nunca antes en la historia, el número de hijos que ellas quieren tener (y el momento de tenerlos).  En cambio, con los hombres seguimos leyendo estudios ingenuos sobre la supuesta generalización del imperativo masculino inato de tener relaciones sexuales lo más posible.  Según el dicho, “El hombre llega hasta donde la mujer quiere”.  “¿A quién le dan pan que llore?”, me decía una abuelita en mi barrio de Santo Domingo en México.

Sin embargo, son dichos.  Dichos.  Son importantes.  Representan aspectos de “la cultura”, pero no se discute tanto cómo entenderlos exactamente.  Según algunos que usan un marco de la psicología evolucionista, es bastante “fácil” entender estos dichos.  Yo diría que puede parecer “fácil”, pero eso no quiere decir que sea necesariamente correcto.

Es interesante notar las dificultades que tienen algunos investigadores en hablar con hombres sobre masculinidades y lo que piensan y hacen los varones en cuanto a ser hombres.  Me acuerdo que cuando yo estaba empezando un estudio de campo etnográfico sobre cambios en las relaciones de género y el machismo infame,[7] en la ciudad de México, un colega sociolingüista me criticó todo el proyecto, diciendome, “Pero Mateo, ¿por qué vas a gastar tanto tiempo con este estudio?  Es evidente”, me informó en tono paternal, “que los hombres de America Latina somos machistas.  Así es, entonces no hay mucho que estudiar”.  Mi colega se mostraba incapaz de ver a las diferencias entre los hombres por clase y raza, sin mencionar otros factores relevantes.  O sea, para él, y para muchos, ser hombre no solamente domina al varón individual sino a toda la sociedad.

Además de desprobar la manera de pensar de mi interlocutor, yo digo que siempre vale la pena, estudiar los discursos y lecturas paralelos de mujeres y hombres sobre cuestiones de salud reproductiva.  También es muy importante hablar con mujeres sobre hombres; pero no es suficiente sólo hablar con mujeres “concientes de las desigualdades de las relaciones de género” ni tampoco simplemente hablar en términos amplios de “la cultura latinoamericana”, sea evidente para algunos sociolingüistas o no.

 

Cambio

¿Cuáles son las fuentes principales en cuanto al cambio y las relaciones de reproducción?  Desde luego, implícitamente si no siempre explícitamente, hay factores como las transformaciones económicas - por ejemplo, mujeres trabajando fuera de la casa por dinero  -  ,que se han experimentado en muchas sociedades del mundo en las últimas décadas.  También, como nos señala Rosario Arias y Marisela Rodríguez (1998), “el surgimiento del sida como un problema de salud pública ha permitido que se dediquen más recursos al estudio de las prácticas reproductivas y de algunos aspectos de la sexualidad”.  Quisiera yo enfatizar otra fuente: el movimiento feminista, en todos los sentidos de la etiqueta y en todas las maneras directas e indirectas de influir el pensamiento y la práctica de hombres y mujeres en cuanto a la reproducción.

En pocas palabras, me parece oportuno reconocer que si no fuera por el movimiento feminista (de los estudios académicos a las organizaciones populares de y por mujeres) no estaríamos nosotros aquí hoy con esta mesa en esta conferencia. 

El sociólogo britanico, Anthony Giddens,[8] habla de dos causas claves en cuanto a los cambios modernos de la sexualidad: uno, el hecho de que por vez primera en la historia del mundo, millones de personas tienen acceso amplio a métodos anticonceptivos, y dos, el movimiento gay.  Con ambas cosas, dice Giddens, podemos ver una transformación fundamental, porque más que nunca antes, existe hoy en día una separación entre el sexo y la procreación, y como consecuencia, se ha cambiado el sexo para siempre.

Para mi, es sumamente importante fomentar más estudios sobre el proceso básico de tomar decisiones en parejas: los debates, quejas, peticiones amorosas, y chantajes sexuales.  Igual que en el trabajo importante sobre hombres y vasectomías en Bogotá de Mara Viveros (1998b), creo que podemos aprender un montón del intercambio de ideas, temores, deseos, y decisiones en las parejas con respecto a la vasectomía.[9]  Ella escribe sobre “la complejidad que caracteriza los intercambios entre los cónyuges”, y me parece oportuno desarrollar los estudios de género/sexualidad en el hogar precisamente como ámbitos de diálogo y debate, incertidumbre y, a veces, resolución.  Estudiar las negociaciones sobre métodos anticonceptivos puede ser una ventana crucial para comprender (y quizás promover) el cambio, entre otras cosas, de la sexualidad y la reproducción en muchos lugares.

