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Grupo de Trabalho 2
Clase, raza etnia e intercambios conyugales entre los varones urbanos del Perú

Norma Fuller[1]

En el presente ensayo examinaré desde el punto de vista masculino, los estilos de intercambios conyugales en tres ciudades del Perú Lima, Cuzco e Iquitos. El material del análisis se obtuvo entrevistando a 120 varones de dos grupos de edad: jóvenes y adultos, pertenecientes a los sectores medios y populares. Todos ellos son de origen urbano o llegaron a la ciudad antes de los cinco años de edad. Cada una de las urbes escogidas corresponde a una cultura regional bastante marcada, Lima, la capital del país, con una población de 6' 328,200 habitantes es el centro neurálgico de la nación, está integrada a los circuitos internacionales y constituye el polo moderno del país. Concentra aproximadamente al 30% de la población del Perú y a la mayor parte de la producción industrial, el movimiento comercial y los servicios de la nación. Cuzco, ciudad de la región andina con 269,000 habitantes, fue la capital del Imperio prehispánico Inca, es uno de los núcleos de cultura mestiza y andina más importantes del Perú. Vive de la producción agropecuaria, la minería y es un centro de atracción turística internacional y nacional. Es notoria la combinación entre una identidad local que se imagina heredera de la tradición prehispánica y la profunda influencia de discursos y modas occidentales. Iquitos, con 261,248 habitantes, es un puerto fluvial situado en el corazón de la Amazonía que comunica a esta región con el Brasil y la cuenca del Atlántico. Se trata de una ciudad de frontera cuyos principales ingresos provienen de industrias extractivas como la madera y el petróleo y del hecho de ser el centro militar, administrativo y comercial que sirve al noreste amazónico peruano. Iquitos ha sido foco de atracción de diferentes olas migratorias en busca de nuevos recursos naturales. Mucho de su identidad está construida en torno al sentimiento de conquista de territorios, de mundo por crear y de defensa del territorio nacional. Es también asiento de poblaciones nativas y mestizas: el contacto entre ambas tradiciones ha dado lugar a un sistema de relaciones interétnicas profundamente jerarquizado. En las tres ciudades los intercambios matrimoniales siguen un ordenamiento bastante estricto debido a que los marcadores de raza clase y etnicidad juegan un papel crucial para clasificar a las posibles parejas y cónyuges y para definir el tipo de encuentro o relación como matrimonial, consensual o pasajera. 

 

El sistema étnico racial y de género en el Perú

El sistema de género clase raza y etnicidad comenzó a forjarse desde la conquista española. El orden colonial se fundó en estamentos supuestamente rígidos que dividían a la población según criterios étnicos y raciales. Dentro de este modelo las diferencias sociales entre los españoles se borraron y toda la población de origen hispánico fue asimilada a la nobleza y gozó de privilegios que no se les hubiera concedido en la metrópoli (Seed 1991:98). Así, durante el siglo XVI y comienzos del siglo XVII la república de españoles formó un conjunto aparentemente homogéneo que se contrastaba con las diferentes poblaciones nativas, los esclavos de origen africano y las diversas mezclas raciales.

Este sistema se caracterizaba por la vigencia de múltiples códigos morales para ordenar la relación de los varones españoles y criollos[2] con cada una de las diferentes categorías de mujeres: españolas, mestizas, nativas y esclavas. Mientras los intercambios con las mujeres blancas se regían por el código del honor y se dirigían al matrimonio, los varones podían mantener relaciones consensuales con las mujeres mestizas, indias y esclavas. Aquí se reproduce un viejo y ya tradicional patrón: los hombres mantienen relaciones sexuales con mujeres con quienes no es su intención casarse debido a las barreras sociales que los separan mientras fundan una familia “legítima” dentro de su estrato social.

El caso de las mujeres españolas era justamente opuesto, ellas estaban rígidamente vigiladas y prohibidas de circular entre varones de otros grupos. Estas uniones no sólo amenazaban la base étnico racial de las distinciones sociales, como lo hacían las uniones interraciales de los hombres españoles, sino que también planteaban un reto a la tradición hispánica. Uno de los principios fundamentales del sistema del honor era que los hombres debían proteger a sus mujeres y esta tarea se centraba, en gran medida, en el control de la conducta sexual de sus hermanas u otros familiares femeninos. Esto confirió al varón una serie de privilegios sobre la población femenina al otorgarles, simultáneamente, acceso a mujeres de grupos raciales inferiores y reservarles el acceso exclusivo a las mujeres de su propio grupo. Las primeras estaban controladas porque, al no poder transmitir prestigio social a sus cónyuges, un matrimonio desigual significaba una pérdida social. Las segundas, tenían interés en establecer uniones consensuales con los varones de los grupos dominantes porque sí tenían algo que ganar de la relación con una varón más poderoso. Así, las relaciones extraconyugales y consensuales se alimentaban por la existencia de jerarquías étnicas y sociales que generaban un contingente de mujeres de baja condición siempre disponibles para los hombres de los estamentos superiores. Esto, a su vez, tuvo como consecuencia una tendencia a la desvalorización de la condición femenina que se expresaba en desconsideración hacia el honor de las esposas legítimas y en un estilo de relación muy desigual entre hombres y mujeres fuera del matrimonio (Mannarelli 1994: 152).

En suma, el sistema de género y de intercambios matrimoniales se fundaba en el control masculino de la circulación de intercambios matrimoniales (Rubin 1975) y simbólicos (Bourdieu 1999) y se insertaba en una estructura étnico racial y de clases que permitía a los varones de las clases dominantes circular entre los diferentes grupos, encerraba a las mujeres de los sectores medios y altos dentro de las fronteras de su clase, raza o etnía y consideraba a las mujeres de las categorías étnicas y raciales subordinadas como virtualmente disponibles para uniones sexuales o consensuales. El varón podía actuar como posible esposo, como seductor o como patrón de acuerdo al código de conducta que rigiese su relacion con cada mujer.

Sin embargo, la fragilidad del sistema estamental colonial es hecho sabido y existían una serie de contradicciones. Las uniones de varones españoles o criollos con mujeres de diferentes orígenes, fueran estas legítimas o consensuales, tendían a quebrar el orden estamental que, en la práctica era muy fluido. La familia monogámica se proclamaba en las ordenanzas religiosas mientras que, en la práctica, proliferaban las uniones consensuales y los varones, si tenían los recursos necesarios,  podían fundar una familia legítima y mantener otras secundarias. Por otro lado,  el hecho que los varones de las clases medias y altas puedan mantener alianzas sexuales paralelas con mujeres de los grupos subordinados, fue una fuente de tensión dentro de la familia y reprodujo relaciones altamente verticales entre las mujeres y varones clasificadas como inferiores en la escala étnico racial.

En el período republicano el Perú se integró al mercado internacional y se desmontó el régimen colonial. Las nuevas élites criollas que se recompusieron en la segunda mitad del siglo XIX, implementaron una política por la cual el hecho de identificarse con la cultura occidental, simbolizada por sus hábitos culturales y sus rasgos fenotípicos constituían un importante criterio que las distinguía de la mayoría de la población y legitimaba su precedencia social. A pesar de que adoptaron formalmente un régimen democrático y definieron al Perú como un país mestizo, elaboraron un discurso que identificaba a la raza blanca con el progreso y la modernidad y consideraba que las razas india y negra debían ser diluidas lo máximo posible con la sangre blanca a fin de mejorarla y fortificarla. Así, las elites propiciaron las uniones de sus mujeres con varones migrantes de Europa y Norteamérica a fin de acercarse al ideal racial caucásico y diferenciarse claramente de la mayoría de la población peruana (Oliart, 1994). En esta búsqueda de una identidad nacional europea y occidental, la población mestiza, india, mulata y china que constituía el principal componente de la población peruana fue marginada radicalmente del imaginario nacional. Al mismo tiempo Lima, la capital occidentalizada se contrasta con las ciudades del interior, como Cuzco, que representan un modelo agrario arcaico y con una mayoría de población indígena monolingüe quechua. La clase media cuzqueña responderá a la hegemonía limeña con una actitud ambivalente que combina la apropiación de los ideales políticos modernos y la reafirmación de la propia tradición como soporte para cuestionar la legitimidad de los criollos limeños. Sin embargo, sus clases medias y altas mantienen una relación de extrema marginación frente a la mayoría de la población quechua hablante. Iquitos, ciudad de nueva data, creció durante el boom del caucho (1895-1914). Sus elites, compuestas de migrantes de variada extracción reproducen los ideales de expansión moderna y, en la medida en que sus fortunas lo permitían, buscaban mantener lazos con la capital o el exterior. Las culturas nativas y ribereñas que conforman el grueso de la población no adquieren realidad en el imaginario de las élites locales.

En el transcurso del presente siglo, este escenario ha cambiado debido a la creciente pérdida de legitimidad de los valores jerárquicos y la emergencia política de los sectores populares. Sin embargo las prácticas que reproducen las jerarquías tradicionales siguen vigentes en ciertos espacios como la familia y la religión, mientras que la racionalidad moderna, que concibe a los seres humanos como individuos o como ciudadanos libres e iguales, rige en algunos aspectos de la vida pública y es difundida por la educación formal y los medios de comunicación. En la medida que los intercambios, sexuales amorosos y conyugales  pertenecen al ámbito familiar y están enraizados en el sistema de género son uno de los reductos del orden tradicional y uno de las instancias donde se reproduce, no sólo la asimetría entre mujeres y varones, sino el edificio de la clasificación étnico, racial y de clase tradicionales.

En la actualidad el sistema de diferenciación étnico racial  no se apoya en un régimen legal o político que permita detectar grupos claramente diferenciados. De este modo, los marcadores de raza o etnicidad constituyen criterios que cada actor usa para clasificar cada interacción y definir el tipo de relación que tendrá con el otro/a. Cada encuentro entre un varón y una mujer supone que se ubiquen mutuamente combinando los parámetros de clase, raza y etnicidad, para determinar el tipo de relacion que corresponde tener. Es decir, “cada uno debe saber su lugar”. La clasificación es siempre mutua y relativa ya que el grado de blancura u occidentalización se miden con relación a la del otro/otra (Fuenzalida 1970). Así un pobre urbano del Cuzco será mas blanco y más occidental que un campesino pero será mas oscuro y mas “indio” que una persona de clase media. Esta fluidez permite a los actores jugar con los diferentes marcadores y tratar de avanzar sus posibles ventajas o minimizar sus  desventajas. Consecuentemente, es posible asimilar hábitos de consumo urbanos o acceder a niveles de educación más altos para suavizar las marcas étnicas. La raza, de su lado, es una categoría relativa y profundamente dependiente de los rasgos étnicos y de clase. En el Peru se dice que “el dinero blanquea” porque el color de la piel y los rasgos fenotípicos serán determinantes si se combinan con marcadores étnicos y de clase pero pierden importancia en el caso contrario. Es decir un nativo amazónico monolingüe será mas oscuro que un profesional de clase media y éste último si es exitoso y proviene de una familia prestigiosa, será clasificado como blanco y occidental independientemente de su color de piel. No obstante, sería oscuro para alguien de un nivel social superior. La clase, por último, es, teóricamente, el factor más móvil ya que se funda en rasgos adquiridos tales como niveles de educación y hábitos de consumo, supuestamente abiertos a toda la población.

De este modo, a pesar de que los intercambios matrimoniales se guían por criterios de clase, raza y etnicidad, estos se negocian en cada relación y se prestan a diferentes combinaciones. En este juego los actores usan diferentes estrategias de acuerdo a su género y a su posición en las diferentes escalas de diferenciación social.

 

Los limeños

En Lima, la capital esta configuración asume formas más fluidas ya que tanto los sectores medios como los populares  son muy complejos y diferenciados. Entre los primeros los criterios de clase son, por lo general, determinantes para ubicar socialmente a una persona.

La frontera étnica divide a las poblaciones campesinas quechua hablantes o nativas de los sectores medios y altos es tan grande que la mención a una posible alianza conyugal o unión consensual inter étnica no se plantea. En cambio la raza juega un rol fundamental porque, a pesar de que el ideal de blancura impregna el imaginario limeño (y nacional urbano) en la práctica la mayor parte de la población corresponde al fenotipo mestizo y los rasgos caucásicos son raros y se concentran entre los sectores medios y altos. De este modo la blancura es un marcador de distinción (Bourdieu 1980). En la medida en que las clases medias se caracterizan por la importancia que adjudican al prestigio y a las relaciones sociales (Fuller, 1998) los rasgos raciales se usan como estrategia para acercarse o alejarse del ideal de distinción. Por otro lado, la fragilidad de este sector, siempre amenazado por la ruina económica, lleva a que los indicadores de clase tales como el nivel de ingresos no lo diferencien de los sectores populares emergentes, de ahí que las diferencias raciales sean un dispositivo para crear fronteras simbólicas entre las familias decentes (de clase media o alta) y el pueblo (sectores populares). Esto se traduce en la vigencia de la política racial del blanqueamiento que consiste en casarse con personas que mantengan o aclaren el color de la piel de sus descendientes y en evitar alianzas con mujeres con rasgos indígenas o negros. Así por ejemplo, Manolo un joven abogado un joven estudiante universitario limeño declara a mí me gustaban las rubias pero porque son raras acá, y meterme con una flaca de mi color, así morena, no me nace, no se completaría el mestizaje como debe ser el Perú tiene que llegar a ser una nación donde todos seamos una mixtura, eso es muy importante. Solo que la mezcla a la que se refiere es aquella que blanqueará a sus descendientes mientras que una mezcla que los oscurezca significaría descender socialmente.

 Sin embargo, es en esta ciudad donde los sectores medios son mas diferenciados en sus estilos de vida y donde los valores democráticos e individualizados son más influyentes, la estrategia del blanqueo y las formas mas extremas de discriminación étnica o racial se contraponen a los ideales meritocráticos. De este modo, aún cuando en la práctica los factores étnicos y raciales son decisivos para escoger una pareja y definir una relación, es común que se refieran a ella precisamente para criticar y tomar distancia frente a los valores tradicionales o la autoridad familiar. Así por ejemplo Abel, un médico de 42 años relata que una de las cosas que hablaban en mi casa era la cuestión racial, que uno se casaba para mejorar la raza o para mantenerla igual o para igualar o mejorar la posición. Yo creo, que eso en un inicio tuvo gran influencia en mi, tal es así que mi primera esposa, mi esposa, mi ex‑esposa,  es blanca, rubia, de ojos verdes y de una familia de apellido rimbombante, y mi pareja actual es una persona común y corriente, inclusive me atrevería a decir, es una peruana nata[3], probablemente no cuente ella con la aprobación de mi madre, pero me tiene sin cuidado, porque  ya he visto que la influencia de mi madre fue negativa en un principio y lo curioso es que mi padre tampoco era de apellido  rimbombante, mi papá era hijo de un ebanista con una señora piurana, papá no era blanco, rubio, de ojos azules, papá era hijo de un cholo[4] norteño, de un cholo chiclayano con una señora de Piura; mamá si, era blanca, rubia, lo que tú  quieras, y papá llegó a donde llegó por su esfuerzo. yo no voy a llegar a donde quiera llegar, basándome en recuerdos familiares ni mucho menos,  yo voy a llegar a donde quiera llegar y la mujer que vaya a ser mi pareja yo no la puedo juzgar ni por su color de piel, ni por su posición social ni mucho menos, lo que seamos lo vamos a trabajar juntos. Abel recurre al discurso oficial[5] peruano que lo pinta como un país mestizo que debe recuperar sus raíces antes que soñarse blanco y occidental y relee las jerarquías sociales desde un punto de vista que privilegia la realización individual.

En sentido opuesto a las diferencias raciales que se manipulan a través de las alianzas matrimoniales, las fronteras sociales se consideran abiertas a la manipulación individual. los varones se perciben como quienes definen el status de la familia en tanto que, a pesar de que aprecian una esposa profesional y que trabaje, el reconocimiento que ella puede acumular en la esfera pública no puede ser transferido a su esposo e hijos. Estar casado con una mujer notable o exitosa no es motivo de orgullo, por el contrario, si la esposa obtiene mayor reconocimiento que el marido, ello va en desmedro de este último. Por ejemplo, según Ciego, estudiante universitario de 25 años, a una chica puede tener toda la plata del mundo, no me interesa, mi ideal es que se la vea preciosa, fina, blanca, puede ser trigueñita también.

De este modo los criterios raciales se definen como esencias que se alteran a través de los intercambios matrimoniales mientras que las fronteras de clase serían mas porosas e individualizadas. Estas últimas, sin embargo, se contradicen con la asimetría de género por lo que la hipergamia de clase resulta problemática para los varones[6]. No obstante, en la medida que los varones pueden acumular prestigio y recursos para transferirlos a las mujeres, el éxito económico y/o social les permite ascender socialmente y les abre mayores oportunidades de elección.

Los sectores populares de Lima son también bastante diferenciados y están compuestos, hablando de una manera gruesa, por limeños de vieja data y por el constante flujo migratorio de campesinos provenientes de las zonas rurales clasificados como indios en la escala étnica[7]. Los criterios étnicos y raciales juegan un papel importante en la regulación de las relaciones entre las poblaciones migrantes y los viejos limeños, sin embargo estas diferencias tienden a borrarse en la segunda generación porque lo que distingue a un recién llegado es su idioma y lugar de origen en tanto que los rasgos físicos pueden ser similares al común de las poblaciones urbanas.

Entre los varones  de los sectores populares tradicionales la política de hipergamia racial es aún más definida. Las diferencias étnicas no aparecen mayormente en el discurso de los intercambios conyugales, en tanto que los matices de color de la posible pareja son un tema recurrente. Esto se debe a que en Lima las diferencias étnicas tienden a uniformizarse en tanto que el color es el rasgo que simboliza las fronteras entre los sectores populares y los medios y altos. Como los varones, de estos sectores son excluidos precisamente por sus  rasgos físicos, el blanqueo, a través del matrimonio con una mujer mas clara constituye una forma de promoción social y de quebrar las barreras que los excluyen. Como dice El Zambo, albañil de 53 años que se clasifica como mestizo de  indio y negro, a mi me gustaban las cholas, hasta ahora las cholas, cholas claras pe, negras nunca me han gustado porque quiero que mi raza cambie, porque si yo voy a enamorarme de una negra como yo, pucha! que mis hijos van a salir pues, (risa) van a salir petróleo. Por eso digo yo, tengo que mejorar la raza.

Aún aquellos varones que no siguen estrictamente el patrón de hipergamia racial, se sienten presionados para no deslizarse hacia los extremos de la gama racial porque sería un paso atrás en la escala social. De este modo Chochera un obrero de 44 años relata que  tenía una enamorada morena, pero negra, negra, negra, cuando nos íbamos al cine a Lima, sentía que toda la gente me miraba, porque me abrazaba, me daba la mano y me sentía algo raro porque la gente me miraba por lo que era marrón. En estos relatos la negritud actúa como la frontera simbólica de las razas y desde el cual se articulan las diversas estrategias de exclusión cuyo equivalente positivo sería el blanqueamiento

A pesar de que esta población está expuesta a la influencia de los discursos políticos igualitarios que cuestionan las desigualdades existentes, esto raramente se traduce en el relato del intercambio matrimonial de los varones de los sectores populares entrevistados en Lima. Solamente uno de ellos Oscar,  un conserje, de 42 años declara que prefiere a las mujeres oscuras y usa este argumento para criticar las jerarquías sociales vigentes y señala que se aleja del racismo del ambiente. Según dice Mi mujer es media morocha, ojos color caramelo, cejona, yo soy buen pobre, en ese aspecto no soy racista, con plata, sin plata, cuando quieres a una mujer no te importa nada. Sin embargo Oscar es una excepción, los restantes, a pesar de ser conscientes de que son discriminados por motivos raciales, declaran que prefieren una mujer de tez mas clara porque es una forma de mejorar el futuro de sus hijos o un símbolo de status que acrecienta su valor como conquistadores, es decir, su virilidad.  

A pesar de que los varones de los sectores populares implementan una estrategia de hipergamia racial la posibilidad de que la pareja sea de una clase social mas valorada presenta dificultades. Como las jerarquías de género se fundan en ultima instancia en el monopolio masculino de los recursos sociales, si la mujer fuera de un estatus superior, colocaría a su esposo en una postura femenina y pondría en entredicho su posición masculina. Así por ejemplo, El Zambo considera que casarse con una mujer de otro nivel socioeconómico atenta contra su status viril, según afirma:  No, no, de dinero imposible, es difícil que una mujer sea de plata, porque una vez yo me enamoré de una muchacha que tenía plata pero no era mi nivel estar enamorado de ella, porque esas que son de plata, te dominan, te mandan y yo no soy para eso, yo no valgo nada ahí; en cambio, mi mujer no es tan blanca aunque es un poco más clara que yo, pero sé que ella es buena, ve mucho por mí como marido que soy de ella, es tranquila. Los varones se colocan como quienes controlan la circulación matrimonial y quienes, en ultima instancia definen, el status social de la familia que forman. De este modo, a pesar de que ocupan un lugar subordinado en la escala social, la asimetría de género les asegura el predominio sobre las mujeres de su familia.