Muchos hacen referencia del impacto sobre hijos e hijas en familias encabezadas por mujeres, la transmisión generacional de las relaciones y las prácticas culturales, de la reproducción de patrones e ideas en relación con el género/sexualidad.  Sin embargo, no se debe ser vistos estos patrones e ideas aislados del contexto histórico específico en que ocurren.  No hay mucho que aprender acerca de la relación entre madres solas y sus hijos en el abstracto.  Esta relación es siempre dependiente, a su vez, de otros factores tanto culturales como económicos, tanto de raza y clase como de la participación de las mujeres en el empleo remunerado y la existencia e influencia de los movimientos sociales populares en coyunturas históricas particulares, y la influencia cambiante de la organización y doctrina religiosa.[10]

 

Conclusión

A los hombres les gusta jactarse.  Pueden hablar, por ejemplo, de sus aventuras sin tener ni una.  No es decir que su realidad sea más aburrida que su imaginación; dejo a los novelistas y psicólogos investigar los motivos y fantasías de esta índole.  Pero, sí, sigue siendo absolutamente necesario distinguir de manera tajante entre normas sociales y prácticas reales en cuanto a los varones, la sexualidad y la reproducción.

Además es evidente que la sexualidad y la reproducción masculina (o, mejor dicho, las sexualidades y prácticas reproductivas de los varones) están constantemente negociadas con las mujeres y con otros hombres en la vida.  Las contradicciones entre norma y práctica no solamente se sienten por los académicos, a quienes les toca el estudio formal de las vidas íntimas de los varones.  También para los actores varones en si mismos, vivir las contradicciones entre sexualidad y reproducción es…pues, ¡es vivir!

Los proyectos futuros sobre varones, sexualidad y reproducción pueden contar con una base teórica y empírca bastante bien construida en los últimos años por investigadores como Ondina Leal, Mara Viveros, Norma Fuller, José Olavarría y Javier Alatorre.  Sí, todavía nos quedan demasiadas cosas que investigar y estudiar - personalmente me encantaría saber más sobre la relación entre el deseo y el gozo por un lado y la sexualidad masculina por el otro: muchos hablamos del tema como si entendieramos todo ya, pero no lo creo yo. 

Quisiera concluir mi intervención con una frase de Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad que me parece pertinente:

“Las cosas eran tan nuevas que no había nombres para ellas; había que señalarlas con el dedo y después ponerse de acuerdo en cómo nombrarlas”.

 

Referencias

Alatorre, Javier, y Rafael Luna (1999) “Significados y prácticas de la paternidad en la ciudad de México”. En Paternidad y políticas de género en América Latina. Norma Fuller, ed. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. En prensa.

Arias, Rosario, y Marisela Rodríguez M. (1998) “‘A puro valor mexicano’: Connotaciones del uso del condón en hombres de la clase media de la ciudad de México”. En Varones, sexualidad y reproducción: Diversas perspectivas teórico-metodológicas y hallazgos de investigación. Susana Lerner, ed. Pp. 319-339. México: El Colegio de México.

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[1] Ph.D., Dept. of Anthropology, University of California, Berkeley, Assistant Professor of Anthropology, Brown University. Principales publicaciones: Under, Blaming the Underdog: Democracy, Defiance, and Social Control in contract Contemporary Mexico. University of California Press. The Meanings of Macho: Being a Man in Mexico City. University of California Press, 1996. Third printing. [Spanish translation: Ser hombre de verdad en la ciudad de México: Ni macho ni mandilón. PIEM, El Colegio de México and Editorial Paidós. 1998.]

[2] Véase Leal (1995) para una síntesis sofisticada sobre cuestiones de corporalidad, creencias/ideologías y salud reproductiva.

[3] Véase Gutmann (1998).

[4] García y Oliveira 1994; González y Tuñón 1997; González de la Rocha 1986; Massolo 1992; Oliveira 1989.

[5] Figueroa 1998; Lerner 1998; Taggart 1992.

[6] Por ejemplo, Arizpe 1973, 1989; Lewis 1964a, 1964b.

[7] Véase Gutmann (1999a).  Véase también, Norma Fuller (1998).

[8] Véase Anthony Giddens (1995).

[9] Véase también Viveros y Gómez (1998).

[10] Véase tambien Gutmann (1999b).