Los jóvenes de los sectores populares mantienen la práctica de hipergamia racial pero enfatizan la importancia del estudio y de los niveles de ingreso para minimizar la frontera que los separa de las mujeres de los sectores medios y altos en tanto que tienden a privilegiar los estilos de consumo. Esto puede relacionarse con que esta generación tiene niveles de escolaridad mas altos que la de los adultos y a que la cultura urbana presenta una tendencia a uniformizar a las poblaciones a través de la difusión de estilos de consumo estandarizados y globales.

 

Los Cuzqueños

Entre los cuzqueños de los sectores medios el matrimonio debe, en principio, tener lugar con una joven del mismo sector social y, preferentemente, con una mujer de Lima o del extranjero. Así, combinan una estricta endogamia local con la estrategia de establecer alianzas con mujeres de la capital o del exterior a fin de mejorar o mantener el status étnico racial de la familia. El hecho de ser un centro de atracción para turistas y estudiosos de la cultura local, ha abierto a los varones la posibilidad de establecer contactos sexuales y amorosos con mujeres extranjeras provenientes de sociedades que ocupan posiciones hegemónicas dentro del orden internacional[8] ante quienes ellos adquieren el atractivo de ser representantes de una cultura diferente. Esta estrategia a menudo es implementada por las madres que buscan conseguir para sus hijos esposas con mayor estatus étnico y racial  Así por ejemplo Ramiro un ingeniero de 44 años relata yo he tenido problemas terribles con mi  madre, ella se opuso terriblemente a mi  matrimonio porque yo un tiempo me  enamoré y conviví dos años con una chica norteamericana que era una antropóloga de la universidad de Berkeley, una chica muy  inteligente, muy interesante que hacía trabajos de  investigación acá con un equipo de arqueólogos  norteamericanos y ese, según mi madre, era el ideal de mujer para mi, me decía ‑“¿Como puedes ser tan idiota de no casarte con esta  mujer, ella te conviene, es extranjera”- Pero la cosa finalmente terminó en nada y durante los primeros 4 años de mi matrimonio ella no pudo aceptar la idea de mi matrimonio, es mas, ni  siquiera estuvo presente en mi matrimonio.   

A pesar de que el hecho de definirse como herederos de la cultura Inca es un recurso discursivo importante cuando se trata de reafirmarse frente a la hegemonía de la capital y de negociar mejores alianzas matrimoniales, en esta ciudad, donde la mayor parte de la población es bilingüe o quechua hablante existe una rígida clasificación social en base a marcadores étnicos que prohibe tajantamente los intercambios con mujeres clasificadas como indias. En tanto que los contactos con mujeres de origen campesino, las “natachas” se restringen a las formas mas crudas de servidumbre laboral y sexual. El relato de Peter Pan, joven arquitecto cuzqueño, lo resume así: todas las chicas que yo tuve como enamorada, mi madre, aunque sea por la rendija las observaba y no eran de su agrado, tenían cara de huaco, parecían hijas de  empleadas[9] o eran empleadas y que cómo yo me metía, cómo podía meterme con ese tipo de gente, siendo ella una dama de sociedad, de alta alcurnia y una belleza. Mi madre carnal quisiera para mí una gringa, rubia, de ojos azules, una pasta de cara. Yo le decía siempre que no se vayan a sorprender porque de repente mi compañera va a ser de una  comunidad. A pesar de que el discurso de Peter Pan rechaza las jerarquías étnicas y reafirma la identidad local, él describe a la pareja deseada en estos términos: para mí la mujer ideal es blanca, rubia con pelo largo, ojos azules y talla regular, eso en cuanto a su figura, en su interior tiene que ser inteligente, que tenga decisión, capacidad para lograr metas, que sea dinámica.

Sin embargo, como es el caso entre los limeños, una alianza con una mujer de status de clase mas valorado se contrapone al principio de superioridad de género del varón. Así, para Compadrito, joven estudiante universitario, la esposa ideal debe ser blanquiñosa, alta,  muy dócil, que no me contradiga, que no me genere ningún tipo de problemas, clase social igual que la mía, media baja porque pienso que no podría ser que mi enamorada fuera de un estrato medio superior porque empezarían a originarse las diferencias.

Los varones de los sectores populares cuzqueños siguen el patrón de blanqueamiento ya descrito y clasifican a sus posibles cónyuges tratando, en la medida de lo posible, de suavizar los rasgos raciales en tanto que lo negro se sitúa como la frontera simbólica de los intercambios. Así por ejemplo[10] Apicha, almacenero cuzqueño de 46 años, afirma: blancas, papá, hasta con el dicho yo digo: carne blanca, aunque sea de varón, nada con morenas, me gustaba siempre una rubia, una zorra[11], por ende que mi esposa también es blanca. Nunca una morena.

Los jóvenes son conscientes de que sus opciones de conquista son limitadas porque carecen de los símbolos de status que les darían acceso a las mujeres más codiciadas y, a su vez no aceptarían casarse con una campesina quechua hablante con quienes buscan establecer relaciones eventuales. Sin  embargo, a contracorriente del sistema que usan para clasificar a las mujeres, el que se aplican a sí propios no toma como referente la raza o la cultura sino artículos de consumo.[12] Según afirman, el factor que explica su dificultad para acceder a parejas entre los grupos dominantes es el nivel de ingresos o de estudios. Así por ejemplo Víctor, un joven locutor declara: en lo físico imagínate, todo el mundo aspiramos que nos toque una mujer escultural, pero desgraciadamente las esculturales buscan chicos que tengan un carro, que tengan un Celica, un Toyota último modelo, esos sí tienen esas mujeres esculturales pero lamentablemente como nosotros con el poco mísero sueldo que podemos ganar, no podemos estar en la mira de esas mujeres. De este modo, la difusión de objetos de consumo estandarizados provenientes de la metrópoli tiende a desplazar los criterios de diferenciación basados en marcas étnicas o culturales que parecen deslizarse hacia los hábitos de consumo (García Canclini 1996). Ello permite a los varones de los sectores populares urbanos definirse en términos de distinción (Bourdieu 1980) e ignorar las líneas étnicas. Esta, sin embargo, es una posibilidad abierta a los jóvenes nacidos y educados en Cuzco que son perfectamente bilingües. Los migrantes provenientes de comunidades rurales quechua hablantes, que forman el estrato más pobre de la ciudad no pueden aspirar a superar estas barreras debido a que el idioma y el lugar de origen son un estigma que divide netamente las fronteras entre los grupos urbanos y rurales.

 

Los Iquiteños

Ciertas características propias de Iquitos como el hecho de constituir un centro administrativo donde se concentran los servicios del Estado y las fuerzas armadas y el ser una economía fundada en la explotación de redes comerciales hacia el Atlántico y en sucesivos booms extractivos, dan la ciudad una configuración especial. El carácter provisional de los cargos en el caso de los burócratas y el ir y venir de los comerciantes y empresarios en busca de riqueza rápida unido a las relaciones de dominio con las poblaciones nativas contribuyen a generar relaciones extraconyugales pasajeras y favorecen los vínculos inestables entre las mujeres locales y los varones de los sectores dominantes. Asimismo, los migrantes provenientes de Lima o del extranjero pueden usar la estrategia de  blanqueamiento a su favor para casarse con las jóvenes de las familias mas prestigiosas y acceder a las elites y circular sexualmente entre las mestizas y nativas. Aquí se reproduce un viejo y ya tradicional patrón de las ciudades de frontera, los hombres  mantienen relaciones sexuales con mujeres de las que están separados por una gran distancia social y étnica y con las que tienen relaciones esporádicas o consensuales mientras que se casan con las mujeres de su medio social o de niveles superiores con las que constituyen la “familia oficial”. A ello se une que en la cultura nativa las mujeres consideran que recibir bienes o regalos a cambio de sus favores sexuales es normal. Ello propicia una intensa circulación sexual entre varones de grupos mestizos o blancos y las mujeres ribereñas y nativas que migran a la ciudad.

Como consecuencia de este patrón de relaciones inter étnicas e inter género, entre las clases medias locales se aprecia un marcado interés en establecer y mantener las fronteras étnicas para definir a los grupos sociales pero los varones tienen gran libertad individual para alterarlas en su beneficio. Esto ello lleva a que el ideal de familia monogámica, al que las élites aspiran a acercarse, no se cumpla. En la práctica los varones contraen matrimonio dentro del patrón ideal de endogamia o hipergamia social y racial. La familia del varón, sobre todo la madre, cumple un papel decisivo en la elección del cónyuge. Sin embargo el hecho de que los varones continúen  circulando intensamente entre mujeres de grupos subalternos lleva a que los matrimonios sean inestables y configura un patrón de poligamia escondida. El relato de Shapchico, comerciante de 48 años que se casó la primera vez con una mujer de un status social superior al suyo de la que se divorció, ilustra este tema: ahora estoy viviendo con una chica de 21 años, ella es nativa, es bien autóctona, bien de la región, la parte, pues, yagua‑cocama, nacida Yanashi, hay dificultades por la cuestión cultural, pero yo respeto su espacio vital, trato de ayudarle a mejorar en las cosas que sea mejorable, en las cosas que ella quiera mejorar. En realidad yo soy perfectamente consciente de que cuando ella tenga 40 años y esté en todo su poderío como mujer, digamos sexualmente, yo voy a estar decrépito, aparte es cholita, la cuestión de la madre española y toda esa puñetería, mi madre tiene sus esquemas, sus chips raciales,  yo a veces la jodo, le digo:  madre, te voy a dar un guajiro terciado la sangre hispana se va a diluir.

Este sistema, que se asienta en las jerarquías étnica y de género, tiende a contradecirse porque la intensa circulación sexual entre varones de los sectores medios y altos y las mujeres de los grupos subordinados impide que se conserven las líneas que separan a los diferentes grupos. Así, en cada generación se renuevan las filas de las clases medias con los hijos provenientes de las uniones secundarias. Es notorio que en esta ciudad cinco de los varones del sector medio entrevistados sean hijos de uniones secundarias con mujeres de extracción social bastante inferior al genitor.

Los varones de los sectores populares de Iquitos implementan una cuidadosa política de endogamia étnica por la cual la alianza matrimonial con una nativa sería una regresión desde el punto de vista social como dice Juan Luis, joven iquiteño desempleado, si veía una hembra, puta que recontra‑guitarra, ojos verdes, buen lote y si era Kawachi o Tarikuariba, no me metía yo, mis hijos no pueden, pues, llevar esa clase de apellidos, pues que vaya Vargas Tarikuariba, Vargas Puquiachigua, no, pues, nunca. Esta estrategia va paralela a la hipergamia racial que caracteriza a todos los grupos subalternos peruanos, así para Juan Luis las  chicas que sean blancas, que sean pacuchas, como yo soy negro no voy a  agarrar una negrita, una blanquita pues.

Entretanto ellos elaboran las dificultades para acceder mujeres de los sectores medios y altos en términos diferencias en hábitos de consumo y niveles de ingreso Según cuenta Jaime, un joven albañil iquiteño, con las de clase alta yo no daba para ellas, es que querían discotecas muy caras y yo no tenía plata se quitaban con los que tenían mas plata, con los  pitucos. No obstante, a diferencia de algunos jóvenes de Cuzco y Lima, los iquiteños no elaboran un discurso igualitario que cuestione el orden étnico o social que los excluye.  El recurso discursivo que usan para elaborar y compensar su exclusión es invertirla atribuyendo rasgos negativos a las mujeres inalcanzables. Así es común que acusen a las mujeres blancas de ser sucias, por ejemplo Jaime afirma yo siempre he considerado que las blancas son cochinas, no sé quién me ha puesto eso en la cabeza, de repente yo mismo, pero me gustan más las morenas, les veo más humildes, más sencillas.[13]

 

Conclusiones

Lima

Cuzco

Iquitos

 

Sectores

Medios

Endogamia racial

Étnica y de clase

 

Hipergamia racial

Endogamia racial étnica y de clase

 

Hipergamia racial 

(extranjeras)

Endogamia étnica

(primera unión)

 

Hipergamia racial y de clase

(primera unión)

 

Hipogamia racial étnica y  de

 clase (segunda y otras uniones)

 

 

Sectores      populares

 

Endogamia de

Clase

Hipergamia racial

 

Endogamia de clase

 

Hipergamia  racial

Marcada

 

Marcadores de consumo

 

Endogamia de clase y étnica

 

Hipergamia racial

 

 

Marcadores de consumo

 

Dado que en el Perú no existen grupos étnico raciales discontinuos sino una escala de subordinaciones, en las cuales el género, la etnicidad, la raza y la clase social actúan como marcadores sociales, el lenguaje de los intercambios sexuales y conyugales constituye un espacio privilegiado para entender la manera en que estas categorías se construyen y reproducen.

Los sectores medios de cada ciudad elaboran el discurso de las diferencias a través de su propia historia. Lima, la capital afirma la primacía de sus élites en términos raciales  en tanto que en Cuzco la invención de la tradición local combina la apertura hacia el exterior con formas muy estrictas de exclusión étnica en el ámbito local. Iquitos combina la apertura hacia el exterior con una política de exclusión de las poblaciones nativas que, en la práctica, se rebalsa para constituir una forma de poligamia escondida.

Los sectores populares, a su vez, reproducen la estrategia de hipergamia racial y de evitamiento de las alianzas con las mujeres campesinas o nativas. Paralelamente buscan maximizar sus posibilidades de quebrar las barreras étnico raciales usando a su favor la posibilidad de acceder a hábitos de consumo y niveles de educación mas valorados.

En este complejo juego las líneas raciales étnicas y de clase se combinan con la asimetría de género. Las fronteras étnicas y raciales a pesar de ser fijas están abiertas a la manipulación a través de los intercambios conyugales y forman parte de una estrategia colectiva de mejora del status de la familia en la siguiente generación por la vía de la occidentalización y del blanqueo. Las líneas de clase son más abiertas a la manipulación individual y permiten a un varón mejorar sus rasgos étnicos y raciales (hasta cierto punto) asumiendo hábitos de consumo o adquiriendo símbolos de estatus. Sin embargo la cultura de género va en sentido contrario a una política de hipergamia de clase ya que una unión con una mujer de estatus mas elevado supondría colocar al varón en posición subordinada. Este es un tema relevante en el relato de la masculinidad entre los varones de los sectores populares ya que enfrenta dos principios: el de la hipergamia como forma de ascenso social y el de la asimetría de género por el cual el esposo tiene mayor jerarquía.[14]

Esto muestra la importancia de las jerarquías de género para reproducir las diferencias sociales y cómo éstas pueden seguir lógicas diferentes. Las diferencias raciales y étnicas se consideran fijas y se manipulan por la vía del blanqueamiento es decir del intercambio sexual y matrimonial en tanto que las de clase se manipulan por medio de la acumulación y está abierta a la iniciativa individual de los varones (no así de las mujeres). En ambos casos las mujeres ocupan una posición subordinada y los varones son quienes, supuestamente, controlan los intercambios[15].

Este tipo de estrategia al combinarse con la asimetría de género por la cual los varones son quienes acumulan recursos materiales y simbólicos y determinan el estatus la familia en tanto que las mujeres sólo pueden mejorar su posición social por la vía de un matrimonio hipergámico, contribuye a acrecentar el predominio de los varones de los grupos medios y altos ya que mientras el varón puede acumular bienes y prestigio personal para realzar sus posibilidades en el mercado matrimonial y acceder a una esposa mas cotizada, para la mujer el uso de estas estrategias está muy limitado. La fórmula femenina no es negociar su status sino buscar varones que les transmitan su prestigio y bienes. Ello refuerza el patrón por el cual los varones de los grupos dominantes controlan a las mujeres de su grupo y tiene acceso a las de las categorías subalternas.

Paralelamente, la posibilidad de acceder al mayor número de mujeres o de excluir a ciertas categorías  de varones del circuito matrimonial constituye una forma de reproducir formas de dominio entre varones. Aquellos que ostentan rasgos raciales, étnicos y/o de clase mas valorados, monopolizan el acceso a las mujeres de su grupo en tanto que tienen acceso a las de todos los grupos subordinados. En sentido contrario, los hombres colocados en lo mas bajo de la escala tendrán dificultades para acceder a las mujeres de los sectores medios y altos en tanto que deben aceptar, e incluso propiciar, que otros varones sean preferidos por las mujeres de su entorno.

Finalmente, el lenguaje racial no sólo es un dispositivo que ordena, clasifica y excluye sino que es un discurso (y práctica) desde la cual se cuestiona el orden social vigente. Este cuestionamiento de las jerarquías étnicas y raciales usa dos estrategias: negar la validez de las fronteras sociales afirmando que todas las personas son iguales, e invertir simbólicamente el orden socio-racial al atribuir cualidades morales superiores a los miembros de los sectores populares. Este punto es sumamente importante en una sociedad como la peruana donde la mayoría de la población presenta rasgos fenotípicos indios y o mestizos y que, por lo tanto, al excluir y discriminar al otro, lo hace consigo misma.

 

Referencias

Bourdieu, Pierre, 1980, La Distinction, critique social du jugement, Les Editions de Minuit, Paris

1999    La domination masculine, Seuil, Paris

Fuenzalida, Fernando, 1970, La matriz colonial de la Comunidad Campesina, en: La Hacienda, la Comunidad  y el Campesino en el Peru, Lima Instituto de Estudios Peruanos.

Fuller, Norma, 1998,      Las clases medias en la teoría social, en; Gonzalo Portocarrero (editor) Las clases medias

García Canclini, Néstor, 1996, Consumidores y ciudadanos, conflictos multiculturales de la globalización, Grijalbo, México

Oliart, Patricia, 1994, Images of gender and race; The View from Above in turn of the Century Lima, Masters of Arts Thesis, University of Texas, Austin

Ortner, Sherry, 1996,      The Politics and Erotics of Culture, Beacon Press, Boston

Mannarelli, María Emma, 1994, Pecados públicos; ilegitimidad en la Lima del siglo XVII, Ediciones Flora Tristán, Lima

Rubin, Gayle, 1975, The traffic on women, notes on the political economy of sex In: Reiter, Rayna: Reiter, Rayna (edit): Toward an Anthropology of women New York and London, Monthly Review Press, 157-210

Seed, Patricia, 1991, Honrar, amar  y obedecer en el México colonial, Alianza Editorial, México

 

[1] Ph. D en Antropología, University of Florida, Gainesville, Profesora Principal y Coordinadora de la Maestría de Antropología PUCP del Perú. Autora de Identidades Masculinas, Varones de clase media en el Perú, Catholic University of Peru Press, Lima, 1997, Dilemas de la femineidad, Mujeres de clase media en el Perú, Catholic University of Peru Press, Lima, 1993. A

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Grupo de Trabalho 2
Clase, raza etnia e intercambios conyugales entre los varones urbanos del Perú

Norma Fuller[1]

En el presente ensayo examinaré desde el punto de vista masculino, los estilos de intercambios conyugales en tres ciudades del Perú Lima, Cuzco e Iquitos. El material del análisis se obtuvo entrevistando a 120 varones de dos grupos de edad: jóvenes y adultos, pertenecientes a los sectores medios y populares. Todos ellos son de origen urbano o llegaron a la ciudad antes de los cinco años de edad. Cada una de las urbes escogidas corresponde a una cultura regional bastante marcada, Lima, la capital del país, con una población de 6' 328,200 habitantes es el centro neurálgico de la nación, está integrada a los circuitos internacionales y constituye el polo moderno del país. Concentra aproximadamente al 30% de la población del Perú y a la mayor parte de la producción industrial, el movimiento comercial y los servicios de la nación. Cuzco, ciudad de la región andina con 269,000 habitantes, fue la capital del Imperio prehispánico Inca, es uno de los núcleos de cultura mestiza y andina más importantes del Perú. Vive de la producción agropecuaria, la minería y es un centro de atracción turística internacional y nacional. Es notoria la combinación entre una identidad local que se imagina heredera de la tradición prehispánica y la profunda influencia de discursos y modas occidentales. Iquitos, con 261,248 habitantes, es un puerto fluvial situado en el corazón de la Amazonía que comunica a esta región con el Brasil y la cuenca del Atlántico. Se trata de una ciudad de frontera cuyos principales ingresos provienen de industrias extractivas como la madera y el petróleo y del hecho de ser el centro militar, administrativo y comercial que sirve al noreste amazónico peruano. Iquitos ha sido foco de atracción de diferentes olas migratorias en busca de nuevos recursos naturales. Mucho de su identidad está construida en torno al sentimiento de conquista de territorios, de mundo por crear y de defensa del territorio nacional. Es también asiento de poblaciones nativas y mestizas: el contacto entre ambas tradiciones ha dado lugar a un sistema de relaciones interétnicas profundamente jerarquizado. En las tres ciudades los intercambios matrimoniales siguen un ordenamiento bastante estricto debido a que los marcadores de raza clase y etnicidad juegan un papel crucial para clasificar a las posibles parejas y cónyuges y para definir el tipo de encuentro o relación como matrimonial, consensual o pasajera. 

 

El sistema étnico racial y de género en el Perú

El sistema de género clase raza y etnicidad comenzó a forjarse desde la conquista española. El orden colonial se fundó en estamentos supuestamente rígidos que dividían a la población según criterios étnicos y raciales. Dentro de este modelo las diferencias sociales entre los españoles se borraron y toda la población de origen hispánico fue asimilada a la nobleza y gozó de privilegios que no se les hubiera concedido en la metrópoli (Seed 1991:98). Así, durante el siglo XVI y comienzos del siglo XVII la república de españoles formó un conjunto aparentemente homogéneo que se contrastaba con las diferentes poblaciones nativas, los esclavos de origen africano y las diversas mezclas raciales.

Este sistema se caracterizaba por la vigencia de múltiples códigos morales para ordenar la relación de los varones españoles y criollos[2] con cada una de las diferentes categorías de mujeres: españolas, mestizas, nativas y esclavas. Mientras los intercambios con las mujeres blancas se regían por el código del honor y se dirigían al matrimonio, los varones podían mantener relaciones consensuales con las mujeres mestizas, indias y esclavas. Aquí se reproduce un viejo y ya tradicional patrón: los hombres mantienen relaciones sexuales con mujeres con quienes no es su intención casarse debido a las barreras sociales que los separan mientras fundan una familia “legítima” dentro de su estrato social.

El caso de las mujeres españolas era justamente opuesto, ellas estaban rígidamente vigiladas y prohibidas de circular entre varones de otros grupos. Estas uniones no sólo amenazaban la base étnico racial de las distinciones sociales, como lo hacían las uniones interraciales de los hombres españoles, sino que también planteaban un reto a la tradición hispánica. Uno de los principios fundamentales del sistema del honor era que los hombres debían proteger a sus mujeres y esta tarea se centraba, en gran medida, en el control de la conducta sexual de sus hermanas u otros familiares femeninos. Esto confirió al varón una serie de privilegios sobre la población femenina al otorgarles, simultáneamente, acceso a mujeres de grupos raciales inferiores y reservarles el acceso exclusivo a las mujeres de su propio grupo. Las primeras estaban controladas porque, al no poder transmitir prestigio social a sus cónyuges, un matrimonio desigual significaba una pérdida social. Las segundas, tenían interés en establecer uniones consensuales con los varones de los grupos dominantes porque sí tenían algo que ganar de la relación con una varón más poderoso. Así, las relaciones extraconyugales y consensuales se alimentaban por la existencia de jerarquías étnicas y sociales que generaban un contingente de mujeres de baja condición siempre disponibles para los hombres de los estamentos superiores. Esto, a su vez, tuvo como consecuencia una tendencia a la desvalorización de la condición femenina que se expresaba en desconsideración hacia el honor de las esposas legítimas y en un estilo de relación muy desigual entre hombres y mujeres fuera del matrimonio (Mannarelli 1994: 152).

En suma, el sistema de género y de intercambios matrimoniales se fundaba en el control masculino de la circulación de intercambios matrimoniales (Rubin 1975) y simbólicos (Bourdieu 1999) y se insertaba en una estructura étnico racial y de clases que permitía a los varones de las clases dominantes circular entre los diferentes grupos, encerraba a las mujeres de los sectores medios y altos dentro de las fronteras de su clase, raza o etnía y consideraba a las mujeres de las categorías étnicas y raciales subordinadas como virtualmente disponibles para uniones sexuales o consensuales. El varón podía actuar como posible esposo, como seductor o como patrón de acuerdo al código de conducta que rigiese su relacion con cada mujer.

Sin embargo, la fragilidad del sistema estamental colonial es hecho sabido y existían una serie de contradicciones. Las uniones de varones españoles o criollos con mujeres de diferentes orígenes, fueran estas legítimas o consensuales, tendían a quebrar el orden estamental que, en la práctica era muy fluido. La familia monogámica se proclamaba en las ordenanzas religiosas mientras que, en la práctica, proliferaban las uniones consensuales y los varones, si tenían los recursos necesarios,  podían fundar una familia legítima y mantener otras secundarias. Por otro lado,  el hecho que los varones de las clases medias y altas puedan mantener alianzas sexuales paralelas con mujeres de los grupos subordinados, fue una fuente de tensión dentro de la familia y reprodujo relaciones altamente verticales entre las mujeres y varones clasificadas como inferiores en la escala étnico racial.

En el período republicano el Perú se integró al mercado internacional y se desmontó el régimen colonial. Las nuevas élites criollas que se recompusieron en la segunda mitad del siglo XIX, implementaron una política por la cual el hecho de identificarse con la cultura occidental, simbolizada por sus hábitos culturales y sus rasgos fenotípicos constituían un importante criterio que las distinguía de la mayoría de la población y legitimaba su precedencia social. A pesar de que adoptaron formalmente un régimen democrático y definieron al Perú como un país mestizo, elaboraron un discurso que identificaba a la raza blanca con el progreso y la modernidad y consideraba que las razas india y negra debían ser diluidas lo máximo posible con la sangre blanca a fin de mejorarla y fortificarla. Así, las elites propiciaron las uniones de sus mujeres con varones migrantes de Europa y Norteamérica a fin de acercarse al ideal racial caucásico y diferenciarse claramente de la mayoría de la población peruana (Oliart, 1994). En esta búsqueda de una identidad nacional europea y occidental, la población mestiza, india, mulata y china que constituía el principal componente de la población peruana fue marginada radicalmente del imaginario nacional. Al mismo tiempo Lima, la capital occidentalizada se contrasta con las ciudades del interior, como Cuzco, que representan un modelo agrario arcaico y con una mayoría de población indígena monolingüe quechua. La clase media cuzqueña responderá a la hegemonía limeña con una actitud ambivalente que combina la apropiación de los ideales políticos modernos y la reafirmación de la propia tradición como soporte para cuestionar la legitimidad de los criollos limeños. Sin embargo, sus clases medias y altas mantienen una relación de extrema marginación frente a la mayoría de la población quechua hablante. Iquitos, ciudad de nueva data, creció durante el boom del caucho (1895-1914). Sus elites, compuestas de migrantes de variada extracción reproducen los ideales de expansión moderna y, en la medida en que sus fortunas lo permitían, buscaban mantener lazos con la capital o el exterior. Las culturas nativas y ribereñas que conforman el grueso de la población no adquieren realidad en el imaginario de las élites locales.

En el transcurso del presente siglo, este escenario ha cambiado debido a la creciente pérdida de legitimidad de los valores jerárquicos y la emergencia política de los sectores populares. Sin embargo las prácticas que reproducen las jerarquías tradicionales siguen vigentes en ciertos espacios como la familia y la religión, mientras que la racionalidad moderna, que concibe a los seres humanos como individuos o como ciudadanos libres e iguales, rige en algunos aspectos de la vida pública y es difundida por la educación formal y los medios de comunicación. En la medida que los intercambios, sexuales amorosos y conyugales  pertenecen al ámbito familiar y están enraizados en el sistema de género son uno de los reductos del orden tradicional y uno de las instancias donde se reproduce, no sólo la asimetría entre mujeres y varones, sino el edificio de la clasificación étnico, racial y de clase tradicionales.

En la actualidad el sistema de diferenciación étnico racial  no se apoya en un régimen legal o político que permita detectar grupos claramente diferenciados. De este modo, los marcadores de raza o etnicidad constituyen criterios que cada actor usa para clasificar cada interacción y definir el tipo de relación que tendrá con el otro/a. Cada encuentro entre un varón y una mujer supone que se ubiquen mutuamente combinando los parámetros de clase, raza y etnicidad, para determinar el tipo de relacion que corresponde tener. Es decir, “cada uno debe saber su lugar”. La clasificación es siempre mutua y relativa ya que el grado de blancura u occidentalización se miden con relación a la del otro/otra (Fuenzalida 1970). Así un pobre urbano del Cuzco será mas blanco y más occidental que un campesino pero será mas oscuro y mas “indio” que una persona de clase media. Esta fluidez permite a los actores jugar con los diferentes marcadores y tratar de avanzar sus posibles ventajas o minimizar sus  desventajas. Consecuentemente, es posible asimilar hábitos de consumo urbanos o acceder a niveles de educación más altos para suavizar las marcas étnicas. La raza, de su lado, es una categoría relativa y profundamente dependiente de los rasgos étnicos y de clase. En el Peru se dice que “el dinero blanquea” porque el color de la piel y los rasgos fenotípicos serán determinantes si se combinan con marcadores étnicos y de clase pero pierden importancia en el caso contrario. Es decir un nativo amazónico monolingüe será mas oscuro que un profesional de clase media y éste último si es exitoso y proviene de una familia prestigiosa, será clasificado como blanco y occidental independientemente de su color de piel. No obstante, sería oscuro para alguien de un nivel social superior. La clase, por último, es, teóricamente, el factor más móvil ya que se funda en rasgos adquiridos tales como niveles de educación y hábitos de consumo, supuestamente abiertos a toda la población.

De este modo, a pesar de que los intercambios matrimoniales se guían por criterios de clase, raza y etnicidad, estos se negocian en cada relación y se prestan a diferentes combinaciones. En este juego los actores usan diferentes estrategias de acuerdo a su género y a su posición en las diferentes escalas de diferenciación social.

 

Los limeños

En Lima, la capital esta configuración asume formas más fluidas ya que tanto los sectores medios como los populares  son muy complejos y diferenciados. Entre los primeros los criterios de clase son, por lo general, determinantes para ubicar socialmente a una persona.

La frontera étnica divide a las poblaciones campesinas quechua hablantes o nativas de los sectores medios y altos es tan grande que la mención a una posible alianza conyugal o unión consensual inter étnica no se plantea. En cambio la raza juega un rol fundamental porque, a pesar de que el ideal de blancura impregna el imaginario limeño (y nacional urbano) en la práctica la mayor parte de la población corresponde al fenotipo mestizo y los rasgos caucásicos son raros y se concentran entre los sectores medios y altos. De este modo la blancura es un marcador de distinción (Bourdieu 1980). En la medida en que las clases medias se caracterizan por la importancia que adjudican al prestigio y a las relaciones sociales (Fuller, 1998) los rasgos raciales se usan como estrategia para acercarse o alejarse del ideal de distinción. Por otro lado, la fragilidad de este sector, siempre amenazado por la ruina económica, lleva a que los indicadores de clase tales como el nivel de ingresos no lo diferencien de los sectores populares emergentes, de ahí que las diferencias raciales sean un dispositivo para crear fronteras simbólicas entre las familias decentes (de clase media o alta) y el pueblo (sectores populares). Esto se traduce en la vigencia de la política racial del blanqueamiento que consiste en casarse con personas que mantengan o aclaren el color de la piel de sus descendientes y en evitar alianzas con mujeres con rasgos indígenas o negros. Así por ejemplo, Manolo un joven abogado un joven estudiante universitario limeño declara a mí me gustaban las rubias pero porque son raras acá, y meterme con una flaca de mi color, así morena, no me nace, no se completaría el mestizaje como debe ser el Perú tiene que llegar a ser una nación donde todos seamos una mixtura, eso es muy importante. Solo que la mezcla a la que se refiere es aquella que blanqueará a sus descendientes mientras que una mezcla que los oscurezca significaría descender socialmente.

 Sin embargo, es en esta ciudad donde los sectores medios son mas diferenciados en sus estilos de vida y donde los valores democráticos e individualizados son más influyentes, la estrategia del blanqueo y las formas mas extremas de discriminación étnica o racial se contraponen a los ideales meritocráticos. De este modo, aún cuando en la práctica los factores étnicos y raciales son decisivos para escoger una pareja y definir una relación, es común que se refieran a ella precisamente para criticar y tomar distancia frente a los valores tradicionales o la autoridad familiar. Así por ejemplo Abel, un médico de 42 años relata que una de las cosas que hablaban en mi casa era la cuestión racial, que uno se casaba para mejorar la raza o para mantenerla igual o para igualar o mejorar la posición. Yo creo, que eso en un inicio tuvo gran influencia en mi, tal es así que mi primera esposa, mi esposa, mi ex‑esposa,  es blanca, rubia, de ojos verdes y de una familia de apellido rimbombante, y mi pareja actual es una persona común y corriente, inclusive me atrevería a decir, es una peruana nata[3], probablemente no cuente ella con la aprobación de mi madre, pero me tiene sin cuidado, porque  ya he visto que la influencia de mi madre fue negativa en un principio y lo curioso es que mi padre tampoco era de apellido  rimbombante, mi papá era hijo de un ebanista con una señora piurana, papá no era blanco, rubio, de ojos azules, papá era hijo de un cholo[4] norteño, de un cholo chiclayano con una señora de Piura; mamá si, era blanca, rubia, lo que tú  quieras, y papá llegó a donde llegó por su esfuerzo. yo no voy a llegar a donde quiera llegar, basándome en recuerdos familiares ni mucho menos,  yo voy a llegar a donde quiera llegar y la mujer que vaya a ser mi pareja yo no la puedo juzgar ni por su color de piel, ni por su posición social ni mucho menos, lo que seamos lo vamos a trabajar juntos. Abel recurre al discurso oficial[5] peruano que lo pinta como un país mestizo que debe recuperar sus raíces antes que soñarse blanco y occidental y relee las jerarquías sociales desde un punto de vista que privilegia la realización individual.

En sentido opuesto a las diferencias raciales que se manipulan a través de las alianzas matrimoniales, las fronteras sociales se consideran abiertas a la manipulación individual. los varones se perciben como quienes definen el status de la familia en tanto que, a pesar de que aprecian una esposa profesional y que trabaje, el reconocimiento que ella puede acumular en la esfera pública no puede ser transferido a su esposo e hijos. Estar casado con una mujer notable o exitosa no es motivo de orgullo, por el contrario, si la esposa obtiene mayor reconocimiento que el marido, ello va en desmedro de este último. Por ejemplo, según Ciego, estudiante universitario de 25 años, a una chica puede tener toda la plata del mundo, no me interesa, mi ideal es que se la vea preciosa, fina, blanca, puede ser trigueñita también.

De este modo los criterios raciales se definen como esencias que se alteran a través de los intercambios matrimoniales mientras que las fronteras de clase serían mas porosas e individualizadas. Estas últimas, sin embargo, se contradicen con la asimetría de género por lo que la hipergamia de clase resulta problemática para los varones[6]. No obstante, en la medida que los varones pueden acumular prestigio y recursos para transferirlos a las mujeres, el éxito económico y/o social les permite ascender socialmente y les abre mayores oportunidades de elección.

Los sectores populares de Lima son también bastante diferenciados y están compuestos, hablando de una manera gruesa, por limeños de vieja data y por el constante flujo migratorio de campesinos provenientes de las zonas rurales clasificados como indios en la escala étnica[7]. Los criterios étnicos y raciales juegan un papel importante en la regulación de las relaciones entre las poblaciones migrantes y los viejos limeños, sin embargo estas diferencias tienden a borrarse en la segunda generación porque lo que distingue a un recién llegado es su idioma y lugar de origen en tanto que los rasgos físicos pueden ser similares al común de las poblaciones urbanas.

Entre los varones  de los sectores populares tradicionales la política de hipergamia racial es aún más definida. Las diferencias étnicas no aparecen mayormente en el discurso de los intercambios conyugales, en tanto que los matices de color de la posible pareja son un tema recurrente. Esto se debe a que en Lima las diferencias étnicas tienden a uniformizarse en tanto que el color es el rasgo que simboliza las fronteras entre los sectores populares y los medios y altos. Como los varones, de estos sectores son excluidos precisamente por sus  rasgos físicos, el blanqueo, a través del matrimonio con una mujer mas clara constituye una forma de promoción social y de quebrar las barreras que los excluyen. Como dice El Zambo, albañil de 53 años que se clasifica como mestizo de  indio y negro, a mi me gustaban las cholas, hasta ahora las cholas, cholas claras pe, negras nunca me han gustado porque quiero que mi raza cambie, porque si yo voy a enamorarme de una negra como yo, pucha! que mis hijos van a salir pues, (risa) van a salir petróleo. Por eso digo yo, tengo que mejorar la raza.

Aún aquellos varones que no siguen estrictamente el patrón de hipergamia racial, se sienten presionados para no deslizarse hacia los extremos de la gama racial porque sería un paso atrás en la escala social. De este modo Chochera un obrero de 44 años relata que  tenía una enamorada morena, pero negra, negra, negra, cuando nos íbamos al cine a Lima, sentía que toda la gente me miraba, porque me abrazaba, me daba la mano y me sentía algo raro porque la gente me miraba por lo que era marrón. En estos relatos la negritud actúa como la frontera simbólica de las razas y desde el cual se articulan las diversas estrategias de exclusión cuyo equivalente positivo sería el blanqueamiento

A pesar de que esta población está expuesta a la influencia de los discursos políticos igualitarios que cuestionan las desigualdades existentes, esto raramente se traduce en el relato del intercambio matrimonial de los varones de los sectores populares entrevistados en Lima. Solamente uno de ellos Oscar,  un conserje, de 42 años declara que prefiere a las mujeres oscuras y usa este argumento para criticar las jerarquías sociales vigentes y señala que se aleja del racismo del ambiente. Según dice Mi mujer es media morocha, ojos color caramelo, cejona, yo soy buen pobre, en ese aspecto no soy racista, con plata, sin plata, cuando quieres a una mujer no te importa nada. Sin embargo Oscar es una excepción, los restantes, a pesar de ser conscientes de que son discriminados por motivos raciales, declaran que prefieren una mujer de tez mas clara porque es una forma de mejorar el futuro de sus hijos o un símbolo de status que acrecienta su valor como conquistadores, es decir, su virilidad.  

A pesar de que los varones de los sectores populares implementan una estrategia de hipergamia racial la posibilidad de que la pareja sea de una clase social mas valorada presenta dificultades. Como las jerarquías de género se fundan en ultima instancia en el monopolio masculino de los recursos sociales, si la mujer fuera de un estatus superior, colocaría a su esposo en una postura femenina y pondría en entredicho su posición masculina. Así por ejemplo, El Zambo considera que casarse con una mujer de otro nivel socioeconómico atenta contra su status viril, según afirma:  No, no, de dinero imposible, es difícil que una mujer sea de plata, porque una vez yo me enamoré de una muchacha que tenía plata pero no era mi nivel estar enamorado de ella, porque esas que son de plata, te dominan, te mandan y yo no soy para eso, yo no valgo nada ahí; en cambio, mi mujer no es tan blanca aunque es un poco más clara que yo, pero sé que ella es buena, ve mucho por mí como marido que soy de ella, es tranquila. Los varones se colocan como quienes controlan la circulación matrimonial y quienes, en ultima instancia definen, el status social de la familia que forman. De este modo, a pesar de que ocupan un lugar subordinado en la escala social, la asimetría de género les asegura el predominio sobre las mujeres de su familia.

Los jóvenes de los sectores populares mantienen la práctica de hipergamia racial pero enfatizan la importancia del estudio y de los niveles de ingreso para minimizar la frontera que los separa de las mujeres de los sectores medios y altos en tanto que tienden a privilegiar los estilos de consumo. Esto puede relacionarse con que esta generación tiene niveles de escolaridad mas altos que la de los adultos y a que la cultura urbana presenta una tendencia a uniformizar a las poblaciones a través de la difusión de estilos de consumo estandarizados y globales.

 

Los Cuzqueños

Entre los cuzqueños de los sectores medios el matrimonio debe, en principio, tener lugar con una joven del mismo sector social y, preferentemente, con una mujer de Lima o del extranjero. Así, combinan una estricta endogamia local con la estrategia de establecer alianzas con mujeres de la capital o del exterior a fin de mejorar o mantener el status étnico racial de la familia. El hecho de ser un centro de atracción para turistas y estudiosos de la cultura local, ha abierto a los varones la posibilidad de establecer contactos sexuales y amorosos con mujeres extranjeras provenientes de sociedades que ocupan posiciones hegemónicas dentro del orden internacional[8] ante quienes ellos adquieren el atractivo de ser representantes de una cultura diferente. Esta estrategia a menudo es implementada por las madres que buscan conseguir para sus hijos esposas con mayor estatus étnico y racial  Así por ejemplo Ramiro un ingeniero de 44 años relata yo he tenido problemas terribles con mi  madre, ella se opuso terriblemente a mi  matrimonio porque yo un tiempo me  enamoré y conviví dos años con una chica norteamericana que era una antropóloga de la universidad de Berkeley, una chica muy  inteligente, muy interesante que hacía trabajos de  investigación acá con un equipo de arqueólogos  norteamericanos y ese, según mi madre, era el ideal de mujer para mi, me decía ‑“¿Como puedes ser tan idiota de no casarte con esta  mujer, ella te conviene, es extranjera”- Pero la cosa finalmente terminó en nada y durante los primeros 4 años de mi matrimonio ella no pudo aceptar la idea de mi matrimonio, es mas, ni  siquiera estuvo presente en mi matrimonio.   

A pesar de que el hecho de definirse como herederos de la cultura Inca es un recurso discursivo importante cuando se trata de reafirmarse frente a la hegemonía de la capital y de negociar mejores alianzas matrimoniales, en esta ciudad, donde la mayor parte de la población es bilingüe o quechua hablante existe una rígida clasificación social en base a marcadores étnicos que prohibe tajantamente los intercambios con mujeres clasificadas como indias. En tanto que los contactos con mujeres de origen campesino, las “natachas” se restringen a las formas mas crudas de servidumbre laboral y sexual. El relato de Peter Pan, joven arquitecto cuzqueño, lo resume así: todas las chicas que yo tuve como enamorada, mi madre, aunque sea por la rendija las observaba y no eran de su agrado, tenían cara de huaco, parecían hijas de  empleadas[9] o eran empleadas y que cómo yo me metía, cómo podía meterme con ese tipo de gente, siendo ella una dama de sociedad, de alta alcurnia y una belleza. Mi madre carnal quisiera para mí una gringa, rubia, de ojos azules, una pasta de cara. Yo le decía siempre que no se vayan a sorprender porque de repente mi compañera va a ser de una  comunidad. A pesar de que el discurso de Peter Pan rechaza las jerarquías étnicas y reafirma la identidad local, él describe a la pareja deseada en estos términos: para mí la mujer ideal es blanca, rubia con pelo largo, ojos azules y talla regular, eso en cuanto a su figura, en su interior tiene que ser inteligente, que tenga decisión, capacidad para lograr metas, que sea dinámica.

Sin embargo, como es el caso entre los limeños, una alianza con una mujer de status de clase mas valorado se contrapone al principio de superioridad de género del varón. Así, para Compadrito, joven estudiante universitario, la esposa ideal debe ser blanquiñosa, alta,  muy dócil, que no me contradiga, que no me genere ningún tipo de problemas, clase social igual que la mía, media baja porque pienso que no podría ser que mi enamorada fuera de un estrato medio superior porque empezarían a originarse las diferencias.

Los varones de los sectores populares cuzqueños siguen el patrón de blanqueamiento ya descrito y clasifican a sus posibles cónyuges tratando, en la medida de lo posible, de suavizar los rasgos raciales en tanto que lo negro se sitúa como la frontera simbólica de los intercambios. Así por ejemplo[10] Apicha, almacenero cuzqueño de 46 años, afirma: blancas, papá, hasta con el dicho yo digo: carne blanca, aunque sea de varón, nada con morenas, me gustaba siempre una rubia, una zorra[11], por ende que mi esposa también es blanca. Nunca una morena.

Los jóvenes son conscientes de que sus opciones de conquista son limitadas porque carecen de los símbolos de status que les darían acceso a las mujeres más codiciadas y, a su vez no aceptarían casarse con una campesina quechua hablante con quienes buscan establecer relaciones eventuales. Sin  embargo, a contracorriente del sistema que usan para clasificar a las mujeres, el que se aplican a sí propios no toma como referente la raza o la cultura sino artículos de consumo.[12] Según afirman, el factor que explica su dificultad para acceder a parejas entre los grupos dominantes es el nivel de ingresos o de estudios. Así por ejemplo Víctor, un joven locutor declara: en lo físico imagínate, todo el mundo aspiramos que nos toque una mujer escultural, pero desgraciadamente las esculturales buscan chicos que tengan un carro, que tengan un Celica, un Toyota último modelo, esos sí tienen esas mujeres esculturales pero lamentablemente como nosotros con el poco mísero sueldo que podemos ganar, no podemos estar en la mira de esas mujeres. De este modo, la difusión de objetos de consumo estandarizados provenientes de la metrópoli tiende a desplazar los criterios de diferenciación basados en marcas étnicas o culturales que parecen deslizarse hacia los hábitos de consumo (García Canclini 1996). Ello permite a los varones de los sectores populares urbanos definirse en términos de distinción (Bourdieu 1980) e ignorar las líneas étnicas. Esta, sin embargo, es una posibilidad abierta a los jóvenes nacidos y educados en Cuzco que son perfectamente bilingües. Los migrantes provenientes de comunidades rurales quechua hablantes, que forman el estrato más pobre de la ciudad no pueden aspirar a superar estas barreras debido a que el idioma y el lugar de origen son un estigma que divide netamente las fronteras entre los grupos urbanos y rurales.

 

Los Iquiteños

Ciertas características propias de Iquitos como el hecho de constituir un centro administrativo donde se concentran los servicios del Estado y las fuerzas armadas y el ser una economía fundada en la explotación de redes comerciales hacia el Atlántico y en sucesivos booms extractivos, dan la ciudad una configuración especial. El carácter provisional de los cargos en el caso de los burócratas y el ir y venir de los comerciantes y empresarios en busca de riqueza rápida unido a las relaciones de dominio con las poblaciones nativas contribuyen a generar relaciones extraconyugales pasajeras y favorecen los vínculos inestables entre las mujeres locales y los varones de los sectores dominantes. Asimismo, los migrantes provenientes de Lima o del extranjero pueden usar la estrategia de  blanqueamiento a su favor para casarse con las jóvenes de las familias mas prestigiosas y acceder a las elites y circular sexualmente entre las mestizas y nativas. Aquí se reproduce un viejo y ya tradicional patrón de las ciudades de frontera, los hombres  mantienen relaciones sexuales con mujeres de las que están separados por una gran distancia social y étnica y con las que tienen relaciones esporádicas o consensuales mientras que se casan con las mujeres de su medio social o de niveles superiores con las que constituyen la “familia oficial”. A ello se une que en la cultura nativa las mujeres consideran que recibir bienes o regalos a cambio de sus favores sexuales es normal. Ello propicia una intensa circulación sexual entre varones de grupos mestizos o blancos y las mujeres ribereñas y nativas que migran a la ciudad.

Como consecuencia de este patrón de relaciones inter étnicas e inter género, entre las clases medias locales se aprecia un marcado interés en establecer y mantener las fronteras étnicas para definir a los grupos sociales pero los varones tienen gran libertad individual para alterarlas en su beneficio. Esto ello lleva a que el ideal de familia monogámica, al que las élites aspiran a acercarse, no se cumpla. En la práctica los varones contraen matrimonio dentro del patrón ideal de endogamia o hipergamia social y racial. La familia del varón, sobre todo la madre, cumple un papel decisivo en la elección del cónyuge. Sin embargo el hecho de que los varones continúen  circulando intensamente entre mujeres de grupos subalternos lleva a que los matrimonios sean inestables y configura un patrón de poligamia escondida. El relato de Shapchico, comerciante de 48 años que se casó la primera vez con una mujer de un status social superior al suyo de la que se divorció, ilustra este tema: ahora estoy viviendo con una chica de 21 años, ella es nativa, es bien autóctona, bien de la región, la parte, pues, yagua‑cocama, nacida Yanashi, hay dificultades por la cuestión cultural, pero yo respeto su espacio vital, trato de ayudarle a mejorar en las cosas que sea mejorable, en las cosas que ella quiera mejorar. En realidad yo soy perfectamente consciente de que cuando ella tenga 40 años y esté en todo su poderío como mujer, digamos sexualmente, yo voy a estar decrépito, aparte es cholita, la cuestión de la madre española y toda esa puñetería, mi madre tiene sus esquemas, sus chips raciales,  yo a veces la jodo, le digo:  madre, te voy a dar un guajiro terciado la sangre hispana se va a diluir.

Este sistema, que se asienta en las jerarquías étnica y de género, tiende a contradecirse porque la intensa circulación sexual entre varones de los sectores medios y altos y las mujeres de los grupos subordinados impide que se conserven las líneas que separan a los diferentes grupos. Así, en cada generación se renuevan las filas de las clases medias con los hijos provenientes de las uniones secundarias. Es notorio que en esta ciudad cinco de los varones del sector medio entrevistados sean hijos de uniones secundarias con mujeres de extracción social bastante inferior al genitor.

Los varones de los sectores populares de Iquitos implementan una cuidadosa política de endogamia étnica por la cual la alianza matrimonial con una nativa sería una regresión desde el punto de vista social como dice Juan Luis, joven iquiteño desempleado, si veía una hembra, puta que recontra‑guitarra, ojos verdes, buen lote y si era Kawachi o Tarikuariba, no me metía yo, mis hijos no pueden, pues, llevar esa clase de apellidos, pues que vaya Vargas Tarikuariba, Vargas Puquiachigua, no, pues, nunca. Esta estrategia va paralela a la hipergamia racial que caracteriza a todos los grupos subalternos peruanos, así para Juan Luis las  chicas que sean blancas, que sean pacuchas, como yo soy negro no voy a  agarrar una negrita, una blanquita pues.

Entretanto ellos elaboran las dificultades para acceder mujeres de los sectores medios y altos en términos diferencias en hábitos de consumo y niveles de ingreso Según cuenta Jaime, un joven albañil iquiteño, con las de clase alta yo no daba para ellas, es que querían discotecas muy caras y yo no tenía plata se quitaban con los que tenían mas plata, con los  pitucos. No obstante, a diferencia de algunos jóvenes de Cuzco y Lima, los iquiteños no elaboran un discurso igualitario que cuestione el orden étnico o social que los excluye.  El recurso discursivo que usan para elaborar y compensar su exclusión es invertirla atribuyendo rasgos negativos a las mujeres inalcanzables. Así es común que acusen a las mujeres blancas de ser sucias, por ejemplo Jaime afirma yo siempre he considerado que las blancas son cochinas, no sé quién me ha puesto eso en la cabeza, de repente yo mismo, pero me gustan más las morenas, les veo más humildes, más sencillas.[13]

 

Conclusiones

Lima

Cuzco

Iquitos

 

Sectores

Medios

Endogamia racial

Étnica y de clase

 

Hipergamia racial

Endogamia racial étnica y de clase

 

Hipergamia racial 

(extranjeras)

Endogamia étnica

(primera unión)

 

Hipergamia racial y de clase

(primera unión)

 

Hipogamia racial étnica y  de

 clase (segunda y otras uniones)

 

 

Sectores      populares

 

Endogamia de

Clase

Hipergamia racial

 

Endogamia de clase

 

Hipergamia  racial

Marcada

 

Marcadores de consumo

 

Endogamia de clase y étnica

 

Hipergamia racial

 

 

Marcadores de consumo

 

Dado que en el Perú no existen grupos étnico raciales discontinuos sino una escala de subordinaciones, en las cuales el género, la etnicidad, la raza y la clase social actúan como marcadores sociales, el lenguaje de los intercambios sexuales y conyugales constituye un espacio privilegiado para entender la manera en que estas categorías se construyen y reproducen.

Los sectores medios de cada ciudad elaboran el discurso de las diferencias a través de su propia historia. Lima, la capital afirma la primacía de sus élites en términos raciales  en tanto que en Cuzco la invención de la tradición local combina la apertura hacia el exterior con formas muy estrictas de exclusión étnica en el ámbito local. Iquitos combina la apertura hacia el exterior con una política de exclusión de las poblaciones nativas que, en la práctica, se rebalsa para constituir una forma de poligamia escondida.

Los sectores populares, a su vez, reproducen la estrategia de hipergamia racial y de evitamiento de las alianzas con las mujeres campesinas o nativas. Paralelamente buscan maximizar sus posibilidades de quebrar las barreras étnico raciales usando a su favor la posibilidad de acceder a hábitos de consumo y niveles de educación mas valorados.

En este complejo juego las líneas raciales étnicas y de clase se combinan con la asimetría de género. Las fronteras étnicas y raciales a pesar de ser fijas están abiertas a la manipulación a través de los intercambios conyugales y forman parte de una estrategia colectiva de mejora del status de la familia en la siguiente generación por la vía de la occidentalización y del blanqueo. Las líneas de clase son más abiertas a la manipulación individual y permiten a un varón mejorar sus rasgos étnicos y raciales (hasta cierto punto) asumiendo hábitos de consumo o adquiriendo símbolos de estatus. Sin embargo la cultura de género va en sentido contrario a una política de hipergamia de clase ya que una unión con una mujer de estatus mas elevado supondría colocar al varón en posición subordinada. Este es un tema relevante en el relato de la masculinidad entre los varones de los sectores populares ya que enfrenta dos principios: el de la hipergamia como forma de ascenso social y el de la asimetría de género por el cual el esposo tiene mayor jerarquía.[14]

Esto muestra la importancia de las jerarquías de género para reproducir las diferencias sociales y cómo éstas pueden seguir lógicas diferentes. Las diferencias raciales y étnicas se consideran fijas y se manipulan por la vía del blanqueamiento es decir del intercambio sexual y matrimonial en tanto que las de clase se manipulan por medio de la acumulación y está abierta a la iniciativa individual de los varones (no así de las mujeres). En ambos casos las mujeres ocupan una posición subordinada y los varones son quienes, supuestamente, controlan los intercambios[15].

Este tipo de estrategia al combinarse con la asimetría de género por la cual los varones son quienes acumulan recursos materiales y simbólicos y determinan el estatus la familia en tanto que las mujeres sólo pueden mejorar su posición social por la vía de un matrimonio hipergámico, contribuye a acrecentar el predominio de los varones de los grupos medios y altos ya que mientras el varón puede acumular bienes y prestigio personal para realzar sus posibilidades en el mercado matrimonial y acceder a una esposa mas cotizada, para la mujer el uso de estas estrategias está muy limitado. La fórmula femenina no es negociar su status sino buscar varones que les transmitan su prestigio y bienes. Ello refuerza el patrón por el cual los varones de los grupos dominantes controlan a las mujeres de su grupo y tiene acceso a las de las categorías subalternas.

Paralelamente, la posibilidad de acceder al mayor número de mujeres o de excluir a ciertas categorías  de varones del circuito matrimonial constituye una forma de reproducir formas de dominio entre varones. Aquellos que ostentan rasgos raciales, étnicos y/o de clase mas valorados, monopolizan el acceso a las mujeres de su grupo en tanto que tienen acceso a las de todos los grupos subordinados. En sentido contrario, los hombres colocados en lo mas bajo de la escala tendrán dificultades para acceder a las mujeres de los sectores medios y altos en tanto que deben aceptar, e incluso propiciar, que otros varones sean preferidos por las mujeres de su entorno.

Finalmente, el lenguaje racial no sólo es un dispositivo que ordena, clasifica y excluye sino que es un discurso (y práctica) desde la cual se cuestiona el orden social vigente. Este cuestionamiento de las jerarquías étnicas y raciales usa dos estrategias: negar la validez de las fronteras sociales afirmando que todas las personas son iguales, e invertir simbólicamente el orden socio-racial al atribuir cualidades morales superiores a los miembros de los sectores populares. Este punto es sumamente importante en una sociedad como la peruana donde la mayoría de la población presenta rasgos fenotípicos indios y o mestizos y que, por lo tanto, al excluir y discriminar al otro, lo hace consigo misma.

 

Referencias

Bourdieu, Pierre, 1980, La Distinction, critique social du jugement, Les Editions de Minuit, Paris

1999    La domination masculine, Seuil, Paris

Fuenzalida, Fernando, 1970, La matriz colonial de la Comunidad Campesina, en: La Hacienda, la Comunidad  y el Campesino en el Peru, Lima Instituto de Estudios Peruanos.

Fuller, Norma, 1998,      Las clases medias en la teoría social, en; Gonzalo Portocarrero (editor) Las clases medias

García Canclini, Néstor, 1996, Consumidores y ciudadanos, conflictos multiculturales de la globalización, Grijalbo, México

Oliart, Patricia, 1994, Images of gender and race; The View from Above in turn of the Century Lima, Masters of Arts Thesis, University of Texas, Austin

Ortner, Sherry, 1996,      The Politics and Erotics of Culture, Beacon Press, Boston

Mannarelli, María Emma, 1994, Pecados públicos; ilegitimidad en la Lima del siglo XVII, Ediciones Flora Tristán, Lima

Rubin, Gayle, 1975, The traffic on women, notes on the political economy of sex In: Reiter, Rayna: Reiter, Rayna (edit): Toward an Anthropology of women New York and London, Monthly Review Press, 157-210

Seed, Patricia, 1991, Honrar, amar  y obedecer en el México colonial, Alianza Editorial, México

 

[1] Ph. D en Antropología, University of Florida, Gainesville, Profesora Principal y Coordinadora de la Maestría de Antropología PUCP del Perú. Autora de Identidades Masculinas, Varones de clase media en el Perú, Catholic University of Peru Press, Lima, 1997, Dilemas de la femineidad, Mujeres de clase media en el Perú, Catholic University of Peru Press, Lima, 1993. Autora de numerosos artículos sobre masculinidad en distintas publicaciones internacionales.

[2] Españoles nacidos en América

[3] Eufemismo para designar a una persona con rasgos físicos indios o mestizos

[4] Indio achucutado

[5] El discurso oficial es aquel transmitido por la historiografía oficial y difundido en los libros de textos escolares y los pronunciamientos de la clase política.

[6] En cambio es una estrategia central en la política de intercambios femenina

[7] En esta muestra se entrevistaron varones nacidos en Lima.

[8] Existe ya una amplia literatura sobre los llamados “bricheros” mujeres y varones que buscan relacionarse sentimental o sexualmente con los turistas extranjeros que llegan a este centro a fin de obtener desde dinero y diversión hasta, eventualmente un matrimonio ventajoso.

[9] Se refiere a las trabajadoras del hogar  que son, por lo común, migrantes quechua hablantes

[10] 5 casos en que la mujer ideal es blanca

[11] mujer quechua hablante de rasgos fenotípicos blancos

[12] En ese sentido puede decirse que la sociedad de consumo camufla las diferencias raciales y étnicas o que contribuye a borrarlas. Depende del cristal con que se mire los datos

[13] Es notorio que los opuestos limpieza y suciedad son uno de los fundamentos del sistema clasificatorio amazónico

[14] Ortner (1996) sugiere que en las sociedades de clase la política que los varones implementan para mejorar el status de la familia (y el propio) es casar a las hijas o hermanas con varones de rango superior. De este modo se combinan el control masculino de la circulación de mujeres (ellos dan esposas), el hecho de que son los varones quienes acumulan y transmiten prestigio y recursos (que van del esposo de rango superior hacia la familia de la esposada) con una política de promoción social ya que el conjunto de la familia beneficia de la alianza hipergámicas de una de sus miembros.

[15] No obstante, las mujeres, aunque en posición asimétrica, no son pasivas porque ellas implementan estrategias propias para negociar su posición.

utora de numerosos artículos sobre masculinidad en distintas publicaciones internacionales.

[2] Españoles nacidos en América

[3] Eufemismo para designar a una persona con rasgos físicos indios o mestizos

[4] Indio achucutado

[5] El discurso oficial es aquel transmitido por la historiografía oficial y difundido en los libros de textos escolares y los pronunciamientos de la clase política.

[6] En cambio es una estrategia central en la política de intercambios femenina

[7] En esta muestra se entrevistaron varones nacidos en Lima.

[8] Existe ya una amplia literatura sobre los llamados “bricheros” mujeres y varones que buscan relacionarse sentimental o sexualmente con los turistas extranjeros que llegan a este centro a fin de obtener desde dinero y diversión hasta, eventualmente un matrimonio ventajoso.

[9] Se refiere a las trabajadoras del hogar  que son, por lo común, migrantes quechua hablantes

[10] 5 casos en que la mujer ideal es blanca

[11] mujer quechua hablante de rasgos fenotípicos blancos

[12] En ese sentido puede decirse que la sociedad de consumo camufla las diferencias raciales y étnicas o que contribuye a borrarlas. Depende del cristal con que se mire los datos

[13] Es notorio que los opuestos limpieza y suciedad son uno de los fundamentos del sistema clasificatorio amazónico

[14] Ortner (1996) sugiere que en las sociedades de clase la política que los varones implementan para mejorar el status de la familia (y el propio) es casar a las hijas o hermanas con varones de rango superior. De este modo se combinan el control masculino de la circulación de mujeres (ellos dan esposas), el hecho de que son los varones quienes acumulan y transmiten prestigio y recursos (que van del esposo de rango superior hacia la familia de la esposada) con una política de promoción social ya que el conjunto de la familia beneficia de la alianza hipergámicas de una de sus miembros.

[15] No obstante, las mujeres, aunque en posición asimétrica, no son pasivas porque ellas implementan estrategias propias para negociar su posición.